UNO
Uno nunca está muy seguro de dónde han venido los
libros mientras los escribe. Sabe, sí, que
cuando un libro llama a la puerta y dice ¡aquí estoy¡,
sería de necios negársele, porque es seguro que se la va
a pasar muy bien escribiéndolo. En ocasiones, determinados libros
se anuncian como un relámpago súbito y otros, por lo contrario,
llevan décadas madurando sus páginas. Con El instinto de
Inez, por ejemplo, yo estoy seguro de que todo comenzó durante
mi adolescencia en Buenos Aires. En esos días yo tuve la oportunidad
de ver a los grandes cantantes líricos y a los mejores directores
de orquesta de Europa que llegaban al escenario de esa catedral y ese
santuario que es el Teatro Colón huyendo de los nazis. Fue entonces
cuando yo descubrí los placeres y las maravillas del género
operístico y está claro que todo eso, ese deslumbramiento
inicial y nunca superado, fue nutriéndose con la experiencia de
los años y por eso recién ahora escribí este libro
que, probablemente, empecé a pensar, sin saberlo, entonces, hace
tanto, dice Carlos Fuentes un mediodía en una Barcelona golpeada
como se dice aquí por un sol de justicia.
DOS Fuentes no duda a la hora de contar de qué va la cosa, pero se reserva toda mención al final que como decía Hitchcock, ruego que no cuenten en sus crónicas. El instinto de Inez es primero una historia de amor fáustica. El amor de una mujer que se enamora de un hombre que no encuentra en su tiempo ni en su espacio y que, por lo tanto, debe buscar en otra época y en otro lugar. Es, por lo tanto, una historia fantástica. Es, también, todo un manifiesto narrativo sobre la delgada línea, los contados compases, que separan a la locura del amor de la locura del arte sustentada sobre las figuras casi arquetípicas de dos personajes: el director de orquesta centroeuropeo Gabriel Atlan-Ferrara (inspirado directamente en el temperamental Segiu Celibidache) y la bella cantante mexicana Inez Rosenzweig quien irá ascendiendo desde los fondos del coro hasta alcanzar las alturas de vértigo de la Margarita de La damnation de Faust de Berlioz. La novela, breve en extensión pero abundante en acontecimientos, se organiza, o se desorganiza, en una serie de desencuentros entre 1940 y 1999 en ciudades como Londres, Ciudad de México y Salzburgo por las que Gabriel e Inez se desplazan, casi arquetípicos, casi negando el imperativo de leyes a las que los lectores no pueden negarse, pero sí como suele ocurrir en el planeta de donde vienen todas las óperas olvidar al menos por el tiempo que se tarda en leer un libro. TRES La música, por supuesto, es la cuestión de fondo y Fuentes no demora en sacarla a la superficie de la conversación: La música es el único territorio donde se puede ser verdaderamente genial. Porque en la creación musical se parte siempre de cero, de la nada absoluta, y se llega a traer al mundo algo que nunca había estado ahí. No me vengan a mí con que hay música en el canto de los pájaros o en el sonido del mar. La música es otra cosa. En la literatura, en cambio, nosotros trabajamos como en las profundidades de las minas. A oscuras, con poco aire y procurando arrancarle a la tierra la moneda corriente, ese cobre de todos los días que es el lenguaje con el que hablamos y que de vez en cuando, si hay suerte, podemos convertir en algo más o menos parecido al oro. Los escritores somos los esclavos de la creación mientras que los músicos son sus amos. De eso me interesaba hablar en este libro no porque esté cansado cada día me siento más joven, en realidad sino porque son de las cosas que más me va interesando escribir a medida que pasan los años. En ese juego permanente entre el pasado que es la memoria, el presente que es la consagración de algo y el futuro que se traduce en el deseo, yo voy moviendo mis temas amparado en la idea de que es el lector quien termina el libro y de ahí también esa suerte de final abierto que no es tal de El instinto de Inez. CUATRO La historia fantástica, sin embargo, volverá a ser historia verdadera en un próximo libro de Fuentes sobre el último día en la vida de Emiliano Zapata. Otro libro, un libro más, el libro. Ese animal y objeto al mismo tiempo que Fuentes sin por eso renegar de la electrónica de Internet considera sagrado y digno de ser abierto como se abre una mujer.
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