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OPINION

Un emergente progresista

Por Claudio Uriarte

El triunfo arrasador del Nuevo Laborismo de Tony Blair en las elecciones británicas del 7 estuvo exento de la euforia de su precedente de hace cuatro años, aunque el nuevo desenlace revalidara su incontestable mayoría en relación de fuerzas parlamentarias, y marcara la primera vez en la historia que el laborismo británico ganaba dos mandatos consecutivos. Tampoco entusiasmó que esta reválida pulverizara al Partido Conservador del neothatcherista William Hague hacia una crisis de identidad, de difícil salida. Ni nadie llegó a hablar de un renacer de esa “Tercera Vía” entre neoliberalismo y socialdemocracia que el triunfo de Blair en 1997 había parecido anunciar, para luego –con sus derrotas en EE.UU. e Italia, y sus decepcionantes resultados en Alemania y en la propia Gran Bretaña– apagarse en el desencanto.
El enigma empieza a aclararse si se parte del hecho de que las elecciones dejaron a la política británica más o menos limpiamente repartida en tres: un centrismo conciliador y moderado (Blair), con un 40 y pico por ciento de los votos; un conservadurismo anacrónico, con poco más del 30 por ciento, y una nueva izquierda (los liberal-demócratas de Charles Kennedy, proimpuestos y pro Welfare State), que trepó al 18,6 por ciento. Vale decir: Blair repitió su viejo truco de encarnar la derecha de la izquierda y la izquierda de la derecha y nuevamente volvió a ganar, sólo que cuatro años atrás su triunfo había estado envuelto en la euforia derivada del final de 18 años de régimen conservador, mientras ahora fue sólo el apoyo a la continuidad de una gestión medianamente exitosa contra unos “tories” sin causa más convocante que la preservación de la libra contra el euro. The Times, Financial Times y The Economist, todos medios conservadores, apoyaron a Blair, identificándolo con un informal conservadurismo razonable, contra otro “oficial”, excluyente, xenofóbico y piantavotos.
La torpeza de la oposición no fue todo: Blair, al fin de su mandato, pudo exhibir una baja del desempleo y una reactivación. Sin embargo, su ortodoxia fiscalista le vetó cumplir sus promesas en servicios públicos. La mezcla de todo esto –una buena economía, unas promesas incumplidas, y unos tories en desintegración– hizo posible la emergencia de los Lib-Dems de Kennedy, más próximos a la socialdemocracia clásica de Lionel Jospin en Francia que a los congéneres “terceristas” de Blair en Alemania o Italia. Y que son un emergente progresista a observar.


 

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