Por Eduardo Tagliaferro
No fue en las vísperas,
sino a la hora señalada. A las diez de la mañana para Carlos
Menem se empezó a escribir otra historia. Saldría de los
tribunales federales como el primer presidente constitucional detenido
durante un gobierno democrático. Sobre su cabeza llevaba el cargo
de Jefe de la asociación ilícita que ilegalmente vendió
armas a Croacia y Ecuador. Acusación central de la única
causa que golpeó a su puerta. Durante los diez años de su
mandato las denuncias por corrupción lo cercaron casi cotidianamente.
Desde el Swiftgate a IBM, pasando por la Mafia del Oro y la Aduana Paralela,
recalando en las prebendarias amistades con Alfredo Yabrán y Raúl
Moneta, casi todos los escándalos, involucraron a sus colaboradores
más cercanos. En muchos de ellos se divisó la marca de su
ex cuñado Emir Yoma. En ninguno fue complicado judicialmente. La
venta de armas lo condujo finalmente a prisión, claro que hace
diecisiete meses que se fue del gobierno y su poder se menguó al
punto que quienes fueron sus funcionarios más destacados hoy son
los de más bajo perfil.
Antes de comunicarle su nuevo status de presidiario, el magistrado le
leyó los cargos que pesan sobre él: falsedad ideológica
por la firma de decretos cuyo contenido estaba adulterado para facilitar
el desvío de las armas y ser el Jefe de la asociación
ilícita que realizó la maniobra. ¿Yo jefe de
una banda?, fue la primera reacción del ex presidente cuando
le estaban notificando los cargos en su contra. Fue un reflejo que duró
un momento. No terminó la frase, eligió el silencio.
La detención tiene carácter preventivo, ya que Urso aún
no definió la situación procesal del riojano. Antes de los
próximos diez días, tal como lo había sugerido cuando
fijó las fechas de las indagatorias, el magistrado resolverá
la condición de Menem, Erman González, Martín Balza
y Guido Di Tella. En el expediente hay fuertes indicios que ellos tenían
distintas funciones dentro de la organización que traficó
el armamento. A diferencia de otros hechos de corrupción emblemáticos
del menemato, en esta causa no es sólo el dinero el principal escándalo.
A la violación de embargos internacionales se le sumó la
sospecha de que la voladura de Río Tercero fue un hecho intencional
para ocultar pruebas.
A la hora de enfrentar a Urso y al fiscal Carlos Stornelli, el ardid de
la recusación fue dejado de lado. Esto no fue obstáculo
para que, en el escrito que dejara al magistrado, Menem insistiera con
su queja por el adelantamiento de la audiencia. La indagatoria duro tan
sólo 20 minutos y también dejó su marca: fue la más
breve de todas las que se tomaron durante los seis años que lleva
la instrucción.
El 4 de abril de este año, la Sala II de la cámara federal
porteña le recomendó a Urso que investigara la existencia
de una asociación ilícita. Antes le había sugerido
que no debía perder de vista el papel desempeñado por los
más altos funcionarios del poder. Hasta ese momento, el principal
de los detenidos era el ex interventor en Fabricaciones Militares, Luis
Sarlenga. A los dos días, el riojano adoptivo amigo de Eduardo
y Carlos Menem, develaba la trama de la maniobra y enviaba a Emir Yoma
a la cárcel. Luego todo se desencadenó. El ex ministro Oscar
Camilión ya había declarado que cuando quiso desplazar a
Sarlenga, recibió una sugerencia de Menem para mantenerlo en su
cargo. Esto lo confirmó hace pocos días Esteban Caselli.
En sus respectivas declaraciones, Antonio Erman González y el general
Martín Balza aportaron lo suyo.
Es muy probable que Urso confirme los cargos sobre Menem y entonces las
defensas seguramente recurrirán a las otras instancias. Claro que
la Corte Suprema, que tantos servicios le ha prestado al menemismo, está
en la mira de las estrategias judiciales de los defensores de Carlos Menem.
