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HOY COMIENZA A EMITIRSE LA TERCERA TEMPORADA DE “LOS SOPRANOS”
“Buenos muchachos” psicoanalizados

La historia es la de un mafioso de hoy,
que tiene ataques de pánico y recurre al
psicoanalista. Pero la trama tiene poco
que ver con la comedia �Analízame�
(con Robert De Niro y Billy Cristal),
sobre todo por la violencia que la define.

La familia de Tony Soprano en pleno.
El mayor problema del padrino es la familia, con minúsculas.

Por Esteban Pintos

Tony camina descalzo. Tiene cara de recién despierto y su voluminoso abdomen sobresale de una bata blanca desprendida. Recoge el diario The Star Ledger de Nueva Jersey, lee el principal titular (“La mafia compite por los contratos de recolección de basura. Temor de violencia”), esboza una mueca de sorpresa y vuelve al interior de su mansión. Así son las primeras imágenes de la tercera temporada de “Los Sopranos”, que se estrena esta noche a las 22 por el canal 29 de Multicanal (Cineclic) y el 518 de DirecTV. A partir de mañana y todos los sábados en ese mismo horario, la serie que cambió la historia de las series en la televisión de los Estados Unidos continuará durante catorce semanas, pero sólo podrá ser vista en las señales codificadas de ambos sistemas. Pertenecer, se sabe y no solamente en este caso, tiene sus privilegios.
“Los Sopranos” cuenta la historia de un mafioso con ataques de pánico que recurre al psicoanálisis para curar ese y otros problemas. Una definición reduccionista por cierto, aunque no inverosímil: durante el desarrollo temático de los 26 capítulos visto hasta ahora y en los próximos 14, esa es la cuestión central del relato. Tony Soprano (James Gandolfini, hasta aquí actor de reparto en El último gran héroe o la más reciente Erin Bronkovich, una mujer audaz, y otras tantas) dirige la familia que controla el crimen organizado en el estado de Nueva Jersey, pero no está bien. Siente culpa, frustración, miedo, ansiedad y todo un stress propio de gerente general de una gran empresa –aunque ilegal, empresa al fin–, a lo que debe sumar aquello que viene de su propia familia: una esposa que también convive con la culpa sazonada convenientemente con frustración, una hija en edad de universidad que ya resignó al particular estilo de vida que llevan, un hijo en la secundaria que lee a Nietzsche, fuma marihuana y vive atornillado a su tabla de skate.
Por encima de todo, la figura siniestra de su madre Livia -literalmente– madre de casi todos sus padecimientos psicológicos e incluso cabeza de una conspiración que intentó terminar con su vida en un turbulento episodio pasado. El cóctel “familia” + familia entra en ebullición y Tony deja de respirar normalmente, se marea y desmaya. Panic attack. El síntoma de los tiempos que corren, aún para un mafioso criado entre códigos de silencio y lealtades por encima de cualquier parentesco de sangre.
Fue ahí cuando, ¡horror!, comenzó su tratamiento psicológico, sesiones que arrancaron con la serie misma y que prometen continuar este año. La relación de Tony con la doctora Melfi (impecable personificación de Lorraine Bracco, aquella esposa de mafioso en Buenos Muchachos) claro está, aparece inevitablemente signada por las pocas pulgas del paciente, la tensión –sexual, inclusive– de cada diálogo y el conflicto éticopersonal que llevó a la psicóloga a tener que analizarse ella misma y que, durante un buen tiempo de la pasada temporada, a buscar en el alcohol un calmante para su propio stress. El señor Soprano, mientras tanto, se refugia en su dosis diaria de Prozac. Así son los tiempos modernos para la mafia del siglo XXI.
Lo que distingue a “Los Sopranos” de cualquier otro producto por el estilo –aquí debe necesariamente incluirse a la película Analízame, aquella de Robert De Niro mafioso y Billy Cristal psicólogo, aunque realizada en tono decididamente de comedia–, y que le ha posicionado dentro del subgénero “de mafia” como una de las grandes historias del cine y la televisión de los últimos cincuenta años, es la ambición y profundidad de los guiones, el desarrollo dramático de cada personaje, el realismo de las situaciones, un tipo de humor negro llevado al límite de tolerancia y también, ese indudable atractivo de los protagonistas. Como sucedía en El Padrino, como pasaba con Buenos Muchachos, los mafiosos de”Los Sopranos” se hacen querer y bien pueden merecer el reiterado adjetivo calificativo de cool. Aun cuando son violentos, machistas, racistas, homofóbicos e intolerantes, tienen algo que los hace parecer mucho más listos, graciosos y elegantes que cualquiera honorable (y aburrido) ciudadano.
El influyente The New York Times consideró a la creación del veterano productor-guionista David Chase como una “pieza maestra de la cultura pop moderna”. Se trata, efectivamente, de una alucinante combinación de grandes escenas, violencia, buenas actuaciones, música ambiental, situaciones cotidianas, traición, muerte y redención. Semejante cuadro de situación excedería cualquier intento de serie por el estilo, menos a “Los Sopranos”. He ahí su poder: tragicomedia de la vida real en donde la sangre se combina con la salsa para los spaghetti, el programa que revolucionó el mercado televisivo en Estados Unidos –no olvidar que no está producido por ninguna de las tres grandes cadenas nacionales de aire ABC, CBS y NBC– y ya tiene su propio culto montado alrededor de una familia a punto de acceder al Olimpo de las familias mafiosas en las artes visuales. Hasta ahora, decir mafia era decir Corleone. Ahora habría que agregar Soprano también.

 

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