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Ante el horror
Por Raúl Zaffaroni *

Espero que la versión de que un xenófobo arrojó a una madre y a su bebé del tren en enero de este año sea producto de un error y que sólo se trate de un accidente. Lo contrario es demasiado horroroso. Si fuese verdad, apenas puedo imaginar al psicópata que lo hubiese hecho: no querría a nadie, no podría acariciar a su mujer ni a sus hijos, no podría besar a su madre. ¿Cómo podría hacerlo sabiendo que es un bastardo repugnante? Si le quedase una colilla de conciencia, es probable que lo destruyese en algún momento cualquier mortal somatización de su culpa. La poena naturalis no es un invento teológico, sino que está en la biología (cuestión teológica es quién la inscribió allí).
Si fuese verdad, habría otros que no son psicópatas y que muchas noches se despertarían con pesadillas y quizá también somatizarían: serían los que callan. Habría muchos que, por callar, permitirían que un monstruo merecedor de pena perpetua por homicidio calificado anduviese suelto por la calle. Y esto me preocuparía mucho más, porque un psicópata existe en cualquier lugar, pero muchos encubridores silenciosos del psicópata no; lo primero puede ser patología individual, pero lo segundo sería un grave fenómeno social.
No puedo ocultar que la versión me golpeó fuerte desde que la conocí y la mera posibilidad del silencio encubridor o cómplice me dio miedo. De inmediato recordé que la primera vez que tuve esa sensación no fue en la Argentina sino en Alemania y hace treinta años. En efecto: un día me pregunté cuántas de las simpáticas personas con las que hablaba a diario habrían tenido algo que ver con el genocidio y cuántos más habrían callado, y sentí mucho miedo. Pero no era mi país; cinco años después sentí lo mismo en mi país y hasta hoy no logré superarlo del todo. Y ahora vuelvo a sentirlo con sólo imaginar que la versión fuese verdadera. Si así fuese, ¿cómo podrían dormir los que callan junto a sus esposas? ¿Cómo besarían a sus hijos y a sus madres? ¿Y los católicos serían capaces de ir a la iglesia y levantar la vista y mirar en el altar a la Virgen y al niño?
Y también me pregunto por otros, sin los cuales esta versión sería absolutamente descartable: los políticos que se montan en el discurso xenófobo al amparo de sus fueros y los comunicadores que aprovechan el pedazo de mercado fascista y neurótico, o que sacan fruto del desconcierto de quienes no hallan explicación a sus desgracias para venderles como chivos expiatorios a los más desvalidos.
Se aprovechan porque no sólo se trata de los más desvalidos, sino también de los más silenciosos. Silenciosos frente a fascistas y mercaderes gritones. Son silenciosos porque ancestralmente los cargaron sus madres en sus espaldas. Cuando tenían hambre no necesitaban berrear para comer, sino que les bastaba mover su mano para que los alimentase, la misma mano que el niño que cayó del tren no moverá más, la que podía haber llegado a poner un ladrillo o a escribir una partitura. Es probable que los fascistas y mercenarios griten tan fuerte porque no hayan tenido madres o porque hayan estado tan lejos que no podían o no querían oírlos.
Los gritones mercaderes del odio retardarán un poco más las somatizaciones mortales porque, a diferencia de su infeliz clientela que viaja en trenes suburbanos, ellos tienen saunas, hidromasajes y doncellas que los acarician para distenderlos y los masajean para descontracturarlos. Pero la biología no perdona; el inconsciente es inflexible y las somatizaciones también llegan, salvo que la psicopatía los salve por carencia de censor.
Frente a la versión concreta, ante el horror, prefiero seguir creyendo en el error. Pero aun así, la mera circunstancia de que dudemos es demasiado terrible. Si en esta sociedad estuviésemos todos un poco más sanos, descartaríamos esta versión como increíble, no porque un psicópata no hubiese podido hacerlo, sino porque no existiría este odio difuso en la sociedad, porque nadie lo explotaría comercial ni políticamente y porque sería inimaginable que un vagón de gente encubriese un homicidio calificado cometido delante de sus ojos.

* Titular del Inadi. Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología UBA. Vicepresidente de la Asociación Internacional de Derecho Penal.



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