Por Julián
Gorodischer
Carlitos Balá, tras
el regreso, se siente agradecido: La publicidad me dio lo que me
niegan los programas de la tele: un espacio, dice. El favorito de
los chicos de los 80 vuelve, por estos días, a la pantalla como
lo hacen Eduardo Bergara Leumann, Leopoldo Jacinto Luque, José
Narosky y Marcos Zucker, arrastrados por el último grito entre
los publicistas: la certeza de que el humor absurdo vende, y mucho. El
recurso sirve, aseguran, para promocionar las ventas por Internet de un
supermercado (Disco virtual), un café instantáneo (Bonafide),
el servicio de una telefónica (Telecom y Telefónica) o el
de una firma de TV satelital (DirecTV), con un solo requisito: cuanto
más inesperada sea la aparición de un veterano o más
fuerte la sorpresa crece la conformidad de los creativos. El disparate,
dicen, reditúa.
Una de las perlas de la temporada es el aviso de DirecTV en el cual una
mujer consulta a su cirujano plástico. Quiero la sonrisa
de la conductora de Disney Channel..., solicita, y pasa a enumerar
otros rasgos de famosas. El médico, un no abonado, desconoce las
menciones, y al quitar las vendas revela una sorpresa: la mujer tiene
ahora el rostro de Marcos Zucker, y una expresión de horror. El
remate, queda claro, no se olvida. Para el propio Zucker, consultado por
Página/12, la experiencia de poner la cara fue inusual. Me
llamaron y me tentaron con la cifra. Sin embargo, nunca estuve del todo
convencido: un actor, y yo lo soy hace 74 años, debe hacer teatro,
sin bifurcarse. A veces, no queda otra, explica.
Dice Laura Iribarren, semióloga y publicista, que el comercial
de Zucker es un ejemplo de buen vínculo entre interés comercial
y una idea ocurrente. La publicidad es fantástica porque
causa gracia y es efectiva. Presenta un hilo de ideas que se va desencadenando,
siguiendo la lógica del chiste, opina. Sin embargo, asume
que ese mérito no atañe a todo el boom del absurdo: En
cierta forma, los creativos corren el riesgo de dejarse seducir por una
idea que no vende, que vale sólo por sí misma.
En uno de los últimos spots de Telecom, Rodolfito (el actor Leonardo
Azamor) habla por teléfono con su familia desde su primer departamento
de soltero. ¿Todo bien, tus cosas bien, la casa bien, todo
bien?, preguntan sucesivamente mamá, papá y la abuela,
instalando una muletilla que hoy se repite en bares, casas y oficinas.
El relato deriva en lo imprevisible; el tubo pasa de mano en mano, y también
Leopoldo Jacinto Luque, un perro parlante (Coco) y Eduardo
Bergara Leumann quieren sumarse a la inquisitoria. Aparecen sin justificarse,
como en un cuadro de asociaciones libres; están en la casa, y no
se sabe bien por qué.
En definitiva, esa inmotivación es la que los legitima. Las
apariciones inesperadas son tiernas y divertidas, analiza Sebastián
Wilhelm, director creativo de Agulla y Baccetti, la agencia que ideó
el comercial. Creo que el humor absurdo le gusta a la gente, lo
disfruta. ¿Si puede llegar a saturar? No, si está bien aplicado;
en todo caso, de lo que uno puede cansarse es del chiste malo, y no de
una buena publicidad.
Un nombre de pila y una línea de texto contundente pueden convertirse
en una pesadilla para los actores; será imposible, después,
subestimar el peso del comercial en sus carreras. Quien no necesita que
se lo cuenten es Daniel Hendler, un actor uruguayo reconocido como mejor
intérprete en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires
(por la película 25 watts) a quien persigue la fama de Walter,
protagonista de la saga de Telefónica. Mamá, papá,
¿qué pasó?, dijo su personaje, y le quedó
impregnado. En el comercial, el chico es un resucitado que despierta en
Buenos Aires de 2001 tras haber estado congelado por diez años,
y descubre el vigor de la compañía de teléfonos.
La saga, que siguió con un spot junto a Alfredo Casero y otro con
un grupo de ciclistas, lo ata ahora a una fama repentina que según
dice cuando elude entrevistas por el tema no le caesimpática.
