Se suponía que el escarmiento
iba a tronar rápidamente. Las descripciones del atentado suicida
de anteayer a la noche en una discoteca en Tel Aviv, que provocó
19 muertos (por la muerte de dos israelíes ayer a causa de las
heridas) y se convirtió en el peor golpe terrorista en territorio
israelí desde 1996, contenían obsesivamente una palabra:
retaliation, respuesta militar. Pero el premier israelí
Ariel Sharon decidió continuar con la política de contención,
iniciada el 22 de mayo con la declaración de una tregua unilateral.
Sólo que a la contención le puso una fecha de vencimiento
muy perentoria: el líder palestino Yasser Arafat tenía horas
para declarar el cese del fuego incondicional en el conflicto, para encarcelar
a todos los extremistas en libertad de Hamas y Jihad Islámica (responsable
del atentado) y para que sean confiscadas todas las armas clandestinas
en territorio controlado por la Autoridad Nacional Palestina (ANP). El
líder palestino respondió ordenando el cese del fuego para
todas las fuerzas oficiales palestinas, mientras las organizaciones terroristas
palestinas Hamas y Jihad Islámica, responsable del atentado, prometían
más bombas. De la efectividad de este cese del fuego depende la
existencia o no, en estas horas, de la retaliation.
En lugar de la respuesta militar inmediata, el gobierno israelí
decidió, al menos por ayer, tomar otras medidas: el cierre completo
de todas las fronteras de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), incluyendo
las que comparte con Egipto y Jordania y la prohibición para los
dirigentes de la ANP de circular libremente por territorio israelí.
Las próximas horas serán decisivas, declaró
el canciller israelí, Shimon Peres, quien canceló una gira
a Costa Rica. El clima en los territorios palestinos parecía corresponder
al de una retaliation. La radio de la ANP pidió a la
población abandonar los pisos superiores de los edificios altos,
apagar la luz, cerrar el gas y proveerse de víveres y agua, mientras
los oficiales de las fuerzas de seguridad palestinas, incluida la Fuerza
17 (guardia personal de Arafat), evacuaron todas sus instalaciones. En
Israel, ultranacionalistas judíos atacaron ayer con piedras una
mezquita en Jaffa, en las afueras de Tel Aviv, muy cerca del lugar donde
se produjo el atentado el viernes. Los enfrentamientos con la policía
israelí dejaron 15 heridos.
Un oficial superior de seguridad palestino aseguró que Arafat
es serio en su disposición de imponer un alto el fuego entre
sus tropas y el Tanzim (la milicia de su movimiento, Al Fatah). Las patrullas
palestinas salieron a la calle para evitar cualquier tipo de enfrentamiento
en las zonas cercanas a los asentamientos judíos. De todos modos,
la gran incógnita es qué podrá hacer respecto a los
otros dos puntos exigidos por Sharon. Dicho de otro modo, cuál
es la capacidad del líder palestino de controlar todo lo que ocurre
dentro de su territorio (ver nota aparte).
Aún si quisiera, no es claro que el líder palestino pueda
en un plazo corto cambiar por completo la situación. Hamas y Jihad
Islámica ya lo dejaron en claro. No se puede hablar de un
alto el fuego en tanto continúa la agresión militar israelí
contra nuestro pueblo, dijo Mahmud Al Zahar, uno de los principales
dirigentes de Hamas. Estamos decididos a seguir con los ataques
en lo profundo de Israel, amenazó el líder de Jihad
Islámica en la franja palestina de Gaza, Abdalá el-Shami.
La verdadera prueba de paz de Arafat es un cese de las acciones
de terror, la detención de los integristas islámicos y la
aceptación incondicional del Informe Mitchell (de la ONU),
dijo Peres. Por esto, la retaliation, la prueba de guerra,
sigue estando a la vuelta de la esquina.
Claves
El líder palestino
Yasser Arafat llamó ayer a un cese al fuego incondicional,
luego de que el día anterior un terrorista suicida matara
a 18 civiles israelíes e hiriera a 90 en una discoteca de
Tel Aviv.
