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El general y sus obedientes
Por Osvaldo Bayer Desde Bonn

¿Cómo calificar a la Argentina de hoy? Un humorista la calificaría como “un país en joda” y un filósofo la definiría como “una realidad trágicamente cínica”.
¡Qué lástima, nos perdimos la corona del realismo mágico al no llevarlo detenido al ex presidente en su domicilio del Hotel Presidente! Faltaba más. Pero sí en una quinta con palos de golf, servicios a domicilio, pileta de natación y shiatsu. Si Schopenhauer hubiese tenido un domicilio así, tal vez hubiese cambiado todas sus leyes filosóficas del pesimismo. Pero lo de Menem es una anécdota, apenas. Una anécdota argentina. Ojalá que al presidente mercachifle y a sus clanes les hagan devolver todo lo embolsado desde el día del reparto. Pero además, condenen al Jefe a un servicio social de ayuda diaria en cada una de las villas miseria que se crearon desde que él comenzó a hacer negocios desde la cúpula.
Pero lo ocurrido el jueves es apenas un aspecto de la joda, del cinismo que nos arrastra cada vez más a la tragedia del hambre y la desocupación. Hubiera sido justo que al mismo tiempo que se juzgaba al faraón, también se hubiera tomado con toda fuerza el vergonzoso caso de la coima del Senado contra las leyes de trabajo. El propio presidente de la Nación sabe que allí están sus amigos metidos con pata y todo. Aproveche, señor Presidente, ahora, que reina la euforia de lo que aparentemente puede ser la búsqueda de la República, para recuperar su honestidad. Recuerde que hasta en la llamada Década Infame el Congreso fue capaz de descubrir los ladrones de sus propias bancadas. Acuérdese del negociado de las tierras del Palomar donde los generales de la Nación se repartieron las coimas con los legisladores de la Nación, pero al final salió todo a la luz hasta con suicidio de un avergonzado legislador (por supuesto, no se suicidó ningún general). (Y ahora no tenga temor, señor Presidente, aquí no se va a suicidar ninguno del Senado ni de la fina patota de la SIDE.)
Esta semana ocurrieron en Alemania cosas que me hicieron avergonzar hasta la médula de los huesos, como argentino. Primero, los tribunales de Munich condenaron al ex SS nazi, guardián de Auschwitz, Scharführer Anton Malloth, de 89 años de edad, a prisión perpetua en la cárcel por haber asesinado a prisioneros a golpes y a tiros. (En esta página hace varias semanas informé de la iniciación del juicio.) El acusado, en silla de ruedas, recibió sin pestañear el anuncio de su condena. Habían pasado 58 años de sus infames crímenes. Pero la justicia se hizo.
¿Y en mi país? En mi país, todo lo contrario. Los asesinos están todos libres por las leyes de obediencia debida y punto final y algunos pocos en sus casas, como el dictador Videla, porque tiene más de 70 años. ¡Qué diferente la justicia para los criminales en una y otra latitud! Más aún, el presidente de la Nación De la Rúa asistió a un acto militar donde estaban presentes como invitados dos de los más grandes criminales de nuestra historia. Nada menos que el general borracho Fortunato Galtieri y el que fue ministro del Interior de la dictadura de la desaparición de personas, general Harguindeguy. (Posteriormente, el presidente de la Rúa y su ministro Jaunarena –el padre de obediencia debida y punto final que supimos conseguir– defendieron a Galtieri diciendo que en sí no había sido condenado nunca.) Esto es un cachetazo a la dignidad humana. Sí, lo salvó el punto final, al general que siendo jefe en Rosario ordenó la “batalla contra los ciegos”, la única que ganó en su vida. Asaltó la casa donde vivía un matrimonio de ciegos con su hijito. Los hizo “desaparecer”. Las “fuerzas del orden” se llevaron todos los muebles y objetos, hasta el triciclo del niño, y por último, el general borracho resolvió que esa casa propiedad de los dos ciegos desaparecidos pasara a ser lugar de fiestas y “camaradería” de la gendarmería nacional. Jamás ni el Ejército ni la Gendarmería pidieron disculpas a la sociedad por tal acto deleznable. Tal vez sea el hecho más despreciable, más mezquino de un general argentino. Y como no podía ser de otra manera, fue el general que le hizo ganar a la Thatcher la guerra que ésta necesitaba. Estrategia de general borracho. Que nos costó la vida de centenares de muchachos que nacían a la juventud. Pero al perder la guerra no se pegó un tiro como el diputado de las tierras del Palomar. Para qué, si siempre va a haber en la vida mamarrachos que festejarán su presencia en actos oficiales. Es que los mamarrachos van a necesitar siempre a Galtieri, sublimando la guerra de Malvinas. Lo necesitan, porque creen que con Malvinas borran la obediencia debida y el punto final.
