Por Hilda Cabrera
Para el actor Fabio Mosquito
Sancineto todo es mezcla. En el plano individual, dice, hoy prevalece
lo mixto y en lo social, el desbarajuste. Estamos viviendo una época
donde lo económico luce demasiado, pero también se cae,
opina. El actor y director intentó materializar esa mixtura ideando
una performance en una megadisco, una puesta efímera a la que aportó
su capacidad de riesgo. Ahora retorna como actor y director con Match,
Improvisaciones con Estilo (los viernes, sábados y domingos en
el Auditorio Bauen, de Callao 360), mezcla de teatro con reglas deportivas.
Nominado al premio Konex 2001 (en el rubro unipersonal), Mosquito es considerado
un símbolo del circuito under, aun cuando realizó trabajos
en instituciones como el Centro Cultural Ricardo Rojas.
Intérprete en films de importantes realizadores argentinos, Sancineto
fue bautizado Mosquito por Bebe Kamín, debido a su
pequeña talla y porque era puro ojos, tenía mucho
nervio y energía, según cuenta. Participó en
Los chicos de la guerra (1984), de Kamín, fue protagonista en Hijo
del río (1996), de Ciro Cappellari, e integró los elencos
de La dama regresa, Un crisantemo estalla en Cincoesquinas y La sonámbula,
entre otras películas. Creador de espectáculos fuera de
serie, como Las fiestas mayas, y últimamente Enterradas hasta acá,
junto a Micky Ruffa, fue también maestro de ceremonias de una audaz
movida, La Herótica (así, con h), que casi una década
atrás ideó el director Javier Margulis en el desaparecido
Complejo Cultural Babilonia. En Match..., dos equipos de actoresjugadores
(algunos provenientes de los talleres de Mosquito) entrenados en la técnica
de la improvisación compiten, interpretando en diversos estilos
los temas que aporta el público. Una manera de jugar con el imaginario
y atreverse, actitud en la que Sancineto se destaca tanto como en la elaboración
de situaciones de erotismo ambiguo. Me gusta jugar: tengo demasiados
años pasados en colegios religiosos. Hice el secundario en uno
de franciscanos, en Almagro. Unos curas divinos, pero que a mí
me mortificaron mucho, apunta Sancineto.
¿Ya entonces hacía teatro?
En la escuela siempre estuve entre los más estudiosos. Hacía
teatro desde los 12 años, y cuando quise trasladarlo al colegio
me condenaron. Aprendí desde chiquito a callarme y a decir la verdad
solamente en los ámbitos donde me sentía tranquilo. Después,
con el tiempo, pensé que debía seducir a los que me rodeaban
para librarme de esa condena. Empecé a estudiar todavía
más y a pedir que me dejaran decir la lección para salvar
a los malos del grupo, que eran una mafia. Con eso se conformaban, y me
dejaban tranquilo.
¿En qué cambiaron sus espectáculos?
La madurez se va notando, y no porque tenga más años.
Soy también más exigente y más maduro en la relación
con los espectadores. Trabajar en el circuito under fue una decisión
propia que podía parecer rara, porque me formé actoralmente
con maestros que me encauzaban hacia un teatro más formal. Pero
todas esas experiencias, de las que aprendí mucho, me tensionaban:
sentía que así no podía ser creativo, aunque algunos
directores me dieron mucha libertad, como Julio Ordano. Muchas veces pensé
qué hacer con mi carrera. No podría nunca hacer el papel
de un galán y tengo el tipo de un chico de la calle o un drogadicto,
personajes que hice en televisión hace tiempo, cuando me llevó
Inda Ledesma, y también Sergio Renán. Pero entonces descubrí
lugares como el Parakultural y a actores como Alejandro Urdapilleta, Humberto
Tortonese, Batato Barea y al grupo de Dalila y los Cometa Brass. De toda
esa gente tan importante, Urdapilleta pasó a cosas mayores y demostró
que su locura es absolutamente creativa. Es el actor que más admiro.
Uno lo ve y siente que algo le está pasando a él por dentro,
y todo el tiempo. A uno le dan ganas de cuidarlo, y lo quiere.
¿Cómo es en su caso? ¿Se cuida como actor?
Me cuido porque me gusta lo que hago. Me ha pasado quebrarme, y
al llegar al camarín quedarme mudo y largarme a llorar mal. Sentirme
el peor ser humano del mundo. Y al volver a mi casa, decirme que no va
más. Cuando me pasa eso, me desespero. Necesito que me abracen.
A veces llamo a un amigo, otras me quedo con mi perro y mis dos gatos
y hablo con ellos y les doy voces, como si me respondieran. Uno, como
actor, no puede pretender que el espectador entienda estas cosas, pero
sí que las entiendan los compañeros de trabajo. El tema
es que a veces hay entre nosotros egoísmos muy baratos. Pero la
vida también me trajo amigos que confían en mí y
me organizan todo, como mi productor House Waisman y su pareja. En este
terreno es muy difícil destacarse, establecerse, poder continuar
y que te critiquen cuando las cosas no están saliendo bien. En
Enterradas hasta acá, un espectáculo con Micky Ruffa, a
veces nos pasábamos, y me parece bien que nos critiquen si sobreactuamos.
¿Tiene un público seguidor?
Me cuesta creer en eso, pero ese público existe. En varios
matches de improvisación tuve un grupito de chicas que iba a todas
las funciones. Yo les preguntaba si no se aburrían, pero ellas
decían que no. Quizá porque mis espectáculos tienen
una relación directa con el espectador, que no es agredido ni confundido
y puede decodificar la acción inmediatamente.
¿Le interesa otro tipo de teatro?
Me gusta el teatro clásico, pero desmembrado. Haría
la Desdémona del Otelo, de Shakespeare. Prefiero los personajes
femeninos, porque me siento más identificado: se quiebran, se apasionan
y enloquecen más que los masculinos. Les encuentro mucha más
verdad.
¿Cómo elige a sus compañeros de elenco?
Me gustan las personas que en sus vidas tienen problemáticas
interesantes para ofrecer. Bárbara Volcán es una transexual
que conocí hace cuatro años viendo un video de Los Pericos.
Confieso que la prejuzgué. Cuando nos encontramos, pensé
que lo primero que iba a hacer era defenderse atacando, porque los transexuales
son muy agredidos por la sociedad. Pero no, ella se sentó a mi
lado, me pidió un rouge, se lo presté, me preguntó
de qué signo era, se lo dije, habló del signo y así
me dio a entender que quería realmente comunicarse. Con ella hicimos
Cumbiambo. Después fue la peluquera de uno de mis talleres.
|