Por Carlos Polimeni
En los primeros años
de la década del 90, su programa parecía un símbolo
de la vacuidad y el desenfado de la cultura del menemismo. Cuando la Alianza
se convirtió en la fuerza emergente de la política argentina,
ese espacio ruidoso y masivo, todo para arriba, fue virando sutilmente
de dirección, hasta convertirse casi en un foro de apoyo a la candidatura
de Fernando de la Rúa. Hoy, Marcelo Tinelli conduce un programa
que para muchos analistas serios se ha convertido en el más crítico
de la televisión argentina, en el temblor de los políticos.
¿Es Tinelli un oportunista, que cambia de postura política
según su conveniencia económica, o se trata de un líder
de opinión oportuno, que olfatea el estado de ánimo de la
gente y lo traduce en sátira política? Como quiera que fuese,
sus cifras de rating son escalofriantes: el lunes pasado El show
de Videomatch tuvo picos de 35.3 puntos y midió un promedio
de 31.1, y el jueves, su promedio fue de 26.6, con un pico de 30.7. Estos
números no son exabruptos sino una constante de su programa, que
está lleno de perlas de producción. Una serie de humoristas
casi sin antecedentes fuera del programa en muchos casos sus nombres
no son conocidos le dan cuerpo, semana a semana, a una galería
de personajes únicos en la televisión hoy. El show
de Videomatch ocupa hoy en el imaginario colectivo un espacio similar
al que en los 80 llenaban, juntos, los programas de Tato Bores y Alberto
Olmedo. En muchos sentidos, es un noticiero, delirante y por momentos
bizarro, de una Argentina desquisciada.
Las cifras indican que los lunes y jueves de cada diez televisores encendidos,
seis o siete están clavados en El show de Videomatch.
El programa ha sido este año una especie de trinchera feroz de
burlas e ironías sobre la clase política, con un ideólogo
que parecería no casarse con nada ni nadie. Que nadie se
confunda: cada cosa que se dice en el terreno político está
avalada por El Jefe: nosotros trabajamos para transformar en realidad
sus ideas, dice uno de sus colaboradores directos, uno de los pocos
que tiene perfil propio claro. Y a juzgar por el rating, la gente
agrega piensa lo mismo que Tinelli, o se siente reflejada
en sus ideas. La popularización de la imagen del presidente
Fernando de la Rúa como un hombre que no atina a decidir bien nada
¿no tiene acaso una directa relación con la imitación
que auspicia Tinelli en su programa, para colmo de males confirmada por
la desafortunada visita que concretó al estudio el imitado? Sin
embargo, sería errado considerar a Tinelli algo así como
un líder de una oposición al Gobierno. El animador ha sido
permeable, en los últimos meses, a un par de sugerencias desde
el Gobierno para que no se ensañe más con De la Rúa,
al que ya le hizo suficiente daño. Es en ese marco que en el programa
aparecieron imitadores de Chacho Alvarez, Domingo Cavallo, Carlos Menem,
Cecilia Bolocco, Emir Yoma y Erman González, entre otros. De la
Rúa ya no es el blanco principal de las pullas y en algunos casos,
su personaje, sin que todos lo noten, desaparece por completo. En más
de una ocasión Tinelli ha llamado a funcionarios del Gobierno para
testear su humor semanal con respecto a las andanzas del falso De la Rúa
que compone, magistralmente por momentos, Freddy Figuretti
Villareal. Hasta hace pocos días, Tinelli soñaba con poder
quedarse con una frecuencia de FM que el Comfer debía regularizar.
Finalmente, fracasó, porque un juez ordenó una licitación
que fue ganada por el empresario Daniel Hadad y Tinelli debió alquilar
una frecuencia para la emisora que pondrá en el aire el lunes 11.
Nosotros hubiésemos preferido que la frecuencia fuera para
Tinelli, pero... la verdad... no pudimos operar..., confesó
un miembro clave de los equipos de comunicación del Gobierno, que
tiene buen trato con el animador.
