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La reforma mendocina que bajó
el delito sin aplicar la mano dura

Fue un cambio al estilo de Arslanian en Buenos Aires, pero sostenido en el tiempo. Hubo reestructuración de la fuerza de seguridad, más control a los agentes, un plan de canje de armas por comida, nada de aumento del poder policial. Y el delito bajó, según el gobierno.
La policía de Mendoza no está habilitada para revisar a cada peatón, o cada
auto que controla. “La concepción fue que la seguridad no es asunto sólo de la policía, sino de la sociedad civil”.


Por Cristian Alarcón

La experiencia mendocina de reforma en el sistema de seguridad provincial podría, tal como parecen estar las cosas a nivel nacional, ingresar en la antología del “Aunque usted no lo crea”, de Ripley. Bajo un “concepto contrario a las propuestas de mano dura y de tolerancia cero”, según los propios funcionarios, se ha logrado, en los últimos tres años, primero controlar el crecimiento del delito en Mendoza, y en lo que va del 2001, según las estadísticas oficiales, disminuir la criminalidad por primera vez en la historia. Nada de ello ha sido conseguido a través del aumento de poderes de la policía, sino de una reforma parecida a la iniciada por el ex ministro León Arslanian en Buenos Aires, pero fracasada tras la presión de la corporación policial y su vinculación con el poder político. Fueron necesarios tres desaparecidos en democracia, una sanción de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por no haber logrado justicia en esos casos –cuya responsabilidad siempre fue de la policía provincial-, y el asesinato de Sebastián Bordón como extremo del modelo represivo heredado de la dictadura, para que por fin Mendoza iniciara una reforma de su sistema de seguridad. Fue después de la huelga policial de octubre de 1988, cuando los agentes provinciales se autoacuartelaron frente a la gobernación durante tres días. El entonces gobernador Arturo Lafalla creó el Ministerio de Justicia y Seguridad, estructurado en tres áreas; además de las que le dan nombre, la de Relaciones con la Comunidad. “La concepción fue que la seguridad no es un asunto sólo de la policía, sino de la sociedad civil entera, aunque la responsabilidad es del Estado”, explica a Página/12 Gabriel Conte, secretario de la tercera pata del Ministerio, por la gestión aliancista que continuó lo iniciado por el justicialismo.
Acompañando una reforma estructural de la policía –que fue dividida en seis áreas y a la que se le quitó la figura del jefe policial y se le puso una jefatura civil– el gobierno lanzó un plan de canje de armas. Por cada arma que entrega un ciudadano, en lugares como cámaras de comercio, uniones vecinales, o la propia secretaría de Relaciones con la Comunidad, recibe un ticket por el valor de 50 pesos que puede canjear por comida o medicamentos. Así se recuperaron 2600 armas. A ello se le sumó un teléfono de denuncias anónimas, el 0-800 22 ARMA, en el que se puede denunciar la venta, tráfico y alquiler ilegal de armas de fuego. La policía mendocina no está habilitada para revisar a cada peatón, o cada auto que controla, pero dispone de detectores de armas. Si la persona no accede a mostrar lo que lleva encima, puede ser detenido por averiguación de antecedentes.
Este año, el Ministerio lanzó los denominados “rondines por cuadrícula” para controlar la seguridad en el Gran Mendoza, donde vive un millón de habitantes. “Sacamos a la policía de las comisarías y la pusimos a vincularse con las entidades, los comerciantes, las asociaciones, las escuelas, con la idea de que cada patrullero tenga asignada una zona. Pero el afán no es que los uniformados tomen la ciudad, sino que el policía esté al alcance de la gente, que lo vean y que siempre sea el mismo”, explica Conte. La superficie a controlar por cada rondín depende del “grado de conflictividad de la zona”, evaluado de acuerdo a las estadísticas sobre cantidad de delitos, cantidad de habitantes, densidad poblacional, ubicación de escuelas, hospitales, comercios y bancos.
A la reforma de la política de seguridad mendocina, el gobierno le suma la del Poder Judicial, que hacia fin de año pasará a tener un sistema acusatorio, inspirado en el Pacto de San José de Costa Rica, con fiscales y jueces de Garantía. Así, a contramano de la política de emergencia que se auspicia a nivel nacional, desde la misma Alianza el gobierno mendocino promociona sus logros en materia de seguridad: “Según la estadística policial y las encuestas de victimización, en el año 1998 el delito creció un 20 por ciento. En 1999, creció un diez por ciento. En el 2000 creció un3 por ciento. En el primer cuatrimestre de 2001 bajó un cuatro por ciento”, según los datos repasados por Conte.

