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EL CASO DEL ABOGADO LOPEZ SANTORO
Su candidato

Ruckauf impulsa la designación como camarista en Trenque Lauquen de un ex juez de la dictadura, acusado de atender armado y encerrar bajo llave a sus propios empleados, como castigo.

Perfil: Según las muchas denuncias, “utilizó un vehículo militar para mudar
a sus suegros, además de hacer pintar
su departamento por personal militar”.

Por Irina Hauser

Carlos Ruckauf quiere designar como camarista civil y comercial de Trenque Lauquen a un juez de la dictadura, acusado de atender en su despacho con un revólver sobre el escritorio y de encerrar a sus empleados en oficinas oscuras bajo llave, como método de castigo. El favorito es Fernando López Santoro y el gobernador bonaerense ya envió su pliego a la Comisión de Acuerdos del Senado provincial, donde está en plena discusión. Ya se había postulado en 1998 para otro concurso, del que quedó fue excluido por sus antecedentes de abuso de autoridad y connivencia en expedientes.
Lo esperable hubiera sido que el Consejo de la Magistratura de Buenos Aires, que se supone sirve para que los concursos sean justos, hubiera actuado como barrera inicial para López Santoro. Pero no sólo no fue así sino que el ex juez –hoy abogado– quedó incluido en la terna enviada al Poder Ejecutivo provincial. Los otros dos preseleccionados fueron Toribio E. Sosa, juez civil en ejercicio en la propia ciudad de Trenque Lauquen, y Elda E. Ventura, jueza de Bahía Blanca. Al momento de elegir, Ruckauf optó por el hombre denunciado por desplegar conductas a medida de la dictadura mientras ocupaba el juzgado de Tandil –entre agosto de 1977 y 1984– gracias a un decreto de Jorge Rafael Videla. El paso siguiente, es que el Senado lo apruebe.
Si los senadores bonaerenses analizan rigurosamente los antecedentes de López Santoro, se encontrarán con dos sanciones disciplinarias que le impuso la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires: una fue un apercibimiento grave, el 9 de octubre de 1979, y la otra fue una reprensión, el 29 de abril de 1980. Había sido denunciado por su propio secretario de entonces, Víctor Mario García, y por un grupo de abogados.
La denuncia del ex secretario ante el máximo tribunal acusaba a su jefe de haberle cortado todo tipo de comunicación con sus compañeros del juzgado y de haber encerrado, como castigo, a una empleada en una oficina oscura destinada al archivo. El texto de García describía que aunque pasaba el tiempo pudo “constatar que la señora Perey de Marzoratti aún continuaba en su situación de confinamiento y vigente la prohibición de hablar con todo el personal y/o letrados”. También señalaba causas en las que actuó en connivencia en quiebras fraudulentas que tramitaban en su despacho y añadía que había “utilizado un vehículo militar para mudar a sus suegros, además de hacer pintar su departamento por personal militar”. Relataba los intentos del juez para vender él mismo mercadería ingresada por contrabando y le atribuía la tramitación de sucesiones en su pueblo natal, San Vicente, aunque no estaba dentro de su jurisdicción.
Más aún, según revelaba García, el magistrado había dicho que “su mentor había sido el señor Comandante en Jefe de la Armada, Almirante Lambruschini, y el señor Comandante del Ejército, general Roberto Eduardo Viola”, ambos integrantes de la segunda junta militar. Todos estos temas figuran también en otra denuncia que habían presentado los abogados Benito Vicente, Alfredo Bertucci, Carlos Mercader y Guillermo Pianzola. Agregaban irregularidades del juez en la tramitación de causas y un relato del propio Pianzola, “a quien en una oportunidad atendió en su despacho mientras manipulaba un arma de fuego de grueso calibre como si en lugar de hallarse en el severo ámbito de un despacho de magistrado se tratara de un saloon del Far West”.
Cuando López Santoro se postuló para volver a ser juez de Tandil en 1998, el Consejo de la Magistratura atendió a las impugnaciones presentadas por 41 ciudadanos tandilenses y algunos abogados. Incluso en la mitad del concurso quedó al descubierto que el máximo tribunal provincial había omitido enviar la información sobre las sanciones que el juez había recibido emitiendo un certificado falso. La maniobra se conoció por un rastreo que hizo el ex senador frepasista Jorge Derkos. Pero como si nada hubiera pasado, esta vez el ex magistrado pelea por un cargo másalto, el de camarista, y consiguió la venia de Ruckauf con quien las malas lenguas le atribuyen además una amistad personal.
El pliego del juez-de-la-dictadura-que-pretende-ser-juez-en-democracia está hace algo más de un mes en la Comisión de Acuerdos del Senado bonaerense que preside la radical María Cristina Azcueta, pero que entre sus 18 integrantes cuenta con mayoría justicialista. El tema está incluido en el orden del día de la comisión, pero viene sufriendo postergaciones. Los aliancistas se niegan a firmar el pliego, mientras que los justicialistas parecen estar a la espera del más mínimo descuido para refrendarlo y mandarlo para que sea votado en el recinto. Los legisladores tienen información sobre el preferido de Ruckauf a su disposición: si no la mandó el propio candidato, ya se las envió el Colegio de Abogados de Trenque Lauquen.

