Por E.V.
La seguridad se está
convirtiendo cada vez más en una obsesión, en especial,
para los porteños. Por primera vez, la ciudad de Buenos Aires aparece
en las encuestas como un lugar donde la gente se siente más insegura
que en el Gran Buenos Aires: ocho de cada diez habitantes de la ciudad
cree que puede ser víctima de un delito. El 37 por ciento de la
gente con hijos en edad escolar tiene temor de que pueda ocurrirle algo
a sus niños cuando están en la escuela. La sensación
térmica, según un estudio realizado entre abril y mayo últimos,
parece tener relación directa con el crecimiento en los niveles
de victimización: el 23 por ciento de los porteños consultados
dijo haber sido víctima de un delito durante los últimos
seis meses, mientras que el porcentaje de hogares con algún miembro
victimizado asciende al 33 por ciento. La cifra es mayor que la registrada
en la provincia de Buenos Aires, donde las víctimas de delitos
alcanzan el 17 por ciento.
El fenómeno tiene distintas aristas. En las asambleas vecinales
que organiza el gobierno porteño, en el marco del programa de prevención
del delito, la demanda de presencia policial aumentó del 40 por
ciento de los vecinos, en diciembre, al 74 por ciento en marzo. Los vecinos
han incrementado las medidas de seguridad en sus viviendas, con la instalación
de cámaras de video y la contratación de vigilancia privada.
Y aunque no se registra un aumento notorio en la venta de armas para defensa
personal, sí ha crecido la demanda de instrucción en polígonos
de tiro. Al punto de que en todo el país ya son 270 las instituciones
que se dedican a esa actividad (ver aparte).
La encuesta realizada por Graciela Römer y Asociados, sobre un total
de 950 entrevistas domiciliarias, arroja como resultado que entre abril
y mayo de este año, siete de cada 10 habitantes de la provincia
de Buenos Aires cree que es bastante probable llegar a ser víctima
de algún delito. La sensación de inseguridad crece, si se
toma por separado al Gran Buenos Aires, a un 73 por ciento de los consultados,
mientras que en el interior de la provincia alcanza el 56 por ciento.
Lo sorprendente del trabajo es que, por primera vez, la ciudad de Buenos
Aires fue percibida por la gente como un lugar más inseguro que
el Gran Buenos Aires: el 80 por ciento de los encuestados cree que puede
ser víctima de un delito.
¿A qué obedece este cambio? Para Römer, sencillamente,
esa cifra se corresponde con el incremento en los niveles de victimización
en ese mismo período: en la ciudad de Buenos Aires, el 33 por ciento
de la gente respondió que algún miembro de sus familias
sufrió un hecho de delincuencia durante los últimos seis
meses. En noviembre del año pasado, el delito había involucrado
al 24 por ciento de la gente consultada.
Pese a que los porteños consideran más insegura a la ciudad,
sus propios hogares son percibidos como más seguros que en el Gran
Buenos Aires: en la Capital, el 70 por ciento de la gente se siente segura
en su casa, mientras que en el Conurbano, sólo el 54 por ciento
de la gente tiene esa percepción.
También los barrios porteños son percibidos por la gente
como más seguros que en el Gran Buenos Aires: el 42 por ciento
en la ciudad contra el 36 en el Conurbano, mientras que en el interior
de la provincia la gente se siente tranquila en un 61 por ciento.
¿No es contradictorio que alguien se sienta inseguro en la ciudad,
pero perciba lo contrario en su casa o en el barrio? Para Römer,
la explicación está, por un lado, en las diferencias
edilicias, como el mayor número de edificios de departamentos,
menos vulnerables que las casas y, por otro, a la presencia de seguridad
privada. La gente asocia la inseguridad, especialmente, a
salir fuera de su ámbito, a un restaurante, por ejemplo,
explicó la consultora. Un 37 por ciento de los entrevistados con
hijos en edad escolar, en la ciudad de Buenos Aires, se sienten inseguros
respecto de la escuela de sus hijos, cifra con la que se coloca por encima
del Gran Buenos Aires (35 por ciento) y del interior de la provincia (23
por ciento).
