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JOAO GILBERTO, EL MESIAS DE LA BOSSA NOVA
Papá cumple 70

Grabó apenas catorce discos en los últimos 42 años, pero su obra transformó para siempre la música popular del siglo veinte. Unico sobreviviente de la Santísima Trinidad de la bossa, Gilberto es en Brasil un mito de la dimensión de Carlos Gardel en la Argentina.

“Ojalá algún día Brasil se merezca haber parido un artista como Joao Gilberto”
(Caetano Veloso)

Por Carlos Polimeni

Caetano Veloso era un joven estudiante de Filosofía, llegado desde el campo a la mítica ciudad de Bahía, a fines de los 50, cuando parecía que todo estaba aún por hacerse. Los sábados a la mañana, aquel muchachito flaco, ávido de cultura, concurría a una tienda de discos a escuchar las novedades. Un empleado que lo conocía le hacía el favor de poner los discos nuevos por el sistema de altavoces, a veces para molestia de los mayores. Lo que puso el dependiente aquel día caluroso de diciembre de 1958, y quedaría por siempre en su memoria, fue lo más raro que el jovencito de Santo Amaro do Purificacao había oído en su vida. Un nuevo intérprete, cuyo nombre desconocía, proponía abandonar la nostalgia de un amor perdido, al tiempo que se ilusionaba con su regreso. Lo más sorprendente no era esa letra, sino que la guitarra parecía obstinarse en ir para un lado diferente de la melodía, de la que por momentos se había independizado. El tema duraba apenas 1 minuto y 59 segundos.
El empleado sugirió que eso era un mamarracho y Caetano, que estaba encantado, dudó. Con timidez, le rogó que pusiera de vuelta el tema, ya que era tan cortito, e investigó la etiqueta del disco simple de 78 revoluciones, anticipo del longplay, que recién aparecería en 1959. La etiqueta decía que el tema se llamaba Chega de saudade y que del otro lado había otro titulado Bim Bom. El intérprete se llamaba Joao Gilberto. El número del disco de la Odeon brasileña era el 14.360 y abajo del crédito al intérprete se leía “Com Antonio Carlos Jobim e sua orquesta”. Caetano salió disparado hacia la casa de su amigo Gilberto Gil, quien se había decidido ya por la música, en desmedro de los claustros de la Universidad de Bahía. “Acabo de escuchar lo más raro del mundo”, le dijo Caetano a su amigo. Gilberto Gil se rió: “¡Escuchaste al tipo que se llama igual que yo!”.
Gil había estado antes en la misma disquería, llevado allí por el run run de los músicos, que se habían pasado el santo y seña de que algo muy grande estaba a punto de pasar. Caetano decidió ese día que sería músico y Gil lo felicitó, eufórico. La aparición de aquel simple, en realidad, preludiaba una revolución. Esa revolución se llamaba bossa nova y Joao Gilberto, bahiano radicado en Río de Janeiro, sería su Mesías. Tenía entonces 28 años. “Charlton Heston descendiendo del Monte Sinaí, con los Diez Mandamientos debajo del brazo: fue más o menos ésta la sensación de los que oían por primera vez a Gilberto cantando Chega de saudade”, definió con humor cinéfilo el crítico brasileño Ruy Castro al retratar el impacto de aquel disco en la cultura brasileña de fines de los 50. “En la época no se tenía conciencia de esto, pero ningún otro disco de la historia brasileña iba a despertar en tantos jóvenes las ganas de cantar, componer o y tocar un instrumento”. Hoy, encerrado en un departamento de Leblon, el Mesías de la bossa nova ¿festejará? sus 70 junios. Cada vez que actúa, en cualquier lugar del mundo que sea, la gente le pide que cante una vez más Chega de saudade. Lo notable es que Gilberto, que a todo dice que no, la canta siempre, como si fuese una novedad. De hecho, en la guitarra y la voz de este anciano cascarrabias y melancólico, entre cuyos admiradores están Bob Dylan, Paul McCartney y Leonard Cohen, y estuvieron Miles Davis, Dizzy Gillespie y Astor Piazzolla, Chega de saudade es siempre una canción diferente. Y lo mismo pasa con Desafinado, Samba de una sola nota, A primeira vez. Su versión es siempre una creación, como pasaba con Charlie Parker, como pasaba con Thelonius Monk. La bossa nova fue el primer movimiento musical surgido en el Tercer Mundo que desembarcó triunfante en el Primer Mundo, desde que el negocio discográfico se apoderó del manejo de la música, a caballo de los progresos tecnológicos de la segunda mitad del siglo XX. Con rapidez, sus publicistas le encontraron una Santísima Trinidad: Gilberto fue el intérprete, Tom Jobin el músico y