 


 

TORTURAS Y MALOS TRATOS EN COMISARIAS BONAERENSES
Una advertencia de la Corte

Abusos sexuales, tormentos, vejaciones, robos, todo ello en perjuicio de menores de edad, conforman la espeluznante y detallada lista de denuncias contra policías de la comisaría 1ª de Quilmes, según la investigación que desarrolla un fiscal. Y que ahora la propia Suprema Corte de Justicia bonaerense tomó en consideración: pidió la intervención del gobernador Carlos Ruckauf, ya que los hechos “son reiteración de los malos tratos infligidos en otras seccionales”. Además, un juez ordenó la clausura de una comisaría de Berisso por “no reunir las condiciones mínimas de higiene” para los menores allí alojados.
“Los hechos vejatorios incluyen requisas inmotivadas mediante procedimientos degradantes –destacó el presidente de la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, Elías Laborde–; los menores reciben palizas y son obligados a exhibir partes íntimas de su cuerpo, orinar en botellas o pelearse sólo para agrado de un oficial de policía.”
La investigación es efectuada por el fiscal Luis Armella, quien se hizo presente en la Seccional 1ª de Quilmes. Según una fuente policial, los efectivos incriminados continúan prestando servicio en esa sede, aunque “afectados a otras funciones”.
El apellido de uno de los policías acusados es Fontanini, y “cuando llega un preso nuevo lo hace desnudar en el pasillo, y a veces en el baño le levanta los testículos, le hace abrir la cola y le grita ‘Quiero ver tu agujero’”, según consta en la declaración de uno de los menores. Según el testimonio del adolescente, el policía “nos lleva al fondo, que es oscuro y no tiene luz, pone en el piso lavandina y detergente y nos hace respirar eso, que nos hace llorar y se nos caen los mocos”.
En el expediente consta que el personal policial “los hacía correr desnudos y les pegaba patadas en la cola y les hacía hacer flexiones con las manos en la nuca, tirándoles los colchones y las cosas y luego los obligaba a ordenar todo. Cuando querían ir al baño, no los dejaban, diciéndoles que para orinar lo hicieran en una botella, y si querían defectar que lo hicieran en una bolsa. Fontanini los hacía pelear entre ellos, turnándolos de a uno mientras decía: ‘Ahora vos descansá y seguí vos’”. Además, “les eran sustraídos los elementos de higiene o de cualquier índole llevados por los familiares”. Una vez, “el policía le sacó un juguete a un chico, le pegó un cachetazo y le dijo que iba a quedar bien con su sobrino, refiriéndose al juguete que le había quitado”. Por otra parte, el juez Claudio Bernard clausuró la comisaría 4ª de Berisso, donde los calabozos se inundaban, carecían de colchones y estaban infestados de cucarachas. Las condiciones “son mucho más gravosas que las de la comisaría 3ª de Los Hornos”, desde la que habían sido trasladados los chicos tras su clausura, por similares motivos, hace una semana.
Ante estos hechos, la Suprema Corte envió copias de las denuncias a Ramón Verón, ministro de Seguridad bonaerense; a Irma Lima, titular del Consejo del Menor provincial, y dispuso “llevar la problemática expuesta a consideración del señor gobernador Carlos Ruckauf”. En los últimos cinco meses hubo más de 400 denuncias por torturas a niños en comisarías e institutos bonaerenses.

 

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