Por Verónica
Abdala
Cinco escritores dialogan en
círculo, en un espacio despojado, en el que las palabras parecen
más contundentes. La reflexión de uno se hilará con
la de otro, y las ideas irán tejiendo discursos sin apuros pero
sin pausa. En mi nuevo programa no hay mesa, ni cuadros, ni helechos,
como en la mayoría de los de este tipo, porque lo único
que nos interesa es lo que se dice, y queremos que la exposición
de los cuerpos de los panelistas, enfrentados en ese espacio vacío,
los comprometa físicamente con lo que se esté planteando.
La definición es de la conductora de La lengua suelta,
la periodista Silvia Hopenhayn, que se ha convertido, a fuerza de capacidad
y perseverancia, en la cabeza visible de una serie de programas que apuntan
a reavivar el debate literario y de alimentar a su vez la relación
de los escritores con sus lectores.
Después de haber pasado por la radio se desempeñó
durante tres años como columnista de El Refugio de la Cultura,
y de Jaque Mate, y por la gráfica fue editora
de El Cronista Cultural durante otros cinco años, y colabora habitualmente
en revistas y diarios, Hopenhayn se dedica ahora full time al ciclo
televisivo de Canal (á), señal por la que condujo otro programa,
El fantasma, durante los últimos seis años.
La lengua suelta (los lunes a las 3, 9 y 15 y los domingos
a las 17) puede definirse como un espacio pensado para que los escritores
discutan en torno a la historia de la literatura, sobre la historia de
los libros y sobre las corrientes y tendencias que mueven hoy al mercado
editorial.
La diferencia con los otros ciclos del género es que éste
no está supeditado a la actualidad, como ocurre, por ejemplo, en
Los siete locos. Los nuestros son programas temáticos,
que se estructuran en torno a una cuestión previamente delimitada
por la producción, explica Hopenhayn. El lunes pasado el
programa estuvo dedicado a repensar las relaciones de la literatura con
La locura y la marginalidad y participaron Liliana Heer, Ariel
Schettini, la chilena Diamela Eltit y Diana Bellessi. El programa del
lunes que viene, dedicado a Jorge Luis Borges, contará con la presencia
de David Viñas, Luis Chitarroni, Vlady Kociancich, Matilde Sánchez
y Diego Bagnera.
¿En qué medida un programa de televisión, como
éste, puede acercar al público a los libros?
Yo le escapo a la pedagogía, en todas sus formas. Lo que
propongo es que compartamos con los espectadores una experiencia. La posibilidad
de que eso los acerque o no a los libros es secundaria. Y está
supeditada a la palabra, antes que a la imagen, como ocurre en la mayoría
de los programas de televisión. La gente me dice me sorprendió
haber oído eso en el programa, nadie me habla de lo que vio.
¿Cuál es el criterio a partir del cual elige y combina
a los invitados, en cada emisión?
Esa elección se da, además de por su relación
al tema que se trate, porque las combinaciones entre los cuatro o cinco
invitados resulte útil, que de ella puedan nacer propuestas e ideas
interesantes. Es decir, si para la emisión de Borges reúno
a David Viñas y Vlady Kociancich, le estoy garantizando al lector
algo que de por sí será bueno, al margen de que ése
podría llegar a ser su único encuentro televisado. No me
interesan las falsas oposiciones de la televisión,
eso de juntar a dos personas que piensan y opinan de manera opuesta, que
van a pelearse a partir de posturas que serán predecibles y le
aportan poco y nada al que mira. A mí realmente me preocupa que
frente a cámaras pasen cosas, cosas que se traduzcan en discursos.
Todo lo demás es inconducente y no puede conducir a la profundización
de ninguna cuestión. En La lengua... no hay posiciones
definidas de antemano, sí códigos que los invitados comparten.
