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MENEM DECLARA HOY ANTE EL JUEZ URSO Y PODRÍA QUEDAR DETENIDO
Con la re-re esto no pasaba

El ex presidente deberá
responder unas doscientas preguntas preparadas por el magistrado y el fiscal Stornelli.
Los testimonios de Caselli, Camilión, Erman González y
Balza complicaron su situación, por lo que podría quedar detenido. Qué ocurriría al país si eso sucede. Los cambios en el escenario político.
Cecilia Bolocco soñó otro sueño antes de casarse.


Por Sergio Moreno y Eduardo Tagliaferro

Existen altísimas probabilidades de que el ex presidente Carlos Menem sea hoy procesado y encarcelado por el juez federal Jorge Urso, en calidad de jefe de la asociación ilícita que vendió ilegalmente armamento argentino a Croacia y Ecuador. En los tribunales de Comodoro Py consideran que las declaraciones de Esteban Caselli, Oscar Camilión, Antonio Erman González y Martín Balza aportaron la suficiente carga probatoria para que el magistrado disponga su detención. Si ello ocurre, será la primera vez en la historia argentina que un ex presidente constitucional vaya a prisión juzgado durante un gobierno democrático. Ayer, mientras se sucedían dramáticos episodios en la puerta del hotel donde el riojano hizo su morada y circulaban versiones tremendistas sobre una hipotética e inminente detención, el riesgo país bajó algunos puntos, al igual que la Bolsa, en la Casa Rosada se anunciaba un plan para el sector frutihortícola y los hinchas de San Lorenzo preparaban los festejos de un campeonato que creen ya ganado.
A las 10 de la mañana de hoy, quizás cuando el lector esté recorriendo estas líneas, Menem deberá presentarse –documento de identidad en mano– en el despacho del juez que llegó a su cargo como un alfil en la estrategia de coptación del poder judicial desplegada durante los 90 por su propio gobierno. Una vez allí, se le leerán las acusaciones que pesan en su contra: ser el jefe de una asociación ilícita formada para vender ilegalmente armamento bélico a países interdictos por los acuerdos internacionales de los cuales la Argentina era signatario; haber incurrido en falsedad ideológica al firmar los decretos que posibilitaron la maniobra; y haber incumplido los deberes de funcionario público. El ex Presidente deberá esforzar su prosa y su capacidad argumentativa a punto tal de deslumbrar al magistrado si quiere mantener su libertad.
¿Qué pasó para que esté a punto de ocurrir lo que nadie creía que iba a ocurrir nunca? A partir de la confesión de Luis Sarlenga, ex titular de Fabricaciones Militares cuando se realizó el contrabando, desfiló por los tribunales federales una serie de testigos e imputados que aportaron, cada uno a su manera, pruebas y testimonios que perjudicaron la posición de Menem. Esteban Caselli presentó un escrito relatando cómo el por entonces Presidente le pidió que informe a Oscar Camilión, a la sazón ministro de Defensa, que Sarlenga no debía ser reemplazado. Camilión confirmó esas afirmaciones. Erman González dijo que la venta de armamento es un resorte del Poder Ejecutivo Nacional, en aquel entonces encarnado en Menem. Y ayer, el general Martín Balza –jefe del Ejército durante los últimos nueve años de mandato del riojano– dio cuenta que en una discusión que mantuvo con Alberto Kohan en 1998, reprochó al secretario General que ni Panamá ni Ecuador habían requerido armas por lo que los decretos habían sido dibujados.
Urso y el fiscal Carlos Stornelli prepararon unas doscientas preguntas que esperan las respuestas de Menem. Quizás no las responda. Quizás siga apelando al arma que mejor conoce –cuya eficacia está dudas en esta lid-y despliegue una argumentación política.
