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Muerte de un gran
actor desocupado
Por José Pablo Feinmann

Era el mes de enero de 1982 y Adolfo Aristarain empezaba a filmar Ultimos días de la víctima. Ahí conocí a Arturo Maly. Se filmaba en una locación al aire libre. Había un sol tenue y una brisa incesante. Se puede ver en la película. Arturo hace su escena con Elena Tasisto. Arturo era Külpe, el tipo al que sigue Mendizábal, que lo hacía Luppi. Corte. Arturo viene y me lo presentan. Lo conocía bien. De La parte del león y de Tiempo de revancha. Un actorazo. Después nos conocimos mejor. Nos hicimos amigos.
A Arturo Maly siempre le importó mucho este país. También sintió siempre que este país no le daba lo necesario. Que no lo alimentaba. Que no podía, con su trabajo, con su talento, ganar lo suficiente para vivir tranquilo. En 1987 se fue a Puerto Rico a hacer telenovelas. Recuerdo el comentario de alguien: “Perdemos un actor, eh”. En Puerto Rico volvimos a encontrarnos. Yo había ido por la filmación de Tango Bar. Cierta noche cenamos con Raúl Juliá, que le pregunta a Arturo por qué está en Puerto Rico. Arturo le dice: “Porque mi país no me alimenta”. Luego, volvió.
Había hecho –en la tele, en 1984, creo– una maravillosa interpretación del obsesivo coronel del cuento de Walsh “Esa mujer”. Estaba muy orgulloso de eso. En enero de este año –cenando con Patricio Contreras y Juan Cosín, como a menudo lo hacíamos–, se acordó de esa interpretación. “Miren”, dice, “las cosas que hacía yo en televisión: Walsh”. Y lo dice como diciendo vean lo que tengo que hacer ahora, desde hace diez años más o menos. “Pero no importa”, añadía, “Ahora la cosa es tener laburo”. Alguna vez volverá la calidad. Como sea, él la lograba siempre. Todos recuerdan sus villanos televisivos, la excelencia actoral que ponía en ellos. Era fantástico Arturo. En Hollywood hubiera sido Robert Duvall. O Ed Harris. Un segundo que siempre es primero. Una estrella que raramente encabeza un cast, pero es una estrella.
Eduardo Mignogna –el lunes pasado– me dijo: “En la función de ayer la gente se puso de pie y aplaudió cuando salió Arturo”. Lo querían. Era la primera de la noche de La fuga y lo aplauden dos veces a Maly: cuando sale su nombre en los créditos y cuando aparece. Se paran cuando aparece. No son muchos los que logran eso cuando se van de este mundo. Tanto lo querían. Era un villano y lo querían.
A este asiduo villano lo asediaba el tema del Mal. Lo llevaba en su apellido. Si le sacan la “y” a Maly, queda solamente y nada menos que Mal, el tema que asediaba a Arturo. Sabía mucho de historia alemana. Conocía a fondo, padeciéndolos, los horrores del nazismo. Eran alemanas las raíces familiares de Arturo. Un día llega y cuenta: “Hace tiempo estudié los nombres de todos los campos de concentración del nazismo. Hay uno que se llama Maly. ¿Se puede saber eso y no ser un trágico?”. Siempre había algo de urgente, de inminente en Arturo. Como si lo corrieran. O como si escapara de algo. Era alegre, jodón, se reía mucho, comía y tomaba y contaba chistes, pero nunca parecía tranquilo del todo.
Durante el último año y medio nada le salió bien. Arturo era del Frepaso, era muy amigo de Chacho, jugaban juntos al tenis. “Sos la farándula de Chacho”, solía decirle yo. Arturo (que luchaba por este país porque quería, alguna vez, vivir en él sin miedo) sufrió mucho por lo de Chacho. Sufrió por todo. Sufrió, paso a paso, el deterioro de un proyecto en el que había creído, o había deseado creer. “¿Te seguís viendo con Chacho?”, pregunto. “No, ya no. Casi nunca. Está deprimido. Qué sé yo qué le pasa”. Se ríe y dice: “Está como el país”.
Desde hace un tiempo hacía una obra sobre desocupados: Sinvergüenzas. La de esa película inglesa, la de los tipos que se quedan sin laburo y hacen strip tease. Quedarse sin laburo no sólo era lo que le pasaba a su personaje, era el más grande miedo que Arturo tenía. Para entendernos: Arturo era un gran actor, pero no un santo. Acaso viviera más allá de sus posibilidades y eso lo angustiaba mucho. Podría haber reducido gastos.Vender el coche. Cambiar de casa. No sé, algo así. Pero confiaba en que siempre habría de surgir algo. Sobre todo en televisión, claro. Donde tan sólidamente se había instalado, donde sus villanos parecían insustituibles. Pero no. Su muerte es consecuencia de la realización de su pesadilla más tenaz: Arturo Maly murió como un desocupado. Murió de tristeza porque su país –una vez más, peor aún que cuando se fue a Puerto Rico– dejó de alimentarlo.
Me lo dijo exactamente el 12 de mayo. Lo llamé por teléfono para invitarlo al estreno de El amor y el espanto, que era el 14. Estaba en cama. Hablaba como ronco, con una voz muy apagada, con un desaliento irrestañable. “Sí, voy a ir”, me dijo. Y añadió: “Aquí, si no te ven, creen que estás enfermo y no te llaman más”. “Pará, no es para tanto”. “Oíme, querido”, dice, “¿Sabés qué me pasó hoy? Me echaron de la tira”. “No me jodas, no puede ser. Te darán algo nuevo”. “Sí, de mucamo que dice el almuerzo está servido”. Se detiene. Escucho, siento su respiración. “Quedate tranquilo. El lunes estoy ahí”.
El lunes estaba. Estaba flaco, pálido y se cerraba el sobretodo sobre el pecho, sobre el cuello, como si tuviera frío. Fue la última vez que lo vi. No se cansaba de decirle a todo el mundo que estaba bien, que estaba sano, que no había tenido nada. Tenía 63 años. Un año atrás se había puesto unos pelos sobre la cabeza. Un injerto que se hizo en Brasil porque también sabía que ser pelado era un peligro, que podía perderlo todo por eso. Pero no lo perdió por eso. Zafó de la pelada, bastaron unos cuantos pelos que luego se peinaba como si fueran un tornado. Cuando se apareció por primera vez con el injerto, semejaba un pájaro loco, loco y temeroso. “Tranquilo, Arturo. De la pelada zafaste”. No zafó del corazón. Tuvo algo en enero, durante la gira de Sinvergüenzas. Le dijeron que no había sido nada. Que siguiera. Siguió. Y otra vez tuvo algo en mayo, en Rafaela. Otra vez le dijeron que no era nada. Otra vez le dijeron que siguiera, pero no pudo. “Me echaron de la tira”, me dijo el viernes 11 de mayo. Se murió dos semanas después, el 25, el día de la patria. Algunos diarios titularon: “Se murió un gran actor”. También podrían haber dicho: “Se murió un desocupado”. Y también: “Se murió de argentinitis”. Porque Arturo Maly se murió de eso. Lo mató el país.



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