Vinicius de Moraes el poeta. Detrás, vendría una pléyade de grandes artistas, que durante años usufructuaron el enorme terreno de difusión abierto por aquellos revolucionarios de clase media que lograron cruzar el samba tradicional con los códigos del jazz, unos años antes de que el rock dejase de ser un ritmo para convertirse en una cultura. En rigor, puede pensarse que la bossa duró apenas un lustro, hasta 1963, y que lo que vino después, sobre todo después del éxito internacional de Garota de Ipanema, su súper hit, fue una repetición de fórmulas y exterioridades. La bossa ya estaba muerta, condenada a ser muzak, música de ascensores, salas de dentistas y aeropuerto, cuando Caetano, Gil, Tom Ze and Company lanzaron en 1968 el Tropicalismo, un movimiento que se propuso limpiar los códigos aburguesados de la bossa, cruzando la música popular brasileña con el rock, al influjo de un espíritu generacional que veía en el Che Guevara y el Mayo Francés destellos de otro mundo por venir. Vinicius murió en 1980, Jobim en 1994. No vieron ni intuyeron que la bossa renacería a fines de los 90, cuando los hijos de los fans de los 60 accediesen a los maravillosos discos que sus padres ya no escuchaban.
Cuando los bahianos revoltosos hablaban de revolución a fines de los 60, Joao, que siempre prefirió hablar de evolución, estaba ya en el ostracismo en que continúa hasta hoy: no dialogaba con nadie, no concedía entrevistas, se había ido a vivir fuera de Brasil, tenía el corazón roto por una serie de desengaños amorosos, tocaba y tocaba la guitarra con la televisión encendida, pero sin sonido, para no perder la mano. En las pocas veces en que actuaba, o concedía grabaciones, sus temas eran siempre aquellos con que se lo asocia y se lo asociará, tocados con la batida de guitarra que aún hoy desvela y tortura a músicos del mundo entero. Antes de ser famoso, Joao estuvo años recluido, y hasta se produjo lesiones físicas (en la mano, el brazo, en la espalda, en la columna) inventando una forma de tocar la guitarra que significa para la música popular latinoamericana lo que la obra completa de Jimi Hendrix para la historia de la guitarra en el rock. Hay quien va más lejos. Tom Ze, actual niño mimado de la vanguardia neoyorquina después de su descubrimiento en los 90 por parte de David Byrne, afirma que la batida de Joao tiene para la música el mismo valor que la teoría de la relatividad de Albert Einstein para la ciencia moderna. “Ambas cambiaron el mundo con los mismos elementos: gravedad, fuerzas de atracción, perspectiva, espacio, tiempo y contratiempo”, explica.
La impresionante capacidad de Joao para acentuar diferente, para flexibilizar, para sincopar, su búsqueda de limpieza, sus dedos, su modo de cantar sin dramatismos, casi minimalmente –”cuando canto pienso en un espacio muy claro y abierto donde colocar mis sonidos, como si escribiera en una hoja en blanco”– constituyen en sí una propuesta, jamás una proclama, estética, en que parecen prohibidos el arrebato, la efervescencia, el grito. Joao es susurro, introspección, confidencia, alcurnia, refinamiento, elaboración. Cuando estuvieron juntos por única vez en un escenario, en un espectáculo como soñado, que transcurrió en Buenos Aires en 1999, Caetano, por una vez en su vida eclipsado por completo, no tocó la guitarra delante de Joao. Desde entonces, Joao anda diciendo a sus fans en Brasil que él no es bahiano, que él es argentino, según contó hace poco, cuando cantó en Buenos Aires, la notable Adriana Calcanhotto. Aquí tiene un bolsón muy extenso de admiradores respetuosos y una prensa que no intenta averiguar con quién durmió hace tres noches. Las tormentosas sesiones de aquel simple que disparó la revolución, en los estudios Odeon de Río, entre junio y julio de 1958, mientras se jugaba el Mundial de Fútbol de Suecia, que Brasil ganaría –Joao peleando con Jobim por los arreglos, por el modo en que se grababa su guitarra, por el apuro de los técnicos que no entendían cómo dos temas de un debutante podían llevar más tiempo que un longplay de cualquier otro artista consagrado– preludió lo que sería su relación con el negocio de la música. Y le demostró a medio mundo musical que Joao escuchaba, pensaba y lograba cosas que para el resto eran inalcanzables. El Apocalipsis de ese proceso ocurrió en 1963 en Estados Unidos, en la trastienda del disco que lo convirtió en estrella internacional, el impresionante trabajo a dúo con Stan