A la mañana, el
gabinete de seguridad del premier israelí Ariel Sharon le
había dado un plazo de unas horas para que cumpliera
tres condiciones: un alto al fuego, el arresto de los líderes
terroristas y la confiscación de sus armas. Al principio
Arafat no respondió, y sus subordinados evacuaron apresuradamente
sus edificios en Cisjordania y Gaza ante el peligro de ataques israelíes.
Pero finalmente el líder palestino aseguró que había
dado órdenes a sus fuerzas para detener la violencia e implementar
esta tregua con fuertes patrullas en Cisjordania y Gaza. Pero no
mencionó los arrestos o la confiscación.
No es claro si esto será
suficiente para que Israel no ordene represalias masivas o revoque
la tregua unilateral que declaró hace dos semanas.
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LA
CAPACIDAD DE ARAFAT PARA DETENER LOS ATENTADOS
Cómo opera la red del terror
Por Gabriel A.
Uriarte
Arafat ha creado en su
territorio una gran organización terrorista. Esta declaración
ayer del gobierno israelí resaltaba la clave para el futuro de
la guerra y la paz en Medio Oriente. Nadie duda de que el líder
palestino armó una coalición política con los diferentes
grupos terroristas en Cisjordania y Gaza, especialmente Jihad Islámica
y Hamas, pero muchos afirman que no tiene medios reales para controlarlos.
La ola de atentados que siguió a la tregua unilateral de Ariel
Sharon debilitó este argumento, ya que su propósito parecía
ser provocar represalias masivas israelíes y salvar a Arafat de
la incómoda posición de ser el único que se rehusaba
a declarar el cese del fuego que pedía Washington. Ayer, Arafat
anunció una tregua y resolvió esta contradicción
política. Pero eso sólo situaba la atención
en una segunda contradicción, por mucho tiempo ignorada, que determinará
la actitud de la comunidad internacional hacia Arafat y su Autoridad Palestina.
La contradicción parte de lo que a primera vista parece ser nada
menos que un enigma: ¿puede realmente Arafat controlar a los grupos
terroristas?
Fuera de Israel, el consenso es que no. Sin un proceso de paz, Arafat
no podría ordenar la represión de grupos que, mediante sus
ataques contra las fuerzas de ocupación, se convirtieron
en héroes populares. Más importante, se afirma que es prácticamente
imposible detener atentados suicidas realizados por agrupaciones fundamentalistas,
ya que sólo hace falta una pequeña organización celular
para causar cientos de víctimas y el terror entre la población
civil israelí. Esta argumentación, por mucho tiempo indiscutida,
no resiste un análisis sostenido. De hecho, la primera y más
importante vulnerabilidad de las agrupaciones terroristas es lo que muchos
consideran su mayor fuerza: los atentados suicidas.
Son un fenómeno relativamente reciente, pero su uso es cada vez
más frecuente. Las cifras explican por qué. Durante el período
anterior a la Intifada, por ejemplo, los atentados suicidas de HAMAS y
Jihad Islámica fueron en promedio el doble de destructivos (medido
en víctimas) que los otros ataques. En el número de muertos
que causaban, los kamikaze eran tres veces más letales, causando
un promedio de 11 por ataque, contra los tres por ataque que producían
métodos más convencionales. Y tácticamente
es muy difícil detener a un kamikaze una vez que penetró
en Israel. Cuando el terrorista parte en su misión su éxito
está prácticamente asegurado, enfatizó el analista
israelí Boaz Ganor. Sin embargo, esa partida no es más que
el último paso de un proceso muy largo y complejo. Y, por tanto,
mucho más amenazado por una estrategia antiterrorista.