Julio Buby Nazareno, presidente del máximo tribunal,
ya dijo que si el expediente llega a sus manos no se excusará.
No lo amilana haber compartido estudio jurídico con los Menem,
ni ser un incondicional delcaudillo riojano hoy detenido en Don Torcuato.
No por nada, le debe haber devenido de ex jefe de Policía a ilustre
cortesano.
Todos unidos triunfaremos, era el grito desesperado que llegaba
al despacho del magistrado. No provenía de la calle donde se habían
concentrado tan solo 500 personas, sino de los pocos funcionarios que
deambulaban por los pasillos del cuarto piso de Comodoro Py. En el piso
donde está el despacho de Urso, el paso estaba totalmente restringido.
Pero los carnets de legisladores o vicegobernadores suelen intimidar con
razones de peso a los agentes de la Policía Federal. Solo hombres
con fuero eran los que se agolparon frente a la oficina del magistrado.
Ellos fueron los que transformaron una marcha partidaria que supo ser
grito de resistencia contra dictaduras y proscripciones en una queja contra
la Justicia. Como bombos no había, los compases fueron acompañados
por patadas a las puertas y otros mamporros contra las paredes del juzgado.
Entre quienes sobresalían en el cuarto piso estaban el diputado
César Arias y el vicegobernador riojano.
Los ánimos se calmaron antes de que el magistrado terminara el
trámite y el ex presidente partiera, en helicóptero, hacia
su lugar de detención.
COMO
FUE LA AUDIENCIA EN EL DESPACHO DEL JUEZ
Por hoy ya tuve bastante
Por E. T.
En virtud de los cargos
de falsedad ideológica en concurso real con el de jefe de una organización
ilícita, queda usted detenido a disposición de este juzgado
dijo luego de ponerse de pie, el juez federal Jorge Urso.
¿Dónde? fue la instintiva reacción de
Carlos Menem. ¿La detención puede ser domiciliaria?
preguntó inmediatamente, intentando salvar el lapsus en el
que mostraba la debilidad en la que se encontraba.
Breve y cortés, el diálogo fue uno de los momentos más
tensos de un acto procesal en el que la formalidad agregaba solemnidad
a un momento inédito y trascendente. Era el día en que por
primera vez un presidente constitucional era apresado por un delito de
corrupción.
Habían circulado varias rondas de café y otras tantas de
agua mineral, cuando el ex presidente escuchó una de las peores
noticias de los últimos tiempos. Esto es una gran injusticia,
lo lamento mucho doctor, yo no tengo nada que ver con todo esto, manifiesto
mi inocencia terminantemente, fue el único descargo al que
apeló el ex presidente. Sus palabras sonaron tranquilas, pero sus
ojos buscaron fijamente los de Urso. Su mirada transmitía toda
la bronca que tenía acumulada pero que supo contener para estar
a la altura de las circunstancias. Y en verdad lo estuvo. Con compostura,
Menem superó días en los que habían abundado chicanas
y ardides que solo buscaban ganar tiempo o recusar al magistrado.
Era el momento más tenso de la audiencia. La importancia del hecho
no podía pasar desapercibido para ninguna de las siete personas
que estaban presentes en el despacho del magistrado. Somos testigos
de un hecho histórico que marca un hito en la independencia del
Poder Judicial y por la trascendencia de la causa, dijo el propio
defensor de Menem, el abogado Oscar Roger, un letrado con fuerte prestigio
en la justicia federal, que a sus antecedentes sumó, ayer, un fino
toque de ironía y de buen humor. Luego de que Menem fue notificado
de su detención, Roger, fervoroso hincha de San Lorenzo, buscó
quitarle dramatismo al hecho y esbozó nuevas bromas a las simpatías
riverplatenses del riojano. Por hoy ya tuve bastante, fue
la respuesta del riojano. Yo soy gallina y me la banco, respondió
como un hincha más.
