Algunos lo interpretaron como
un desafío de Ariel Sharon contra Estados Unidos y el informe
Mitchell que patrocina. En realidad, su movida de ayer podía
ser exactamente lo contrario: un intento de forzar a los palestinos de
obedecer la recomendación primaria de ese mismo informe; es decir,
declarar un cese al fuego como el que Israel estableció la semana
pasada. No obstante las gestiones del enviado especial norteamericano
William Burns, ayer Yasser Arafat insistía en que sólo llamaría
al fin de la violencia si Sharon congelaba la construcción de asentamientos,
una interpretación del informe Mitchell que Washington, al menos,
no comparte. Pero si Burns presionó a Arafat no se notó
demasiado, por lo que ayer Sharon decidió aplicar presión
propia. Su ministro de Vivienda, Natan Sharansky, anunció que se
había aprobado la construcción de más de 700 viviendas
en dos colonias en Cisjordania, no obstante las recomendaciones del informe
en contra de cualquier expansión de los asentamientos.
Los palestinos no tardaron en declarar que esto era la prueba definitiva
de que Sharon obedece a los colonos israelíes y nada cambiará.
Estados Unidos fue mucho más cauto, y por motivos atendibles. El
gobierno de George W. Bush ya se considera afortunado de haber logrado
que el superhalcón Ariel Sharon haya mantenido su cese
al fuego durante una semana, no obstante la negativa de Arafat a declarar
uno propio y la renuencia de la comunidad internacional a presionarlo
para que lo haga. Y, sobre todo, Washington agradece que Sharon haya mantenido
la calma mientras que se registra una campaña terrorista que, por
el momento en que estalló, parece buscar deliberadamente que revoque
la tregua.
Esta, al menos, es la cronología. Sharon declaró su tregua
el lunes 21 de mayo. Desde entonces, hubo nada menos que cuatro atentados
con coche bomba contra Jerusalén y Tel Aviv, que dejaron casi 150
heridos. Dos poderosas bombas fueron encontradas y neutralizadas a tiempo
en esas mismas ciudades, una de ellas ayer mismo. Tampoco cesaron los
ataques de mortero y ametralladora contra territorio israelí, incluyendo,
el miércoles, los primeros disparos contra Jerusalén Occidental
desde el comienzo de la intifada. Y, por supuesto, continuaron los ataques
contra los asentamientos judíos. Ayer, sin ir más lejos,
el jefe de seguridad de una colonia murió junto con dos mujeres
en una emboscada en Cisjordania. Israel también tiene sangre en
las manos, naturalmente. Ayer sus fuerzas especiales mataron a tres palestinos
en Jericó, en tanto que cinco policías en Gaza eran heridos
por disparos de tanque. Dos palestinos más murieron al atacar un
puesto del Ejército. Pero lo cierto es que en los últimos
meses Israel lanzó ataques de represalia con helicópteros
y cazabombarderos F-16 por bastante menos que lo que ocurrió en
los últimos ocho días.
Por ahora, el gobierno de Sharon asegura que no volverá a estas
medidas. Vamos a mostrar mucha moderación en tanto que haya
esperanzas de que Arafat anuncie un cese al fuego, subrayó
ayer el premier. Su ministro de Defensa, el igualmente duro Benjamin Ben-Eliezer,
precisó que esto continuará hasta que se considere
han fracasado que todos los esfuerzos de los moderados para poner fin
a la violencia. Pero, agregó Sharon, un gobierno que fue
electo con la promesa de traer seguridad a sus votantes no
puede mantenerse quieto mientras los atentados contra Israel (ya no los
asentamientos) aumentan exponencialmente. Tengo que garantizar la
seguridad de mis ciudadanos si Arafat no pone fin a la violencia,
le explicó ayer al norteamericano William Burns. Esta ecuación
es la que explica el anuncio ayer sobre las 713 nuevas viviendas en los
asentamientos judíos. Nadie dentro del gobierno israelí
intenta negarlo. Al realizar su anuncio, Natan Sharansky recalcó
que no tiene sentido iniciar una discusión sobre los asentamientos
mientras no está claro si Israel cuenta con un interlocutor del
lado palestino. Y esta estrategia para presionar a los palestinos
no se limita a superhalcones como Sharon. El canciller laborista Shimon
Peres, quien compartió el Premio Nobel de la Paz con Arafat, enfatizó
si él no acepta un cese al fuego tendrá unproblema
no con nosotros, sino con Estados Unidos y Europa. Washington parece
compartir su opinión, y es por eso que ayer no emitió reacción
alguna ante el supuesto desafío que le habría
lanzado Sharon.
|