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OPINION

El gran escape

Por James Neilson

Desde hace muchos años la Argentina está tratando de distanciarse de una jauría de acreedores que, convencidos de ser víctimas de una estafa exótica, la persiguen con saña, pero también con cuidado porque quieren capturarla viva. Para mantenerlos a raya, primero los amenazó con un default agresivo y “soluciones políticas”; después, cuando se negaron a dejarse impresionar por las protestas indignadas de la morosa, les tiró cartas de intención, promesas de toda clase, empresas públicas, franjas cada vez más anchas de la población, cualquier cosa, y ahora, para darse una nueva última oportunidad para zafarse, un “megacanje”. ¿Funcionará? Sólo si muy pronto el país logra transformarse en una auténtica dínamo productiva. ¿Lo hará? Pocos supondrán que estemos en vísperas de una mutación milagrosa del tipo siempre soñado por los encargados de turno de manejar la economía. Por el contrario, los más saben que mientras los “dirigentes” crean que les será dado prolongar la agonía otro par de meses no se producirá ningún cambio realmente importante. Además, a esta altura parece evidente que la “clase dirigente” está tan acostumbrada a ser informada de que el país se encuentra al borde de un abismo que le cuesta aceptar que la situación sea tan mala como hacen pensar los números. Tal vez –se dicen– sólo se trate de una patraña neoliberal destinada a asustarnos.
Si los que piensan de este modo están en lo cierto, después del “megacanje” vendrá otra maniobra salvadora de nombre igualmente ampuloso y los próximos capítulos del melodrama se asemejarán al actual, pero de tener razón los economistas, a menos que finalmente llegue una “reactivación” espectacular nos aguardan algunos meses sumamente agitados. Sin embargo, no hay indicio alguno de que grupos selectos de líderes radicales o peronistas hayan estado preparándose para hacer frente a una emergencia ocasionada por el colapso poselectoral del gobierno de Fernando de la Rúa combinado por una cesación formal de pagos. Claro, algunos, entre ellos el escurridizo gobernador bonaerense Carlos Ruckauf, fantasean con aprovechar el momento para mudarse a la Casa Rosada, pero no hay señales de que se hayan preguntado qué harían el día siguiente cuando hayan descubierto que hasta los muebles han sido embargados. Parecería que nadie ha pensado en lo que sería necesario hacer ante una megacrisis que según todos los datos concretos disponibles no es meramente probable sino inevitable. Puesto que “la gente” sabe muy bien que es así, no sorprende en absoluto que la reputación del grueso de “los dirigentes” esté por los suelos.


 

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