Por Esteban Pintos
Tony camina descalzo. Tiene
cara de recién despierto y su voluminoso abdomen sobresale de una
bata blanca desprendida. Recoge el diario The Star Ledger de Nueva Jersey,
lee el principal titular (La mafia compite por los contratos de
recolección de basura. Temor de violencia), esboza una mueca
de sorpresa y vuelve al interior de su mansión. Así son
las primeras imágenes de la tercera temporada de Los Sopranos,
que se estrena esta noche a las 22 por el canal 29 de Multicanal (Cineclic)
y el 518 de DirecTV. A partir de mañana y todos los sábados
en ese mismo horario, la serie que cambió la historia de las series
en la televisión de los Estados Unidos continuará durante
catorce semanas, pero sólo podrá ser vista en las señales
codificadas de ambos sistemas. Pertenecer, se sabe y no solamente en este
caso, tiene sus privilegios.
Los Sopranos cuenta la historia de un mafioso con ataques
de pánico que recurre al psicoanálisis para curar ese y
otros problemas. Una definición reduccionista por cierto, aunque
no inverosímil: durante el desarrollo temático de los 26
capítulos visto hasta ahora y en los próximos 14, esa es
la cuestión central del relato. Tony Soprano (James Gandolfini,
hasta aquí actor de reparto en El último gran héroe
o la más reciente Erin Bronkovich, una mujer audaz, y otras tantas)
dirige la familia que controla el crimen organizado en el estado de Nueva
Jersey, pero no está bien. Siente culpa, frustración, miedo,
ansiedad y todo un stress propio de gerente general de una gran empresa
aunque ilegal, empresa al fin, a lo que debe sumar aquello
que viene de su propia familia: una esposa que también convive
con la culpa sazonada convenientemente con frustración, una hija
en edad de universidad que ya resignó al particular estilo de vida
que llevan, un hijo en la secundaria que lee a Nietzsche, fuma marihuana
y vive atornillado a su tabla de skate.
Por encima de todo, la figura siniestra de su madre Livia -literalmente
madre de casi todos sus padecimientos psicológicos e incluso cabeza
de una conspiración que intentó terminar con su vida en
un turbulento episodio pasado. El cóctel familia +
familia entra en ebullición y Tony deja de respirar normalmente,
se marea y desmaya. Panic attack. El síntoma de los tiempos que
corren, aún para un mafioso criado entre códigos de silencio
y lealtades por encima de cualquier parentesco de sangre.
Fue ahí cuando, ¡horror!, comenzó su tratamiento psicológico,
sesiones que arrancaron con la serie misma y que prometen continuar este
año. La relación de Tony con la doctora Melfi (impecable
personificación de Lorraine Bracco, aquella esposa de mafioso en
Buenos Muchachos) claro está, aparece inevitablemente signada por
las pocas pulgas del paciente, la tensión sexual, inclusive
de cada diálogo y el conflicto éticopersonal que llevó
a la psicóloga a tener que analizarse ella misma y que, durante
un buen tiempo de la pasada temporada, a buscar en el alcohol un calmante
para su propio stress. El señor Soprano, mientras tanto, se refugia
en su dosis diaria de Prozac. Así son los tiempos modernos para
la mafia del siglo XXI.
Lo que distingue a Los Sopranos de cualquier otro producto
por el estilo aquí debe necesariamente incluirse a la película
Analízame, aquella de Robert De Niro mafioso y Billy Cristal psicólogo,
aunque realizada en tono decididamente de comedia, y que le ha posicionado
dentro del subgénero de mafia como una de las grandes
historias del cine y la televisión de los últimos cincuenta
años, es la ambición y profundidad de los guiones, el desarrollo
dramático de cada personaje, el realismo de las situaciones, un
tipo de humor negro llevado al límite de tolerancia y también,
ese indudable atractivo de los protagonistas. Como sucedía en El
Padrino, como pasaba con Buenos Muchachos, los mafiosos deLos Sopranos
se hacen querer y bien pueden merecer el reiterado adjetivo calificativo
de cool. Aun cuando son violentos, machistas, racistas, homofóbicos
e intolerantes, tienen algo que los hace parecer mucho más listos,
graciosos y elegantes que cualquiera honorable (y aburrido) ciudadano.
El influyente The New York Times consideró a la creación
del veterano productor-guionista David Chase como una pieza maestra
de la cultura pop moderna. Se trata, efectivamente, de una alucinante
combinación de grandes escenas, violencia, buenas actuaciones,
música ambiental, situaciones cotidianas, traición, muerte
y redención. Semejante cuadro de situación excedería
cualquier intento de serie por el estilo, menos a Los Sopranos.
He ahí su poder: tragicomedia de la vida real en donde la sangre
se combina con la salsa para los spaghetti, el programa que revolucionó
el mercado televisivo en Estados Unidos no olvidar que no está
producido por ninguna de las tres grandes cadenas nacionales de aire ABC,
CBS y NBC y ya tiene su propio culto montado alrededor de una familia
a punto de acceder al Olimpo de las familias mafiosas en las artes visuales.
Hasta ahora, decir mafia era decir Corleone. Ahora habría que agregar
Soprano también.
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