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“LA TOTA” SANTILLAN, MAESTRO DE CEREMONIAS DE LA BAILANTA
“Ahora la villa aparece en televisión”

Todos los sábados, desde un estudio-boliche de Constitución, un hombre enorme, que fue íntimo amigo de Rodrigo, presenta bandas como Damas Gratis, Yerba Brava y Flor de Piedra. �Esta es la música de la villa �dice� no la del �barrio carenciado�.�

La Tota Santillán tiene el programa de mayor rating de los fines de semana, a puro pasito.

Por Julián Gorodischer

La cumbia villera tiene un anfitrión que se llama Tota. Ya casi se olvidó de su nombre de pila este hombre enorme que, los sábados, recibe a los grupos en su programa de bailanta, “Pasión tropical”, y abre el juego a la fiesta. La misma que ahora se repite, cuando camina por las calles de este barrio, Constitución, en busca de un rincón para la foto. “Eh, Kempes, cómo va...”, le grita al travesti que deja la carterita y alza el brazo. Unos minutos después, la Tota desaparece, rodeado por una multitud de cazadores que le piden un autógrafo. “Para la Pipi, para el cholo que te mira cada sábado...”, indica el viejo. Del “gordo” o “el amigo” o “la Tota”, a secas, se sabe que se queda bailando con las barras al terminar el programa, entregado a un pogo que disfruta. Y que después se va de ronda por los boliches y, por eso, la adhesión es unánime. “La tele no me aceptaba por ser gordo”, dice él, que no se olvida.
“Pasión tropical” hizo visibles las letras sin rodeos de la cumbia villera cuando otros ciclos de música tropical preferían el velo del doble sentido: el pajarito, la cotorra, la banana y el chorizo para generar una semi sonrisa, apenas un chiste. En el galpón del programa de Azul, casi una bailanta verdadera que convoca colas desde las 8 de la mañana, se eligieron, desde 1998, otras palabras. Allí, en ese estudio–boliche, la tele se dio cuenta de que existía Yerba Brava: mil personas podían gritar “Yuta, compadre...”. Nadie lo impugnaba.
–La cumbia villera nos trajo palabras que queríamos decir todos. La que llega a la tele es la villa, y no el “barrio carenciado”. La gente se siente identificada y se atreve a decir más con estas letras –cree la Tota, que siempre se reafirma como uno más, “uno como ellos”.
En el pogo de “Pasión...”, donde hay muy pocas fans que elegirían la suavidad de los Ráfaga (ni a su cantante revoleando la melena), muchos se entusiasman con la revancha del “A ver esos negros, las palmas...”. Es el momento en el que, una tarde cualquiera, irrumpe en escena Damas Gratis, con alguna sorpresa para regalar. Como la actuación invitada de Los Auténticos Decadentes, un sábado reciente, o una pirueta extraña de los músicos. “Hacen locuritas”, dice Tota.
“El gordo”, sólo por momentos, se deprime. El millar de personas le da conversación, como sucede hoy en la calle de Constitución. El escucha historias de lo cotidiano en las villas y los caminos ruteros: algunas son crónicas de miseria y pedidos de dinero (“...un pesito, Tota”), pero muchas otras son anécdotas de familia. Al conductor de TV, ya no el que vendía bombachas en el Once, sino el que puede andar en auto propio y vivir en una quinta, se le aparece su costado melancólico.
–Hay que conocer las calles de tierra, donde la gente todavía es humilde, donde mi gente todavía es feliz, feliz porque no tiene nada. Porque cuando tenés, querés más, siempre más, y te olvidás del amor. ¡Qué lindo es comer un poco de arroz con aceite y vino! ¡Tomar el mate cocido amargo!
Muchos empezaron a entender que el hombre popular puede ser, ante todo, un buen negocio. En el programa, por ejemplo, la Tota es también el “Gran Santillán”, un bloque que parodia al “Gran Hermano”, y consigue las mediciones más altas de rating de las tardes. La Tota, vestido de superhéroe, convive con otros participantes de la casa, como el Hombre Invisible, la Mujer Maravilla (un travesti), y Batman. Intercambian chistes malos y hacen su “solo” ante la cámara en el confesionario. Después de grabar el sketch, la Tota vive su propio programa cómico, pero fuera de escena. “Me voy al bar de la esquina a los tablones, así vestido. Los hago cagar de risa”, cuenta. Demasiado tiempo en los sets, encerrado, multiplica las escapadas. “Una vez me fui vestido como prócer, con uniforme y patillas. Nadie entendía nada. Pero nunca, nunca –aclara con vehemencia– me dicen nada agresivo. A lo sumo ‘gordo’. Y si es alguien que no conozco, le pido que suspenda lo de ‘gordo’. En cambio, intercambia con agrado las muletillas que suele decir en el programa, y le dirigen como un guiño. “¡Chimichurri, Tota!”, le gritan, muchas veces, y levantan los pulgares.
–¿Por qué Chimichurri?
–Es un símbolo de alegría, de que está todo bien –explica.
Por si el boom televisivo fuera poco, Tota está a punto de estrenar su propio disco, XXL Santillán, de pura música tropical y con momentos para el homenaje. El tema que más le importa es una oda a Rodrigo, su amigo. De pronto, la Tota empieza a rapear ese tema: “Potro, amigo, por qué te fuiste, aquí yo solo...”, entona, y dice que carga con demasiados amigos muertos: Gilda, Rodrigo. Asegura que en las bailantas, cuando atendía las barras o presentaba los números musicales, siempre se esforzó por estar cerca de los artistas. Mezcla de cholulismo y admiración, anticipaba éxitos futuros: “Yo le auguré la fama a Tambó Tambó”. Consiguió la confianza que buscaba, y fue perdiendo a muchos. “Rodrigo, te quiero”, dice los sábados, más aún este sábado, cuando se suba a cantar su tema favorito. “Espero que les guste”, anticipa, ansioso. Es probable que después de cantarlo se suelte el grito que le dedican, una tarde cualquiera, uno que lo equipara extrañamente a los cantantes, y lo funde en uno solo con el ídolo muerto. “La Tota es del pueblo, el Potro no se va”, canta la tribuna.

