Por Julio Nudler
La Argentina no es hoy
atractiva, y a la fecha no ha salido de la recesión, o de la depresión.
Una de las razones centrales de este nuevo fracaso, que lleva en su germen
la imposibilidad de lograr un crecimiento sostenido de varios años
es, sin dudas, la ausencia de una estrategia país. El autor
de este lóbrego diagnóstico es Ernesto OConnor, asesor
del Ministerio de Economía e investigador del Ieral (Fundación
Mediterránea). El párrafo forma parte de un análisis
suyo titulado La Argentina carece de estrategia país, y así
no puede crecer. Hacia el final de su escrito, y tras preguntarse
si puede la Argentina encontrar una estrategia país,
le concede lógicamente al programa económico de Domingo
Cavallo el mérito de establecer, deliberadamente o no, esta
discusión. Como quiera que sea, la cuestión apremiante,
antes del megacanje y después de éste también, es
la del crecimiento de la economía para evitar un desborde social
y para no caer en el impago de la deuda. Y, en este sentido, el análisis
de OConnor no induce a alentar expectativas de despegue a corto
plazo. En concreto, aun con el canje, es probable que el país deba
salir al mercado financiero, antes de fin de año, en busca de fondos,
lo cual sólo será posible si se reabre el acceso. Para que
esto suceda deberá haber disminuido significativamente el riesgo
país, porque a las tasas de interés actuales sencillamente
no existe crédito voluntario.
La clave para predecir el horizonte postcanje depende así de dos
variables. La primera es la curva que describa el riesgo país en
los próximos meses. La segunda, el momento en que será preciso
obtener nueva financiación. Esto vendrá determinado por
la evolución del déficit fiscal. Si mediante un ajuste muy
severo consiguiese Jorge Baldrich, secretario de Hacienda, cumplir la
meta-techo de 6500 millones de pesos, la búsqueda de recursos sólo
respondería al anhelo de recomponer un mínimo colchón
financiero, quizá de 2000 millones. Pero, si como parece probable,
el desequilibrio presupuestario se remontara por encima del objetivo pactado
con el FMI (según la Fundación Capital, el déficit
actualmente proyectado es de casi 10.000 millones de pesos), la toma de
fondos se volvería imperiosa y mayor. Para ese caso, no podría
pensarse en otro salvataje internacional porque para la Argentina ya están
secas todas las pilas. Desde esta lectura pesimista, los agoreros creen
que el canje sólo aplaza en algunos meses la crisis de insolvencia.
En definitiva, todo lo que consigue es reducir en alrededor de un 20 por
ciento las necesidades de financiamiento del balance de pagos este año
y el próximo, y en proporciones aún menores con posterioridad,
lo cual no bastaría para cambiar la historia.
De hecho, Economía se enfrenta al reto de perseguir dos propósitos
opuestos. Por un lado, reducir velozmente el déficit fiscal. Por
el otro, estimular la actividad económica. Pero, además,
deberá lograr todo eso en un contexto internacional hoy poco amigable.
El euro, que según Cavallo pronto le empataría el marcador
al dólar, volvió a caer y sólo vale 85 céntimos,
con la consiguiente pérdida de competitividad para la Argentina.
Otro tanto ocurre con el real, que ya bajó a 2,39 por dólar,
mientras la grave crisis eléctrica encoge el crecimiento brasileño.
Esto significa que, tanto por precios como por cantidades, el Mercosur
no ayudará esta vez al decolaje argentino. Otros factores globales
tampoco colaboran: los precios de las commodities que exporta el país
no se recuperan, y no repunta la masa de capitales dispuestos a fluir
hacia los mercados emergentes.