El otro hecho ocurrido en Alemania que me llegó hasta lo más íntimo de la vergüenza fue escuchar a Sara Méndez. Sara Méndez es una luchadora uruguaya que fue detenida en Buenos Aires, en 1976, por los desaparecedores de Harguindeguy. Sara acababa de tener un niño, al cual llamó Simón. Cuando fue detenida, Simón tenía veinte días. A ella la llevaron detenida al Uruguay; era un “operativo Cóndor” de militares argentinos y uruguayos. Años después Sara Méndez recuperó la libertad. Su única misión fue entonces encontrar a su pequeño hijo. Lo sigue buscando hoy, un cuarto de siglo después. Recorre el mundo y explica su suerte a todos los organismos internacionales de derechos humanos y organizaciones de mujeres. Explicó el miedo y la cobardía de los políticos argentinos que o no escuchan o prometen pero “se olvidan”. Y en ningún momento se preocupan por la dignidad propia y la de los argentinos, como pueblo.
En el acto oficial del Día del Ejército que mencionamos, donde estuvieron juntos De la Rúa, Jaunarena, el general Brinzoni, Galtieri y Harguindeguy, el presidente argentino defendió a Brinzoni diciendo que no había participado en la masacre de “Margarita Belén”. El presidente argentino se adelantaba así, en su afán de quedar bien con el militar, a lo que debe decir la Justicia. Eso no fue un paso en falso, eso –señor Presidente– fue un recurso bajo de comité para tratar de salvar la responsabilidad de un amigo suyo.
Ese mismo día del acto militar, tres oficiales argentinos leyeron un documento diciendo que Videla y el Ejército habían salvado la Patria del peligro marxista. La estupidez sazonada con la alcahuetería. Nos salvaban del marxismo internacional secuestrando niños y robándose hasta los enchufes de las casas allanadas. Para definir bien la palabra “palurdo” basta transcribir esa frase de tres oficiales argentinos que actuaron en la desaparición de personas.
Los crímenes militares no se salvan, señor Presidente, tratando de reivindicar con desfiles a los generales de manos manchadas de sangre y garguero profundo. No. La única manera de reivindicar ese ejército es que todas sus fuerzas de Inteligencia, todos sus cuerpos activos se dediquen a la búsqueda de Simón y de todos los pequeños simones que fueron quitados a sus legítimos padres. Que el ejército, la marina y la aeronáutica busquen a todos los asesinos de la desaparición de personas y lo publiquen con nombre y apellido. Señor ministro Jaunarena –usted tan amante de la obediencia y de los puntos finales canallas–, ordene eso. Así sí que va a poder reivindicar al Ejército y no prestarse al lamido obsceno de botas con olor a whisky.
Pero, con De la Rúa y Jaunarena tomamos un rumbo a contramano. Las patotas están en la calle. Lo cometido contra María Alejandra Bonafini es la reivindicación de lo más cobarde y cruel, es volver poco a poco a la ignominia del ‘76, aquel año del reino de la Muerte.



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