La línea de bandera
La TV mostraba rostros llorosos, gente crispada, narrando sus dolores,
sus temores, sus broncas. No era, por una vez, la histeria de las
efímeras estrellas de los reality shows, sino la expresión
de gente del común, los trabajadores de Aerolíneas
que estaban sin cobrar su sueldo, a un tris de perder su trabajo,
de ver diluido su futuro. No eran las lágrimas taimadas de
los ganadores de refinados castings, sino la expresión honesta
de mujeres y hombres desamparados. La reacción colectiva
fue la identificación y por ende, la participación
en la congoja que en estos días se palpa por la calle, acaso
comparable al bajón colectivo que sucedió al suicidio
de René Favaloro. Todos parecieron sentir que las campanas
doblaban por todos.
Amén de la tristeza, emergieron acá y allá
símbolos patrios: la bandera, el himno coreado a voz en cuello
sin el tan argentino pudor de desafinar o llamar la
atención.
Hoy habrá banderas camino a la cancha de River y ojalá
flamearán al final del partido con Colombia. Ya era costumbre,
eso del fútbol como único reducto de la identidad
(y de la arrogancia) común, pero había dejado de serlo
como modo de identificación colectivo, como reclamo de unidad,
como emblema de pertenencia, como forma de expresar que todos y
cada uno tenemos un lugar en el mundo.
La propia expresión línea de bandera se
pronunció enfatizando, subrayando su palabra final. Como
si fuera sinónimo de línea nuestra o algo
así. En verdad línea de bandera alude
a un tipo de empresa aérea que dentro de un estado
nación tiene algunos privilegios y algunas cargas.
Ambos se vinculan al objetivo de atender a las necesidades de toda
la comunidad nacional, de vertebrar el territorio estatal. De fomentar
una sociedad integrada, sin atender exclusivamente al móvil
del lucro. En el fondo, quienes se llenaban la boca exclamando bandera
no estaban desencaminados: la Argentina fue, es, debería
seguir siendo, un estado nación integrado, capaz de asegurar
educación, trabajo, igualdad de oportunidades y acceso a
los códigos de la modernidad a todos sus habitantes.
A fuerza de verlo, de padecerlo, los argentinos saben que la desaparición
de empresas estatales viene de la mano con la ruptura del tejido
social, el surgimiento de pueblos fantasma, una mayor incertidumbre
en sus vidas. ¿Dónde viviré, tendré
trabajo, qué lengua hablarán los hijos de mis hijos?
se preguntan millones de compatriotas. Esa es la verdadera inseguridad
que construye delincuentes que deberían estar en el colegio
primario o kiosqueros aterrados que razonan y a veces reaccionan
como vengadores ocultos.
El nacionalismo ha sido en la Argentina como en tantos otros
lugares una máscara de autoritarismo que quisieron
encubrir bajo miles y miles de metros de telas de bandera los conflictos
sociales o de clase, las diferencias de proyectos, el pluralismo
y la diversidad cultural. Lo que no debería escamotear es
que pertenecer a una nación orgullosa, más o menos
independiente, capaz de planificar de algún modo el porvenir
de sus pobladores es una necesidad, una primera forma de asomarse
a lo colectivo, un modo de superar la debilidad de cada cual, y
aún de hacerle una gambeta a la finitud de cada destino individual.
El lenguaje cotidiano bautizó, no hace tanto tiempo, saludo
a la bandera a un gesto ritual, vacío, hueco de contenido.
Acaso con realismo o con cinismo podría decirse que sólo
eso le queda a un país que no tiene proyecto ni educación
ni alimento ni trabajo para un creciente tercio de sus escasos pobladores,
que no tiene moneda, que dedica la mayoría de su excedente
a pagar una deuda sideral y creciente. Tal vez así sea y
tal vez sea tarde. En todo caso, lo que pedían a su modo
quienes, embanderados, cantaban el himno y quienes se emocionabanidentificaban
al verlos era desandar un camino de desintegración e individualismo
cerril que se ha dado en llamar modelo y que cada vez
deja más gente afuera.