Getz, que hoy es un objeto de colección. Joao, con Jobim de intermediario, se peleó durante casi todas las sesiones con el saxofonista, al que acusaba de sordo. Logró imponer una versión de 5.13 minutos de Muchacha de Ipanema, un exabrupto para la época, y se marchó de los estudios, después de insultar al técnico de grabación, el luego mítico productor Phil Ramone. El productor de Verve que los había contratado tuvo cajoneado el disco un año: estaba seguro de que las radios no pasarían un tema de cinco minutos, además cantado en portugués e inglés. Presionado por sus jefes, el productor cortó la versión, hasta dejarla en 3.19 minutos. Eliminó la parte cantada por Joao en portugués y dejó la voz de su mujer Astrud Gilberto, repitiendo la letra en inglés.
“Garota de Ipanema” fue un clásico instantáneo en Estados Unidos –Frank Sinatra lo grabó en 1965– y se convertiría con el paso de los años en uno de los tres más veces versionados de la historia de la música. El disco vendió un millón de ejemplares en el primer año. Gilberto se peleó con todo al chocar con el éxito: con su mujer, que se convirtió, para colmo, en la mujer de Getz, con Jobim, con su carrera, con Estados Unidos, con el inglés. Se consideró estafado, en todo sentido. En lo económico, la estafa fue brutal: Verve le pagó a Getz el dinero suficiente para comprarse la mansión de 23 habitaciones que había pertenecido a Frances Gershwin y a Gilberto... 23 mil dólares. Astrud cobró 120 dólares, el salario que marcaba el sindicato de músicos de Los Angeles por una sesión. El disco ganó en 1964 seis Premios Grammy, dos de ellos para Joao, que luego perdió en una mudanza cuando ya estaba hundido en el Gran Silencio que mantendría en los siguientes 16 años. Si, como un Rimbaud de la música, hasta 1980, cuando volvió a vivir a Brasil, muy poco más sabría el mundo de la vida de este músico fuera de serie. En su obra ese silencio no se nota por la sencilla razón de que era, y sigue siendo, un adelantado: grupos y solistas de medio mundo están accediendo recién ahora, de Beck a los Super Ratones, al cosmos de la bossa. Y ninguno, claro, le llega a los talones.
En estos últimos veinte años Gilberto ha seguido encerrado, ha seguido originando incidentes con los empresarios cada vez que actúa, ha seguido pareciendo un buda en escena, ha hablado muy poco, no ha aceptado entrevistas ni ir a la televisión –aunque como concesión ¡cuatro veces! aceptó que le grabaran especiales–, ha seguido comiendo la misma comida del bar de la esquina de su casa que le pasan mandaderos que jamás lo ven. Y no ha ido a la playa. Haciéndose el oso, ha visto cómo en su derredor crece y se agiganta su leyenda, similar a la de Carlos Gardel en la Argentina. Lo maravilloso, a esta altura, sigue siendo comprobar cómo un puñado de unas 40 canciones viejas –¿cómo no nombrar O pato, Ela é carioca, Eclipse, Meditacao, Nao vou para casa?– y un lote pequeño de novedades rotativas –entre ellas sus versiones de Desde que o samba é samba, de Caetano, Eu vim da Bahia, de Gil, o Que reste-t- il, de Charles Trenet– constituyen hoy un corpus único para cualquier interesado en saber de qué se trata eso de la magia de un hombre y su guitarra. ¿Se tocará hoy a sí mismo Parabens prá vocé (el equivalente de Que los cumplas feliz) en su departamento de Leblon? ¿Permitirá que se lo canten? ¿Iráalguien a verlo? ¿Será un día feliz para él? ¿Oirá viejos discos? ¿Se mirará al espejo, odiando el tiempo que pasó? ¿Se recordará de niño en Juazeiro, mirando los pájaros surcar el cielo? ¿Pensará en aquel médico psiquiatra que le recordó que los árboles no tienen cabellos, durante una internación por depresión aguda? ¿Pensará que la cosa más bonita que hay en el mundo es vivir cada segundo como nunca más, que la tristeza no tiene fin, la felicidad sí; sentirá otra vez que el mundo debe recordar que los desafinados también tienen corazón? Como siempre en torno al gran Joao, las preguntas son mucho más interesantes que las respuestas.
Hoy es domingo. Pongan en el equipo un disco de Joao. Inviertan en uno, si no tienen. Pídanlo prestado, si no. Bajen un tema de Napster, con MP3, si tienen la posibilidad. Busquen en la radio, que alguno pasarán, no pueden ser tan sordos. Dénse una dosis de Joao Gilberto. Verán, oirán, que la vida puede ser mejor. Parabens prá vocé, padre nuestro que estás en Leblon, santificado sea tu nombre. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.