En este precario panorama, Cavallo y el secretario de Finanzas, Daniel
Marx, no plantearon el canje como una crispante negociación con
los tenedores de títulos. En realidad, la pulseada tuvo lugar antes,
desde la llegada de este equipo a Economía, dos meses y medio atrás,
y la perdieron los mediterráneos, que vieron destrozado su sueño
de desarbolar el riesgo país. El viernes, víspera del canje,
esa sobretasa marcó 1019 puntos básicos, ó 10,2 por
ciento anual de sobrecarga en los intereses. Rendidoante esta realidad,
Cavallo decidió olvidarse del costo del trueque de papeles y jugarse
a atraer la mayor cantidad posible de bonos a la operación. Por
ello, trató de asociar la idea de éxito con
la cantidad y no con el costo, de manera de que el alto monto de bonos
permutados pudiera interpretarse como prueba del suceso de la operación
y conseguir un vuelco favorable en las expectativas. Como consecuencia,
el país asume una tasa que ronda el 16 por ciento y sufre un incremento
de unos 2000 millones de dólares en la deuda pública.
En los nuevos bonos se pagará en promedio un punto porcentual anual
por encima del rendimiento de los papeles argentinos antes del canje.
Además de esto, los títulos a rescatar serán reabsorbidos
a precios superiores a los vigentes en el mercado, a modo de premio. Ahora
bien, como los bonos nuevos se entregan con más descuento que el
de los rescatados, el canje conduce a un aumento de la deuda pública.
La coartada del equipo económico frente a esta asunción
de un costo desmedido de la deuda es simple: dicen que, sin canje, el
país debería haber pagado tasas todavía superiores
para refinanciar cada lámina a su expiración. Para algunos,
esto equivale a admitir que desde Economía mismo no se confiaba
en una mejora de la situación y del crédito nacional, en
contradicción con el optimismo retórico de Cavallo. Para
otros, la verdadera perspectiva era más despiadada aún:
la opción al canje no era aceptar tasas aún superiores sino
sencillamente quebrar por el cierre de los mercados de capitales.
Para Miguel Bein, ex secretario de Programación Económica
en el equipo de José Luis Machinea, es imposible juzgar el
resultado de esta operación sin tomar en cuenta el contexto en
que se lleva a cabo. Es cierto que deja puesta una tasa muy alta sobre
una proporción sustancial de la deuda por muchos años, pero
la alternativa era el default. ¿Arrancará ahora la
economía. No está claro que arranquemos -dice-. Pero
sí que sin canje nos estrellábamos. Mientras tanto,
economistas clásicos del establishment como Roberto Alemann y Miguel
Angel Broda vertían ayer declaraciones poco entusiastas acerca
del canje, aunque admitiéndolo necesario, como para no convalidar
que Cavallo se acredite este cheque en su cuenta.
Marx mismo se mostró cauto: Estos recursos no son gratis
ni tampoco baratos, pero es mejor tenerlos que no tenerlos, lanzó.
Divulgó además el dato de que las ofertas recibidas llegaron
a los 33 mil millones, mil más que las mencionadas oficialmente
anteayer. Todavía no tenemos la discriminación exacta
de quiénes estuvieron en el tramo no competitivo (en el que el
oferente acepta de antemano las condiciones, sin plantear exigencias diferentes),
pero la lectura que hacemos -señaló el encargado de Finanzas-
es que hubo muchos inversores individuales, pero también muchos
institucionales que tomaron como referencia los precios mercado del día
anterior. Con ese precio se dieron por conformes y querían participar
de la operación. No era para menos. El anuncio del resultado
concreto del megacanje se efectuaría hoy, alrededor de las 20.
Aunque el costo ya quedó definido, los datos finales dirán
cuál será la cantidad de títulos rescatados y su
composición.
A partir de mañana, después de que los monitores revelen
cómo han metabolizado los operadores los datos, con un horizonte
de vencimientos algo más despejado, la atención se concentrará
en la economía real. En descubrir al menos ciertos signos de dinamismo.
Nadie espera, sin embargo, una recuperación veloz, ni siquiera
como rebote tras una larguísima recesión, porque no hay
razones para que ninguno de los componentes de la demanda agregada consumo,
exportaciones e inversión despierte bruscamente de su letargo.
