Por Hilda Cabrera
Esta es otra desprejuiciada
invención de Copi, un poco a la manera de Le frigo, por la mezcla
de vulgaridad y locura, de pulsiones y amor, que en La heladera actuada
por el mismo Copi, y presentada en el Festival de Otoño de París
de 1983 tomaba la forma de una rata salvadora. Cachafaz puede verse
como una fábula de lenguaje deliberadamente procaz y acciones nunca
vaciadas de historias, contadas aquí en verso. Escrita en 1980,
y subtitulada tragedia bárbara, aparece como una metáfora
sobre la autoridad. Acerca al espectador la memoria que Copi radicado
desde la década del 60 en Francia guardaba sobre el
teatro rioplatense y la gente del bajo fondo. En esta alquimia de ficción
y realidad prevalece lo contundente: se lastima y se mata o se promete
fidelidad y una salvación no convencional. La acción transcurre
en un conventillo montevideano (Medio Mundo), que el público tendrá
que imaginar, ya que la puesta de Miguel Pittier en el pequeño
escenario del Club del Vino se limita a un telón rojo, sillas,
cuatro intérpretes, un músico y algún muñeco
descoyuntado. De todas formas, la desmesura del recuerdo de Copi está
presente en la pareja que componen el travesti y su cafishio, y en los
vecinos, gente marginada y marginal con vocación canibalista, que
padece y acecha, está hambrienta y se comporta como un animal depredador.
El asunto es macabro, pero se cuenta con picardía y humor delirante.
Es la forma que halló Copi para unos desclasados en permanente
conflicto con la autoridad, simbolizada en Cachafaz por la policía.
La realidad podía ser otra, y acaso más contradictoria,
pero el autor de Un ángel para la señora Lisca, La noche
de la rata, la lúcida y conmocionante Una visita inoportuna y La
pirámide (por nombrar sólo las que se estrenaron en Buenos
Aires) sabía de esa cierta maldad para criticar, y
en su caso para fabular, que aflora en quien se encuentra lejos de lo
que alguna vez le fue propio. Lo que sucedía en ese conventillo
podía también ocurrir en cualquiera de Buenos Aires. El
mismo Pittier subrayó el carácter rioplatense y la textura
gauchesca del verseado de Copi.
Es también probable que en este lado del río haya habido
menos cafishios pardos que en esta tragedia bárbara,
donde Cachafaz es justamente un moreno que alardea de cuchillero. Es la
vergüenza del conventillo, calificación que no
le disgusta demasiado, puesto que pertenece a la raza de los provocadores.
De todos modos se queja: Si me llaman Cachafaz/ es de injusticia
social, versea, animado por su entronque con el travesti Raulito,
quien, en este logrado montaje de Pittier (director de Tres zánganas,
a cual más inútil, Un golpe terrible y Las viejas putas,
sobre algunos personajes de historieta de Copi), pasa con naturalidad
de la vulgaridad a la displicencia aristocrática. Compuesto por
Gabo Correa, Raulito le pone distancia al patético Cachafaz, el
embaucador de grueso lenguaje, interpretado por Carlos Durañona.
La malicia teñida de ingenuidad es común a los personajes
de Copi, recurso que seduce al espectador, al punto de hallar ternura
en los más crueles. También seduce el hecho de que no sean
ajenos a la teatralidad,circunstancia que le permite al público
relajarse, puesto que podrá verlos nacer, morir y renacer en la
escena. Por eso no lastiman sino divierten los vitriólicos apuntes
del cafishio y su pupilo, y los dichos de los vecinos, personajes en los
que se multiplican los intérpretes Carlos Acosta y Jana Purita,
actriz de buena voz y fuerte presencia. El humor desenfadado de Cachafaz
se adecua al ritmo impreso por Pittier a cada escena, alguna cortada
a cuchillo, como escribió Copi a propósito de sus
obras.
