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DEMANDA POR LOS FONDOS PARA INVESTIGAR
Superman vs. Bush

Christopher Reeve, el actor tetrapléjico que había encarnado al superhéroe, querelló al presidente de Estados Unidos por paralizar partidas que podrían beneficiar a los paralíticos.

Por Enric González *
Desde Nueva York

George W. Bush ha demostrado una gran capacidad para crearse enemigos. Ya tiene uno más: Christopher Reeve, el actor tetrapléjico al que sigue recordándose por su trabajo en la serie cinematográfica Superman, ha presentado ante un tribunal federal una querella contra el presidente de Estados Unidos. Reeve, apoyado por siete científicos, acusa a Bush de causar un “daño irreparable” a miles de enfermos al haber paralizado la investigación sobre las células madre. “George W. Bush está impidiendo o retrasando el descubrimiento de un remedio contra la parálisis, la enfermedad de Parkinson, la diabetes y otros males”, se afirma en la querella.
La presencia de Christopher Reeve en el grupo de querellantes no es casual. Para empezar, forma parte de los cientos de miles de personas que podrían beneficiarse de la capacidad terapéutica de las células madre. Desde que en 1995 se cayó de un caballo y se dañó la médula espinal, el actor permanece totalmente inmóvil y atado a un respirador. Pero hay otra razón más importante: es presidente de la Christopher Reeve Paralysis Foundation, que acaba de absorber la American Paralysis Foundation y ya ha proporcionado más de 15,4 millones de dólares a distintos programas de investigación.
El actor es, desde su accidente, un símbolo de esperanza para muchos, porque no se ha rendido en ningún momento. Su libro Todavía yo, en el que cuenta su lucha contra la enfermedad, fue un éxito de ventas. Los médicos le dijeron que nunca podría respirar sin ayuda mecánica, porque su tráquea no funcionaba; sin embargo, sometiéndose a ejercicios, ha conseguido ya respirar por sí solo durante 90 minutos diarios. Ahora tiene 48 años, y ha prometido que a los 50 será capaz de levantarse y dar las gracias a todos los que le han ayudado. Pero no podrá cumplir su promesa si se paralizan las investigaciones que podrían proporcionar en el futuro un sistema para que su médula espinal se reprodujera.
En este caso, como en otros, George W. Bush ha cedido ante su base electoral de extrema derecha. Las células madre son células con capacidad para multiplicarse y adaptarse a cualquier órgano, y suponen una de las opciones más interesantes en el desarrollo de la medicina. Pero los experimentos que se llevan a cabo requieren, en algunos casos, el uso de células procedentes de embriones descartados tras fecundaciones múltiples en probeta. Los antiabortistas se oponen a la utilización de embriones en la investigación, porque afirman que pronto será necesario crearlos expresamente para los laboratorios. Y la oposición al aborto es el rasgo más característico de los republicanos del Bible belt, el cinturón de estados sureños más o menos dominados por la derecha religiosa, donde Bush tiene el grueso de sus votantes.
La paralización de las investigaciones científicas en el ámbito de esas células fue una de las primeras medidas del presidente. Se trató de una maniobra indirecta: Bush creó una comisión para “revisar una cuestión polémica” y cortó la financiación federal a los laboratorios hasta que dicha comisión emitiera un dictamen. Nunca más se supo de la comisión, que, según los firmantes de la querella, posiblemente no ha llegado siquiera a reunirse. La semana pasada aún no lo había hecho.
La querella obligará al gobierno federal a dar al juez una respuesta antes de 60 días. Ese es el primer objetivo de Reeve y los científicos, entre los que figuran John Gearhart, de la Universidad Johns Hopkins (Washington); Martin Pera, del Monash Medical Centre de Australia, y Roger Pedersen, de la Universidad de California. Quieren que Bush se vea obligado a explicar qué ha sido de la comisión y, si se ha reunido ya, hasta dónde han llegado sus deliberaciones. “La querella es una gran noticia”, comentó Tim Dale, investigador en la Malen Clinic de Nueva York,”porque avergonzará a la Administración de Bush y le obligará a hacer algo”.
* De El País, especial para Página/12.

