Estoy muy feliz. Doblemente feliz. ¿Por el título?
Sí. ¿Por la consagración como goleador en el torneo?
También. Bernardo Romeo, 23 años, se convirtió en
uno de los símbolos de este San Lorenzo campeón porque tuvo
la mayor responsabilidad en el más destacable atributo del conjunto,
esa racha ganadora de 11 partidos que aterrizó ayer en la consagración.
De baja estatura, pero implacable en el juego aéreo, no tuvo definida
en su niñez su vocación deportiva. En Tandil, su ciudad
natal, jugaba al rugby en el club Los Cardos. Jugué un tiempo
de wing. Me seleccionaron por mi velocidad. Tenía 13 años.
Después, como aprendía poco, dejé. ¿Qué
hacía? Agarraba la pelota y corría para adelante, nada más.
El bicho del fútbol lo picó a fines de 1990, cuando su tío,
Daniel Romeo, un ex jugador de Estudiantes, dirigía al Nimes de
Francia, y lo invitó a pasar una temporada. El pibe Bernardo, que
por entonces tenía 13 años, se quedó dos meses en
ese país europeo, estadía de la que guarda los mejores recuerdos:
se sacó fotos con Jean Pierre Papin y Eric Cantona, entre otros.
Su futuro estaba decidido.
Un año después armó el bolso, dejó Tandil
y eligió a La Plata para tentar fortuna. Estudiantes le abrió
sus puertas después de una prueba convincente. A los 15 años
empezaba a ilusionarse con goles y vueltas olímpicas.
Dos años después dio el gran primer paso cuando José
Pekerman lo convocaba para la Selección juvenil. Aquello
fue inolvidable. Fue una etapa plena de satisfacciones y elogios. Fui
campeón en el Sudamericano de Chile y en el Mundial de Malasia.
Romeo no duda en definirlo a Pekerman como un fenómeno,
porque no sólo se preocupa por lo futbolístico sino
también por el ser humano. Es un tipo reflexivo, respetuoso e inteligente.
Sabe y tiene alma docente.
En conflicto con Estudiantes, pasó a San Lorenzo en 1998. Alternó
la titularidad con el uruguayo Sebastián Abreu, pero a la llegada
del entrenador chileno Manuel Pellegrini se afianzó en el puesto.
Convirtió goles en cuatro de los cinco primeros partidos del torneo...
y tuvo una doble fantasía.
Pellegrini es un intelectual, que sabe mucho de fútbol. Sabe
transmitir lo que quiere, es ordenado y jamás gesticula o grita
para imponer una orden. Lo más importante es que le encontró
la vuelta a un plantel con muy buena materia prima para concretar un campeonato,
describió.
Se asustó cuando aquel pique contra Los Andes casi lo deja afuera
del campeonato: la huelga de futbolistas le dio un respiro. Era demasiada
buena suerte, o una señal. Regresó contra Argentinos, en
la noche del martes, la noche en que San Lorenzo empezó a acariciar
el título.
Este es un equipo sólido, tiene buen fútbol, es contundente
y tiene mucha hambre de gloria, juzga, pero a la vez se ataja: Soy
consciente de que con este título y mi galardón de goleador
no alcanza porque el hincha de San Lorenzo quiere lo que nunca pudo alcanzar:
un título internacional. Si este plantel sigue, o si tan sólo
sufre un par de bajas por ventas, es probable que lo consiga.
Ese título llegó tras el gol de penal, el decimoquinto de
su cuenta personal en los 16 partidos que jugó. Creí
que Castellano lo atajaba, pero por suerte la pelota se le coló
entre las manos y entró.
Ahora suena la posibilidad de una transferencia al Valencia o al Brescia.
No sé de ninguna oferta por mí. Uno es profesional
y se ilusiona con jugar en España o Italia. ¿Otra
doble fantasía?
Sé que cumplí, que no defraudé a nadie. Quiero
tener un nuevo sueño, como dar la vuelta olímpica con San
Lorenzo en cualquier parte del mundo. Será la mejor manera de pagar
tanta gratitud.
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