El fenómeno de la inseguridad va generando cambios en el comportamiento
de los porteños. Según Héctor Pirosanto, presidente
de la Cámara Argentina de Propiedad Horizontal, en los últimos
tiempos se fueron incrementando las medidas de seguridad en los edificios
y la contratación de vigilancia privada creció en un 30
por ciento respecto de hace dos años: Primero comenzamos
a recomendar a los propietarios que eliminen la cerradura que permite
abrir con el portero eléctrico. En los dos últimos años,
cuando se produjo un incremento de la inseguridad, se empezaron a contratar
servicios privados de vigilancia, que al principio cumplían la
función de serenos, pero con una imagen reforzada por el uniforme,
explicó Pirosanto.
Según el directivo de la cámara que agrupa a los administradores
de consorcios, los edificios de más categoría incorporaron
otros mecanismos, como las alarmas, los circuitos cerrados de televisión
y una suerte de beeper que el encargado lleva siempre consigo y que le
permite dar aviso de cualquier situación de riesgo a la empresa
de seguridad. Este tipo de consorcios, además, extendió
el servicio de vigilancia a las 24 horas.
Lo notable agregó el directivo es que estos servicios,
que antes eran exclusivos de Belgrano, Núñez, Palermo y
Barrio Norte, donde más de la mitad de los edificios cuenta con
vigilancia privada, ahora se empiezan a contratar en consorcios de clase
media. Son los que, por estar seguros, no se fijan en gastos: contratar
un vigilador privado durante nueve horas, por la noche, cuesta entre 1300
y 1600 pesos mensuales.
Otra encuesta realizada por Graciela Römer revela que existen actitudes
comunes al conjunto de la población respecto de las personas que
tomaron algún tipo de medidas de seguridad: el 31 por ciento de
la gente colocó rejas, cerraduras especiales o alarmas en sus hogares;
un porcentaje menor (7 por ciento) trata de no dejar la casa sola; otro
tanto optó por salir menos o de evitar que su auto quede en la
calle. La encuesta incluye 800 casos de Capital y provincia de Buenos
Aires.
Al margen de la solución individual, algunos vecinos participan
de experiencias colectivas. Son los que intervienen en las asambleas convocadas
por la Dirección de Políticas de Seguridad del gobierno
porteño, donde ya participaron unos 3000 vecinos. El plan recién
se comienza a implementar en ocho de los dieciséis Centros de Gestión
y Participación en que se divide la ciudad. Primero, los
vecinos plantean los problemas de su barrio, y luego se buscan alternativas
de solución, en conjunto, con la policía, explica
el director de Políticas de Seguridad de la ciudad, Claudio Suárez.
En esas asambleas, la mayor demanda de los vecinos es una mayor presencia
policial (68 por ciento), seguidas por mejoras en obras públicas,
como más iluminación (17 por ciento) o eliminación
de ramas que obstruyen las luminarias (6 por ciento). El 5 por ciento
de los reclamos tiene que ver con figuras vinculadas al Código
Contravencional, como la prostitución y los ruidos molestos, y
el uno por ciento, referidas a habitantes de viviendas usurpadas.
Suárez mostró un ejemplo del resultado de las asambleas
en el barrio de Flores: Se cambió la disposición de
las paradas de policías, saturando las zonas más conflictivas,
como Bonorino y Directorio, y en Yerbal, junto a la vía. Esta última
zona, que pertenecía a la comisaría 50, que está
del otro lado de la vía, se pasó a la 38ª. Ahora es
más fácil hacer el patrullaje o llegar al lugar si se produce
un hecho.
Las reuniones también sirven para que los vecinos expresen sus
críticas al trabajo de la policía. Como relató un
comerciante a este diario, que sequejó porque el comisario
le había cobrado los servicios de policía adicional en negro.