Tinelli es el productor de dos de los programas estrellas del canal estatal,
Okupas y Todo x 2 pesos, que ganaron en conjunto
cinco de los siete Martín Fierro que son el mayor orgullo de la
actual administración de la emisora. La puesta en funcionamiento
de su emisora radial, en la frecuencia que antes era de Radio Clásica,
es la punta de lo que piensa como el iceberg de su futuro, un pool bastante
más grande que su empresa actual, Ideas del Sur. No va por más
plata este Tinelli 2001 que en su casa escucha a Caetano Veloso: su motivación
es el prestigio, el lugar que ha ganado tras doce temporadas de trajinar
estudios con productos atendidos por su propio dueño. Le gusta
ser el número 1 indiscutido.
Tinelli ayudó a popularizar hasta mediados de la década
del 90 la imagen de Menem como la de un presidente populachero, capaz
de jugar al fútbol en un estudio de televisión y de prestarse
con absoluto desparpajo a hablar y mostrar su vida privada por televisión.
De hecho, Menem cerró su campaña por la reelección
en el programa de Marcelo, como definía a sus íntimos.
Cuando, largos años después, la sociedad comenzó
a cansarse de eso, la línea del programa fue volviéndose
opositora: la lucha de los docentes en la Carpa Blanca, por ejemplo, fue
una bandera de aquel Tinelli que se reposicionaba al compás de
la demanda social. Menem, que no tenía ningún empacho en
decir que veía los programas de su amigo en la residencia de Olivos,
empezó a intentar, en vano, recuperar el terreno perdido: como
muchos empresarios, Tinelli había decidido ya por entonces poner
huevos en canastas distintas. En ese proceso, llegó incluso a organizar
un maratón para el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que salió
de una reunión privada con el futuro presidente de la Nación.
En los equipos de campaña de De la Rúa festejaron, pensando
que habían coptado tropa ajena. Tinelli invitó por entonces
a De la Rúa a su programa, tratándolo con el respeto que
merecía un estadista de su nivel. Luego, aparecería el imitador
que refleja sus propias observaciones sobre los problemas del Presidente.
Esta semana, la notable sátira poético-musical del programa
apuntó decididamente a dos frentes: a moler al menemismo, luego
del casamiento del ex presidente con Cecilia Bolocco, y a insistir con
las críticas al costado más censurable, para el público,
del presidente De la Rúa. Los reverendos, un grupo
de supuestos monjes que cantan canciones religiosos, entonó versos
como Que el señor/no deje salir a Carlos/pues de Siria no
podrán extraditarlo o La Bolocco soñó/una
fiesta en un palacio/y su novio se la hizo/en un gimnasio. Los notables
Rapporteros recordaron que el conflicto de Aerolíneas
nació con las privatizaciones de principios de los 90 y afirmaron
que si Chupete no levanta vuelo/su gobierno terminará por
el suelo. El enviado, uno de los aciertos de este año,
afirmó, amparado en la melodía de Cómo estamos
hoy, de los Súper Ratones, que Cavallo es como el perro
malo, vive atado al Fondo y cantó Todos los familiares
de la novia chilena/conociendo a los invitados/fueron sin billetera.
Las huestes cómicas de Tinelli haciendo lo que la murga ha hecho
desde el fondo de los tiempos satirizar a los poderosos, pero
en un formato de producción impecable, y desde el poder del mayor
rating de la televisión argentina. Pero con una calidad de producción
similar a la de los videoclips de los grupos de rock, y una dinámica
de producción y post-producción que enaltecen a la televisión
argentina.