 

Definiciones

“Nunca me preocupé por cantar bien. Pero ahora, en este disco, intenté hacerlo mejor. Claro que nunca llegaré a ser un Joao Gilberto, pero voy a intentarlo.” (Bob Dylan, en las notas de Lay, Lady, Lay)
“Bossa nova es el canto puro y solitario de Joao, eternamente encerrado en su departamento, buscando una armonía cada vez más extremada y simple en las cuerdas de su guitarra y una emisión cada vez más perfecta para los sonidos y las palabras de su canción.” (Vinicius de Moraes)
“Yo no hablo de bossa nova; uso el nombre de Joao Gilberto porque creo que él centraliza todo lo que se llamó bossa nova. El, para mí, es el mayor artista brasileño. El que fue más profundo y más lejos.” (Caetano Veloso)
“La música de Joao es música para ser escuchada con una lupa en cada oreja. También es agradable escucharlo sin escucharlo. Podría decirse (perdón Joao) que es una buena música de fondo, porque distiende y relaja. Pero el verdadero placer radica en prestarle la misma atención que él pone para hacer su música. Es como una tinta china llena de infinitas y sutiles variaciones. Haciendo una metáfora futbolística, hace cinco caños en una baldosa y en cada compás.” (Horacio Molina)
“Durante una grabación que lideraba la gran cantante Eliseth Cardoso y en la que participaba Tom Jobim, se convocó a un joven guitarrista llamado Joao Gilberto. Las anécdotas cuentan que cuando empezó a tocar, los músicos restantes comprendieron que esa manera de hacer ritmo no se había escuchado antes (...) De ahí en más, la forma de frasear y acompañarse en la guitarra de Joao Gilberto son el modelo de quienes incursionan en este género fundamental.” (Manolo Juárez)
“Nuestra mayor preocupación fue que Joaozinho no fuese obstaculizado por arreglos que le quitasen su libertad, su agilidad natural, su manera personal e intransferible de ser; en suma, su espontaneidad. En los arreglos, él participó activamente; cuando Joao se acompaña, la guitarra es él; cuando la orquesta lo acompaña, la orquesta también es él.” (Tom Jobim, sobre la grabación de Chega de saudade)
“Joao Gilberto es aquel a quien cupo comenzar un tiempo nuevo, marcar el inicio de una época.” (Jorge Amado)
“La idea que tengo de Joao es la idea que tengo de los grandes maestros, en el sentido profundo de la palabra. Un maestro de la existencia, un maestro religioso. El fue siempre oracular: se trata del mayor artista del siglo, el mayor artista del siglo musical en el mundo entero. Creo que si a alguien le sorprende esta definición es porque todavía no tiene un distanciamiento histórico necesario para entender la magnitud de su trabajo.” (Gilberto Gil)
“Lo mejor de Brasil no es el café, liviano o fuerte, ni las mujeres hermosas, rubias o morenas, sino el ritmo y Joao Gilberto.” (Sammy Davis Jr.)
“Desde que lo escuché por primera vez, se convirtió en una de las piezas claves de mi mundo musical. Es una contraseña para reconocer, en cualquier parte del mundo, lo que saben los otros músicos.” (Chango Farías Gómez)
“Joao es el padre de la disciplina y el control musical.” (Eumir Deodato)
“La bossa nova es como el jazz: una creación de los intérpretes. Para mí, en bossa nova, sólo existe Joao Gilberto.” (Dizzy Gillespie)
“Joao logró la hazaña de imponer una música que él invento en los países del Primer Mundo: nunca antes un artista del Tercer Mundo había logrado tanta admiración y reverencia a nivel internacional. Hizo por la imagen del país más que varias generaciones juntas de diplomáticos y burócratas pagos para eso.” ((Nelson Motta)

 

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