 

OPINION
por Carlos Eroles

Homenaje a medio camino

Con suma atención leímos los dos documentos principales emitidos por los obispos argentinos luego de su 81ª Asamblea Plenaria concluida en San Miguel el mes pasado. El que corresponde a la recordación del 25º aniversario de la muerte de monseñor Enrique Angelelli confieso que me gustó poco. Con palabras cuidadosamente elegidas, como si fueran el fruto de un elaborado y quizás trabajoso consenso, se alude a la muerte de Monseñor Angelelli, casi olvidando el marco de la dictadura militar y el terrorismo de Estado, que provocó, en esos días de agosto de 1976, el asesinato de los curas de Chamical y del laico Pedernera y -.por qué no decirlo– la muerte más que dudosa, dolosa, del Obispo. Dicho de otra manera, en la versión de los hechos que muchos creemos, Monseñor Angelelli “no encuentra la muerte cumpliendo una delicadísima misión”: fue asesinado, como un episodio más del terrorismo de Estado. Curiosamente el texto no hace referencia alguna ni a la dictadura militar, ni al terrorismo de Estado, ni a las situaciones de injusticia social que enfrentaba en su comunidad Monseñor Angelelli y que determinaron tantas víctimas, porque afectaban además intereses económicos y de poder muy concretos. Fueron todas ellas muertes determinadas por la aplicación de la “doctrina de la seguridad nacional”, que nuestros Obispos denunciaron con energía en “Iglesia y Comunidad Nacional”. Si el Padre Enrique nos estuviera acompañando probablemente hubiera exigido un homenaje extendido a todos aquellos sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos y laicas que fueron víctimas del terrorismo de Estado, de muchos de los cuáles, precisamente en estos días, se cumplen también 25 años de su muerte o desaparición. Bueno es recordar, aquellas condiciones incumplidas, planteadas también en Iglesia y Comunidad Nacional para “Construir una Patria más fraterna, solidaria y reconciliada”: Verdad y justicia, pedido de perdón y sincera voluntad de reparación. Los argentinos víctimas de desaparición forzada, de violaciones, de torturas, los niños apropiados, siguen a la espera de esta posibilidad de reconciliación fruto de la justicia, sin falsedades ni falacias. Sin ella Monseñor Angelelli, seguirá siendo un testigo del Evangelio que con su vida y con su muerte enjuicia tanto la injusticia, como nuestros silencios y vacilaciones. Muy a pesar suyo será un signo de contradicción “con un oído en el pueblo y otro en Evangelio.”

 

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