En El fantasma, los lectores anónimos tenían
una participación central. En su nuevo programa la intervención
del lector está a cargo dela poeta italiana Vana Andreini, que
lee fragmentos de autores célebres para disparar el debate. ¿En
qué forma ese objeto, que es el texto, se incorpora al diálogo
de los invitados al piso?
La idea es, justamente, además de que el texto sea canónico
del tema que se aborda en cada emisión, que los invitados se las
arreglen para incluir al autor del texto en la charla. No sabemos qué
harán con Alejandra Pizarnik, en Locura y marginalidad,
o con Roberto Arlt, en Best Sellers del Sur. Es un juego que
les proponemos y al que se prestan generosos. Porque saben y disfrutan
del hecho de que en este programa, que no es de opinión, sino de
discusión, nos interesa tomarnos el tiempo necesario para pensar,
aunque parezca casi transgresor para la televisión argentina de
hoy. Para mí, los textos son pensamientos, y ésa es la materia
prima para la reflexión y el debate.
¿Piensa que eso sería posible en un canal de aire?
Yo no le tengo miedo a la televisión de aire sino que la
desprecio, directamente. Al menos en la medida en que programas como éste,
que apuntan a la inteligencia y a la sensibilidad, no sean posibles. Hasta
ahora, la televisión de aire no me ha demostrado lo contrario.
En nuestro programa, respetamos los tiempos y las esperas que la reflexión
requiere, tanto como la palabra. No editamos a nadie, por principio. Lo
que se dice en el estudio se ve, porque creemos que cada intervención
es valiosa.
OPINION
Por Vita Escardó*
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La identidad del teatro
El año pasado A propósito de la duda, obra teatral
con dramaturgia de P. Zangaro, dirigida por D. Fanego, superó
las cinco funciones para las que había sido programada y
prolongó hasta hoy su vigencia en cartel. La obra dramatiza
testimonios relacionados con la apropiación ilegal de menores
durante la última dictadura militar. El interés del
público ante esta propuesta llevó a un grupo de artistas
a crear Teatro por la Identidad para colaborar con la
búsqueda de Abuelas de Plaza de Mayo. Con inmensa generosidad,
organizaron una convocatoria abierta para reflexionar entre todos
acerca de la identidad como temática. Más de 300 artistas
nos agrupamos en esta movida, con un claro objetivo: ayudar a los
500 chicos que tienen su identidad tergiversada, burlada, escondida.
Medio millar de ciudadanos argentinos todavía lleva a un
desaparecido adentro.
Para nosotros, acostumbrados a dar cuerpo a seres ficticios, la
idea de convertir esa mentira en una forma de vida, un injerto de
yo, resulta aberrante. No está mal jugar a ser otro. Pero
creerse el juego es rayano en la locura. Obligar a otro, negándole
su origen, es represión. Porque sabemos quiénes somos
podemos atrevernos a bucear en ser otro. Pero no deseamos para nadie
que la máscara se pegue a la piel sin retorno.
Por eso, desde cada una de las obras en cartel, estamos pensando
en acción, con los cuerpos al viento. Sabemos que las emociones
son poderosos comunicadores de ideas: llegar al meollo de los hechos
sin filtros intelectuales.
Cada lunes, en las 14 salas que ceden su espacio, 2500 espectadores
nos acompañan, abriéndose a las imágenes, los
sonidos y las palabras. Los llamados a la casa de las Abuelas aumenta
cada día. Y muchos chicos que hasta ahora no se animaban,
se acercan a preguntar: ¿quién soy?
En esta época de inmensa desesperanza la solidaridad entre
los seres humanos se alza, pertinaz. No tenemos riqueza material,
a veces ni llegamos a lo justo. Pero, a contrapelo de lo que dicen
las malas lenguas, el arte no es un objeto de lujo. Es una necesidad
de reconocernos, sentirnos, pensarnos y encontrarnos. Un paradójico
ejemplo de felicidad entre lágrimas.
* Actriz.
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