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No todo lo que se juega es futbol
De Aerolíneas a las FARC, todo estuvo en las tribunas

El espectáculo de las tribunas estuvo otra vez, más que en aliento de las respectivas hinchadas y el duelo de dedos expresivos (cinco por tres) en las referencias a aspectos de la realidad extrafutbolística en ambos países. El conflicto de Aerolíneas, la violencia en Colombia y la discriminación fueron parte del clima que se vivió ayer en el Monumental.

Por F.M.

El espectáculo de la confrontación entre selecciones nacionales se ha convertido en un escenario complejo que, cumpliendo un poco con la función de la antigua plaza cívica, convoca y permite todo tipo de expresiones, deportivas y extradeportivas, todas apreciables cuando el espectador se pone un poco en la piel del director de cine y se enfrenta a aquellos elementos disímiles que componen la escena. Y allí están, simplemente porque alguien se encargó de ponerlos, los mensajes visuales y sonoros que acompañan esos 90 minutos del juego. En la tarde de ayer, bajo el cielo gris del estadio de River, estuvieron presentes el conflicto de Aerolíneas Argentinas, el problema de la discriminación, los atentados que azotan a Colombia y ponen en juego la organización de la próxima edición de la Copa América, y también una lavada reivindicación de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) sobre una bandera argentina, que las autoridades no tardaron en tapar. Se vieron, además, más revendedores y acomodadores de autos que policías en las cercanías del estadio. Y no faltó, por supuesto, el fantasma del 5–0 que los hinchas colombianos recordaron durante varios minutos hasta que el marcador dejó de estar en cero y los hinchas argentinos tomaron la posta.
Los jugadores de la Selección Argentina salieron al campo de juego vestidos con unas remeras blancas y llevando una bandera cuyo mensaje era bien claro: “Salvemos a Aerolíneas Argentinas”. Los colombianos hicieron lo propio, pidiendo por la “Paz en Colombia”. Unos minutos antes, en el vestuario, el conjunto visitante entregó a la prensa un comunicado, firmado por el cuerpo técnico y los futbolistas, apoyando la organización de la Copa América en Colombia que, debido a los últimos atentados, corre el peligro de ser trasladada a otro país, que podría ser México. “Consideramos que la celebración de un torneo de esta magnitud nos abre la posibilidad de decirle al mundo lo que en realidad somos y queremos ser. Con seguridad, la Copa América le brindará a nuestra nación unos días de paz, que será una señal que nos permitirá creer que una paz verdadera y definitiva también se puede lograr”, decía el comunicado.
Lejos del grueso de los hinchas colombianos, precisamente en una de las bandejas de enfrente, sobre una bandera con los colores argentinos se pudo ver durante unos minutos la leyenda: “Somos amigos de la Paz, somos amigos de las FARC”. Pero esto duró hasta que las autoridades advirtieron el mensaje y mandaron taparlo.
También llamó la atención, entrando por Lugones, por la zona del puente Labruna, la cantidad de revendedores de entradas que merodeaban las cercanías del estadio, y el policía –sí, uno solito– que esperaba a la multitud que llegaba rezagada, desde arriba del puente. Los que llegaban en autos eran ubicados por los “trapitos” –que eran muchos, muchos–, sobre las banquinas o el pasto o sobre la curva que trepa el puente.
Un pálido y raro mensaje contra la discriminación sonó por los altoparlantes del estadio. A cada rato se escuchaba algo así: “Las camisetas son de distinto color, las lágrimas no. No discriminemos”.
Pero el color, lo que se dice color –porque los hinchas argentinos gritaron los goles y apenas un poco más–, lo pusieron los poco más de 100 hinchas colombianos, agrupados en la bandeja media de uno de los codos. “Uno, dos, tres, cuatro, cinco...”, coreaban los visitantes, alardeando, tanto que uno de los controles del estadio, ubicado a la izquierda de los hinchas colombianos, hizo justicia con sus propias manos. “Uno, dos, tres”, les mostraba con los dedos. “Uno, dos, tres”, con los dedos, y faltaban aún 45 minutos. Podrían haber hecho dos goles más los hombres de Bielsa, al menos para que el control del estadio de River pudiera levantar toda la mano y saludar, adiós, adiós, a los buenos amigos colombianos.