A Azamor la idea de Telecom no le parecía original ni novedosa
hasta que comenzó a percibir las reacciones en la calle. Todos
me hablan de eso. Antes de que se lanzara en Buenos Aires, en el interior
me pedían fotos. Me doy cuenta de que pegó porque entró
el latiguillo. ¿Todo bien...?, le repiten a toda
hora, en cualquier parte, y cada interlocutor lo cree un guiño
único. El actor, pese a la insistencia, sonríe resignado.
El debate, en definitiva, no cuestiona la calidad de los relatos ni el
carácter experimental de las propuestas. Por momentos, según
parece, éstas se convierten en un territorio de alto valor narrativo,
donde habitan mejores historias e ideas más ocurrentes que las
de muchos programas de TV. En cambio, quienes tiran sus dardos se preguntan:
¿Vende el humor absurdo? Un aviso debería presentar
un equilibrio entre pertinencia y relevancia, analiza Hugo Lewin,
sociólogo especializado en el campo cultural. Esto significa
contener suficiente información del producto o servicio, y que
sea recordable. En muchos comerciales parece haber una dosis muy superior
de relevancia que de pertinencia: los avisos son recordables pero posiblemente
no recordemos el producto. Para Sebastián Wilhelm, la
publicidad no está solo para vender. Si está bien enfocada
debería funcionar, pero no puede hacerse cargo de otras variables
como son la falta de interés en el producto o la falla en la distribución.
A veces se le endilga más responsabilidad de la que tiene.
Todos, los creativos y sus críticos, coinciden en que el círculo
se cierra no con la carcajada ni el comentario aprobatorio, sino con la
mejora en los índices de venta, una meta dificultosa en tiempos
de crisis prolongada. Sin embargo, el horizonte no se olvida. Los
publicistas propone Laura Iribarren deberíamos tener
siempre presente un desafío: que el producto se venda, a pesar
de (y no gracias a...) una buena idea.
No terminé
de entenderlo
Marcos Zucker, de vuelta en la TV gracias a la publicidad de DirecTV,
dice: Tengo la impresión de que la publicidad humorística
genera más atractivo que la cosa seria: la gente quiere gozar
riendo. Creo en lo que está bien hecho, y éste es
el caso. Aunque no del todo convencido de transitar un campo
que no le es propio, asume cierto nivel de satisfacción:
Me paran todo el tiempo para decirme que el aviso es bueno.
Eso me gusta. Carlitos Balá, coprotagonista de un comercial
de Disco, se tomó un tiempo para aceptar el rol. Me
convenció la calidad de la gente de la agencia (Young y Rubicam);
son todos chicos jóvenes que fueron admiradores míos
y me entregaron el chupete y la mamadera. Sin embargo, no terminé
de entender del todo el comercial: cómo podrían confundirme
a mí con un tipo joven y bonito de ojos celestes. Los creativos
me lo explicaron: ante cualquier motivo, o si el motivo es cualquiera
(dice el slogan) ya no es necesario trasladarse hasta el supermercado.
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Cinco ejemplos con
rating
Rodolfito, para Telecom.
El chico se fue a vivir solo y sus padres lo llaman para preguntarle:
¿Todo bien...? No conformes van pasando el teléfono
a invitados muy particulares: Luque, Bergara Leumann, el perro.
La llamada se prolonga; el costo no se modifica.
La operada, para DirecTV.
La mujer pide a su cirujano un mix de rasgos de famosas, tal como
las vio en la TV satelital. El hombre, un anciano, diseña
el rostro de Marcos Zucker. La moraleja: sin contratar la marca,
quedó desactualizado.
Walter, para Telefónica.
En uno de los últimos spots, Walter se encuentra con un amigo
de la adolescencia, etapa previa al congelamiento que lo durmió
por diez años. Es Alfredo Casero. Quería ser
actor..., comenta Walter. A su lado, lo miran con asombro.
Narosky, para Bonafide.
Una escena típica de comercial de café, calidez y
familiaridad, transcurre en un interior. Hasta que aparece José
Narosky, como un fantasma, y recita un aforismo. El efecto cómico,
frente a la obviedad de la frase y la presencia enfundada en una
capa, es inevitable.
Balá, para Disco
virtual. Un hombre rubio de ojos claros parte al supermercado y
todos le hacen difícil el camino, al confundirlo con Carlitos
Balá. Hasta el mismo Balá se asombra del parecido.
Siempre, aunque el motivo sea cualquiera, es mejor,
parece, hacer las compras sin salir de casa.
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