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Habrá cambios, pero las listas sábana seguirán
El ex ministro del Interior Carlos Corach no logró respaldo para su proyecto de modificar las listas sábana. Hubo críticas del PJ y del radicalismo. El Senado seguirá discutiendo el tema.

Uno de los caballitos de batalla de la reforma política era la eliminación de las listas sábana. Todos los legisladores estaban, en principio, de acuerdo con ello. Pero no era tan así. Ayer, el oficialismo presentó una propuesta diametralmente opuesta a la que se discutía. Tras varias horas de debate, los senadores decidieron mantener el sistema cuestionado ante la imposibilidad de alcanzar un acuerdo. Al cierre de esta edición, el cuerpo suspendía una vez más la sesión cuando se encontraban discutiendo las elecciones internas abiertas. En un salón contiguo, la ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, se aprestaba a exponer ante los senadores la situación que atraviesa Aerolíneas Argentinas.
Los senadores llegaron al recinto y tras conseguir el quórum, se dedicaron de lleno al tratamiento de los dictámenes de la reforma política. El punto que había quedado pendiente de la semana pasada no era un tema menor: las listas sábanas. El proyecto que promovía Carlos Corach se aplicaría en los distritos electorales importantes, donde por la cantidad de electores se eligen más de 15 diputados nacionales. En esos distritos, Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, se votaría por mitades. Una se regiría por sistema D’Hont y el otro por circunscripción, que deberían ser implementadas por las legislaturas provinciales.
Corach necesitó algo más de una hora para explicar las bondades de su proyecto que poco antes del comienzo de la sesión sufrió un embate imprevisto. Ocurrió que una veintena de diputadas de diferentes partidos -incluso del PJ– habían llegado al Senado para advertirles a los integrantes de ese cuerpo que el proyecto menemista escondía la eliminación del cupo femenino. Pero todo indicaba que, más allá de la intención de las legisladores, la eliminación de las listas sábanas no se iba a concretar. Al menos así lo dejaron trascender senadores radicales.
Y ello se vislumbró cuando el radical cordobés, Luis Molinari Romero, presentó en el recinto un proyecto alternativo: el voto por preferencia. Es decir, el votante podría destacar en la boleta electoral su preferencia por tal o cual candidato. Antes argumentó sobre las falencias del proyecto de Corach. Primero dijo que la determinación de las circunscripciones puede dar lugar a la desaparición de la representación de un partido y para ello recordó lo que sucedió en la provincia de Buenos Aires durante las elecciones de 1954. “El peronismo con el 52 por ciento de los votos se quedó con el 92 por ciento de las bancas”, recordó el radical cordobés. “Fue un error de (Juan Domingo) Perón”, se justificó Corach. Poco después, Molinari le adjudicó un error de apreciación e interpretación de la Constitución Nacional que estipula un sistema electoral uniforme y único. El menemista, en tanto, se desesperaba en su banca, quien exigía a sus colegas de bancada la urgente provisión de un ejemplar de la Carta Magna.
El ex ministro del Interior alegó que el sistema propuesto por los radicales había fracasado en la Capital Federal durante los comicios realizados entre el ‘58 y el ‘62. Mientras, el radical y el menemista se replicaban, desde las bancas no se notaba demasiado entusiasmo por defender la propuesta de uno u otro senador. El delarruista José María García Arecha proponía que los discursos sean cortos. “No se olviden que invitamos a la ministra Bullrich para que hable del conflicto aéreo”, advertía desde el fondo del recinto.
La peronista cordobesa Silvia Raijer decía que el proyecto no era muy preciso a la hora de respetar el cupo femenino y ofrecía una redacción alternativa. “Bueno, bueno. Lo acepto”, le respondió un Corach visiblemente nervioso. Luego llegó el turno de Augusto Alasino. “Hay que hacerle modificaciones”, advertía mientras los radicales lo observaban contranquilidad. La salida la propuso el titular del bloque del PJ, José Luis Gioja, quien planteó posponer el debate de este tema para otra sesión. Así se acordó de palabra. Nada indica que pueda llegar a concretarse.

 

OPINION
Por Martín Hourest *

Cartógrafos del poder

Una política más austera es sin duda un objetivo loable. Hacer política con gestos de austeridad es deleznable.
La danza en torno a la reducción de salarios de legisladores y funcionarios oculta el problema central, que es la pobreza de la representación política, entendida como poner en presencia, en actos y en políticas la voluntad y necesidades de la gente y para no caer en el consejo de Madison, sustraer a los representantes de “las pasiones desordenadas e ilusiones efímeras” del pueblo.
Es éticamente reprobable y socialmente ineficaz que la actividad política y las funciones en el Estado se conviertan en vías para el enriquecimiento personal. O que los partidos se transformen en agencias de colocación de personal. Pero es políticamente falso suponer que una reforma política pasa centralmente por una reducción salarial.
La política se hace austera en términos absolutos y relativos cuando produce hechos y no sólo gestos que encubren la continuidad profunda de estrategias de dominación. Gastar menos para hacer lo mismo sigue siendo una estafa.
La reforma del financiamiento de la actividad política, primer paso necesario, debe ser entendida como un subtema de una reforma política integral, que enriquezca al sistema político, dotándolo de efectiva representación.
Para ello, la puesta en funcionamiento de institutos como la Consulta e Iniciativa Popular y el Presupuesto Participativo servirán para democratizar de manera concurrente a la sociedad, a los partidos y al Estado.
Si el Presidente, los gobernadores, los senadores y los diputados están tan ansiosos por “relegitimar” la actividad política, bien podrían sancionar leyes que convoquen a consulta popular sobre la asignación de un seguro de empleo y formación para los jefes de hogar y una asignación por hijo que haga que ninguna familia quede bajo la línea de pobreza. Sin tendencia a la igualación de oportunidades la democracia se enferma y se emparenta a la estadística.
Esto implicará para el sistema político, que observa graciosamente la rotación de los ganadores electorales y la fijación estructural de los perdedores sociales, replantear la relación que mantiene con los capitales más concentrados, rompiendo la subordinación intelectual que lo une a las políticas de oferta, ajuste y endiosamiento del mercado y la subordinación material de los partidos necesitados de acceder a los recursos del Estado o de las empresas para alimentar estructuras que, se supone, construyen política.
Los políticos deben dejar de convertirse en cartógrafos del poder (descriptores de imposibilidades) y administradores eficaces de argumentos para explicar por qué no se hace lo que se dice y por qué no se dice lo que se hace. Deben demostrar que los partidos no son denunciantes de la impunidad en los ajenos y suministradores de impunidad en los propios: esto es, no aplicar sanciones y convalidar funcionarios corruptos que especulan con la manipulación de planes de emergencia laboral, tráfico de influencias o desvían, en beneficio propio o de sus organizaciones, fondos públicos.
Una verdadera reforma política, que asegure la calidad de la ciudadanía debe romper tres cárceles: la que somete la política a la economía vulgar, la que somete a los Estados a los mercados y la que somete a la gente al destino. Una democracia de alternativas sociales y no de alternancias cómplices.

* Ex subsecretario del Ministerio del Interior.

 

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