Por Sergio Kiernan
Con el ingreso real abollado
por la recesión y el desempleo, 3.770.000 de argentinos se encuentran
bajo la muy modesta línea de indigencia, la medida que representa
materialmente la frontera entre la pobreza y el hambre. Según la
Encuesta Permanente de Hogares realizada en octubre del año pasado,
la indigencia abarca al siete por ciento de todos los hogares del país.
Pero si se estudian las cifras desde el punto de vista de la niñez,
el resultado es todavía más estremecedor: el 14,3 por ciento
de todos los chicos menores de 15 años del país son indigentes,
el doble que el porcentaje de hogares. De hecho, los chicos representan
el 41 por ciento de todos los indigentes del país, un total de
1.618.171 menores que no llegan ni a comer el mínimo necesario.
De estos miserables, 242.726 son bebés de hasta dos años
de edad.
Según el estudio realizado por Equis, la consultora dirigida por
Artemio López, sobre la Encuesta Permanente y otros datos del INDEC,
el significado de estas cifras es conmovedor. La indigencia se calcula
sobre bases de supervivencia y la medida básica es que una familia
o persona logre comprar una canasta de alimentos y sólo de
alimentos que resulte en la ingestión de 2700 calorías
diarias, una dieta caracterizada como mínima. Es fácil apreciar
que al hablar estadísticamente de indigencia se habla
en realidad de hambre: la canasta no se involucra con transporte,
esparcimiento, ropa, educación, salud, limpieza... ni siquiera
con vivienda. Sólo con una dieta bastante modesta.
La medida base de este sistema es la canasta para varones adultos de
30 a 59 años que cuesta, según el Ministerio de Economía,
64,9 pesos. La canasta mensual se forma con seis kilos de pan, medio de
galletitas, tres de arroz, harina y fideos, uno y medio de azúcar,
siete de papas, cuatro de legumbres y verduras, cuatro de frutas, seis
de carne, medio de quesos y dulces, ocho litros de leche, 1,2 de aceite,
ocho de jugos o gaseosas y un kilo de sal, café, yerba o té.
Sobre esta base de 2700 calorías diarias por algo menos de 65 pesos
mensuales, se calcula el consumo de los chicos, ya divididos por género
y edad, y el costo de la canasta calórica mínima de cada
edad. Así, la canasta mínima de un bebé de hasta
un año cuesta 27,06 pesos por mes, la de un chico de tres años
cuesta 35,24 y la de uno de diez cuesta 52,23 si es varón y 45,94
si es nena. Los muchachos de hasta 15 años cuestan casi lo mismo
que un adulto y la canasta de las adolescentes se calcula en 49,71 pesos.
La línea de indigencia para los menores de 15 años se fija
en el promedio del costo de la canasta de todas las edades y resulta en
42,59 pesos mensuales.
Estadísticamente, entonces, la línea de indigencia para
un chico menor de 15 años está en un peso y cuarenta centavos
por día, un dinero que, según López, es una
carencia de ingresos extrema, que compromete severamente la vida de aquéllos
sobre los que impacta.
Como muestran los gráficos, este modesto umbral se cruza con facilidad.
Los números del sector más estudiado por el INDEC, el Gran
Buenos Aires -que es el único distrito que informa regularmente
al Estado nacional muestran un parejo crecimiento de la indigencia
infantil en el último lustro. En 1995, el 8 por ciento de todos
los menores de 15 años eran indigentes. Para fines del 2000, la
cifra era del 11,6 por ciento, un aumento del 35 por ciento. Los tres
valles de descenso que se ven en la tabla mayo de 1997, mayo de
1998 y octubre de 1999 no revierten la tendencia al alza de la indigencia
entre los chicos.
La distribución de esta pobreza infantil extrema no es pareja.
