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Conociendo a Charles Kennedy, el
líder de la nueva izquierda británica

La gran sorpresa de las elecciones británicas del jueves fue la emergencia de los liberal-demócratas de Charles Kennedy, que desde la oposición de izquierda a Tony Blair pasaron de 46 a 52 bancas en el Parlamento. Aquí, sus propuestas y perspectivas políticas.

Charles Kennedy (centro) saluda
a la prensa a la entrada de su
cuartel general el viernes.

Por Marcelo Justo
Desde Londres

La victoria de Tony Blair le robó la primera plana, pero Charles Kennedy es, sin lugar a dudas, el otro gran ganador de las elecciones británicas. Líder de los liberal-demócratas desde la sorpresiva renuncia de Paddy Ashdown en 1999, Kennedy consiguió el jueves pasado el mejor resultado electoral de un tercer partido desde los años 20. Situándose a la izquierda del gobierno, el líder liberal demócrata atrajo simultáneamente a laboristas desilusionados con el centrismo de Blair y a conservadores desencantados con el giro a la derecha de William Hague. Entre botellas de champagne y cánticos partidarios después de que se anunciaran los resultados finales, Kennedy indicó que su partido sería la verdadera oposición y el “futuro” de la política británica.
Kennedy tiene razones para el optimismo. La escena británica ha cambiado radicalmente desde que, a mediados de los 90, Tony Blair se convirtió en la estrella dominante del firmamento político. El primer ministro movió a su partido hacia el centro, favoreciendo el mercado en lo económico, y una tímida agenda social. Esto dejó un vacío en la izquierda del espectro político, que durante el primer período de gobierno no fue cubierto por facciones internas del férreamente disciplinado laborismo. Este es el lugar que Kennedy procura colonizar: una centroizquierda pos Muro de Berlín que se atreve a proponer lo que el gobierno, por sus múltiples alianzas y compromisos, no puede o no quiere hacer.
Los ejes de la propuesta liberal-demócrata son tres. El primero es el que más importa al electorado: los servicios públicos. El estatal Servicio Nacional de Salud (NHS), que el Laborismo fundó en 1948 en base a la propuesta de un liberal, Lord Beveridge, se encuentra en crisis. Concebido para cubrir a todos los británicos, el sistema funcionó bien hasta que un thatcherismo que quería privatizar todo le echó el ojo en los 80. Los 18 años siguientes fueron de una decadencia progresiva que el laborismo prometió corregir en 1997. Cuatro años más tarde las listas de espera para operaciones, el pobre desempeño en el tratamiento del cáncer y las enfermedades cardiovasculares, el estado precario de muchos hospitales y la burocratización, constituyen pesadas deudas del gobierno hacia el electorado. Las grandes inyecciones de capital anunciadas en los últimos dos años van a tardar a ejercer un impacto y Blair ha dicho que se necesita además una reforma interna del sistema, que incluya un mayor uso de los recursos privados, medida fuertemente resistida por sus propios partidarios, los médicos y las enfermeras.
Los liberal demócratas prometen para el NHS y el resto de los servicios públicos lo que nadie durante la campaña: una inversión mayor mediante un aumento general y redistributivo de impuestos, que retendría el 50 por ciento de las ganancias que se situaran por encima de las 100.000 libras anuales. Esta recaudación se destinaría a Salud y las otras dos prioridades del electorado: educación y transporte. Aunque en el terreno de la educación el laborismo logró algunos avances, está lejos de conseguir un sistema que promueva simultáneamente la excelencia y la igualdad. Gran Bretaña tiene grandes universidades y escuelas, junto a establecimientos secundarios y primarios que perpetúan las desigualdades de una sociedad que se ha caracterizado por el clasismo. El transporte es un gigantesco caos: trenes que no funcionan y sufren una alarmante cantidad de accidentes, una red de colectivos deficiente y una de subterráneos que necesita urgentemente nuevos fondos.
El segundo eje liberal demócratas es a la moneda única europea, el euro, que entra en plena vigencia el 1º de enero de 2002. El gobierno prometió que haría un referendo sobre el tema cuando considerase que estaban dadaslas condiciones económicas para abandonar la libra esterlina, pero los liberal demócratas son los únicos que se han pronunciado abiertamente a favor de la adopción del euro. A diferencia de los servicios públicos, las encuestas señalan que este no es un tema popular, y que un 70 por ciento de los británicos se oponen a abandonar ese símbolo imperial que es la libra, aunque un análisis de las respuestas indica que más de la mitad considera que es inevitable. El tercer eje liberal demócrata es el talón de Aquiles del Partido de Charles Kennedy: la reforma electoral.
Según los liberal demócratas, la única manera de solucionar los problemas de representatividad que aquejan a Gran Bretaña, es cambiando el actual sistema electoral británico, de mayoría simple, por uno que sea proporcional al número de votos que consigue cada partido. Esta propuesta cuenta con aliados en el laborismo, y en un momento, fue la base de un posible acuerdo entre Tony Blair y el anterior líder liberal demócrata Paddy Ashdown, para formar una gran coalición de centro izquierda. Los laboristas no olvidan que Margaret Thatcher cambió irreversiblemente la faz del país en los ‘80, aunque en ningún momento consiguió más que un 43 por ciento de los votos, en un nación que se caracteriza por tener un 30 por ciento de abstenciones. El problema de una reforma electoral es que los laboristas se han visto también favorecidos por este sistema que propicia la formación de gobiernos fuertes. A pesar de que el jueves sólo obtuvieron un 40.9 por ciento de los votos, disponen de un 62 por ciento de las bancas.
El actual sistema electoral ha sido el muro contra el que chocaron los liberal demócratas desde que el liberalismo perdió su posición preeminente en el escenario político inglés a manos del laborismo en 1922. En un intento de romper el molde bipartidista británico, los liberales se unieron en 1988 con una escisión socialdemócrata del laborismo, pero en las elecciones de 1992 y 1997 no consiguieron superar ese techo electoral de las últimas décadas que, con algunas excepciones, les otorgaba entre el 13 y el 16 por ciento de los votos. La apuesta por izquierda de Kennedy dependerá del éxito o fracaso del laborismo para satisfacer las expectativas que hay en este segundo mandato y el de los conservadores para superar la crisis en que está sumido y que de continuar, podría poner en peligro su lugar en el escenario político británico

 

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