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ESTRENOS DE LA SEMANA
“GOTAS QUE CAEN SOBRE PIEDRAS ARDIENTES”, DE FRANÇOIS OZON
Un joven Fassbinder a la francesa

Cuando el cine de Rainer Werner Fassbinder parecía olvidado, el nuevo �enfant terrible� del cine francés, François Ozon, recupera
un material que viene a recordar la cualidad siempre perturbadora del autor alemán. Por su parte, �Sólo por hoy�, opera prima de Ariel Rotter, echa una mirada cálida y comprensiva sobre Buenos Aires
y su gente, sumida en la eterna insatisfacción de no saber qué hacer con una vida que se escapa día a día.

Ludivine Sagnier y Malik Zidi, en un pasaje
de “Gotas que caen sobre piedras ardientes”.

Por Luciano Monteagudo

Parece mentira, pero tuvo que venir el nuevo enfant terrible del cine francés, François Ozon, a resucitar el poder subversivo de la obra de Rainer Werner Fassbinder. Gotas que caen sobre piedras ardientes es una adaptación de Ozon de una pieza teatral de la primera juventud de Fassbinder, allá por los revulsivos años ‘60, cuando junto a Hanna Schygulla y otros amigos formaron el grupo Action Theater, el laboratorio sobre el cual el director alemán construiría luego todo su cine. La obra había quedado inédita, en forma de borrador, y el propio Fassbinder –tan prolífico que era incapaz de mirar siquiera una vez hacia atrás– nunca llegó a ponerla en escena o a utilizarla para alguno de sus films. Exactamente eso es lo que hizo Ozon, respetando no sólo la época en que la obra fue concebida sino también la esencia teatral del texto, que transcurre íntegramente dentro de un departamento, a la manera de los films más claustrofóbicos de Fassbinder.
Como siempre en el autor alemán, la trama es mínima. Un muchacho joven e ingenuo, llamado Franz (Malick Zidi), cae bajo la seducción de Leopold (Bernard Giraudeau), un burgués bien instalado y bastante mayor que él. Lo que importa a partir del primer encuentro son los juegos de poder y humillación que se establecen entre los personajes, la forma en que el integrante más débil de la pareja va perdiendo su lugar en manos de aquel que hace valer su autoridad, como sucedía en La ley del más fuerte (1974), uno de los grandes clásicos de Fassbinder.
La situación adquiere un giro inesperado cuando entran en escena primero la novia de Franz y luego Vera, un viejo amor de Leopold, que es –como en Un año de trece lunas (1978), otro de los títulos esenciales de RWF– un hombre que se cambió de sexo para intentar, como mujer, recuperar a aquel que lo abandonó y a quien no puede dejar de amar. La homosexualidad, sin embargo, no es el tema. Lo que le importaba al autor alemán era poner en evidencia la reiteración de los códigos más reaccionarios de la conducta burguesa, aun en las relaciones más extremas. Lo mismo plantea ahora Gotas que caen sobre piedras ardientes, un film increíblemente fiel a Fassbinder, pero que al mismo tiempo es capaz de tomar una sutil distancia y hasta ostentar un sello muy propio.
Revelación de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes 1998, con su opera prima Sitcom, Ozon –33 años, egresado de la Femis, la escuela nacional de cine de Francia– estuvo poco después en la Mostra de Venecia con Les amants criminels, participó con Gotas... de la competencia de la Berlinale y en Buenos Aires ya se está por estrenar su película siguiente, Bajo la arena, protagonizada por Charlotte Rampling, todo a un ritmo que también parece heredado de Fassbinder. “Hacía tiempo que quería hacer una película sobre una pareja, sobre la dificultad de convivir y sobrellevar la rutina cotidiana”, declaró Ozon sobre estas Gouttes... “Al descubrir la obra de Fassbinder, me di cuenta de que no necesitaba escribir un guión original, que la obra decía exactamente lo que yo quería decir, que era graciosa y conmovedora al mismo tiempo.”
Ozon reconoce haber utilizado como modelo de puesta en escena –cámara de frente a los personajes, un solo escenario, nada de exteriores– laadaptación que hizo Fassbinder de Las lágrimas amargas de Petra von Kant (1972), a partir de su propia obra teatral. El toque distintivo del realizador francés, sin embargo, se nota en el humor con el que acentúa ciertas situaciones que en Fassbinder podrían haber sido decididamente dramáticas y que aquí adquieren cierto distanciamiento, como cuando los cuatro personajes se ponen a bailar, muy divertidos, un viejo tema alemán de la época.
Lo mismo sucede cuando el joven Franz, en un momento gracioso y a la vez infinitamente melancólico, recita un poema de Heinrich Heine que dice: “No sé por qué/ mi corazón está tan triste/ una vieja historia/ siempre viene a mí/ la brisa me hace temblar/ cae la noche/ y el Rhin corre silencioso...”. En esos abruptos cambios de tono, en la mirada irónica que posa Ozon sobre toda una época –la moda, el color, el lenguaje de los ‘60 vistos desde fines de los ‘90– se pueden encontrar los fulgores de este film atípico, algo frívolo, pero siempre sorprendente, perturbador.

