Por Horacio Bernades
De los varios premios concedidos
el año pasado a Golpe de mujer, uno de ellos le fue otorgado ex
aequo con Billy Elliot, conocida aquí hace unos meses. Decisión
más salomónica, imposible, ya que ambas películas
son complementarias y hasta eventualmente intercambiables. En ambas, el
boxeo es central. Hijo de mineros, Billy Elliot comprende que lo que mejor
le calza no son los guantes sino las zapatillas de baile, aunque los demás
lo miren con cara rara. A su turno, en la escena introductoria de Golpe
de mujer, la protagonista se agarra a trompadas con una compañera
de colegio, y en ese momento no quedan dudas de que lo mejor que puede
hacer es subirse a un ring. Es lo que hará, aunque su padre no
tolere verla transpirada y musculosa, sin la menor vocación por
la pollera o el maquillaje.
Si en algo se parece Golpe de mujer a Billy Elliot es que se trata de
la clase de películas, típicas de la corrección política,
que se abocan por entero a la defensa de una causa justa. Hombre
o mujer, todo el mundo tiene derecho a decidir sobre su vida y su cuerpo,
es la tesis subyacente que ambos films se dedicarán a demostrar.
Para que el mensaje llegue a destino, tiene que ser claro y comprensible.
En esa convicción, la película escrita y dirigida por la
debutante Karyn Kusama (y producida por esa institución del cine
independiente que es John Sayles) apelará a todos los convencionalismos
dramáticos que sean necesarios. De entrada nomás, no hay
quien pueda dudar que la razón está del lado de Diana Guzmán,
ya que la chica a la que trompea sin asco es lo suficientemente despreciable
como para burlarse de una gordita, por el sólo hecho de serlo.
De allí en más, como en esos juegos en que basta seguir
la línea de puntos para llegar a la meta prevista, de lo que se
trata es de la formación de Diana como boxeadora amateur.
Si hay heroína, tiene que haber villano. Por qué no el padre,
rústico trabajador y esclavo de sus prejuicios, calco exacto del
de Billy Elliot. Para que su condición de antagonista se haga evidente,
qué mejor que un buen par de flashbacks. Estos ilustrarán
sobre cierto desmán cometido por él en el pasado, que sirve
a su vez para explicar el por qué de la violencia de su hija. Si
hay un padre malo, es bueno que haya una figura paterna positiva. Nadie
mejor que el entrenador o Pigmalión, a cargo del actor latino Jaime
Tirelli, que aporta una calidez muy de entrecasa (así como, en
el protagónico, la debutante Michelle Rodríguez exhibe la
fiereza requerida). Si se quiere reforzar la idea de que la heroína
representa un modelo de mujer no tradicional pero perfectamente plausible,
viene muy bien contraponerla con amas de casa o diosas inalcanzables,
como las que se ven, al paso, en la pantalla de un televisor.
Cómo no va a haber una historia de amor, que suavice un poco a
la heroína de permanentes dientes apretados, borceguíes
y camperón militar, y la haga querible. Que no se vaya a enamorar
de una chica, eso sí, aunque dé toda la impresión.
¿Un compañero de gimnasio, tal vez, para que de paso se
enfrenten en el ring y haya un lindo conflicto entre la vocación
y el amor? Claro que sí. Para corroborar que ciertas películas
independientes se arman del mismo modo que el más convencional
cine de la industria, basta con constatar que Golpe de mujer no es otra
cosa que una versión en carbónico de Rocky. Allí
también, un héroe pobre, perteneciente a una minoría
étnica (italoamericano allá; latino acá; medio bobo
Rocky, dura y escéptica Diana), redimía su postergación
social a las trompadas. Y triunfaba, claro. Todos los modelos lo hacen,
porque si no, no cumplirían con su función.
PUNTOS
BLOW,
PROFESION DE RIESGO, CON JOHNNY DEPP
Blanca que te quiero blanca
Por Martín
Pérez
Plantas que son recolectadas,
hojas que son secadas bajo una lámpara, aviones que llevan su carga
blanca más allá de las fronteras. Un auténtico mini-documental
sobre la fabricación de la cocaína acompaña los títulos
de Blow, profesión de riesgo, el último film de Ted Demme.
Musicalizado con la guitarra más sucia del rock, la de Keith Richards
al frente de los Rolling Stones tocando en el tema Cant Your
Hear Me Knocking, cuando la cocaína de Blow blow significa,
en el slang norteamericano, precisamente cocaína finalmente
llega a su destino es recibida por un entusiasta Johnny Depp con bigotes
y prominente barriga, que luego de probarla en sus narinas concluye: Pura
como la nieve de la montaña.
Lejos de ser el comienzo de la historia, semejante escena no es más
que el final del largo recorrido de George Jung dentro del lucrativo pero
peligroso negocio del tráfico de sustancias ilegales. Porque es
a partir de ese entusiasmo, esa pureza y esa panza, que la voz en off
del personaje interpretado por Depp recordará toda su historia.
A la manera de films como Casino, Boogie nights y especialmente
Buenos muchachos, Blow recorre una historia en particular pero dentro
de la Historia en general, y así es como los éxitos y
fracasos de Jung se recortan contra la realidad social y cultural
de las décadas del sesenta, setenta y ochenta. Como una especie
de museo vivo de los peores peinados de la historia del rock, Depp cambiará
de tocado con cada paso del tiempo con cada pitada, con cada inhalación
mientras hace su trabajo con absoluta naturalidad. Porque nada es demasiado
extraño para Jung/Depp. Tal como le explica a un juez, lo único
que él hace es cruzar una línea imaginaria llevando algunas
plantas consigo. Desgraciadamente, le responden, esa línea no es
imaginaria, y las plantas que hace cruzar son ilegales. Pero, salvo ese
pequeño detalle, lo único que hace el protagonista del film
de Demme es darle a la gente lo que quiere. Y, al mismo tiempo, hacer
real su sueño. Crear algo de la nada, digamos. Lo mismo que hacen
los gerentes de ciertas empresas, los expertos de marketing o los presidentes
de ciertos gobiernos.
Porque, si algo se puede elogiar de un film como Blow es que al
menos desde su punto de partida no pretende demonizar la naturaleza
del negocio de su protagonista. El asunto es que sí la explota
dentro de su film, que en el fondo es una película sobre padres
e hijos, y sobre la obsesión de triunfar. Acompañado por
la alemana Franka Potente primero y una poco más que decorativa
Penélope Cruz después, Johnny Depp hace honor a sus peores
trabajos como Chocolate, por ejemplo en un film que (como
el peor adicto) se va deshaciendo con el correr de su recorrido. Si la
antes mencionada Buenos muchachos había marcado el pico de la carrera
de Ray Liotta, en Blow el otrora ascendente actor termina de certificar
su decadencia encarnado al padre de Jung, mientras que la historia de
su hijo termina decididamente lejos de esa magia que su entusiasta
proceder parece convocar.
PUNTOS
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