Por Javier Sampedro
*
Desde
Madrid
En 1928, Alexander Fleming
reparó en un círculo de bacterias muertas dispuesto alrededor
de unas esporas de Penicillium, y unas semanas después había
descubierto los antibióticos. En 1980, Robert Weinberg aisló
el primer oncogén humano y desde entonces se repiten las mismas
preguntas: ¿qué hacen todos esos laboratorios de élite
de 20 países, a qué se dedican todos esos cientos o miles
de científicos de primera línea mundial que han dedicado
20 años a investigar sobre el cáncer? Y sobre todo: ¿para
cuándo el equivalente oncológico de la penicilina de Fleming?
Pues bien, ya tenemos las respuestas. La élite científica
ha necesitado 20 años, en efecto, pero no para curar el cáncer,
sino para un fin a la vez más modesto y más ambicioso: entender
en qué consiste. Y aunque la penicilina oncológica probablemente
no llegará nunca, ese conocimiento básico ha empezado a
traducirse ya en una nueva generación de medicamentos diseñados
con inteligencia y precisión. Los oncólogos no hablan de
curar el cáncer con ninguno de ellos, pero sí
esperan combinarlos para convertir algunos tumores y después
algunos más, poco a poco en enfermedades crónicas,
como los actuales fármacos antivirales han logrado con el sida.
Se oye a menudo que la palabra cáncer no tiene un claro
significado médico, puesto que designa a más de 100 enfermedades
distintas. Sin embargo, el gran éxito de la biología molecular
del cáncer ha sido, precisamente, descubrir la lógica común
esencial que subyace a todas esas patologías tan dispares. Y para
entender los avances farmacológicos es necesario comprender esa
lógica esencial, porque es contra ella contra la que van dirigidos,
desde distintos ángulos, los nuevos medicamentos.
El cáncer cualquier cáncer se debe a una acumulación
de tres, cuatro o más errores en el complejísimo sistema
que la célula usa para regular su proliferación. A continuación
veremos en qué consiste ese sistema.
u Las señales. Las células normales necesitan a menudo dividirse.
Por ejemplo, durante el crecimiento del feto o del niño. O para
reponer la piel que se va descamando, y los glóbulos rojos que
se van destruyendo. Una célula normal nunca toma por sí
sola la decisión de dividirse, sino que espera a recibir alguna
señal del exterior. Las señales externas son unas moléculas
que suelen llamarse factores de crecimiento y actúan acoplándose
a un receptor situado en la membrana que envuelve a la célula.
Una de las causas del cáncer es que alguno de esos receptores de
la membrana se avería, o se fabrica en una cantidad excesiva, y
actúa permanentemente como si un factor de crecimiento se hubiera
acoplado a él, aunque no sea así. Un ejemplo es el receptor
del factor de crecimiento epidérmico (EGF), que aparece en cantidades
excesivas en el 40 por ciento de los cánceres de cualquier tipo.
Tres grandes laboratorios (Novartis, Roche y AstraZeneca) disponen de
fármacos (llamados Gleevec, Tarceva e Iressa) diseñados
para pegarse al receptor del EGF y bloquearlo. El Gleevec fue aprobado
el pasado día 10 por la agencia del medicamento estadounidense
(la Food and Drug Administration, o FDA), debido a que ha mostrado efectos
muy beneficiosos en algunos pacientes de un grave cáncer de la
sangre llamado leucemia mieloide crónica (LMC).
Otro ejemplo es el receptor del factor de crecimiento derivado de plaquetas
(PDGF), que aparece en cantidades excesivas en ciertos tumores de ovario,
cerebro, pulmón y próstata. Centros como el Sloan-Kettering
de Nueva York y laboratorios como Sugen han ensayado fármacos diseñados
para bloquear a este receptor en pacientes de glioblastoma, un tipo muy
agresivo de cáncer cerebral.