PUNTOS

 


 

“INNOCENCE”, DEL DIRECTOR AUSTRALIANO PAUL COX
La vida empieza a los 70

Por Horacio Bernades

Innocence es de esas películas de las que suele decirse lo mismo que de ciertos reality shows: “Son como la vida misma”. En el caso de los reality shows, se da por sentado que la vida sería un continuo hecho de tiempos muertos, lágrimas, vilezas y diálogos tan superpuestos que no se entiende nada. En el de las películas como Innocence, la presuposición es que la vida es una cosa tierna y simple, llena de flashbacks, segundas oportunidades y cierta obsesión por líneas de diálogo que aspiran a sintetizar verdades sobre el amor, la vida, la muerte y otros excesos.
Innocence es una historia de amor de la tercera edad. Ya se sabe que en el cine, los ancianos –con excepción de los viejitos asesinos de Los muchachos de antes no usaban arsénico– son tiernos y propensos a hacer balances sobre lo vivido. Es el caso de Claire y Andreas, que de jóvenes se amaron y por alguna razón se separaron. Después, ambos se casaron (con otros) y tuvieron hijos. En su época de organista de iglesia, Andreas enviudó, hace ya una punta de años. A Claire le ocurrió algo peor: entregó su vida al marido, y hace 20 años que éste decidió que no valía la pena seguir haciéndole el amor. Decisión bastante poco razonable, porque Claire sigue siendo, a sus casi 70, una mujer bella, delicada y digna de atención. Algo que sí sabe valorar el más sabio Andreas, que después de todo ese tiempo toma la decisión del reencuentro, con buena respuesta por parte de ella.
El resto es la historia de ese reencuentro, previsiblemente enternecedor y no desprovisto de sus fuegos. Lamentablemente, a ambos parece no serles suficiente el bonito reencuentro, viéndose inclinados a cierta filosofía de bolsillo sobre cómo son y deberían ser las cosas. Aunque seguramente es el director, Paul Cox, el culpable de querer convertir esa relación en disparador para una serie de diálogos que se suponen sabios y son más bien pomposos. El otro vicio de Cox parecería ser el del flashback, que lo lleva a contrapuntear hasta el cansancio el presente de ambos con las imágenes del pasado, que para peor suelen ser las mismas. Alguna pincelada de buen humor, aportada sobre todo por el bueno de Andreas, ayuda a compensar en parte. El resto queda en manos de la calidez de ambos actores, Julia Blake y Charles Tingwell. Aunque es posible que, como suele ocurrir, el personaje más interesante sea el más insensato. En este caso, el marido de Claire, que aunque peina canas se comporta como un adolescente celoso, siguiendo a su esposa a todas partes y generando alguna divertida escena de a tres. El resto se ve parejamente achatado, culpa de esa voluntad de hacer una película que sea “como la vida misma”.

PUNTOS

 


 

Las diferencias entre ser y hacer

Por L.M.

Una cámara de video va registrando las respuestas –breves, epigramáticas– de una encuesta callejera. Allí se pregunta a todos, a cualquiera (hombres, mujeres, niños) por la vida, por el amor, por las ilusiones, por aquello que la gente piensa que es, aquello que quiere o que quiso ser, y que no necesariamente fue. “Somos lo que hacemos cada día”, razona uno de los personajes de Sólo por hoy, a modo de conclusión, en el comienzo mismo de la película. Sobre esa necesidad de definir el ser y el hacer, sobre la urgencia de comenzar a determinar una identidad está construida la cálida opera prima de Ariel Rotter (29 años), una producción de la Fundación Universidad del Cine que viene de presentarse en los festivales de Rotterdam, Berlín y en la apertura del Independiente de Buenos Aires.
La estructura de Sólo por hoy es lo suficientemente amplia como para dar cabida a cinco personajes que oscilan entre la generación de los veintipico y los treinta y pico, y que comparten una casa para achicar gastos. Allí se cruzan en la cocina o comparten unos fideos, mientras van corriendo –como las luces de los autos que se ven pasar por la ventana– los días de una semana, que es el plazo que les fija la película como marco narrativo. Está, por ejemplo, Ailí (Ailí Chen): lo suyo es la pintura de cuadros, pero se gana la vida repartiendo correspondencia en una moto. Está Fer (Sergio Boris), que pinta paredes, pero que quisiera hacer otra cosa, que ni él mismo sabe qué es. Su hermano menor, Morón (Federico Esquerro), anda por ahí haciendo la encuesta en video, más que nada como una forma de interrogarse a sí mismo. A Equis (Mariano Martínez) no le va mucho mejor: trabaja duro, como aprendiz, en la cocina de un restaurant, pero su sueño, muy difuso, es irse a París y convertirse en un chef. Y de sueños, en primer lugar, vive Toro (Damián Dreizik): “Soy un actor de raza, no tengo techo”, se convence a sí mismo, mientras hace unos pesos fumigando hoteles, en los que aprovecha la fugaz intimidad del baño para componer a sus personajes favoritos frente al espejo.
Sólo por hoy va tomando a este puñado de personajes con libertad, sin necesidad de imponerles un recorrido demasiado estricto, al punto que cuando surge un romance incipiente entre Ailí y Morón –la situación en la que el film de Rotter parece más involucrado– es algo que asoma con naturalidad y ternura, sin que resulte un recurso manipulador o forzado. A su vez, cierta lasitud de los personajes, esa leve sensación de abandono, que sin embargo no reniega de la esperanza, le va dando al film su tono y su tempo, siempre relajado, laxo, ligero.
Lo que se extraña en Sólo por hoy es algo más de chispa, de sorpresa, considerando la libertad de su propuesta y el hecho de que varias de las escenas parecen trabajadas a partir de la improvisación con los actores. Más de una situación –sobre todo las que hegemoniza Dreizik (ex Melli)– queda resuelta apenas con un chiste y eso le resta sustancia a un film que sin duda le escapa a la solemnidad, pero que se hubiera beneficiado con más rigor en su planteo. Visualmente, alguien podrá advertir ciertainfluencia del cine de Wong Kar Wai –en la manera de utilizar la fotografía, de registrar el paisaje urbano–, pero esa influencia ayuda al carácter abierto, cosmopolita de un film que mira a Buenos Aires y a su gente sin prejuicios.

PUNTOS

 

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