Santa Cruz, con apenas el 2,4 por ciento sobre la población total
de menores de 15 años, la ciudad de Buenos Aires, con el 3,9, y
Tierra del Fuego, con el 5,7, son los distritos que salen mejor. La provincia
de Buenos Aires concentra los mayores números absolutos, con 477.355
chicos indigentes, de los cuales 71.603 son bebés de hasta dos
años. Formosa es la provincia con el peor porcentaje: el 38,4 por
ciento de sus menores de 15 años pasan hambre. La siguen el Chaco,
con el 33 por ciento, y Corrientes, con el 29,1. Un nutrido pelotón
de provincias muestra índices que muestran que entre uno en cinco
y uno en cuatro chicos pasan hambre: Catamarca, Jujuy, Misiones, Santiago
del Estero, Salta y Tucumán. El resto de las provincias muestra
cifras de por lo menos el 11,6 por ciento de desnutridos entre los chicos.
Los petisos
obesos
Para poder vivir con los alimentos que se incluyen en la
canasta de indigencia, habría que ser habilísimos,
tener toda una infraestructura para poder comer cosas frescas todos
los días. Si no se tiene ni heladera... Para el doctor
Alejandro ODonnell, jefe de Nutrición Infantil del
Hospital Garrahan, la combinación de alimentos con que se
marca la indigencia es de supervivencia, con muchas dificultades.
Las calorías están, pero no están los micronutrientes
que necesitan los chicos, las vitaminas, los minerales, el hierro.
Para el especialista, es posible que un adulto perviva con una dieta
de ese tipo, pero para los chicos es imposible escapar a las secuelas.
Uno tiene tres tipos de requerimientos. Uno es de mantenimiento,
lo que se consume sin hacer nada. Otro es el de actividad. Los chicos
agregan el de crecimiento, que es especialmente crítico en
la edad temprana, sobre todo en el primer semestre de vida y hasta
los dos primeros años.
Los médicos de trinchera, los que atienden en
los hospitales públicos, ven cotidianamente el precio de
la pobreza infantil. En la desnutrición aguda, por
ejemplo la que causa una enfermedad, se ven chicos por debajo del
peso que indica su altura, explica ODonnell. Pero
en la desnutrición crónica, se ven chicos que están
bien en su peso respecto a su altura, sólo que son petisos.
Miden menos de lo que deberían por la edad. Uno ve un chico
gordito de tres años, pero resulta que tiene cinco.
El problema es que el cuerpo se adapta. Pasado el primer
semestre, donde la teta materna suele preservarlos,
el cuerpo retrasa su crecimiento para adaptarse a la falta de nutrientes
aptos. Así como De la Rúa le corta las ramitas
a su bonsai para que no crezca, la situación social le corta
la vida a los chicos, que no crecen, define ODonnell.
Alimentados a pura caloría el único nutriente
que no se elimina por vía fecal o urinaria, sino sólo
por actividad física los chicos de la miseria resultan
petisos obesos, chicos con problemas de desarrollo intelectual,
candidatos a enfermedades cardíacas y a la diabetes cuando
crezcan.
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Vivir en la basura
El hospital Eva Perón de San Martín atiende una
gran población con problemas sociales agudos. Su jefe de
neonatología, Alberto Schwarcz, cuenta un caso paradigmático
de la dificultad de cumplir, desde la miseria, con el más
simple deber de un padre: mantener con vida a los chicos. En
el hospital tenemos un programa llamado Alerta Rojo,
que reúne a los centros primarios de salud y los municipios
de la zona, explica Schwarcz. Así logramos alguna
ayuda para los chicos que salen de alta y viven en riesgo social
o con algún daño. Les conseguimos una frazada, una
estufa, alguna mejora en la casa. Hace seis meses, los médicos
se encontraron con un caso angustiante y paradigmático de
la situación. Una madre, finalmente diagnosticada como epiléptica,
acababa de tener un bebé sanito y quería volver a
casa, a cuidar a sus otros siete hijos. El problema era que vivía
en la villa del basural en el camino del Buen Ayre, el Area Reconquista.
Literalmente, vivía en la basura y temíamos
que si llevaba el recién nacido allí, se muriera,
explica Schwarcz. Fue gente a ver la casa, que era una choza,
irrecuperable, con los chicos apilados, con un perro que salía
llevando una rata en la boca. Fueron dos o tres veces a ver la casa,
lo que es un riesgo para el personal. No hubo caso: no logramos
que le dieran otra vivienda. Sin salida, la mujer salió
de alta y volvió a casa. Y el bebé murió.
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