Por Diego Fischerman
Algo así como una versión
electrificada de las tablas indias del Sargento Pepper. Después,
la voz con ese desgano tan maravillosamente inglés, un riff atonal
un ritmo asimétrico. Sonidos que se suman. Una guitarra distorsionada.
Pausa. Acordes en el piano y siguen las reminiscencias beatles, mezcladas
con un gesto semiespañol en la melodía. Radiohead, como
en su anterior Kid A, publicado hace apenas 8 meses, retoma una tradición
interrumpida (o conservada en catacumbas por grupos resistentes y casi
secretos) cuando al rock (o a la industria del entretenimiento juvenil
que cada vez con mayor eficiencia empezó a regentearlo) le molestó
su propia complejidad. Juegan, arman una base minimalista y trabajan el
timbre, el color de los sonidos, como si estuvieran grabando mal el sonido
de alguien tocando en una caja de zapatos forrada con papel de diario.
O se despachan con una balada melancólicamente perfecta (o viceversa)
como You and Whose Army? o con la exacta reescritura del primer
Pink Floyd de Knives Out. La referencia a Pink Floyd se hace
evidente, en todo caso, en la subdivisión rítmica de Dollars
and Cents, donde las dieciséis corcheas de dos compases de
cuatro tiempos se acentúan 4+3+3+2+2+2.
Dos temas, el tercero y el último, en donde participan músicos
invitados, sintetizan el gesto de Radiohead en este nuevo disco. Por sus
parentescos con ese pasado semiolvidado en que el rock, además
de rito tribal, se imaginaba a sí mismo como una revolución
musical. Pero, sobre todo, por cómo trabaja ese pasado y lo lleva
hacia un lugar distinto. La orquesta de cuerdas de la bellísima
Pyramid Song no es la que hubieran usado los Beatles ni, tampoco,
la de Atom Heart Mother. Aparece más cerca, eventualmente, de las
texturas de algunos álbumes de King Crimson (Red, sobre todo).
Y el pequeño grupo de Life in a Glasshouse, que deriva
de orquestita de cámara a quinteto de jazz haciendo una extraña
versión free de un blues tradicional, tampoco se parece demasiado
a los coqueteos con el jazz de los grupos de rock de los 60 y 70s. El
clarinete de Jimmy Hastings, la trompeta de Humphrey Lyttelton, Pete Strange
en trombón, Paul Bridge en contrabajo y el baterista Adrian Macintosh
entretejen con Radiohead un paisaje denso, en el que las resonancias de
musiquita de banda no ocultan el lado oscuro de la canción.
Radiohead, por otra parte, enarbola con bastante orgullo tres virtudes
bastante infrecuentes e, inexplicablemente, desprestigiadas: pensar en
lo que hacen y no temer pasar por intelectuales (esa lacra, ya se sabe),
tocar bien sus instrumentos y defender la idea de riesgo estético.
Thom Yorke, cantante y líder visible, Ed OBrien y Johnny
Greenwood en guitarras (el segundo también toca teclados), el bajista
Colin Greenwood y Phil Selway en batería formaron el grupo en 1991.
Se conocían, sin embargo, desde antes. Como en un buen guión,
dos de ellos eran hermanos y el resto compañeros de colegio en
una pequeña ciudad cercana a Oxford. El primer álbum, Pablo
Honey, fue publicado en 1992 y, como suele suceder cada vez que una palabra
se vacía de contenido, el mercado debió agregarle a rock
el calificativo alternativo para que quisiera decir algo.
Ya habían pasado My Iron Lung (1984) y The Bends (1995) cuando
OK Computer (1997) ganó el Grammy en esa dudosa categoría
reservada a los que todavía piensan que el rock es una forma de
hacer música. En Amnesiac, un disco que ya empieza bien desde una
presentación tan bella como sobria, Radiohead demuestra que esa
vieja ideología estética sigue siendo viable.
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