En todo caso, no se escucha ronronear el gran motor de la coyuntura, que
es el ingreso de capitales. Por el contrario, entre marzo y abril hubo
una fuga de depósitos que barrió más de 5500 millones
de pesos del sistema bancario. En la primera semana de mayo tocaron un
mínimo, pero cerraron el mes con un leve repunte sobre fin de abril,
como iniciando una progresiva recuperación de los niveles precrisis,
que culminaría recién en septiembre, según estimaciones
privadas. Si, en cambio, no se restablece la confianza y, con megacanje
y todo, el país naufraga hacia fines de este año o en el
próximo, toda la discusión actual sobre el elevado costo
de esta reprogramación perderá sentido porque en ese caso
sí habrá algún castigo para los tenedores de los
títulos. En este canje, en cambio, toda la factura la paga el deudor,
que sólo gana tiempo. El acreedor recibe un premio inmediato, y
además un nuevo papel de rendimiento aún más alto.
Sólo debe esperar que el país reúna los recursos
para afrontar los servicios y las amortizaciones. Pero si esto no ocurre,
el impago implicará un parcial repudio de los compromisos asumidos,
con quita en el capital, recorte en los intereses y extensión de
los plazos. Como gran parte de los bonos están en manos de argentinos
incluyendo el ahorro jubilatorio de los trabajadores, la bancarrota
daría lugar a una ácida disputa política en torno
de la distribución del daño.
Aunque el siniestro aún no sobrevino, los forcejeos en torno de
la estrategia ante la deuda dominan desde hace tiempo el escenario de
la política económica, que se convirtió en un instrumento
de aquélla. Hasta ahora Cavallo ha buscado mantener cierta concordia
entre los bandos en pugna, enfatizando tanto el ajuste fiscal como las
medidas reactivantes, mientras apela al trueque de bonos como quien abre
la ventana para no ahogarse. De algo no queda duda: consumado el megacanje,
él posa como el dueño de la llave. Todo el Gobierno necesitará
que él conduzca exitosamente el período postcanje, porque
no hay ninguna alternativa digerible en la hipótesis opuesta.
OPINION
Por Claudio Lozano*
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Degradado bis del
Brady
El megacanje se presenta como partero de una nueva historia cuando
en la práctica configura la reproducción degradada
de aquello que Cavallo ya impulsara durante la última década.
A comienzos de los noventa, el Plan Brady fue exhibido como un punto
de inflexión en el tratamiento del endeudamiento externo
argentino. Desde ese momento, y en el marco de la aplicación
completa de las políticas de apertura desregulación
y privatizaciones, el PBI argentino creció al 2,7% anual
mientras que la deuda lo hizo al 10% por año. Por tanto,
y como no podía ser de otro modo, Argentina retorna a la
cesación de pagos. Frente a esta, el megacanje configura
una versión burda y devaluada de aquella operación
Brady. Sólo pone en discusión el 15% del endeudamiento
externo, cuando el Brady involucró con su tratamiento más
del 40% del mismo. Además, mientras en aquel momento Argentina
pagó por esa refinanciación una tasa que era el doble
de la internacional ,hoy se apresta a convalidar una que multiplica
casi por cuatro la vigente en el mundo. Es decir, luego de la aplicación
irrestricta del ideario neoliberal, Argentina retorna a la cesación
de pagos en condiciones patrimoniales (se remataron los activos
públicos y se incrementó el endeudamiento) y de solvencia
externa y fiscal que son claramente peores a las existentes hace
una década. Asistimos a un desesperado intento de .comprar
tiempo., con el único objeto de exhibir condiciones elementales
de .administración política de la crisis. de un orden
que evidentemente se esta cayendo a pedazos. Tiempo que, en tanto
se articule con el mantenimiento y la profundización de las
políticas de ajuste, desregulación, apertura y privatización,
nos devolverá rápidamente a la misma situación
pero en peores condiciones. El fracaso estrepitoso del neoliberalismo
en la tarea de organizar a la sociedad argentina es la condición
de posibilidad para la construcción de una nueva coalición
política que sea capaz de plantear la redistribución
progresiva del ingreso, el replanteo de la apertura comercial y
financiera y la regulación de la concentración económica
como eje de articulación de una propuesta de profundización
de la democracia.
* Secretario de Estudios y Formación de la CTA.
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