Eran los últimos momentos de la indagatoria. La comitiva que acompañó
a Menem, llegó al juzgado una hora antes de la prefijada. Menem
y Cecilia Bolocco, Mariano Cavagna Martínez, Oscar Roger y su esposa
ingresaron a la oficina de Juan Martín Hermida, secretario del
juzgado. Allí el funcionario impuso al ex presidente de los cargos
que existían en su contra y de las pruebas documentales que la
avalaban. Realizó la lectura ante la indiferencia de su auditorio.
Cumpliendo con la formalidad del caso, Hermida preguntó a Menem
y sus abogados ¿quieren ver algo en particular?, y
fue entonces que Roger notificó a las autoridades procesales que
el doctor Menem no va a formular ninguna declaración, ni
se va a someter a ningún interrogatorio. La hora previa pasó
con mayor rapidez de lo pensado. Minutos antes de las diez de la mañana,
Menem y sus abogados recorrieron los pocos metros que los separaban del
despacho del magistrado. Cuando la presentadora chilena Cecilia Bolocco
amagó con acompañar a su marido, Roger la frenó cortésmente.
Usted espérenos aquí, le dijo. No quedó
sola, junto a ella se sentó la esposa del cordobés.
Cuando ingresaron al despacho, también lo hicieron el fiscal Carlos
Stornelli y su secretario Hernán de Llano. El magistrado ingresó
puntualmente a las diez y luego del saludo de rigor abrió el acto
con una sucinta oratoria: Antes de empezar la audiencia, doctor
Menem, recuerdo yo estoy sentado en este cargo porque usted me nombró
juez federal, y sigo sintiendo por usted el mismo respeto que en aquel
momento, dijo el juez.
Luego de los dichos de Urso, la defensa presentó un escrito de
10 páginas y nuevamente Roger aclaró que Menem no iba a
formular declaraciones ni responder preguntas. Eso tenía
entendido, respondió Urso, que en ese momento se puso de
pie y formuló a Menem los cargos que pesaban sobre él. Paso
seguido lo notificó de su condición de detenido.
Luego de esbozar una respuesta, el ex presidente buscó con su mirada
un crucifijo e incurrió en el único blooper del día.
Como dice el Evangelio, hágase tu voluntad, dijo olvidando
que la máxima integra el Padrenuestro. Un olvido involuntario y
hasta disculpable para quien sus seguidores consideraban Dios.
Los diez minutos siguientes se ocuparon en los detalles del arresto domiciliario
y otros veinte en el operativo que conduciría a Menem hacia su
prisión en Don Torcuato. En su única intervención,
Cavagna Martínez acercó un papel con la dirección
de la quinta que oficiaría de lugar de detención. El papel
llevaba el logo del Hotel Presidente, dejando en claro que la alternativa
era algo más que una posibilidad. Antes de retirarse, el magistrado
sugirió una maniobra distractiva para garantizar la seguridad de
Menem. Recomendó que simulando ser el ex presidente, en el primer
auto fuera Roger. Mientras no me mande detención domiciliara
a mí, no tengo inconveniente, contestó el defensor
sin perder el humor.
OPINION
Por Mario Wainfeld
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El gran error de un
experto
El poder desgasta, sobre todo cuando no se tiene, decía,
socarrón y avezado, Bettino Craxi, ese líder de la
sinistra italiana que de un día para el otro huyó
de la Mani Pulite. Carlos Menem, su colega en más de un sentido,
debe estar pensando lo mismo. Suele hablarse de la soledad del poder,
en relación a las dificultades que tienen los políticos
para compartir sus grandes decisiones, sus dilemas, los momentos
culminantes. Pero cuando se tiene poder nunca se está solo
en otros sentidos. Siempre hay adulones, recién llegados
que se vuelven devotos de la primera hora, Neustadts
que pontifican, Marías Julias reconvertidas en tigresas,
empresarios capitanes de industria que celebran el realismo del
mandatario y ya que estamos su taimado humor de provincia.