 

La historia del éxito

–Yo siempre decía: este grupo va a matar. Y andaba. Me pasó con Pocho la Pantera, con Sebastián, Tambó Tambó y Ricky Maravilla. Los miraba desde un costado del escenario, cuando no me conocía nadie. Trabajaba en las bailantas, pero la tele no me aceptaba porque era gordo. “Dale, intentá, seguí para adelante”, me decía Gilda.
–¿Cómo pasó a ser conductor de TV?
–Me vieron en los boliches, donde convocaba a 8000 personas, y me llevaron a la radio. Empecé a pedir que donaran cosas, además de pasar música tropical. La vida no es sólo chingui chingui, la gente necesita otra cosa. Fui ganando un espacio en esta música. En el ’98 llegué a la tele como movilero, en “Baila, baila”, en el cable, y después hice el casting, con mucha suerte, de “Pasión tropical”. Estaba seguro de que no me elegirían para conducir. Pero apostaron a mí.
–¿Qué cree que le vieron?
–Yo hago participar a todo el mundo. Hago lo que siento. Y tengo muy en claro que soy lo mismo que ellos, venimos del mismo barrio. No hay que cambiar cuando se enciende una cámara.

 

La bailanta es “pura pasión”

–¿Hasta dónde puede llegar la cumbia villera?
–La cumbia villera es una moda, como lo fue el cuarteto o la lambada. Pero no va a reemplazar a otras músicas de bailanta, es una rama más del árbol. No creo que pueda modificar a la música tropical tal como la conocemos.
–¿Qué piensa de quienes la bailan en los boliches caros de la Costanera?
–Cuando lo cantan en Pizza Banana lo tomo como una joda. Es gente que, a través de la cumbia, dice cosas que de otra forma no podría. Una vez los escuché enfervorizados, cantando el “Dale guachín...”. Cantan los temas porque les parecen simpáticos. Lo que se ve en la bailanta es otra cosa: no es un divertimento, es pura pasión.

 

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