Hay otro receptor llamado HER-2/neu que está suscitando un interés
creciente. Se parece bastante al receptor de EGF, aunque no está
muy claro de momento cuál es el factor de crecimiento que se pega
a él. La cuarta parte de los cánceres de mama invasivos
presentan una cantidad excesivadel receptor HER-2/neu en sus células
tumorales. Un nuevo fármaco (en este caso un anticuerpo) dirigido
contra este receptor acaba de demostrar cierta utilidad, en combinación
con la quimioterapia convencional, en un ensayo clínico con 470
mujeres. El laboratorio Genentech lo fabrica bajo el nombre comercial
de Herceptina (o Trastuzumab). Un tratamiento de nueve meses con Herceptina
cuesta cerca de 20.000 dólares.
Otra proteína similar es la llamada c-kit, y es el receptor del
factor de crecimiento de los mastocitos. El mismo fármaco Gleevec
de Novartis que vimos antes funcionar como inhibidor del factor de crecimiento
epidérmico (EGF) también sirve para bloquear a c-kit, y
gracias a esta propiedad ha mostrado también buenos resultados
contra un infrecuente tipo de tumor gastrointestinal (llamado GIST) caracterizado
por una cantidad excesiva de c-kit en sus células.
u Los mensajeros. Los factores de crecimiento y sus receptores no promueven
la división celular por sí solos. Ni mucho menos. El centro
estratégico de la célula es el núcleo, la sede del
genoma humano. Activar la proliferación requiere que la señal
generada por el acoplamiento de un factor de crecimiento con su receptor
viaje hasta el núcleo para activar o reprimir los genes responsables
de disparar la división. Y ese viaje precisa de numerosos intermediarios:
los mensajeros (los biólogos llaman a esto el mecanismo de transducción
de señal).
El sistema de transducción de señal es de una complejidad
mareante, pero algunos de sus componentes están muy bien estudiados
y constituyen unas dianas muy prometedoras para los nuevos fármacos.
El mejor ejemplo es una proteína llamada ras, que funciona en estrecha
asociación con los receptores de la membrana (pero por la parte
de dentro) y se ocupa normalmente de transmitir la señal de proliferación
hacia el interior de la célula. Una pequeña alteración
(mutación) de la proteína ras hace que se ponga a funcionar
sin necesidad de que los receptores de la membrana se hayan acoplado a
ningún factor de crecimiento.
Las mutaciones en la proteína ras tienen un extraordinario interés,
porque están implicadas en una tercera parte de los cánceres
de cualquier tipo (y en la mitad de los de colon, y en una cuarta parte
de los de pulmón). Por esta razón, las multinacionales Bristol-Myers
Squibb, Merck, Schering y Johnson & Johnson han desarrollado fármacos
diseñados para pegarse a la proteína ras y bloquearla. Los
ensayos en pacientes humanos, sin embargo, están menos avanzados
que los anteriores.
u El arquero: Provocar un cáncer no es tan fácil como parece.
Incluso cuando los factores de crecimiento han enloquecido, sus receptores
han alcanzado cantidades excesivas, los mensajeros secundarios han mutado
para funcionar más de la cuenta, incluso cuando la señal
ha logrado llegar erróneamente al genoma de la célula y
ha activado inoportunamente los genes responsables de la proliferación
celular, queda todavía un arquero que puede evitar el gol. Es una
proteína llamada p53. Cuando las cosas le van mal a la célula
venenos, radiaciones, daños en el ADN, la proteína
p53 le impide proliferar. Y si la célula persiste pese a todo en
proliferar, la p53 activa un mecanismo llamado apoptosis, o suicidio programado,
que solventa el problema de la manera más radical imaginable: matando
a la célula.
La p53 también puede mutar, y cuando esto ocurre los cánceres
suelen ser particularmente malignos e invasivos. Un equipo de fútbol
puede sobrellevar mal que bien la expulsión de dos o tres jugadores,
pero difícilmente resistirá si el árbitro echa también
al portero.
