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Crónica de un éxito anunciado: una aplanadora pasó por Obras

Sin disco nuevo que presentar, el trío Divididos llenó el estadio de Avenida del Libertador el viernes y el sábado, con sendos shows de tres horas, llenos de clásicos y perlas. Hubo un esperable homenaje a Sumo y un sorpresivo homenaje a Spinetta.

Por Roque Casciero

Cada vez resulta más difícil hacer la crónica de un show de Divididos sin caer en lugares comunes. Pero que nadie se llame a engaño: el trío no tiene la culpa, porque intenta esquivar las repeticiones y, desde la salida del CD Narigón del siglo, busca texturas diferentes a la hora de revisitar el material más antiguo. El problema es que se hace prácticamente imposible hablar, una y otra vez, del vozarrón y la guitarra hendrixiana de Ricardo Mollo, del amasijo de dedos sobre el diapasón del bajo de Diego Arnedo y de los intimidantes golpes de Jorge Araujo a los parches de su batería. Entonces, como en el relato de otros shows, lo central es que Divididos conserva toda la fuerza que le valió el mote de aplanadora del rock. Que los tres músicos salen a tocar con una soltura y una seguridad que son la envidia de la mayor parte de sus colegas. Que no temen arriesgar con las puestas en escena. Y que siempre se guardan un par de ases bajo la manga para sorprender a sus seguidores.
En plena recesión, son pocos los grupos que pueden llenar dos veces el estadio Obras sin más excusa que la música: el viernes y el sábado, Divididos no presentó disco nuevo, no conmemoró ningún aniversario, ni -como en diciembre pasado– repasó todos sus álbumes. Eso sí, era el primer show grande en la Capital después de que Arnedo resultara muy golpeado mientras le robaban su auto. La fractura en su nariz ya es solamente el recuerdo de un susto mayúsculo, pero el hecho estuvo presente en la memoria del público: Olé, olé, olé, Diego, Diego, cantaron varias veces las tribunas.
Si alguien tenía dudas sobre el estado físico actual del bajista (o de sus compañeros, por caso), quedaron todas despejadas, porque Divididos tocó ¡39! temas durante tres horas. ¿Excesivo? Nadie presentó quejas formales. El show arrancó con una cita de Pescado Rabioso: la introducción de Post Crucifixión, un clasicazo con la firma de Luis Alberto Spinetta. Con la seguidilla de Capo capón, Alma de budín y Tanto antojo se desató el pogo y aparecieron las bengalas. El escenario estaba invadido por unas deformes y puntiagudas estructuras en las que estaban montadas la batería, dos sets de percusión, y un espacio para el invitado Gillespi (en De qué diario sos y Light my fire) y el cuarteto de cuerdas de Alejandro Terán (que cargó de fuerza dramática a La ñapi de mamá y Spaghetti del rock). Era una puesta digna de Radiohead, porque sobre la tela blanca que recubría los armazones metálicos se podían ver imágenes fragmentadas, con tomas que obraban de espejos individuales de los músicos (había una proyección detrás de cada uno) o con extraños primeros planos de globos metalizados (o algo parecido).
Durante el concierto hubo varias referencias a Sumo, además de las que un centenar de chicos del público tenían en sus remeras. La primera fue Luca, el tema que Mollo y Arnedo compusieron para su ex compañero Luca Prodan. Más tarde, durante un set acústico relajado y emotivo, tocaron Don’t turn blue y Silver moon. El cierre de esa porción del show -extrañamente apropiado– fue con Vientito del Tucumán, un poema de Atahualpa Yupanqui musicalizado por el trío. El pasado del bajista y el guitarrista retornó una vez más en los bises, con el popurrí que mezcla varios temas de Sumo y que ya es un clásico en los shows de Divididos. Hubo tiempo para todo tipo de emociones, desde el desparramo de adrenalina de Paraguay, Sobrio a las piñas y El 38 (un final más que esperado), hasta la dolorosa delicadeza de Spaghetti del rock. Hubo varios músicos invitados, además de los ya mencionados: Juan Rodríguez (ex Sui Generis y Polifemo) reemplazó por un rato a Araujo; Machi Rufino (ex Invisible y Pappo’s Blues) y Martín Aloé (Cienfuegos) se hicieron cargo del bajo; y Alambre González y Tito Fargo pusieron sus guitarras en varios momentos. Pero las sorpresas más grandes constituyeron dos de los picos del recital. Primero, con la presencia de Mimi Maura para Cielito lindo: la portorriqueña canta cada día mejor y su registro agudo mezclado con la garganta aguerrida de Mollo resultaron una combinación letal. Otro momento altísimo llegó cuando se repitió el homenaje a Pescado-Spinetta, con una versión impecable y poderosa de Despiértate nena. Sin proponérselo, Divididos volvió a demostrar que puede pasarle el trapo a la mayoría de las bandas argentinas, incluidas las que son capaces de llenar estadios de fútbol. La mezcla de lirismo, polenta, virtuosismo y sensibilidad que el trío de Hurlingham ha desarrollado en su carrera lo pone claramente en un escalón superior al de la mayoría de sus colegas.

 

 

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