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“A la mierda la industria del cine,
el pueblo quiere buenas películas”

Esa es la consigna del protagonista de �Cecil B. Demented�, la nueva locura
de John Waters, un subversivo suelto en Hollywood.

Melanie Griffith en la mira cáustica de Mister Waters.
Ella es Honey Whitclok, morocha
y de rostro bien tirante,

Por Horacio Bernades

“¡A la mierda la industria del cine, el pueblo quiere buenas películas!”, gritan, a voz en cuello, los seguidores de Cecil B. Demented, durante uno de sus operativos de guerrilla cinematográfica urbana. No se trata de que los politizados ‘70 estén de vuelta, ni de que la cinefilia haya pasado a la acción directa o que la generación si- guiente al Dogma danés no se conforme ya con mandamientos y opte por tomar las armas. Se trata de todo eso junto. De todos modos, los capitostes de Hollywood no deben asustarse, ni tampoco los directores al servicio de la industria, porque esto es sólo una película. Una que logra reunir términos habitualmente peleados entre sí, como son subversión, diversión y agudeza. Se trata de Cecil B. Demente, el nuevo opus de ese indomable guerrillero del cine independiente llamado John Waters.
Estrenada en Estados Unidos el año pasado y exhibida en Cannes, en Buenos Aires una copia en fílmico de Cecil B. Demente pudo verse durante la última edición del Festival de Cine Independiente. Ahora, tanto como para prolongar la tradición maldita que pesa sobre Waters, y que hace que ninguna de sus películas se haya visto en cine en la Argentina, el sello Transeuropa la lanza directo a video. A mediados de la semana próxima, Cecil B. Demente estará en todos los videoclubes. Nacido en Baltimore en 1946, Waters es un adelantado múltiple del cine contemporáneo, que desde comienzos de los ‘70 viene empujando los límites de lo que se supone que el cine puede mostrar. Tenaz satirista del american way of life y de los valores y costumbres de la clase media estadounidense, desde hace décadas Waters viene practicando un cine de choque que pueda ser al mismo tiempo entretenido y repulsivo, kitsch y cariñoso, frívolo y político, de consumo y de vanguardia.
Influido a la vez por el “Saturday Night Life” y Andy Warhol, por Godard y el cine de terror más sangriento, filmografías enteras del cine contemporáneo serían impensables sin él. La de su admirador Almodóvar, por ejemplo. Ahora, y después de Serial Mom (1994) y Pecker (1998), ambas editadas directamente en video, Waters vuelve al ataque con Cecil B. Demente, no otra cosa que su credo más íntimo convertido en farsa delirante. Y en crónica realista, y en manifiesto estético-político. Si en algo se especializa el cineasta más famoso de Baltimore es en producir las fusiones cinematográficas aparentemente más imposibles. Evidente alter ego del realizador, Cecil B. Demente (Stephen Dorff) es un militante del cine underground, capaz de tomar las armas con tal de derrumbar, él y su gente, el sistema de estudios.
Algo así como una versión cinéfila dura del clan Manson, Cecil y los suyos se las verán con un grupo de defensores del cine-para-toda-la-familia, pedirán ayuda a los fans del cine de acción y a los masturbadores del cine porno, interrumpirán a tiro limpio un cóctel organizado por gente de la industria, tomarán por asalto el set de filmación de Forrest Gump. Y, sobre todo, secuestrarán en público y a punta de pistola a Honey Whitlock, insoportable superstar hollywoodense, llena de caprichos y desplantes. La particularidad del grupo es que filman sus acciones, practicando algo así como una forma autoproducida de cinéma-verité. Como Honey Whitclok, morocha y de rostro bien tirante, Melanie Griffith prosigue el rescate o derrumbe de ex sex symbols de Hollywood, que Waters iniciara en la persona de Kathleen Turner, obesa mamá-asesina en serie de Serial Mom.
Visionario y mesiánico, rodeado de una corte de milagros que incluye, entre otros, a una productora barbuda, una satanista ingenua, un asistente jeropa, una ex estrella del porno, un peluquero homosexual y un asistente que quiere ser gay y no le sale, Cecil reconoce que “estamos calientes y decididos a todo”. Uno de los preceptos de Demente es que la práctica del sexo impide volcar toda la libido en el cine. Por lo cual impone a los suyos, con gran dificultad, la abstinencia total durante los rodajes. Como ocurriera en su momento con la millonaria heredera Patty Hearst, que tras ser secuestrada por un delirante Ejército Simbionés de Liberación se plegó a la causa de sus raptores, tras los gritos iniciales Honey empuñará armas y cámaras junto con Cecil y Cía.
Por las dudas que nadie se haya dado cuenta del paralelismo, allí está la mismísima Patty Hearst haciendo un papelito secundario, como desde hace años en todas las películas de Waters. Esa presencia emblematiza, a su vez, el cruce entre farsa disparatada y cine político que representa, tal vez como ninguna otra película de su realizador, Cecil B. Demente.

 

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