Política que parece inocua ante la frialdad de la requisitoria judicial. Lejano quedó aquel día en que el peronismo todo –con las notorias ausencias de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner– usó el Parlamento Nacional a guisa de unidad básica para clamar por la libertad asediada del presidente de su partido. Lejanos también se antojan los embates contra el fiscal. Más distante aun la confianza en un Poder Judicial que supo ser genuflexo a los deseos del poder y que ahora, con el libre deuda en la solapa, arremete contra sus antiguos beneficiarios.
Algo similar ocurre con la que fuera propia tropa. Nicolás Maquiavelo enseñó que un Príncipe no tiene que confiar en los aduladores: cuando se está en el poder, solo aportarán palabras vanas para mantener sus beneficios; cuando se deja el poder, les darán la espalda, cuando no la traición. Raleada se vio la hinchada de Menem en su hora tan amarga. Suhermano, un puñado de senadores, otro de diputados, un gobernador –el de su provincia natal–, algunos barrabravas, algunos colectivos llenos de riojanos invitados por el erario provincial, su mujer Cecilia Bolocco (quien otro cuento había soñado para su enlace con el príncipe oriental).
Si el menemismo crujió ayer, no lo hizo la Argentina. Excepto los interesados e involucrados, nadie –ningún dirigente político, empresario, social e incluso economista– considera que un hipotético encarcelamiento de Menem ponga en riesgo la estabilidad institucional o modifique la situación económica. Por el contrario, son muchos los que creen que si el ex presidente constitucional es apresado conforme a derecho, el sistema institucional de la Nación saldrá fortalecido.
Tal escenario será obviamente un hecho político, un nuevo actor que modificará la escena nacional.
* El Gobierno. Si bien esta administración poco puede capitalizar en el maremágnum de la crisis económica y la pauperización social, bien podrá transformar su inacción en estrategia: la carencia de operaciones sobre el Poder Judicial –que se le achacó a veces con saña al Presidente Fernando de la Rúa y a su hermano y ministro de Justicia, Jorge– deviene en la decisión de dejar trabajar en libertad a la Justicia. Y cuando la Justicia trabaja en libertad, arroja resultados, podrán decir.
En el plano de las alianzas, el Gobierno ha dejado de necesitar –como le fue menester cuando el ingreso de Domingo Cavallo– el apoyo del ex Presidente, cuya atribulada tropa ha comenzado a buscar nuevos horizontes. Con un grupo de gobernadores peronistas, la administración de lo que queda de la Alianza garantiza su gobernabilidad, al menos hasta las elecciones de octubre. Y si los resultados de esos comicios fueran duramente adversos para el Gobierno, los restos del menemismo poco podrían aportarle.
* El Peronismo. El PJ, sin dudas, será quien acuse los mayores cambios. Si Menem va a la cárcel se acelerará la pelea por la conducción partidaria. Quizás, paradójicamente sea Carlos Ruckauf quien más sienta su ausencia, ya que el gobernador bonaerense había elegido al ex presidente como adversario a batir, ganando puntos con esa pelea ante una sociedad que aun atesora una fresca aversión a lo que dejó el menemato. Las huestes menemistas se disgregarán y buscarán nuevos referentes. Un ganador de esta obligada diáspora será el cordobés José Manuel de la Sota, fiel hasta lo aconsejable al riojano, distante a la hora de las jugadas temerarias, encerrado en una estrategia de presentarse como administrador preocupado de sus labores de gobernador y vidriosamente lejano a la apetencia extemporánea por ir a las urnas.
Menem preso implica un gran cambio en la política argentina. Habrá crujidos. Habrá llantos. Habrá, también, brindis. Habrá un test para las instituciones, no demasiado riesgoso. La Bolsa subirá o bajará, igual que el riesgo país, por factores exógenos a lo que ocurra en Comodoro Py. Y los hinchas de San Lorenzo seguirán preparando una fiesta que, creen, ya tiene asegurada.