Aligerada con payadas y milongas, la puesta es en sí misma un conglomerado
de hechos explosivos que se suceden entre gente que atropella, entre marginales
y policías que arremeten en un conventillo donde las penas
hablan como loros, sobre todo después de que sus habitantes
se han saciado con carne humana. Lo monstruoso deviene aquí delirio,
y éste se torna negrísimo humor que provoca risa. No hay
reglas ni salidas en esta creación de Copi, el lúcido argentino
de París que murió en esa ciudad a los 48 años,
enfermo de sida, en 1987. Tampoco idealizaciones de ningún tipo.
No hay cuchilleros a lo Borges sino carneadores. Guapos de matadero, como
Cachafaz, que no come asado de rico, pero le basta, porque
tiene a su lado a la incondicional Raulito, flor y nata de la ralea.
LAS
OBRAS ARGENTINAS DEL FESTIVAL INTERNACIONAL
Preparándose para salir a escena
Completando el programa del
Festival Internacional de Buenos Aires -entre el 12 y el 30 de septiembre,
se dieron a conocer los títulos de las 23 obras nacionales que
participarán de esta tercera edición destinada al teatro,
la danza, la música y las artes visuales. De modo paralelo a la
muestra nacional se otorgarán los premios Germán Rozenmacher
a la dramaturgia, y se facilitará el contacto con productores y
directores de festivales extranjeros invitados. Sobre este punto, la Dirección
de Asuntos Culturales de Cancillería acordó con la Secretaría
de Cultura de la Ciudad financiar el viaje y traslado de por lo menos
cinco espectáculos al exterior.
Un Comité de selección, compuesto por Daniel Veronese y
Mauricio Kartun, más un consejo asesor integrado por Carlos Pacheco,
Gabriela Massuh, Inés Sanguinetti y Ana Deutsch, son los responsables
de la elección de obras a nivel nacional. Las elegidas son 3 ex,
dirigida por Mariana Anghileri, Bartleby, según una puesta de David
Amitin, Cercano Oriente, de Omar Fantini, Cuerpos A banderados (sic),
dirigida por Beatriz Catani (prov. de Buenos Aires), Hermosura, por el
Grupo El Descueve, y Guernica, creación de la Compañía
La Resaca (de Córdoba). También Kachivachetur, por la Compañía
Dos Saxos, Kleines Helnwein de Rodrigo Malmsten, La Boxe, por El Muererío
Teatro, La escala humana de Javier Daulte, Rafael Spregelburd y Alejandro
Tantanian, Hormiga negra, según un montaje de Lorenzo Quinteros,
La Morocha, espectáculo de teatrotango con Cristina Banegas,
Living, último paisaje, con dramaturgia y puesta de Ciro Zorzoli,
Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack de Federico León,
¿No me besabas?, por el Grupo Katacombe sobre coreografía
y dirección del Grupo Krapp (de Córdoba), Secreto y Malibú,
espectáculo de danza de Diana Szeinblum, South, wall & after,
de Brenda Angiel, y Cenizas de tango, de Roxana Grinstein. A éstos
se suman Sujetos, sobre coreografía y dirección de Liliana
Muño, Textos por asalto del Sportivo Teatral de Ricardo Bartís,
las coreografías Un monstruo, de Gerardo Litvak, Por favor, sangra,
de Gustavo Lesgart, y Período Villa Villa, por el Grupo De la Guarda.
La representación nacional integrará un ciclo con entrada
gratuita, que se ofrecerá en horarios alternativos respecto de
los espectáculos extranjeros, para facilitar la concurrencia de
los visitantes extranjeros. El cierre del Festival estará a cargo
de la producción nacional Requiem para el Riachuelo, espectáculo
multidisciplinario que se verá el domingo 30 a las 22. Se trata
de una creación del iluminador Jorge Pastorino, sobre música
de Edgardo Rudnitzky y textos del poeta y escritor Juan Gelman.
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