Ayer todavía no llegaba
la bíblica represalia israelí por los 19 muertos en el atentado
del viernes en Tel Aviv. Pero tampoco había un cese al fuego. El
gobierno israelí enfatizó que la declaración del
sábado del líder palestino Yasser Arafat en pos de una tregua
no era suficiente y que todavía faltaban pruebas concretas de que
hablaba en serio. Algunas había. Al principio del día se
informó que los incidentes antiisraelíes en los territorios
se redujeron a menos de diez. Esto es probablemente lo que salvó
que Cisjordania y Gaza recibieran toda la furia de una réplica
israelí. Pero el premier Ariel Sharon subrayó que el ultimátum
sólo fue prorrogado por unas horas más. No creo en
las declaraciones sino en los hechos, advirtió. Y los hechos
que pide, el arresto de los terroristas de Hamas y Jihad Islámico
y la confiscación de sus armas, no parecen estar cerca. Todo lo
contrario. Esas organizaciones, junto con el mismísimo partido
Fatah de Arafat, votaron ayer continuar la intifada. Y unas horas después
se dispararon morteros contra una colonia judía en Gaza.
Israel utiliza el plazo para alistar los últimos detalles de la
ofensiva que lanzará si considera que Arafat efectivamente no declara,
o es incapaz de declarar, un auténtico cese de hostilidades. Las
unidades del Ejército israelí en la frontera de demarcación
con Cisjordania fueron puestas en alerta máximo, y ya se las reforzó
con unidades de élite, que probablemente serían empleadas
para capturar o matar dirigentes terroristas en el territorio. También
se habría activado un mando de división para concentrarse
exclusivamente en estas operaciones, quitándole el control a los
comandos territoriales. Gran parte de los edificios de la Autoridad Palestina
(AP) ya fue evacuada, pero fuentes israelíes aseguraron que esta
vez no sólo se actuará contra sus edificios.
Todavía es incierta la actitud de la comunidad internacional, pero
el gobierno israelí habría recibido el aval del país
que cuenta. Nuestra administración está muy consciente
de la presión sobre el premier Sharon (para ordenar la represalia),
declaró ayer un alto funcionario de la Casa Blanca
citado por el diario Haaretz.
Pero a Sharon todavía le quedan bastantes medidas antes de ordenar
la ofensiva militar. El sábado había cerrado los pasos fronterizos,
incluso para miembros de la AP. Ayer suspendió el suministro de
petróleo y gas y la distribución de correo internacional.
También se habrían expulsado a 1000 trabajadores palestinos
de Israel, y hay planes para excluir al resto. Los siguientes pasos del
bloqueo incluyen cortar cualquier transferencia de fondos a los territorios,
dividir a Cisjordania en dos partes aisladas, clausurar las oficinas de
la AP y cerrar el puerto y aeropuerto internacional de Gaza. Si Arafat
no quiere que su situación empeore aun más, advirtió
ayer Sharon, debe cumplir inmediatamente con sus promesas.
Nos reunimos con todos los grupos y dijimos que no toleraremos tiroteos
o atentados dentro de Israel, aseguró nerviosamente un funcionario
de la AP. Pero en esos mismos momentos el Comité Supremo
de la Intifada de Al Aqsa, que reúne a todas las facciones
palestinas, llegaba a una resolución que lo contradecía
directamente. Instamos a nuestro pueblo a continuar con la lucha
popular contra la ocupación de nuestra tierra para alcanzar nuestros
derechos nacionales, rezaba su comunicado final. Poco después,
un alto dirigente de Hamas, Mahmud Azhar, interrogado sobre el cese al
fuego que habría ordenado la AP, aseguraba extrañado que
la Autoridad Palestina no estableció ningún contacto
para una tregua: todos los grupos, incluyendo el Fatah de Arafat, continuarán
sus actividades de resistencia hasta que las tierras palestinas sean liberadas.
FUNERALES
DE LOS JOVENES MUERTOS EN TEL AVIV
Muerte
en la tierra prometida
Por
Suzanne Goldenberg
Desde Tel Aviv
Yelena
y Yulia Nelimov eran adolescentes con aspiraciones adolescentes: vestirse
bien, divertirse y pasar la mayor cantidad posible de fines de semana
en aquella discoteca frente a la playa
de Tel Aviv que se había transformado en el punto de encuentro
para los jóvenes inmigrantes provenientes de la ex Unión
Soviética. Ayer, cuando se cavaron nueve tumbas para nueve funerales
consecutivos en este cementerio al norte de Tel Aviv, sus familiares lloraban
por las dos hermanas, que estaban entre los 19 jóvenes israelíes
en el atentado suicida del viernes.
Estaban juntas todo el tiempo: Amaban tanto vivir, nunca las vi
llorar, siempre estaban riendo, recordó su prima de 15 años
Marina Shniper, quien por casualidad no las había acompañado
a la discoteca. El local tocaba pop ruso en el corazón de Tel Aviv,
todo un símbolo de la existencia de estos jóvenes inmigrantes
en Israel. Casi todos los muertos del ataque venían de la ex Unión
Soviética, una comunidad que ahora representa un millón
de los 6,3 que forman la población total de Israel. Aun antes del
atentado, la comunidad había sufrido desproporcionadamente por
la Intifada, pero esta última tragedia fue demasiado. Yo
estuve en las fuerzas especiales del ejército ruso, y vi cuando
mis camaradas eran heridos, pero eso era el ejército; no hay palabras
para describir cómo es cuando les pasa a los niños,
dijo Vladimir Shniper, tío de las Nelimov. Muchos en el cementerio
de Yarkon dudaban ayer en quedarse en su nueva patria. Ahora decidí
irme a Canadá: No veo qué futuro tenemos aquí; este
país existió por 50 años y siempre estuvo en guerra,
enfatizó Yuri Poltialov, de 21 años.
Las hermanas estudiaban en la misma secundaria en Tel Aviv. Es este
el cuarto funeral al que vengo hoy, y habrá muchos más,
dijo el director de la escuela. Tan sólo minutos antes había
presenciado el entierro de otro alumno, Irina Nepomniashy. Había
emigrado desde Tashkent hace cuatro años, y estudiaba administración
de empresas, decidida a conseguir un empleo mejor que el de su padre,
obrero fabril por menos de 750 dólares al mes.
La muerte trajo una crueldad adicional para Irina Nepomniashy. Su tumba,
cubierta de flores y velas, está aislada del resto. Es que las
autoridades religiosas sólo reconocen como judíos a aquellos
nacidos de madres judías, y la madre de Irina, Raisa, es musulmana.
Un primo, Alexander Nepomniashy, afirmó que el ministro de Justicia,
Meir Shitreet, les había prometido que Irina sería enterrada
con sus compañeros. Pero al llegar al cementerio descubrió
que se habían hecho otros arreglos, y ahora su tumba permanece
solitaria, oculta por un rosedal.
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