La soledad del poder es la de no tener acompañantes a la
altura de uno, que vuela como los cóndores. O, de mínima,
que cree hacerlo y no se priva de decirlo. Es una soledad compleja
que tiene algo de soberbia: nadie planea tan alto como uno.
La soledad del no poder se parece bastante más a la soledad
de cualquier mortal. Esa soledad, si se quiere hacer memoria, comenzó
cuando los gobernadores de su propio partido le dijeron no
a su fantasía re re-eleccionaria. Y, en estos últimos
días de vértigo, se ha demostrado más de una
vez. La boda con Cecilia Bolocco fue un show de ausencias. Minga
de mandatarios o ex mandatarios extranjeros, de amigos Georges
o de Eduardo Frei que había prometido asomarse, con el simpático
pretexto que la consorte era chilena. Hasta Carlos Corach y Eduardo
Bauzá pegaron el faltazo. Por no decir la gente de la farándula,
los jugadores de fútbol de primera que le dejaban patear
los penales (y meterlos) en memorables picados. Minga de empresarios
nativos o foráneos, incluidos aquellos que prosperaron insensatamente
durante una década. Minga de actrices principales, de reparto,
bellas naturales o siliconadas. Y lo peor, claro, un ausentismo
notorio entre los compañeros peronistas. Apenas dos gobernadores,
incluyendo al de La Rioja. De la columna vertebral mejor no hablar.
Ni Luis Barrionuevo, otrora recontraalcahuete, ni el Gitano Armando
Cavalieri, ni casi nadie.
La conferencia de prensa en el Hotel Presidente (Presidente tan
luego, la historia propone sarcasmos involuntarios a cada rato)
fue otro erial. Corach y Bauzá, presentes pero el resto trascendía
muy ligeramente a su propia familia. El senador Eduardo Menem, el
diputado Adrián Menem, Claudia Bello, Roby Fernández,
Daniel Scioli, Marta Alarcia. Una mezcla de consanguíneos,
impresentables y piantavotos, huérfanos de poder institucional
o representatividad.
Le prometieron una movilización de masas a Comodoro Py, una
versión aggiornada del 17 de octubre. Entre todos no pudieron
superar a la cantidad de periodistas y apenas competir con la de
los policías diseminados por Retiro.
Ha perdido poder, prestigio ante la gente del común, representatividad
dentro de su propio partido. Y parece haber perdido su astucia,
ese don del conductor, el óleo de Samuel (diría Perón)
de saber hacia dónde sopla el viento. Ciencia que le permitió
una hazaña política poco virtuosa pero hazaña
al fin: la de arriar todas las banderas del peronismo para reemplazarlas
por otras, violar flagrante (y confeso) su contrato electoral y
ser reelecto.
No tiene timming, se obstina en escuchar los consejos más
atrabiliarios y parece dedicado a autosabotearse. ¿A quién
sino a un improvisado puede ocurrírsele, en plena caída
libre, hacer un casorio para miles de personas? ¿A quién
hablar de cuestiones de alta política y pedir apoyo público
al gobierno norteamericano en el programa de Nico? ¿Para
qué sirve que Cecilia Bolocco juegue al jenga con Sofovich,
tal vez haciendo tongo? ¿Quién se interesó
en su discurso del miércoles? Se dirá, se lo dicen,
que la gente aceptaba esas conductas, las festejaba, acaso se identificaba.
Se olvida advertir que el contexto cambió, que eso era mientras
se gastaba el precio de venta de las joyas de la abuela. Que nada
es igual, ahora, con el balance de su gobierno a la vista.
¿Cómo, astuto como es, no registró que pasarse
de farra corrida con una novia joven irritaría a Luis Sarlenga
(a quien olvidó y desamparó en la prisión)
y también a mi prima la pelirroja? Se equivocó de
cabo a rabo en su manejo mediático, desoyó a quienes,
con Corach y Bauzá a la cabeza, le aconsejaron una y otra
vez bajar el perfil, evitar la presencia pública, postergar
el casorio, dejar a Nico con otros invitados.
