Protagonistas
Era la mejor y la peor de las épocas, era el siglo
de la razón y la locura, la época de la fe y la incredulidad,
era un período de luz y de tinieblas, la primavera de la
esperanza y el invierno de la desesperación, lo teníamos
todo ante nosotros y el horizonte se cerraba delante nuestro, se
iba directamente al cielo y por el camino más corto al infierno;
en resumen, aquella época era tan distinta a la nuestra ...,
escribió Charles Dickens en las primeras líneas de
su Historia de dos ciudades, provocada por la Revolución
Francesa según confesó el autor en 1859, más
de medio siglo después de los acontecimientos que conmovieron
su imaginación. ¿Qué dirán los inspirados
cuentistas del futuro acerca de esta época argentina, cuáles
sucesos actuales serán sometidos al rigor de los historiadores?
Carlos Menem, con seguridad, ocupará un lugar en esos hipotéticos
relatos, porque se lo ha ganado. Algunos recordarán al presuntuoso
transformista que hacía el amor con los medios de difusión
masiva y concitaba adhesiones de pobres y ricos al mismo tiempo,
mientras que otros darán cuenta de este desolado preso que
ayer pidió auxilio al juez para preservar de esos mismos
medios su intimidad privada, acompañada sólo por un
puñado de leales en un confortable refugio. Al final, quizá,
más de un relator tendrá que repetir aquellas antiguas
palabras de Dickens para describir con propiedad los momentos contradictorios,
vertiginosos y hasta desconcertantes de estos tiempos nacionales.
También hoy conviven la esperanza y la desesperación
en el tortuoso laberinto que recorren, por separado, pueblo y gobierno.
Como para ratificar su autonomía de las circunstancias políticas
y sociales, los operadores financieros ubicaron la sensación
térmica de sus negocios particulares, eso que llaman riesgo
país, por debajo de los 900 puntos y mantuvieron estable
al mercado de valores. Mientras esté garantizado el pago
de la deuda estatal y privada en los términos que les convienen
a los banqueros, no los conmueve la huelga general, la prisión
preventiva de su otrora mandatario favorito o la internación
del presidente Fernando de la Rúa por dificultades cardiovasculares
que obligaron a una angioplastia en la arteria coronaria derecha.
Para los mercados que pisan fuerte en las decisiones
macroeconómicas, son indiferentes valores como la libertad,
la justicia social, la transparencia administrativa de los poderes
republicanos y la estabilidad institucional, en tanto mantengan
preservados sus intereses específicos.
En burbuja separada, pululan la mayoría de los políticos
del oficialismo y la oposición, de la derecha a la izquierda,
haciendo cálculos especulativos, por lo general mezquinos,
acerca de los beneficios o perjuicios para sus propias carreras
que pueden derivar de los sucesos nacionales. Así, es habitual
que los mensajes públicos y las opiniones de entrecasa sean
diferentes y aún antagónicas, dictadas por las conveniencias
de oportunidad antes que por los principios doctrinarios, los inventarios
programáticos o las demandas sociales. El riesgo de la desaparición
de Aerolíneas Argentinas los deja más indiferentes
que un conflicto en el fútbol, escasean las acciones que
desborden los límites de previsible formalidad ante los anuncios
de que el desempleo masivo sigue excluyendo a miles de personas
de la oportunidad de trabajar y que la energía productiva
pierde fuerzas en una sangría interminable. Si algún
miembro de la política sube la cotización personal
en las encuestas de popularidad por cualquier razón, sobre
todo por sus compromisos contra la corrupción, de inmediato
se convierte en un trofeo que cada facción quiere exhibir
en sus vitrinas electoralistas, pero son minoría los dispuestos
a competir en el mismo terreno por temor a los riesgos implícitos
en ese tipo de conductas. De ese modo, la política cede o
delega porciones de decisión: si es económica a los
personeros de los mercados, si es social a los sindicatos,
a las iglesias o a quien quiera hacerse cargo y si es de recuperación
ética a los mismos jueces que antes eran vituperados por
presunta subordinación al Poder Ejecutivo. De ahí
que una situación trascendente como el arresto preventivo
del ex presidente Menem, sin que mediara golpe de Estado, imputado
como presunto jefe de una asociación ilícita, a pesar
de múltiples indicios previos, los encontró aturdidos
y con los reflejos disminuidos, sin contar a los que prefieren el
silencio de la impunidad antes que al alboroto del esclarecimiento.