AUMENTA
EL NUMERO DE GENTE QUE VA A LOS POLIGONOS
Los que quieren saber tirar
Aunque, enfrentados a la inseguridad,
muchos amenazan con comprarse un arma, en los hechos el número
de armas vendidas para uso personal no ha crecido en forma sustancial.
Pero la idea está y un número creciente se asoma a los polígonos
para aprender a tirar. Eso cuenta Ricardo Torterolo, miembro del directorio
de la Asociación de Industriales y Comerciantes de Artículos
de Caza y Pesca (Aicacyp), entidad empresarial que nuclea a varias armerías.
Hay una mayor cantidad de gente señaló Torterolo
a Página/12 que se acerca a polígonos de tiro o a
armerías para consultar dónde puede aprender a manejar un
arma para defensa personal. En el Club de Tiro Independencia ubicado
en Piedras al 700 reciben cerca de 20 consultas mensuales sobre
este tipo de instrucción.
Según datos del Renar, en 1999 había en el país 1.938.462
armas y en el 2000 (el período abarca en realidad hasta marzo de
2001), 2.224.729. Este aumento, sin embargo, incluye la campaña
de legalización, es decir que se trata de muchas armas viejas que
fueron blanqueadas.
Según Torterolo, quienes intentan aprender a usar un arma son en
general hombres: con una edad entre 30 y 60 años, un nivel
sociocultural de medio a alto, en general cabeza de familia y propietarios.
Entre quienes compran un arma, se ubican primero los que lo hacen por
motivos deportivos y les siguen los que buscan defender su casa. También
están los viajantes, o gente que por su trabajo debe transitar
por rutas.
Hay que tener en cuenta que una cosa es ser idóneo para manejar
un arma, y otra cosa es ser capaz de usarla en una situación en
la que está en peligro la vida propia o la de terceros, consideró
el empresario. La idoneidad que convierte a un ciudadano en
un legítimo usuario de arma debe estar certificada por un instructor
de tiro habilitado por el Registro Nacional de Armas (Renar), y para obtenerla
se debe cumplir con una serie de requisitos: no tener antecedentes, poseer
medios lícitos de vida, tener documento de identidad y domicilio
fijo, y presentar un apto físico y otro psicológico. Durante
el entrenamiento, el individuo deberá aprender a manejar el arma
sin poner en riesgo su vida o la de terceros, explicó Torterolo.
Sin embargo, los miembros de Aicacyp le insisten a la gente que no se
debe pensar en las armas como en un primer recurso para defenderse de
la inseguridad reinante. Hay una enorme cantidad de mecanismos alarmas,
vigilancia privada, rejas que son mucho más útiles
para la seguridad que un arma en sí. El arma es el último
recurso, cuando el resto de los mecanismos ya fueron vulnerados,
dice Torterolo.
Producción: Silvina Seijas.
ENTREVISTA
A MARIANO CIAFARDINI
El robo con violencia se reducirá
en un 25 o en un 30 por ciento
El secretario de Política Criminal
anuncia aquí los próximos pasos del
plan de prevención y asegura que lograrán
un fuerte descenso del robo violento en la
ciudad para fin de año.
Situación: La mayor cantidad de robos
violentos son cometidos por jóvenes varones de entre 18 y 25 años,
con armas cortas, desde media tarde hasta la madrugada.
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Por Eduardo Videla
Para fin de año,
en la ciudad de Buenos Aires, va a haber una disminución de entre
el 25 y el 30 por ciento del robo con violencia, respecto del año
pasado. La audaz afirmación pertenece al secretario de Política
Criminal de la Nación, Mariano Ciafardini, autor del Plan de Prevención
del Delito Urbano, el primer programa de este tipo que se aplica desde
febrero en algunos barrios porteños y se extenderá en los
próximos meses al resto de la ciudad. Ciafardini propone una combinación
entre contención social de los sectores vulnerables con una mayor
vigilancia policial, que se puede duplicar con los recursos existentes.
