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PANORAMA POLITICO
Por J.M. Pasquini Durán

Sospechosos

Los que guardan memoria de los primeros años ‘90, recordarán al empresario periodístico que en su programa de televisión anunciaba tiempos nuevos con una sostenida campaña de propaganda a favor de las privatizaciones realizadas por el menemismo. Para burlarse de los críticos solía repetir que si desarmaba un teléfono no encontraba la soberanía. Pasó una década y si hoy desmantelara el único avión que le queda a la empresa Aerolíneas Argentinas, cedida al Estado español según ese plan de enajenación del patrimonio nacional, tampoco podrá encontrar la menor señal de la modernidad y el progreso que prometieron aquellos rematadores a cambio de liquidar una empresa respetable. Con similares argumentos, matizados por un sistema privatizado de coimas, cedieron las atribuciones del Estado a “los mercados”, abdicando de todas las responsabilidades como rector de los derechos y garantías de los ciudadanos, según manda la Constitución. Entregaron propiedad y control mediante la rendición incondicional de los intereses de la nación y del pueblo. Ellos sembraron vientos y ahora los argentinos cosechan tempestades.
En medio de la tormenta, para peor, la mayoría tiene la sensación escalofriante de que la nave nacional anda al garete, sin piloto ni brújula. Esta generalidad, como sucede con casi todas las de su tipo, es más emotiva que rigurosa. Al presidente Fernando de la Rúa no le faltó decisión para defender en público al Jefe del Ejército, Ricardo Brinzoni, incluso anteponiendo su personal veredicto de inocencia al de los tribunales que investigan al general por su posible responsabilidad en la masacre de Margarita Belén. La misma voluntad le alcanzó para aprobar el voto contra Cuba en la ONU, para rebajar los salarios y aumentar los impuestos, para aprobar el “megacanje” de bonos a tasas usurarias, cargando la deuda pública a varias generaciones futuras, para fingir ignorancia sobre los sobornos en el Senado o para criticar las crónicas y opiniones de la prensa, nacional o extranjera, que no son de su afecto.
Los ataques de anomia aparecen cada vez que los legítimos acreedores de la deuda social reclaman su parte. Hay indecisión para defender la aerolínea de bandera y preservar siete mil empleos, para organizar el subsidio a los desempleados que los saquen del pozo de la extrema miseria, para poner de pie la dignidad del Estado frente a los abusos de inversores, de banqueros o de proveedores de servicios públicos, para asegurar los derechos populares a la educación, la salud y la justicia. De este mínimo recuento de fuerzas y debilidades, lo que surge es una evidencia palpable: el gobierno es conservador, tanto como lo fue el menemismo, pero finge que es progresista, como prometía la Alianza, por simple cálculo electoral, y el disimulo asume la apariencia de una voluntad fragmentada o inexistente. Además, la apabullante ineficacia en la administración de los asuntos públicos agrava las peores opiniones sobre su gestión, puesto que a menudo llega mal y tarde para atender hasta los simples trámites. Así, ni siquiera lucen los escasos aciertos resolutivos, obtenidos muchas veces por el ímpetu de las protestas.
De ese modo, alienta las medidas de fuerza, aun las más extremas, porque son la única vía más o menos efectiva de demanda social que consigue algún resultado positivo. ¿A quién le puede extrañar que desde el martes pasado haya piquetes activos de desempleados en Lanús, Solano, Quilmes, Florencio Varela, Luján y La Plata, o que los universitarios salgan a cortar calles de la Capital? A esta altura, lo raro sería una paz social sin sobresaltos y sólo la solidaridad en comedores populares y a través de otras formas impide que no sea mayor todavía el número de esas prácticas. El Gobierno sospecha que la combatitividad de Hugo Moyano está viciada por los apetitos del gobernador bonaerense, pero lo cierto es que mientras se entretiene en desentrañar esas presuntas o reales conjuras, en la calle seacumulan razones para que las huelgas convocadas por la CGT disidente tengan respaldo masivo, como es posible que suceda el próximo viernes 8.