También se equivocó al suponer que las relaciones
carnales que urdió con la Justicia Federal perdurarían
más allá de su mandato presidencial. No entendió
que los jueces, como todos los actores en un sistema político
muy excitado, con mucha presencia de control periodístico,
dependen en alguna medida de la opinión pública. No
advirtió que la decantación democrática erosionaría
la inamovilidad de magistrados corruptos o sospechados. Algunos
se fueron yendo a la actividad privada para ganar más o por
haber dejado de percibir sobresueldos, vaya a saberse. Otros fueron
defenestrados por sus despropósitos personales o jurídicos.
En este plano, también erró al suponer que los mecanismos
de control establecidos en la Constitución del 94 eran
una bicoca, un chupetín que le daba a Raúl Alfonsín,
a cambio de la perpetuidad en el poder. Andando el tiempo, esa herramienta
y otros organismos de control prosperaron.
Desbarró asimismo al no ocuparse del aspecto jurídico
de la causa sobre la venta ilegal de armas. Claro que él
es un abogado sui generis, habituado a la real politik y no al estudio
de fojas y fojas. Pero, estando en riesgo debió procurarse
una defensa técnicamente aceptable, homogénea, estudiosa,
que trabajara en equipo. Menospreció el punto y llegó
al día D sin que sus defensores hubieran leído el
expediente, pensado una mínima estrategia tribunalicia, que
en estos días y en casos como ese incluye una estrategia
mediática. En verdad cada uno dijo lo que le parecía,
que nunca fue igual a lo que decía el otro. La crónica
menuda de esta semana cuenta que Martín Balza llegó
con una defensa afiatada que se preocupó hasta de prepararlo
psicológicamente para el momento de escuchar su orden de
detención. El llegó a poncho. Tal vez no sea eso lo
esencial, pero es dar una ventaja más... él tan
luego que amañaba los resultados de los partidos de
tenis.
Le chingó fiero al pensar que el Gobierno le daría
una importante mano en este tema. Por buenas o malas razones, la
Alianza ha sido distinta del menemismo. Será porque son respetuosos
de la independencia de poderes, como suele argüir el Presidente.
Será porque como dicen los menemistas los radicales
no pueden conseguir que un ordenanza les sirva un café. O
será por algún mix de esas dos variables. Lo cierto
es que el Poder Judicial funciona con más autonomía
del Gobierno y con más sintonía con las leyes y también
con el estado de la opinión pública. Si alguien registró
eso es Jorge Urso, quien leyó mejor los cambios de época
que Carlos Menem. Si parece mentira, un novato captando mejor la
realidad que el especialista en esa ciencia y arte que es
la política.
Todos sus errores podrían sintetizarse en uno, el gran error
de un experto: creyó haber congelado la historia, se ilusionó
de haber cristalizado todas las variables en su mejor momento. Creyó
que la verticalidad judicial, su legitimidad política, la
tolerancia colectiva a los que roban pero hacen, serían eternos.
Errores conceptuales que lo indujeron a buscar su segunda reelección
cuando carecía de plafond. A olvidarse de la causa de las
armas (y del inefable Sarlenga). A exponerse ante una sociedad que
mayormente lo odia, a ostentar su alegría y su fasto ante
gente de a pie que está empobrecida y que asocia (con sobrados
motivos) la parte del león de sus desdichas a su gestión
de gobierno.
Ahora tendrá tiempo para pensar en la frase de Craxi y a
parafrasearla. El poder se desgasta. El poder, en democracia, es
básicamente mudable y licuable. La democracia argentina adolece
centenares de fallas pero es un sistema con contrapoderes, con actores
variados, atentos, astutos, jacobinos cuando pueden. El creyó
ser un monarca absoluto, en una sociedad inmutable. Y era, apenas,
un Presidente en una sociedad en constante cambio.
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