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Martha Argerich toca sus sesenta

Considerada desde hace décadas una de las más grandes pianistas, la argentina es célebre por su intransigencia con la industria.

Por Sabine Glaubitz

¿Viene o no viene? Esta la pregunta que se respira en las salas del mundo antes de cada concierto de Martha Argerich. La argentina no sólo es considerada la mejor pianista del mundo, sino también una de las personalidades más temperamentales, extravagantes e imprevisibles de la historia de la música clásica del siglo XX. En Nueva York todavía se cuenta que un día dejó plantado al mismísimo Leonard Bernstein. Hace pocos días, como si no pudiera sustraerse de su propia fama, suspendió un concierto en París, aunque esta vez por motivos de salud. La pianista nacida en Buenos Aires, que enfermó de cáncer de piel hace más de una década, cumple 60 años hoy, pero nadie podría estar demasiado seguro sobre si lo festejará.
Fue una niña prodigio. A los tres años ya se sentaba al piano. Con ocho, actuaba con orquestas y en 1957, a los 16 años, ganó el primer premio del Concurso Busoni en Bolzano y del Concurso Internacional de Música en Ginebra. Se formó en la escuela de Vicente Scaramuzza y se perfeccionó, entre otros, con Friedrich Gulda en el Conservatorio de Viena. A los 21 lo dejó todo por una profunda depresión, pero con ayuda de su madre, el gran soporte de su vida, volvió a los escenarios como si nada hubiese pasado. A los 24 años obtuvo la codiciada distinción del Concurso Chopin en Varsovia y con ella el ingreso definitivo en el mundo de los virtuosos. los número 1 de la historia.
“En lo que se refiere específicamente a lo pianístico, Martha Argerich es una de las pianistas más interesantes del mundo. Se la puede comparar tranquilamente con su modelo Horowitz. Y hay momentos en que toca de una manera más cautivadora y desenfrenada que el gran mago Vladimir. Sólo que es un poco imprevisible. Lo increíble es que en realidad sólo toca pocas veces tan bien como realmente sabe tocar”, escribió sobre ella el experto Joachim Kaiser. Entre sus admiradores se encuentran prestigiosos músicos como el cellista y director Mstislav Rostropovich, quien la definió como “una pianista sin límites”.
Las cancelaciones a último momento y sus imposiciones al mercado, como grabar siempre lo que quiere y con el sello que elija, la convirtieron en una marginada, un papel al que se adaptó con gusto. “Me apasiona tocar el piano, pero odio ser pianista”, explicó con respecto a su desprecio por “el negocio con la música”. Así, comenzó a actuar cada vez más en escenarios menores, a tocar con otros maestros como el violinista Gideon Kremer y a disfrutar participando en pequeñas formaciones de música de cámara. “Si puedo, elijo tocar música de cámara, que es un diálogo con otros músicos que ofrece mucha riqueza. Tocar sola es a veces temible. Nadie nos sostiene en escena. La soledad nos desampara”.
Casada varias veces, Argerich tiene tres hijas y vive en Bruselas desde hace muchos años. Pese a que algunos la consideran demasiado temperamental y enigmática y la incluyen en la lista de los “talentos perezosos”, una opinión desapasionada debería dejar claro que con el paso del tiempo no perdió casi nada del “fuego celestial” que la revista Time destacó en ella en sus comienzos. En el Carnegie Hall de Nueva York ofreció, en marzo del año pasado y por primera vez en diecinueve años, un concierto solista. En el programa figuraban Chopin, Bach, Schumann y Prokofiev. El público la ovacionó entusiasmado y un crítico del New York Times escribió: “Desde Horowitz no se escuchaban sonidos como éstos. Su arte es puro encantamiento”.

 

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