Por Pablo Plotkin
En el último año,
El Otro Yo pasó de ser la bandita independiente en leve ascenso
a proyectarse como el primer clásico consumado del rock con
perdón alternativo de los 90. El debut en Obras, en noviembre
de 2000, funcionó como una especie de ceremonia consagratoria,
a la vez que dejó en claro que los límites del cuarteto
iban algo más lejos que las húmedas paredes de Cemento,
el antro en que los Aldana vieron crecer su convocatoria hasta desbordarlo
dos veces en un fin de semana. Con la edición del último
par de discos el decisivo Abrecaminos y el registro en vivo Contagiándose
la energía del otro, El Otro Yo demostró ser un grupo
que, sin llegar a lo solemne, todavía cree en serio en el rocknroll.
En un tiempo en que la revisión irónica de las convenciones
del género empieza a parecer un lugar común, ellos recuperan
la voluntad de rebeldía y desafían desde adentro
las estéticas de ciertos géneros presuntamente antagónicos
como el heavy metal y la electrónica. Todo eso vomitado en pequeñas
canciones melódicas y distorsionadas, con una lírica que
intenta perpetuar el estado de amor adolescente.
El segundo show en Obras hoy a las 22, en el mismo lugar en que
Cristian Aldana vio a los Ramones por primera vez en 1987 es también
el último capítulo de La gira interminable, un recorrido
nacional que la banda promovió como el tour más largo de
la historia del rock argentino. En muchos lugares del interior los
rockeros no tienen un lugar a donde ir, cuenta Cristian, voz y guitarra
del grupo. Los fines de semana terminan siempre en la plaza, chupando.
Hay mucha bailanta, mucho boliche convencional, pero poco rock. Y los
pibes sienten esa dureza de no tener un lugar. Se notaba sobre todo con
el grito de la cumbia es una mierda (grito de Aldana inmortalizado
en Contagiándose...). Había pibes que me exigían:
¡Gritá la cumbia es una mierda!. Realmente se
sienten hundidos en un agujero de mierda, sin un lugar de rock con el
que sentirse identificados. En Buenos Aires eso no pasa. Después
tocaron en Uruguay y en Chile Concepción, Valparaíso
y La Blondie, una especie de versión santiagueña de Cemento,
donde la popularidad de El Otro Yo viene creciendo. El próximo
viaje será algo más lejos: entre agosto y septiembre volarán
a México y Estados Unidos, donde el productor Gustavo Santaolalla
editó Abrecaminos a través de su sello Surco.
Creo que vamos a pasar a ser la renovación del rock latino,
del rock cantado en castellano, considera Cristian. Porque
si bien nosotros somos latinos y cantamos en castellano, no estamos tan
cerca de ese sonido. O sea: tenemos la personalidad de una banda haciendo
rock, a pesar de que tenemos identidad latina. Tal vez pasemos a ser lo
nuevo, el recambio, porque no vamos a salir a tocar con la percusión.
No nos va el término alterlatino.
¿Y qué otras bandas estarían incluidas en ese
posible recambio?
Es loco eso, porque la situación económica argentina
destruye mucho lo artístico, a pesar de que hay un montón
de bandas que siguen adelante, como Babasónicos, Jaime Sin Tierra,
Eterna Inocencia, Catupecu Machu. Ahora Catupecu está pasando un
muy buen momento; Babasónicos está por sacar un disco y
eso se va a notar, va a ser un buen momento también para ellos.
En definitiva, van quedando los que hacen lo que verdaderamente les gusta,
los que no se venden por otra cosa que no sea la música.
¿Qué otras cosas los diferenciarían de sus
predecesores?
En nuestro caso, por ejemplo, somos de hacer muchas notas, damos
la cara, no nos escondemos. Eso es nuevo. Hay una fórmula para
ser un grupo de rock masivo en Argentina que implica no hacer notas, no
tocar en MuchMusic, no tocar en ningún lado. A mí me gusta
hacer notas, hablar de ideas. Lo místico está, pero pasa
por otro lado. Es un poco hacerse cargo, porque hay chicos que escuchan
mucho lo que vos decís, lo que vos hacés. Cuando ves que
un pibe cree más en tu banda que en los políticos, la escuela
o la Iglesia, empezás a sentir que tenés que hacerte cargo.
Hay luchas que no me parecen verdaderas: gritar ¡droga libre!...
Me parece mejor gritar la droga es una mierda. Sé que
desde mi lugar rockero tendría que estar hablando con la botella
de whisky en la mano, pero yo pienso distinto.
¿Notaron el cambio de perspectiva que tomó la gente
respecto de ustedes en el último tiempo?
Lo que notamos fue la crudeza con que la gente veía que una
banda de barrio, que tocaba desde hacía años, de golpe llegaba
a Obras. En esa situación nos sentimos juzgados, a pleno. Están
locos, nos decían, ¿cómo van a hacer
Obras? También estaban los que nos tiraban buena onda. Pero
siempre tuvimos piedras en el camino, y ya somos inmunes a la crítica,
porque sabemos que no a todo el mundo le va a gustar nuestra música
y las cosas que decimos. Y en definitiva la esencia del grupo es hacer
lo que se nos canta el orto. No tenemos la presión de vender discos,
simplemente seguimos nuestro camino y las cosas van saliendo naturalmente
bien. Algunos años atrás no pensábamos que algún
día haríamos una gira por todo el país, y mucho menos
editar nuestros discos en Estados Unidos, o ir a tocar allá. Ni
siquiera creía que iba a tener una guitarra copada. Pero las cosas
van pasando. Y todas las trabas que nos pusieron no nos pudieron matar.
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