Gran parte de los fármacos tradicionales que se usan en la quimioterapia
del cáncer funcionan gracias a que provocan tantos daños
en el ADN que reactivan la apoptosis en las células tumorales (y
también en muchas células normales, por desgracia). Algunos
de los nuevos fármacos, como el Genesense del laboratorio Genta,
están diseñados para reactivar laapoptosis de forma mucho
más específica y precisa, ya sea mediante la interacción
con p53 o con alguna de las otras docenas de proteínas que intervienen
en el proceso.
u Angiogénesis. Una vez que el tumor alcanza un cierto tamaño,
los meros mecanismos de proliferación celular empiezan a resultarle
insuficientes para seguir creciendo. Las células cancerosas necesitan
oxígeno, y por lo tanto precisan vasos sanguíneos que irriguen
el tumor y les lleven el oxígeno hasta las proximidades de su membrana.
Los tumores más agresivos y las metástasis (tumores secundarios
que se forman en otras partes del cuerpo), suelen apañárselas
para inducir el desarrollo de vasos sanguíneos, un proceso conocido
como angiogénesis. La investigación sobre moléculas
que bloquean la angiogénesis es una de las áreas más
activas de la farmacología del cáncer. Ahora mismo hay una
cincuentena de moléculas de este tipo en una u otra fase experimental.
Aunque estos fármacos suscitaron hace tres años unas perspectivas
demasiado optimistas, seguidas de un desalentador rebufo, lo cierto es
que siguen siendo una línea de investigación prometedora.
Al igual que ocurre con los demás medicamentos antitumorales, los
oncólogos no esperan que los fármacos antiangiogénicos
vayan a curar el cáncer, pero sí creen que pueden
constituir una ayuda, posiblemente en combinación con otras moléculas,
para ralentizar el crecimiento de algunos tipos de tumores, y tal vez
para convertirlos en procesos crónicos.
* El País, especial para Página/12.
�Será una revolución
a corto plazo�
Estos nuevos medicamentos fueron la vedette del congreso
de oncología que acaba de realizarse en San Francisco explica
Berta Roth, presidenta de la Asociación Argentina del Cáncer.
Y son la vedette porque no son una quimioterapia sino que bloquean
el crecimiento del tumor. La clave del cambio, explica Roth,
la dio el desciframiento del genoma humano. Lo que uno puede
prever de aquí en más es que va a haber una clasificación
molecular de los tumores: hay que identificar los genes responsables
del desorden y ver qué medicamentos se pueden aplicar.
El entusiasmo de los especialistas es comprensible. Va a cambiar
muchísimo la oncología sostiene Roth,
cambia la manera de pensar nuestra: los tumores van a ser clasificados
según el problema genético que los origine. Y va a
ser una revolución a corto plazo. Esto avanzó muchísimo
en poco tiempo: el desciframiento del genoma se dio en febrero y
para mayo ya hay un buen numero de trabajos.
En el congreso de San Francisco se dieron a conocer estudios sobre
varios de estos nuevos medicamentos, algunos aún en etapa
experimental:
Se presentó uno contra tumores colorrectales, otro
contra tumores de cabeza y cuello, enumera Roth. También
se habló sobre el Gleevec, que está en una etapa más
avanzada: acababa de recibir la aprobación de la FDA. Es
un medicamento producido para tratar un tipo de leucemia, la leucemia
mieloide crónica, y la controla en un 98 por ciento. También
tiene actividad en los tumores gastrointestinales. Roth no
coincide con la idea de que estas drogas conviertan al tumor en
una enfermedad crónica (ver nota central): Si uno puede
detectar el desorden genético y corregirlo, lo elimina.
¿Qué posibilidades hay de aplicar estos nuevos
medicamentos en la Argentina?
Algunos están en etapa de investigación. Si
uno está trabajando con los laboratorios que los producen,
los pacientes podrían participar en un protocolo de investigación.
En el caso del Gleevec, que fue autorizado por la FDA, ya puede
utilizarse aquí si uno puede traerlo. El costo del tratamiento
es de unos 22 mil pesos anuales.
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