Desde hace
muchos años la Argentina está tratando de distanciarse
de una jauría de acreedores que, convencidos de ser víctimas
de una estafa exótica, la persiguen con saña, pero
también con cuidado porque quieren capturarla viva. Para
mantenerlos a raya, primero los amenazó con un default agresivo
y “soluciones políticas”; después, cuando
se negaron a dejarse impresionar por las protestas indignadas de
la morosa, les tiró cartas de intención, promesas
de toda clase, empresas públicas, franjas cada vez más
anchas de la población, cualquier cosa, y ahora, para darse
una nueva última oportunidad para zafarse, un “megacanje”.
¿Funcionará? Sólo si muy pronto el país
logra transformarse en una auténtica dínamo productiva.
¿Lo hará? Pocos supondrán que estemos en vísperas
de una mutación milagrosa del tipo siempre soñado
por los encargados de turno de manejar la economía. Por el
contrario, los más saben que mientras los “dirigentes”
crean que les será dado prolongar la agonía otro par
de meses no se producirá ningún cambio realmente importante.
Además, a esta altura parece evidente que la “clase
dirigente” está tan acostumbrada a ser informada de
que el país se encuentra al borde de un abismo que le cuesta
aceptar que la situación sea tan mala como hacen pensar los
números. Tal vez –se dicen– sólo se trate
de una patraña neoliberal destinada a asustarnos.
Si los que piensan de este modo están en lo cierto, después
del “megacanje” vendrá otra maniobra salvadora
de nombre igualmente ampuloso y los próximos capítulos
del melodrama se asemejarán al actual, pero de tener razón
los economistas, a menos que finalmente llegue una “reactivación”
espectacular nos aguardan algunos meses sumamente agitados. Sin
embargo, no hay indicio alguno de que grupos selectos de líderes
radicales o peronistas hayan estado preparándose para hacer
frente a una emergencia ocasionada por el colapso poselectoral del
gobierno de Fernando de la Rúa combinado por una cesación
formal de pagos. Claro, algunos, entre ellos el escurridizo gobernador
bonaerense Carlos Ruckauf, fantasean con aprovechar el momento para
mudarse a la Casa Rosada, pero no hay señales de que se hayan
preguntado qué harían el día siguiente cuando
hayan descubierto que hasta los muebles han sido embargados. Parecería
que nadie ha pensado en lo que sería necesario hacer ante
una megacrisis que según todos los datos concretos disponibles
no es meramente probable sino inevitable. Puesto que “la gente”
sabe muy bien que es así, no sorprende en absoluto que la
reputación del grueso de “los dirigentes” esté
por los suelos.
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