 

Claves

Hoy será indagado Carlos Menem como sospechoso de comandar una asociación ilícita que vendió ilegalmente armas a Croacia y Ecuador.
Los testimonios de varios ex funcionarios suyos perjudicaron su situación judicial.
Según afirman en Comodoro Py, es muy probable que quede detenido.
De ocurrir eso, sería el primer presidente constitucional encarcelado por la Justicia durante un gobierno democrático en toda la historia argentina.
El juez y el fiscal prepararon doscientas preguntas.
Los mercados no acusaron recibo del agitado día de ayer, cuando corrieron versiones sobre la inminente de detención del ex presidente.
Qué efectos produciría su apresamiento en el Gobierno y en el peronismo.

 

OPINION
Por J.M. Pasquini Durán

JUSTICIA

(Viene de tapa.)
Existe la sospecha generalizada de que el trámite judicial podría desembocar en la prisión preventiva del ex presidente, como ya sucedió en sucesión vertiginosa con Emir Yoma, Erman González y, ayer, con Martín Balza. A pesar de las espectaculares diligencias preliminares la sentencia final está por verse, pero hasta aquí la investigación judicial es legal y legítima con una dinámica precipitada en el último par de meses, aunque el expediente, iniciado y sostenido por el infatigable abogado Ricardo Monner Sans, acumuló fatigas durante casi seis años. La resolución de esta causa en los términos del Estado de derecho es de una trascendencia difícil de medir mientras ocurren los hechos, pero en todo caso es más fácil percibir su significado por la contraria: si todo queda en el amague la frustración pública sin duda será enorme.
En cambio, son para desechar los augurios apocalípticos acerca de la suerte de la democracia y de la “gobernabilidad” como si fueran una sola y única pieza con el infortunio de Menem. Cuando de corrupción se trató, Brasil, México, Perú y Venezuela, por citar los más recientes en la memoria, sobrepasaron situaciones similares sin hundirse en la ciénaga de sus mandatarios inescrupulosos (Collor de Melo, Salinas de Gortari, Fujimori y Pérez). La democracia no tiene motivos para temer por los resultados de esta investigación judicial si aplica el principio de igualdad ante la ley, ni siquiera por la capacidad de maniobra del ex presidente, cuya credibilidad popular y sus influencias entre los antiguos partidarios, las corporaciones empresarias y ciertos círculos de poder en Estados Unidos, pasan por un momento de palpable abandono.
Tampoco debería recelar el Partido Justicialista ni dejarse ganar por argumentos gastados en la vieja antinomia de peronistas y “gorilas”. Al contrario, por haber sido víctima de proscripciones y otras flagrantes injusticias durante tantos años, debería ser el primero en alinearse detrás del principio de la igualdad ante la ley. Los dirigentes de ese partido que acudieron a la sede del Congreso nacional, hace varias semanas, para aparecer en la foto en respaldo de Menem, comprobaron de inmediato que la mayoría de la sociedad está harta de esas conductas corporativas en las que se amparan los que necesitan escudos de impunidad. Quizá, la ausencia de casi todos ellos en las celebraciones de la boda Menem-Bolocco sea un indicador de que, al menos esta vez, la opinión pública mayoritaria logró penetrar en los cerrados recintos de la política.
También hay que decir, por las experiencias citadas, que la prisión o el destierro de algún mandatario no resuelven, en relación mecánica de causa y efecto, la injusticia social, los problemas económicos y los políticoinstitucionales que atormentan a grandes porciones de la población. La irresponsabilidad empresaria en Aerolíneas Argentinas, los incidentes de ayer en Jujuy por la represión policial contra una protesta de desocupados, o la huelga general de mañana, no encontrarán respuestas válidas en el juicio que lo imputa a Menem. La trascendencia del acto judicial, sin embargo, podría tener notables repercusiones en la calidad democrática, un requisito indispensable para afrontar con mayores aciertos los demás problemas.
La igualdad ante la ley de todos los ciudadanos es un requisito indispensable en el Estado de derecho, porque protege al bien común de los abusos de poder, combate el tráfico de influencias, achica el riesgo deimpunidad y cumple con el mandato constitucional de la separación de poderes. Junto con la igualdad de oportunidades identifica la calidad justiciera de la democracia republicana y actúa como factor compensador del equilibrio indispensable en el régimen capitalista que, por su naturaleza, es un productor de desigualdades de diverso tipo.
Si quiere construir un futuro mejor, Argentina necesita practicar ambas condiciones sin claudicar ante las dificultades que siempre se levantan para impedirlo. Sobre todo, porque los hábitos en el poder durante casi dos tercios del siglo XX fueron asentados en el desconocimiento de las leyes y de las garantías y derechos de la Constitución. Como resultado, la sociedad nacional mantiene heridas profundas sin sanar y las instituciones han perdido tanto crédito popular que sus debilidades las vuelven insignificantes para hacerse cargo del destino colectivo. Sería ingenuo creer que ya no existen indebidas influencias o prerrogativas que, a veces, determinan las conductas judiciales. Si no fuera así, sería inexplicable la condena “ejemplificadora” a más de cinco años de prisión del abogado Emilio Alí por demandar alimentos gratuitos en un supermercado de propiedad privada para hambrientos sin recursos o el enjuiciamiento de más de dos mil sindicalistas de base, acusados de cometer diversas infracciones, casi todas en el ejercicio de derechos constitucionales, mientras está paralizado el trámite por el caso de sobornos en el Senado nacional y buena parte de los terroristas de Estado siguen, en su mayoría, disfrutando de la inmerecida libertad a pesar de los innumerables crímenes cometidos por la última dictadura del siglo pasado.
Por lo mismo, si en esta causa existe la debida justicia, habrá un nuevo clima en las franjas de la sociedad que han sido ganadas por el escepticismo y las sospechas debido a esa peligrosa mezcla de insatisfacción del mínimo bien común y la impunidad de los que más tienen. La megacorrupción, aquí y en el mundo, ha sido reconocida como el factor más peligroso para la estabilidad institucional y, de a poco, se van imponiendo castigos para los que son sorprendidos con la mano en la lata, aunque sólo sea para compensar moralmente las tremendas injusticias que hoy imperan por todos lados. América latina, no hay que cansarse en decirlo, es la región más injusta de todas y, dentro de ella, Argentina ha trepado a los primeros lugares del sufrimiento popular, del escarnio y del latrocinio. La posibilidad de producir cambios verdaderos depende, como siempre, de la capacidad que tenga cada sociedad para sacar provecho de las experiencias. Así será también aquí.

 

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