Por derecha o por izquierda, la sociedad está intoxicada por todo tipo de sospechas, justificadas en muchos casos pero también usadas a veces para eludir el compromiso con la realidad. Tal vez, aquella frase de “por algo será” inauguró en el último cuarto de siglo uno de los peores usos de las sospechas. Con todo, en esta materia el Poder Ejecutivo le saca ventaja a cualquiera. De todo recela: al general Brinzoni lo querrían tumbar otros militares deseosos de ir al combate contra el narcotráfico bajo la conducción del Pentágono norteamericano; los sindicatos en conflicto por Aerolíneas Argentinas responden a intereses empresarios cruzados de varias nacionalidades; los piquetes son el producto de agitadores profesionales que han hecho un oficio de esa actividad o buscan la anarquía.
El centro de las desconfianzas oficiales lo ocupa el gobernador Carlos Ruckauf, a quien le atribuyen planes diversos para llegar a la Rosada cuanto antes, por lo menos antes que el drama social de su distrito arrase con los actuales índices de popularidad en las encuestas de opinión. La última versión lleva por título “fundación de la III República” (dando por sentado que la primera abarcó el período 1853/1955 y la segunda desde la caída de Perón hasta la actualidad), con tres capítulos sucesivos: provocar la renuncia anticipada del actual gobierno, lograr que la asamblea legislativa le conceda la Presidencia al gobernador hasta el fin del actual mandato y, en ese plazo, disolver los poderes Legislativo y Judicial con la excusa de acabar con las mafias que los controlan, en el más puro “estilo Fujimori”, para lo cual contaría con respaldo popular debido al desprestigio de las instituciones representativas.
Ya que de recelos se trata, los analistas oficiales deberían computar al Senado como miembro activo de esa presunta conjura, ya que el cuerpo hace todo lo posible por aumentar el disgusto público. El último reclamo de los senadores por el cobro de aguinaldo que no les corresponde, y la subsecuente decisión de retirar toda la publicidad oficial de los medios de difusión como una amenaza para silenciar los comentarios críticos, confirma las peores opiniones desde el escándalo de los sobornos por la ley de reforma laboral. Aun sin tomar en cuenta los perjuicios económicos que ocasionaría, sobre todo por su impacto en los medios más débiles, esa decisión pasa por alto el derecho a la información de los ciudadanos. La publicidad de los actos oficiales es una obligación constitucional del gobierno, pero está claro que para los senadores auspiciantes de la medida se trata de un recurso más del tráfico de influencias, algo así como un soborno institucional.
Es un razonamiento que busca el desprestigio colectivo, para evitar que resalte el propio, con una lógica parecida a la que sostiene que la mera existencia de coimeros en la democracia habilita el retorno de las dictaduras. Por supuesto que la corrupción, sobre todo cuando queda impune, corroe la confianza pública en la democracia, pero los despotismos en el país albergaron innumerables corrupciones y negociados con los peores métodos mafiosos, a punto tal que el último régimen de esa naturaleza otorgó a sus miembros el “derecho al botín”. Ya en el siglo XV el fraile dominico Girolamo Savonarola atacaba a los Médicis con sermones en los que afirmaba que “los tiranos son incorregibles porque son soberbios, porque les agradan las adulaciones, porque no quieren devolver lo mal habido, dejan obrar a los malos oficiales, se doblegan ante los halagos, no escuchan a los míseros, no condenan a los ricos, pretenden que los pobres y campesinos trabajen para ellos, corrompen las elecciones y oprimen cada vez más al pueblo” (M. Viroli, Maquiavelo, su biografía). Según la experiencia argentina, esos requisitos malévolos también puedendarse en algunos regímenes republicanos y hasta en otros formalmente democráticos.
A propósito de corrupciones, las noticias de la semana fueron cerradas por la denegatoria del juez Urso a la autorización para ausentarse del país solicitada por los abogados de Carlos Menem, que planeaba, dijeron, viajar a Siria con su flamante esposa. La negativa reafirmó la trascendencia que puede alcanzar el juicio por el contrabando de armas a Croacia y Ecuador, no importa si fue el acto de mayor o menor grado de ilícitos de la década pasada. A cuantos desean la igualdad ante la ley, que son mayoría en el país, el pronunciamiento judicial les habrá resultado más prometedor que los anuncios de Domingo Cavallo, un ubicuo socio del menemismo, sobre la recaudación impositiva y las tan reiteradas como incumplidas promesas de inminente reactivación económica. Las cuentas y los cuentos gubernamentales siguen a contramano de las indignaciones y padecimientos de millones de ciudadanos, más cerca del fraile Savonarola que de los riquísimos Médicis.


 

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