Para que el plan funcione, agrega, deben eliminarse los nichos de
corrupción policial.
¿Han detectado un aumento de delitos en este año?
No tenemos todavía el resultado de lo que esta pasando este
año. Sabemos que en el 2000 hubo un pequeño descenso en
la ciudad, que no tiene real impacto en la sensación social. Las
conclusiones, en todo caso, pueden sacarse de las tendencias generales.
Si tomamos las estadísticas policiales y las completamos con las
encuestas de victimización, podemos arriesgar la hipótesis
de que desde 1989 en adelante empezó a crecer el delito en una
forma importante, se triplicó hasta el 96, y a partir del
97 hay una especie de meseta, alta, que puede tener alguna tendencia
al declive en los robos a viviendas o de automotor, pero que tiene aumento
en el robo con armas y robo con violencia en general. La mayor cantidad
se de delitos de este tipo se da en la calle, cometidas por dos jóvenes
varones de entre 18 y 25 años, con armas cortas y que se llevan
dinero, desde media tarde hasta la madrugada.
¿Por qué ocurre este aumento?
Observamos algún tipo de paralelismo ente la curva de desocupación
y el aumento de los delitos contra la propiedad hasta un punto en que
la curva de desocupación sigue subiendo y el delito no sube más.
En la ciudad de Buenos Aires tenemos algo interesante: la curva de desocupación
es bastante paralela a la tasa de homicidios.
Sin embargo, no puede decirse que los desocupados salgan a cometer
delitos. ¿Cómo explica el fenómeno?
Es evidente que el desocupado no sale a cometer delitos. Pero la
agudización de la situación familiar o grupal a partir de
que disminuye el ingreso o se transforma en nulo, impacta en los sectores
juveniles marginales en mayor medida. No es el desocupado el que sale
a cometer delitos, pero el desocupado es padre de una familia. Si los
hijos estaban en una situación límite, el despido o la dificultad
para encontrar trabajo del padre puede desatar o profundizar una crisis
familiar, un abandono del hogar por parte del hijo, sobre todo los adolescentes
varones que no tienen el modelo del padre trabajando. Entonces, los sectores
juveniles que no tienen trabajo ni escolaridad, estadísticamente,
tienen más posibilidades de entrar en una situación de ocio
mezclada con fuga a través del alcohol o la droga y con necesidades
de conseguir algo mínimo de dinero. Son los sectores más
vulnerables.
¿Esto explica el aumento de delitos?
No puede explicar la delincuencia organizada en bandas, pero sí
el robo tipo, que fue el que subió tanto. La policía habla
mucho de que ha cambiado la forma de la delincuencia. Antes eran delincuentes
profesionales, a los que la policía tenía registrados, mientras
que ahora se ha masificado, en lo que es un fenómeno sociológico,
donde hay masas de personas que se involucran en actividades delictivas,
aunque no sea sistemáticamente. Pueden cometer un delitos hoy,
estar varios meses sin delinquir y después volver a cometer varios
en una semana.
¿Ha cambiado el perfil de los delitos?
Hay una caída de los delitos menores y un aumento de los
cometidos con mayor violencia. Hay una caída del robo de objetos,
como autos, pasacasetes, como se dijo en Página/12. Ahora buscan
el billete, porque se empobreció el circuito ilegal de los reducidores.
Por otro lado, se recurre mucho al delito violento porque hay más
recaudo por parte de la ciudadanía en relación con el descuidismo.
Al ser más difícil arrebatar o sacar una billetera, tienen
que salir de caño. Es paradójico: cuanto más
nos defendemos, la violencia es mayor.
A partir de este diagnóstico, ¿cuál es la estrategia
para revertir la situación?