La decisión
presidencial
Para el Gobierno, Aerolíneas es otra versión de la
especialidad de la casa: un incendio que debe apagarse o casi
siempre reducir a brasas que pronto volverán a ser
llamas. Los bomberos, en este caso, fueron dos de los ministros
más activos, la de Trabajo y el de Economía. En verdad
los dos negociadores no tenían la misma composición
de lugar y eso algo se notó, aunque no discreparon en público.
Domingo Cavallo fiel a sí mismo piensa que lo
mejor es cortar el nudo gordiano: que la empresa quiebre, los convenios
laborales pierdan vigencia y en un par de días
(los números de Mingo suelen ser de una fantasía arrolladora)
todo se reconvierta con los laburantes como variable de ajuste.
Patricia Bullrich aspiraba a la continuidad, que en rigor
si no se alteran otras variables (esto es si no se modifica toda
la estructura del transporte aéreo) será sólo
la prolongación de la crisis, patearla para adelante, seis
meses o un año.
Las reuniones con los españoles fueron tensas y algo desprolijas,
tanto que participaron de ellas diríase con voz, pero
sin voto gobernadores que habían viajado con Cavallo
para proponer el megacanje, ese faraónico modo de postergar
lo irresoluble. Varios asistentes, no integrantes del Gobierno,
confirmaron a Página/12 que Bullrich fue tan aguerrida o
enérgica como solitaria, que se percibió que el superministro
no estaba fascinado por el tema (un problema entre una empresa
y sindicatos) y que la ausencia del Presidente argentino casi
se podía tocar.
El Presidente, en tanto, tenía celular rojo con Bullrich
y repetía el discurso público de la ministra: el problema
era Ricardo Cirielli, el sindicalista que no quería acordar
con los empresarios españoles. En voz baja Fernando de la
Rúa dice que Cirielli está telecomandado por Carlos
Ruckauf. Cada día más, De la Rúa atribuye la
mayoría de sus dificultades políticas cotidianas a
la mano negra del gobernador bonaerense. Así lo expresó
ante algunos de sus ministros y también ante Rafael Pascual
y un pequeño grupo de diputados: el gobernador bonaerense
está detrás (o delante, si se quiere) de Luis D
Elía, de Hugo Moyano, de Cirielli.
Otros integrantes del Gobierno añaden leña al fuego
de esas sospechas: dos fuentes del Gabinete deslizaron a Página/12
que hay funcionarios de Ruckauf que se están presentando
como ministros de un inminente nuevo gobierno nacional, peronista.
Las fuentes acusan a Diego Guelar de haber asegurado ante un colega,
embajador argentino acreditado en un importante país extranjero,
que será canciller en cuestión de meses.
Tal vez algo de eso haya, pero esa visión conspirativa se
obstina en negar la pertinencia de los reclamos de DElía,
Moyano y Cirielli, que expresan un descontento que los trasciende.
En el propio Gobierno registran que culpabilizar a Cirielli del
estancamiento de las negociaciones es una mirada poco equilibrada.
De esto se habló en una reunión que mantuvieron ayer
Cavallo, Bullrich, el Presidente, Chrystian Colombo y Carlos Bastos.
No podemos plantear que el único intransigente es Cirielli.
No podemos ser claros para un solo lado, Tenemos que
presionar más a la SEPI, debemos ejercer más presión
sobre el Estado español, dijeron al menos dos de los
presentes ante De la Rúa.
Habrá que ver si esa convicción de su propia tropa
convence al Presidente de jugarse más a fondo y ponerle el
cuerpo a la negociación. El estilo y los tiempos delarruistas
desconciertan y fatigan aún a los suyos. Una anécdota
de estos días, relatada por fuentes extragubernamentales,
puede ser ilustrativa. De la Rúa recibió a directivos
de la UIA que le acercaron su sonada propuesta. Mientras los industriales
intentaban glosar el documento y Colombo elogiaba sus intenciones,
De la Rúa lo leía afanosamente, lo iba cuestionando
palabra por palabra. Hasta, pluma fuente en mano, le tachaba frases
enteras o reemplazaba algunos vocablos por otros. Los industriales
que no deseaban discutir párrafo por párrafo
sino promover un debate general comentaban pasmados esa obsesividad
presidencial que termina siendo un modo de no dilucidar lo esencial.