OPINION

Por Diego Bonadeo

¡Qué cosa más rara!

Bielsa, Marcelo –hermano de Bielsa Rafael, el de la Sigen–, es gente de buena fariña como su hermano, aunque se le puedan criticar métodos más que actitudes.
Bielsa, Marcelo, convocó a Cavallero, un empecinado entregador de rebotes cuando en la administración anterior del Seleccionado –1994-1998- le tocó jugar en el equipo nacional. Un poco a contracorriente de un criterio que parece razonablemente generalizado respecto de aquello de aprovechar “las buenas rachas de los arqueros”, lo que no necesariamente parece tan generalizado –aunque a veces sí– para los jugadores de campo. Y uno piensa en Costanzo, en Saja e incluso en el Pato Abbondancieri. Y Costanzo fue convocado al plantel, pocas horas antes del partido de ayer.
Bielsa, Marcelo, no pudo alinear esta vez en el equipo a Walter Samuel, cuyo supuesto atributo de infranqueabilidad defensiva pasa más por su entrecejo fruncido y por su barba candado que por otras virtudes, habida cuenta de la difundida costumbre del oriundo de Firmat de maltratar la pelota cuando de jugarla con los pies se trata.
Bielsa, Marcelo, convocó al Chelo Delgado. Bielsa, Marcelo, no convocó al mellizo Guillermo Barros Schelotto. Es materia opinable, dirán los seguidores del obvio Perogrullo. Por eso, por ser materia opinable, uno puede escribir que le parece un disparate que, en estos tiempos y en estas circunstancias, el Mellizo no forme parte del plantel.
Pero Bielsa, Marcelo, no juega. Punto y aparte.
Tampoco juega Pacho Maturana, el retornado técnico colombiano, y sin embargo los buceadores de estadísticas y los agitadores de fantasmas -como si aquel equipo colombiano de 1993 hubiese sido un grupo de “terminators” y no un maravilloso conjunto de futbolistas de paladar negro– recuerdan con recurrente superficialidad el 0–5, y la participación de los actuales “sobrevivientes” del episodio: Simeone, Asprilla y Rincón.
Pero, otra vez, Maturana, Pacho, no jugó entonces ni ayer. Ayer, tampoco el Burrito Ortega le pudo aportar a la Selección Nacional la “libertad de gorrión” (diría y cantaría Serrat) que todo equipo necesita desde la impredictibilidad y el talento, por aquel precepto “valdaneano” de “arrancar ordenado para después desordenarse”.
El partido empezó con el “Marado...” de las tribunas, recordando al más grande, que tampoco jugaba y que tampoco había jugado en el ‘93, aquella tarde cuando el “Marado...” se hizo más fuerte que nunca, como requerimiento para que Maradona volviera al fútbol y al equipo nacional.
El primer tiempo fue rarísimo. Y malo, también. Quizá lo más importante haya sido, aparte de los tres goles, el pelotazo en el poste de Sorín a los 16. A los 22 el Kily González se llevó la pelota por la izquierda y casi sin ángulo marcó el primero. Al rato, a los 24, Verón tiró un corner desde la izquierda con pierna cambiada, le apuntó para el gol olímpico, Córdoba rechazó “de voley” con los dos brazos para arriba, cabeceó Sorín y después de otro rebote el Piojo López marcó el segundo. Y el tercero, cuatro minutos después, llegó con Crespo trastabillando después de encarar con los ojos abiertos para ponerla mordida antes que pueda intervenir Córdoba.
Tres goles era una exageración. No se lo merecía el equipo argentino, ni tampoco el partido. El segundo tiempo se mereció los goles que el primero tuvo sin merecerlos. Porque Colombia arrancó mejor, porque Argentina lo supo reacomodar, aunque jugando de a ratos al pelotazo. Cavallero no fue para nada el entregador de rebotes de otros tiempos y prácticamente no tuvo errores. Vivas fue el mejor de todos y el Seleccionado Nacional, sin hacer goles, llegó muchísimo más que en el primer tiempo. Además llegó mejor. Pero todo fue muy raro. Lo único que quedó claro es la capacidad goleadora del puntero de la zona sudamericana que, sin jugar bien, ganó bien. Punto final.

 

 

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