CIENTOS DE MILES DE CHINOS INFECTADOS CON VIH POR CORRUPCION
Comprando sangre a los pobres

Wenlou es un pueblecito agrícola de la provincia china de Henan, unos 800 kilómetros al sur de Pekín. De sus 800 habitantes, más de 500 están infectados por el virus del sida. Sin medicinas, sin información y sin dinero. Sin un solo comprador para su arroz, su maíz y su algodón. Están muriendo a razón de 40 personas al año. Pese al espeso silencio que el gobierno ha impuesto sobre el asunto, no cabe la menor duda sobre la fuente del contagio. Hasta la primera mitad de los años ‘90, los habitantes de Wenlou vendieron su sangre a las autoridades sanitarias locales, a 3,6 dólares el medio litro. Al parecer, no se limpiaban bien las agujas.
Wenlou no es un caso aislado. La práctica de la venta de sangre era muy común en esa zona hasta 1996. Sólo en la provincia de Henan había hasta esa fecha 287 estaciones de compra de sangre oficiales, y muchas otras ilegales. Las fuentes difieren en sus estimaciones sobre el número de personas que pueden haberse contagiado de sida en la provincia por culpa de las malas prácticas sanitarias en esas estaciones. Unos hablan de cientos de miles. Otros de un millón.
Siete habitantes de Wenlou han recorrido los 800 kilómetros que separan su pueblo de Pekín, en busca de algún tratamiento, o al menos de alguna publicidad para su tragedia. El miércoles pasado lograron hablar con los periodistas occidentales de la capital china. “Sabemos que vamos a morir”, les dijo una mujer que prefirió no dar su nombre, “pero esperamos que la persona responsable, el que recogía la sangre, sea arrestado”.
Otros dos jóvenes de Wenlou, cuyos padres han muerto ya, narraron que los técnicos les sacaban la sangre, la mezclaban toda en un gran recipiente, extraían el suero y luego les reinyectaban el resto del material. El extravagante procedimiento, según esta versión, pretendía aliviar el temor de los donantes a perder su energía con la sangre extraída. Otras versiones hablan de agujas reutilizadas. Lo único seguro es que una altísima proporción de los donantes han resultado contagiados.
La sangre se vendía a compañías farmacéuticas, que usaban el suero para fabricar productos derivados. No está claro para qué se han usado esos productos, ni a cuánta gente han podido afectar. Varias versiones coinciden en que se trataba de un negocio lucrativo para las autoridades locales. Ahora, ni los seropositivos ni los enfermos reciben ayuda oficial alguna. Ni siquiera reciben información oficial. El gobierno considera el caso “materia sensible”.
El gobierno de Pekín sólo admite la existencia de 22.517 seropositivos en toda China, y asegura que la mayoría de ellos son drogadictos. La cifra oficial es, sencillamente, grotesca. Como ejemplo baste citar que en España hay 120 mil seropositivos de una población total de 40 millones, muy lejos de los 1300 millones que viven en China. Expertos del Ministerio chino de Sanidad, citados por la agencia Reuters sin identificarlos, calculan que hay en el país “más de 600 mil” seropositivos. Los cálculos de la ONU son que, en un plazo de cinco a diez años, habrá en China cerca de 10 millones de personas contagiadas si el gobierno no toma las medidas preventivas necesarias.
Pero la actitud del gobierno chino no deja resquicios para el optimismo. Si los habitantes de Wenlou han tomado conciencia de su situación no ha sido gracias a ninguna instancia oficial sino al coraje de una mujer, Gao Yaojie, una ginecóloga retirada de 74 años que ha emprendido una verdadera cruzada personal para informar a los agricultores de la provincia de Henan de la gravedad de la situación. Y para intentar forzar al gobierno a afrontarla.
Difícil objetivo. El miércoles, el gobierno chino denegó a la doctora Gao el permiso para viajar a Washington, donde debía recoger un galardón de manos del secretario general de la ONU, Kofi Annan. Se trataba deltercer premio Jonathan Mann de Salud y Derechos Humanos, concedido por el prestigioso Global Health Council.
Gao se ha gastado su pensión, y un pequeño número de donaciones, para ir de pueblo en pueblo por la provincia de Henan, informando a la gente de que muchos de ellos tenían el sida, dándoles unas mínimas nociones para evitar que el contagio siga propagándose, y prestándoles la escasa atención sanitaria que está en sus manos. Todos estos incalificables delitos de Gao han merecido de su gobierno la acusación de estar trabajando “para las fuerzas enemigas de China”. “Estoy convencida de que lo que estoy haciendo es correcto –declaró Gao–. El problema no puede ocultarse por más tiempo, y es preciso afrontarlo.”
De El País, de Madrid, especial para Página/12.

 

 

 

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