Por Marcelo Justo
Desde
Londres
La victoria de Tony Blair le
robó la primera plana, pero Charles Kennedy es, sin lugar a dudas,
el otro gran ganador de las elecciones británicas. Líder
de los liberal-demócratas desde la sorpresiva renuncia de Paddy
Ashdown en 1999, Kennedy consiguió el jueves pasado el mejor resultado
electoral de un tercer partido desde los años 20. Situándose
a la izquierda del gobierno, el líder liberal demócrata
atrajo simultáneamente a laboristas desilusionados con el centrismo
de Blair y a conservadores desencantados con el giro a la derecha de William
Hague. Entre botellas de champagne y cánticos partidarios después
de que se anunciaran los resultados finales, Kennedy indicó que
su partido sería la verdadera oposición y el futuro
de la política británica.
Kennedy tiene razones para el optimismo. La escena británica ha
cambiado radicalmente desde que, a mediados de los 90, Tony Blair se convirtió
en la estrella dominante del firmamento político. El primer ministro
movió a su partido hacia el centro, favoreciendo el mercado en
lo económico, y una tímida agenda social. Esto dejó
un vacío en la izquierda del espectro político, que durante
el primer período de gobierno no fue cubierto por facciones internas
del férreamente disciplinado laborismo. Este es el lugar que Kennedy
procura colonizar: una centroizquierda pos Muro de Berlín que se
atreve a proponer lo que el gobierno, por sus múltiples alianzas
y compromisos, no puede o no quiere hacer.
Los ejes de la propuesta liberal-demócrata son tres. El primero
es el que más importa al electorado: los servicios públicos.
El estatal Servicio Nacional de Salud (NHS), que el Laborismo fundó
en 1948 en base a la propuesta de un liberal, Lord Beveridge, se encuentra
en crisis. Concebido para cubrir a todos los británicos, el sistema
funcionó bien hasta que un thatcherismo que quería privatizar
todo le echó el ojo en los 80. Los 18 años siguientes fueron
de una decadencia progresiva que el laborismo prometió corregir
en 1997. Cuatro años más tarde las listas de espera para
operaciones, el pobre desempeño en el tratamiento del cáncer
y las enfermedades cardiovasculares, el estado precario de muchos hospitales
y la burocratización, constituyen pesadas deudas del gobierno hacia
el electorado. Las grandes inyecciones de capital anunciadas en los últimos
dos años van a tardar a ejercer un impacto y Blair ha dicho que
se necesita además una reforma interna del sistema, que incluya
un mayor uso de los recursos privados, medida fuertemente resistida por
sus propios partidarios, los médicos y las enfermeras.
Los liberal demócratas prometen para el NHS y el resto de los servicios
públicos lo que nadie durante la campaña: una inversión
mayor mediante un aumento general y redistributivo de impuestos, que retendría
el 50 por ciento de las ganancias que se situaran por encima de las 100.000
libras anuales. Esta recaudación se destinaría a Salud y
las otras dos prioridades del electorado: educación y transporte.
Aunque en el terreno de la educación el laborismo logró
algunos avances, está lejos de conseguir un sistema que promueva
simultáneamente la excelencia y la igualdad. Gran Bretaña
tiene grandes universidades y escuelas, junto a establecimientos secundarios
y primarios que perpetúan las desigualdades de una sociedad que
se ha caracterizado por el clasismo. El transporte es un gigantesco caos:
trenes que no funcionan y sufren una alarmante cantidad de accidentes,
una red de colectivos deficiente y una de subterráneos que necesita
urgentemente nuevos fondos.
El segundo eje liberal demócratas es a la moneda única europea,
el euro, que entra en plena vigencia el 1º de enero de 2002. El gobierno
prometió que haría un referendo sobre el tema cuando considerase
que estaban dadaslas condiciones económicas para abandonar la libra
esterlina, pero los liberal demócratas son los únicos que
se han pronunciado abiertamente a favor de la adopción del euro.
A diferencia de los servicios públicos, las encuestas señalan
que este no es un tema popular, y que un 70 por ciento de los británicos
se oponen a abandonar ese símbolo imperial que es la libra, aunque
un análisis de las respuestas indica que más de la mitad
considera que es inevitable. El tercer eje liberal demócrata es
el talón de Aquiles del Partido de Charles Kennedy: la reforma
electoral.
Según los liberal demócratas, la única manera de
solucionar los problemas de representatividad que aquejan a Gran Bretaña,
es cambiando el actual sistema electoral británico, de mayoría
simple, por uno que sea proporcional al número de votos que consigue
cada partido. Esta propuesta cuenta con aliados en el laborismo, y en
un momento, fue la base de un posible acuerdo entre Tony Blair y el anterior
líder liberal demócrata Paddy Ashdown, para formar una gran
coalición de centro izquierda. Los laboristas no olvidan que Margaret
Thatcher cambió irreversiblemente la faz del país en los
80, aunque en ningún momento consiguió más
que un 43 por ciento de los votos, en un nación que se caracteriza
por tener un 30 por ciento de abstenciones. El problema de una reforma
electoral es que los laboristas se han visto también favorecidos
por este sistema que propicia la formación de gobiernos fuertes.
A pesar de que el jueves sólo obtuvieron un 40.9 por ciento de
los votos, disponen de un 62 por ciento de las bancas.
El actual sistema electoral ha sido el muro contra el que chocaron los
liberal demócratas desde que el liberalismo perdió su posición
preeminente en el escenario político inglés a manos del
laborismo en 1922. En un intento de romper el molde bipartidista británico,
los liberales se unieron en 1988 con una escisión socialdemócrata
del laborismo, pero en las elecciones de 1992 y 1997 no consiguieron superar
ese techo electoral de las últimas décadas que, con algunas
excepciones, les otorgaba entre el 13 y el 16 por ciento de los votos.
La apuesta por izquierda de Kennedy dependerá del éxito
o fracaso del laborismo para satisfacer las expectativas que hay en este
segundo mandato y el de los conservadores para superar la crisis en que
está sumido y que de continuar, podría poner en peligro
su lugar en el escenario político británico
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