Indulto e ainda mais
Para indultar son necesarias dos cosas: poder y decisión.
¿Usted piensa que De la Rúa los tiene?, pregunta
el alto dirigente peronista, uno de los pocos que sigue cerca de
Carlos Menem. El, claro, cree que la respuesta es no
y se suma a las largas huestes de oficialistas y opositores que
aseguran que de eso, de un eventual indulto a Carlos Menem por su
responsabilidad en la causa de las armas, no se habla ni ahí.
Epur si muove. Como se adelantó en esta columna y también
informó Joaquín Morales Solá en La Nación,
cunde acá y allá un discurso que apunta a justificar,
avant la lettre un posible perdón presidencial. El principal
argumento es que la venta ilegal de armas fue una cuestión
de Estado, una decisión política tomada a pedido de
los Estados Unidos. El razonamiento, machacado por operadores menemistas,
fue retomado por el general Martín Balza cuya situación
en el corto plazo parece ser muy sombría. Fuentes confiables
aseguran que en el acto del Día del Ejército ése
en el que De la Rúa se dio el gustazo de compartir tribuna
con Galtieri y Harguindeguy el juez Jorge Urso le anticipó
al general Ricardo Brinzoni que es posible que necesite para el
13 de junio una prisión militar para albergar a Balza, quien
ese día debe prestar indagatoria.
A ese supuesto dato, que le daría al presunto delito la tipificación
de una jugada política, se aunan los anhelos de gobernabilidad
a los que suelen ser sensibles De la Rúa y Raúl Alfonsín.
Tal vez no haya habido aún conversaciones precisas. Pero
el tema ronda diálogos y mentes. Y cada uno añade
su granito de arena.
Rodolfo Barra recuerda,
en cenáculos de abogados, que no hace falta condena para
indultar. El ejemplo vivo de ese adagio es el contertulio presidencial
Galtieri, a quien se perdonó sin sentencia firme y por eso
sigue siendo general de la Nación e incrementando el gasto
público.
Carlos Corach, uno de
los justicialistas que intenta convencer a Menem de bajar el perfil,
niega haber hablado del tema con integrantes del oficialismo. Pero,
navegando por Internet, encontró una información que
sí hizo circular entre sus compañeros: una decisión
de la fundación de la familia Kennedy de reconciliarse y
hacer un reconocimiento público al ex presidente Gerald Ford.
Ford había indultado a Richard Nixon por el Watergate y los
Kennedy se ensañaron en aquel entonces con él. Ahora
reivindican su gesto, por haber pasado una página en
la historia y haber liberado las energías de
la Nación. El material, acompañado de la sugerencia
de dedicarse de conjunto más a resolver los problemas y menos
a Comodoro Py, fue acercado por alguna mano solícita al actual
Presidente.
Movida más o menos, la pregunta del dirigente peronista que
inicia este párrafo suena razonable. El Gobierno no parece
tener plafond para pagar los costos de un eventual perdón
a Menem. Pero, claro, nada se pierde con probar y presionar un poco.
Otra apuesta a placé es tratar de enredar a Cavallo. La citación
resuelta por el juez Julio Speroni a Carlos Sánchez, hombre
de Mingo por entonces y por ahora, levantó algún entusiasmo
en las carpas menemistas.
Entusiasmo del que suele carecer el ex presidente. Está atribulado,
obligado a hospedarse en hoteles porque su hija le niega albergue
en sus mullidas casas y dolido por el odio que le propina la única
persona de su destruida familia que aún lo quería.
En ese marco, su pedido de viaje a Siria, la patria de sus antepasados,
a la sazón carente de acuerdos de extradición con
nuestro país, parece indigerible para Urso. Página/12
adelantó ayer que es muy difícil que se lo permita.
Encerrado en su país, ni siquiera en sus casas Menem ve licuarse
su poder. Seguramente no es sólo por haber dejado la Rosada,
sino también porque muchos de los que ahora cantan el himno
o sufren como propio el vaciamiento de Aerolíneas advierten
día a día cuál fue la herencia de sus diez
años de mandato.
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