Que Tinelli tiene claro quién tiene poder, y quién ya no
lo tendrá, es más que evidente con sólo ver en qué
porcentaje reciben unos y otros, y sobre qué temas. Pero lo suyo,
está claro, no es más que un reflejo de lo que la sociedad
y la justicia están sintiendo. El ex presidente al
que Tinelli abrazaba en cámaras y trataba de amigo es presentado
como un turco corrupto, libertino y ladrón. De la Rúa, como
un hombre mayor a veces confundido. A los delarruistas, que esa crítica
la tienen internalizada, les divierte infernalmente, a su vez, el imitador
de Chacho Alvarez. Este se presenta en cámaras, con un discurso
atropellado pero lindo y, ante el menor inconveniente, anuncia que se
va, que abandona el piso: La onda es irse, Marcelo. Vámonos.
Me voy a la Universidad de Quilmes. Me voy a París. Me voy a Londres.
Me voy ¿eh? Cuando me voy, me voy en serio. Vengo, estoy diez minutos
y me voy. Me voy. Me fui. Quizás ahora sea diputado, pero para
irme. A los aliancistas le fascina el repetido truco de presentar
a dos imitadores de Erman González y Emir Yoma detenidos en una
prisión, al fondo del decorado. No le pasó lo mismo a Yoma,
cierto lunes del mes pasado, cuando se disponía a intentar olvidar
sus cuitas un rato, de ser posible, y tuvo la mala idea de poner El
show..., que tanto recomendaba su ex cuñado y ex jefe. Le
dieron ganas de llorar, viendo cómo un imitador lo presentaba atado
a una bola y cantando a lo Pimpinella con el ex SuperErman.
Marcelo no tiene compromisos con nadie, es independiente y sabe
pegarles fino a los políticos que se lo merecen, plantea
el periodista Luis Majul, que el martes pasado le dedicó una parte
de su programa al fenómeno de Tinelli y obtuvo el mejor rating
del año para La cornisa. Tengo la sensación
de que una parodia con más de treinta puntos de rating, expresando
el sentimiento de la gente, es más dañina para los políticos
que cualquier editorial de Mariano Grondona. En estos momentos, no hay
nadie que interprete la realidad con la sensibilidad de Tinelli.
El publicista Gabriel Dreyfus, que fue candidato a vicegobernador del
no tan democrático Luis Patti, hoy intendente de Escobar, cree
que la credibilidad de Tinelli podría ser, además, un enorme
capital político. Si Tinelli se presentase a elecciones,
si hubiese en la democracia un mecanismo de voto directo, arrasaría,
sacaría mucho más votos que cualquier político,
arriesga.Para el sociólogo Luis Alberto Quevedo el proceso actual
corona una etapa de crecimiento del conductor como hombre clave de una
nueva forma de hacer televisión. Existen pocos programas
en la historia que hayan hablado tanto de cómo es la Argentina
que los programa de Tinelli, sostiene.
El crítico de televisión Pablo Sirvén cree que el
secreto de Tinelli es que ha sido muy funcional a la realidad
de los últimos once años. Es central pensar que él
tiene una sintonía fina con el estado de ánimo de su audiencia.
En la primera parte de los 90 acompañó la complacencia que
la gente tenía con el menemismo, pero a partir del 97, producto
de la elevada sensación térmica social y de la madurez con
que elaboró su fama, realizó un viraje, tomando una posición
crítica. Muchos chicos y adolescentes que no leen los diarios,
o no están interesados en la política, ven a Videomatch
como un noticiero. Por eso, Tinelli se ha convertido en un informador
crítico, que mantiene un gran virtud: si bien recicla el programa
permanentemente, permanece fiel a sus orígenes, apostando a un
público amplio, que incluye a obreros y a ejecutivos. Para
el dramaturgo Alberto Ure desde hace tiempo el humor se cuela en el modo
en que la televisión refleja la realidad política, acaso
para hacerla menos densa. Hoy observa hasta los presentadores
de noticieros ensayan entre si pasos de comedia.
Como postulaba un pensador español de la década del 60,
es preferible reír que llorar.
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