La estrategia que desplegamos tiene dos etapas. Una, de emergencia,
de corto plazo, y la otra de largo plazo. En la de emergencia, lo que
proponemos es tener un impacto en este tipo de delincuencia desorganizada
espontánea. Los caminos más inmediatos están en el
refuerzo de la vigilancia y en la contención social. En los lugares
de la ciudad de Buenos Aires donde ya se está aplicando, la idea
es que la policía vigile más y mejor con los recursos que
tiene. Para esto establecimos un sistema de asambleas o consorcios vecinales,
donde delegados del gobierno de la ciudad en materia de seguridad reúnen
a estos consorcios y analicen la situación en el barrio. Se trabaja
sobre delitos cometidos. Los vecinos vuelcan en un mapa de la zona las
noticias que tienen sobre hechos cometidos y las modalidades, no para
individualizar autores sino para ver si con medidas de reforma urbana
y policial podrían evitar ese tipo de hechos. Si hay que cambiar
la ronda del patrullero o las paradas de las consignas, o si hay problemas
en una comisaría que esté muy desprovista de personal en
relación con la problemática del barrio. La necesidad de
iluminación o de lomos de burro. Una cantidad de factores que por
sí solos no tendrían tanta importancia pero que en conjunto
mejoran la situación.
¿Hay un cambio de comportamiento por parte de los vecinos?
Sí. Los vecinos participan de la confección del diagnóstico.
Hay barrios donde han organizado con redes telefónicas por cuadras,
donde los vecinos tienen todos el teléfonos de los que viven en
las cuatro cuadras a su alrededor. En el caso de que alguno note algo
extraño se llaman entre sí o avisan a la policía.
Esto comenzó a aplicarse en Saavedra, con el Plan Alerta, una propuesta
de los vecinos, pero se multiplicó en muchos lugares y nosotros
en las asambleas lo estamos volviendo a proponer.
Usted habló de contención social.
En la zona sur vamos a trabajar con 500 planes Trabajar, con las
organizaciones del barrio, las sociedades de fomento, la Iglesia, la cooperadora
de la escuela, en los organismos que tengan mayor inserción en
el barrio. Les vamos a dar una cantidad de planes para que ellos trabajen
con jóvenes varones que no tengan ni trabajo ni escolaridad. Van
a tener que hacer algún tipo de trabajo en la comunidad y cumplir
con un horario de trabajo, y van a recibir 120 pesos por mes. Además,
se organizarán algunas actividades sociales como campeonatos deportivos
, fortalecer las murgas y las actividades culturales de cada barrio. Para
volver a darles opciones de ingreso a la red social.
¿En cuánto tiempo se verán los resultados de
este plan?
Ya llevamos realizadas 150 asambleas por las que pasaron unas 3
mil personas y la idea es tener unas 250 más funcionando permanentemente
en toda la ciudad. Con esta etapa, pensamos tener un impacto de entre
el 25 y el 30 por ciento de disminución del robo con violencia,
es decir que si la ciudad en el 2000 tuvo 9,5 un por ciento, a fin de
año, para la próxima encuesta de victimización, tendría
que tener un 7 por ciento.
Los planes sociales no resuelven el problema de las personas que
vienen a cometer delitos desde la provincia.
Eso no los vamos a bajar. Vamos a bajar los que se cometen por gente
que vive en la ciudad, que creemos que es una importante cantidad porquehay
muchos delitos en los que los autores no se desplazan demasiado, por cuestiones
económicas, porque tiene que buscar rápidamente refugio.
La vigilancia ayuda a disuadir a los que vienen de la provincia. La delincuencia
organizada, sea de provincia o de acá tiene un impacto distinto.
Por eso no estamos diciendo que el delito va a desaparecer sino que va
a bajar en un 30 por ciento. Además, en una segunda etapa vamos
a empezar a trabajar con planes contra la violencia en las escuelas, violencia
familiar y en el deporte. Y también en la autodepuración
de la policía.
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