Hay que entender que la estructura celular clásica de organizaciones
clandestinas no basta para un grupo que emplea atentados suicidas de manera
frecuente. El motivo es obvio: las células kamikaze se destruyen
a sí mismas junto con su enemigo, y por tanto hace falta una estructura
logística para renovar a sus integrantes. En los territorios
palestinos, esa estructura es enorme y, en consecuencia, vulnerable. No
hay ninguna escasez de reclutas. En general, los shahid (mártires)
vienen de sectores pobres, ya que su inmolación garantiza que su
familia subirá en la escala social y recibirá recompensas
simbólicas (loas en las mezquitas) y económicas (donaciones
de caridad). A nivel personal, el Islam le garantiza al mártir
la vida eterna en el cielo, donde podrá contemplar el rostro de
Alá, será atendido por 72 vírgenes y podrá
hacer ingresar a 70 de sus familiares. Pero el proceso para seleccionar
a los suicidas de entre la multitud de candidatos es muy dilatado. La
primera etapa ocurre en las organizaciones de caridad y las mezquitas
con influencia de los grupos terroristas. Allí, clérigos
y dirigentes de la organización marcan a los fieles
que podrían servir como kamikazes. Estos reciben becas para asistir
a las escuelas religiosas, también controladas por esas organizaciones,
donde aún menos son elegidos. Finalmente, quienes están
dispuestos desaparecen para entrenarse por unos días,
y parten poco después. Así, hay tres puntos donde se puede
frenar el proceso: lasmezquitas, las escuelas religiosas y la propia familia
del estudiante, que notará su desaparición y
probablemente no sepa que integra un grupo terrorista. Lo único
que tienen que hacer las fuerzas antiterroristas palestinas es infiltrarse
en estos puntos, y su monitoreo puede extenderse hasta la familia misma,
ya que el altísimo ratio de policías a población
en los territorios (1 por 50, contra 1:400 en Estados Unidos) significa
que casi todos tienen algún pariente en las fuerzas de seguridad.
La estructura diurna de los terroristas es entonces muy vulnerable.
Y la nocturna, con las células autónomas, no
es mucho más resistente. En realidad, son muy contadas las ocasiones
históricas en que una organización celular pudo sobrevivir
una represión implacable: desde los comunistas alemanes de 1933
hasta las guerrillas urbanas latinoamericanas de los 70, la historia de
las células urbanas es la de un gran fracaso. Donde sobreviven
es porque o existe un ejército guerrillero en regla (como en Algeria
o Vietnam), o porque cuentan con fuerte apoyo popular local (como hoy
en el País Vasco, donde sin embargo ETA está perdiendo un
número sin precedentes de comandos). Sin llegar a la lapidaria
conclusión de Arthur Koestler de que las células no son
más que una manera de organizarse para la derrota,
es indudable que su éxito depende en gran medida del grado de moderación
del represor.
Y Arafat jamás mostró tal moderación. Entre los años
1997-2000, cuando prácticamente cesaron los atentados terroristas
contra Israel, Amnesty International (AI) denunciaba que más
de 1.500 palestinos están encarcelados sin juicio por razones políticos,
incluyendo al menos 70 personas sospechadas de ser fundamentalistas...
La tortura es utilizada oficialmente durante interrogatorios y para obtener
evidencia. Los atentados serios, como el de anteayer, sólo
resurgieron cuando Arafat, por sus propios motivos, siguió las
recomendaciones de Amnesty.
Si se admite que los mecanismos de represión de Arafat son más
que suficientes para detener el terrorismo, sólo queda una pregunta:
si Arafat todavía controla este mecanismo. Las milicias Tanzim,
por ejemplo, han mostrado un grado alarmante de independencia, especialmente
bajo su líder en Cisjordania, Marwan Barghouti. Para Arafat, sin
embargo, esta excusa es de doble filo, por lo menos. Si no controla a
sus fuerzas de seguridad, y por ende no puede detener el terrorismo, ¿de
qué nos sirve negociar con él?, como sintetizó
brutalmente el ministro de Seguridad Interior israelí Uzi Landau
luego del ataque del viernes. Ayer, el torrente de órdenes que
el líder palestino enviaba frenéticamente a sus fuerzas
de seguridad indicaban que estaba muy consciente de que las contradicciones
de su posición amenazan directamente su legitimidad como interlocutor,
no sólo ante Israel, sino frente a Estados Unidos y Europa.
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