Por Hilda Cabrera
Como siempre hay una primera
vez, al actor y director Lorenzo Quinteros, que nunca había cumplido
un papel femenino, le tocó ahora interpretar a Clotilde en Siempre
lloverá en algún lugar, una obra del tucumano Manuel Maccarini,
donde el travestismo va más allá de un comportamiento vinculado
a la sexualidad. Clotilde y su hermana Emma (a cargo de Pablo De Nito)
expresan otro tipo de travestismo. Según se desprende de lo que
cuenta Quinteros, en una entrevista con Página/12, se trata de
una sucesión de ocultamientos del lenguaje. En la obra que
se estrena hoy a las 21 en su teatro-estudio El Doble (Aráoz 727,
en Villa Crespo), esas mujeres se expresan en un lenguaje economicista
y algo recalcitrante, en tanto disparador de ideologías reaccionarias.
Para subrayar las transformaciones que sacuden a las hermanas, Maccarini
pidió que fueran interpretadas por actores. Un asunto siempre difícil,
que Quinteros cree haber resuelto. En la puesta aparece además
un perro, no amaestrado pero lo suficientemente dócil como para
no desequilibrar a los intérpretes. La pieza está focalizada
en la Argentina, en sus últimos cuarenta años, y la dirige
Mauricio Minetti. Mi personaje es el de una mujer que perteneció
a la oligarquía, fue estudiante en los años 60, militante
de izquierda en los 70 y, hoy, por comodidad, abandonó sus ideales,
puntualiza el actor.
¿Se puede hablar de traición a un ideario?
La palabra es fuerte, porque eso significaría que antes hubo
un cierto nivel de conciencia. Acá no es así. Lo llamaría
readaptación. Esta es una comedia digerible. Estas
hermanas viven prácticamente encerradas. Temen salir a la calle,
donde todo les parece peligroso. La obra refleja un pensamiento sobre
la sociedad, pero sin bajar línea. No se queda en una problemática
burguesa e individual. Plantea de modo divertido, y en algúnaspecto
piadoso, una preocupación social más amplia que no elude
la política.
Hace tiempo que no se lo ve en un protagónico...
El último fue en El amante, de Harold Pinter. Estuve dirigiendo
mucho (Los escrushantes, Hormiga Negra) y tratando de sacar adelante El
Doble, donde vamos a presentar otros espectáculos en formato de
cámara: Pájaros negros, de Helena Bamberg, una autora de
apenas 20 años, y una versión de María la Tonta,
de Francisco Defilippis Novoa. La primera la dirigiré yo y la otra
Mario Monsalvo. El Doble se va afianzando. Uno de mis miedos era quedarme
solo, pero logré formar un equipo, y entre todos nos ocupamos de
la enseñanza, la administración...
Como actor, ¿espera a que lo llamen?
No me están llamando. Me gustaría mucho hacer cine.
En televisión me cuesta llevarme bien con los tiempos, pero en
cine es todo lo contrario. Ahí no me siento perdido. El teatro,
en cambio, es para mí el lugar ideal de las máscaras y los
disfraces que ayudan a espejar la realidad del ser humano, que es en sí
mismo un ser en permanente transformación.
¿Qué teatro le interesa?
Digo el que no me interesa: el que se come la cola. Y me refiero
a toda actividad artística. El arte debe ocuparse de su desarrollo
estético, de aquello que le es intrínseco, pero no puede
dejar de tener un hilo que lo conecte a lo real, a aquello en lo que está
inserto el ser humano. El arte es, en mi opinión, una actividad
que nos permite seguir hablándonos a nosotros mismos
y a los demás.
¿Implica una disociación?
Sí, a veces consciente y otras no. Cuando Sarmiento escribe
sobre Facundo para denostarlo, le sale el tiro por la culata, porque ningún
otro libro ha podido conectarnos mejor con Facundo. Pienso que un autor
no sabe todo lo que está escribiendo. Como actor, tampoco yo sé
cuánto actúo. Cada vez más me dejo llevar por mis
impulsos, por la sensorialidad, y pienso menos en las consecuencias. Un
arte dominado por la racionalidad no revela al sujeto que lo hace. La
gran experiencia del arte es descubrirse. En esta obra me encanta hacer
de mujer, poder encontrarla desde ese uno que hay que desplazar,
y lograrlo sin recurrir a la imitación, a la parodia.
¿Cuál es en este caso el punto de arranque de un actor?
La sensorialidad, y eso para cualquier personaje, sea el que hice
en La metamorfosis, de Franz Kafka, o una mujer o un empresario. Trato
de que mi sensorialidad se corra del lugar de mi cotidianidad, de la que
me identifica a mí como persona, de los rasgos y gestos que reitero,
para ir hacia aquello que creo es propio del personaje. Mi primer maestro
me hablaba del estado cero. Partir desde allí, de ese estado cero,
que es como la página en blanco para el escritor. No tiene que
haber nada que condicione mi trabajo.
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