La indeseable reaparición de viejas antinomias, como la del
peronismoantiperonismo, no será conjurada mirando hacia
otro lado sino proponiendo una frontera multipartidaria que separe
en lados diferentes al honesto espíritu de servicio de una
parte y de la otra a la corrupción ávida de dinero
fácil. Esa división no es un punto de llegada sino
de partida para que la política pueda recuperar prestigio
social y reorganizarse por objetivos de bien común en lugar
de disciplinas corporativas que somete a la mayoría de sus
propias bases a una dieta insoportable de sapos cotidianos.
A todo esto, porciones enormes de la sociedad asisten al espectáculo
noticioso diario con una mezcla de sensaciones negativas: incredulidad,
hastío, escepticismo, desesperanza y bronca. Sólo
el stock acumulado de insatisfacción generalizada sostuvo
cuatro huelgas generales en un año y medio de gobierno elegido
en las urnas, pero aún las medidas de fuerza desgastan su
capacidad de convocatoria si no son recompensadas por éxitos,
así sean menores y graduales, cuando por delante no hay una
neta expectativa abierta que entusiasme el ánimo público.
La movilización casi permanente de los brigadas de desocupados,
cuyos reflejos deslumbran a sociólogos superficiales, expone
con crudeza la desesperación de los excluidos pero eso no
significa, necesariamente, que aumente la conciencia social o política
de los movilizados. Si la demanda de planes Trabajar
y de alimentos gratuitos cierra como el máximo anillo, no
sólo el más urgente, alrededor de las reivindicaciones
del movimiento obrero, terminará funcionando como una tómbola:
aquí ganan siete mil, allá dos mil quinientos, pero
ninguna sociedad progresa de verdad con el puro asistencialismo
benéfico. El trabajo es irremplazable como factor económico,
social y cultural en la formación comunitaria y, para conseguirlo,
hoy en día hace falta crear opciones reales de poder, además
de dar testimonio de lucha.
La búsqueda de poder implica, sin falta, la emergencia de
opciones políticas confiables. Esto no significa, con automatismo
robótico, abandonar la actividad en el sindicato o en una
ong para dedicarse a crear partidos, sino la conexión
de esas y otras actividades con las conductas políticas,
incluso las electorales. Hugo Moyano suele recibir críticas
por la presunta alianza entre sus propuestas combativas y las ambiciones
presidencialistas del gobernador Carlos Ruckauf. Más allá
de las preferencias de cada cual, el peor defecto no es que exista
ese vínculo sino que lo mantengan clandestino en lugar de
airearlo, exponiéndolo al debate y la decisión de
todos. Para que no se espanten los liberales criollos, habría
que recordar que los sindicatos norteamericanos desde siempre han
tomado posición en las condiciones electorales de ese país
y es natural que así sea si es que se pretende que los resultados
de las urnas sean un valor real en lugar de un ritual simbólico.
¿Cómo serían los resultados electorales de
octubre próximo si, en lugar de dejarlos librados a las manipulaciones
de punteros compravotos, los comités de desocupados
hicieran una discusión abierta y en asamblea para analizar
las decisiones individuales? Ser protagonistas activos en cambio
de pasivos receptores de dádivas clientelísticas.
Lo anterior es un ejercicio de demostración que quiere resaltar
lo que tantos esperan: prácticas nuevas para situaciones
de emergencia. Los métodos y las formas tradicionales son
insuficientes para resolver las posibilidades contradictorias de
la actual encrucijada en favor del bien común. Un siglo y
medio después del relato de Dickens aquel deslumbrante diagnóstico
literario puede mantener alguna vigencia, pero el futuro puede estar
a la vuelta de la esquina, esperando. Nadie podrá atraparlo
si no se hace camino al andar.
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