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ESTRENOS DE LA SEMANA
“GOLPE DE MUJER”, MULTIPREMIADA OPERA PRIMA DE KARYN KUSAMA
Pegando feo por abajo del cinturón

Producido al margen de Hollywood, este nuevo film insignia del cine �indie� norteamericano apela a todos los convencionalismos de �Rocky�.

Michelle Rodríguez encarna a una chica que descarga un pasado de violencia familiar en el boxeo.

Por Horacio Bernades

De los varios premios concedidos el año pasado a Golpe de mujer, uno de ellos le fue otorgado ex aequo con Billy Elliot, conocida aquí hace unos meses. Decisión más salomónica, imposible, ya que ambas películas son complementarias y hasta eventualmente intercambiables. En ambas, el boxeo es central. Hijo de mineros, Billy Elliot comprende que lo que mejor le calza no son los guantes sino las zapatillas de baile, aunque los demás lo miren con cara rara. A su turno, en la escena introductoria de Golpe de mujer, la protagonista se agarra a trompadas con una compañera de colegio, y en ese momento no quedan dudas de que lo mejor que puede hacer es subirse a un ring. Es lo que hará, aunque su padre no tolere verla transpirada y musculosa, sin la menor vocación por la pollera o el maquillaje.
Si en algo se parece Golpe de mujer a Billy Elliot es que se trata de la clase de películas, típicas de la corrección política, que se abocan por entero a la defensa de una causa justa. “Hombre o mujer, todo el mundo tiene derecho a decidir sobre su vida y su cuerpo”, es la tesis subyacente que ambos films se dedicarán a demostrar. Para que el mensaje llegue a destino, tiene que ser claro y comprensible. En esa convicción, la película escrita y dirigida por la debutante Karyn Kusama (y producida por esa institución del cine independiente que es John Sayles) apelará a todos los convencionalismos dramáticos que sean necesarios. De entrada nomás, no hay quien pueda dudar que la razón está del lado de Diana Guzmán, ya que la chica a la que trompea sin asco es lo suficientemente despreciable como para burlarse de una gordita, por el sólo hecho de serlo. De allí en más, como en esos juegos en que basta seguir la línea de puntos para llegar a la meta prevista, de lo que se trata es de la formación de Diana como boxeadora amateur.
Si hay heroína, tiene que haber villano. Por qué no el padre, rústico trabajador y esclavo de sus prejuicios, calco exacto del de Billy Elliot. Para que su condición de antagonista se haga evidente, qué mejor que un buen par de flashbacks. Estos ilustrarán sobre cierto desmán cometido por él en el pasado, que sirve a su vez para explicar el por qué de la violencia de su hija. Si hay un padre malo, es bueno que haya una figura paterna positiva. Nadie mejor que el entrenador o Pigmalión, a cargo del actor latino Jaime Tirelli, que aporta una calidez muy de entrecasa (así como, en el protagónico, la debutante Michelle Rodríguez exhibe la fiereza requerida). Si se quiere reforzar la idea de que la heroína representa un modelo de mujer no tradicional pero perfectamente plausible, viene muy bien contraponerla con amas de casa o diosas inalcanzables, como las que se ven, al paso, en la pantalla de un televisor.
Cómo no va a haber una historia de amor, que suavice un poco a la heroína de permanentes dientes apretados, borceguíes y camperón militar, y la haga querible. Que no se vaya a enamorar de una chica, eso sí, aunque dé toda la impresión. ¿Un compañero de gimnasio, tal vez, para que de paso se enfrenten en el ring y haya un lindo conflicto entre la vocación y el amor? Claro que sí. Para corroborar que ciertas películas “independientes” se arman del mismo modo que el más convencional cine de la industria, basta con constatar que Golpe de mujer no es otra cosa que una versión en carbónico de Rocky. Allí también, un héroe pobre, perteneciente a una minoría étnica (italoamericano allá; latino acá; medio bobo Rocky, dura y escéptica Diana), redimía su postergación social a las trompadas. Y triunfaba, claro. Todos los modelos lo hacen, porque si no, no cumplirían con su función.

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“BLOW, PROFESION DE RIESGO”, CON JOHNNY DEPP
Blanca que te quiero blanca

Por Martín Pérez

Plantas que son recolectadas, hojas que son secadas bajo una lámpara, aviones que llevan su carga blanca más allá de las fronteras. Un auténtico mini-documental sobre la fabricación de la cocaína acompaña los títulos de Blow, profesión de riesgo, el último film de Ted Demme. Musicalizado con la guitarra más sucia del rock, la de Keith Richards al frente de los Rolling Stones tocando en el tema “Can’t Your Hear Me Knocking”, cuando la cocaína de Blow –blow significa, en el slang norteamericano, precisamente cocaína– finalmente llega a su destino es recibida por un entusiasta Johnny Depp con bigotes y prominente barriga, que luego de probarla en sus narinas concluye: “Pura como la nieve de la montaña”.
Lejos de ser el comienzo de la historia, semejante escena no es más que el final del largo recorrido de George Jung dentro del lucrativo pero peligroso negocio del tráfico de sustancias ilegales. Porque es a partir de ese entusiasmo, esa pureza y esa panza, que la voz en off del personaje interpretado por Depp recordará toda su historia. A la manera de films como Casino, Boogie nights y –especialmente– Buenos muchachos, Blow recorre una historia en particular pero dentro de la Historia en general, y así es como los éxitos –y fracasos– de Jung se recortan contra la realidad social y cultural de las décadas del sesenta, setenta y ochenta. Como una especie de museo vivo de los peores peinados de la historia del rock, Depp cambiará de tocado con cada paso del tiempo –con cada pitada, con cada inhalación– mientras hace su trabajo con absoluta naturalidad. Porque nada es demasiado extraño para Jung/Depp. Tal como le explica a un juez, lo único que él hace es cruzar una línea imaginaria llevando algunas plantas consigo. Desgraciadamente, le responden, esa línea no es imaginaria, y las plantas que hace cruzar son ilegales. Pero, salvo ese pequeño detalle, lo único que hace el protagonista del film de Demme es darle a la gente lo que quiere. Y, al mismo tiempo, hacer real su sueño. Crear algo de la nada, digamos. Lo mismo que hacen los gerentes de ciertas empresas, los expertos de marketing o los presidentes de ciertos gobiernos.
Porque, si algo se puede elogiar de un film como Blow es que –al menos desde su punto de partida– no pretende demonizar la naturaleza del negocio de su protagonista. El asunto es que sí la explota dentro de su film, que en el fondo es una película sobre padres e hijos, y sobre la obsesión de triunfar. Acompañado por la alemana Franka Potente primero y una poco más que decorativa Penélope Cruz después, Johnny Depp hace honor a sus peores trabajos –como Chocolate, por ejemplo– en un film que (como el peor adicto) se va deshaciendo con el correr de su recorrido. Si la antes mencionada Buenos muchachos había marcado el pico de la carrera de Ray Liotta, en Blow el otrora ascendente actor termina de certificar su decadencia encarnado al padre de Jung, mientras que la historia de su hijo termina decididamente lejos de esa “magia” que su entusiasta proceder parece convocar.

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