El triunfo arrasador
del Nuevo Laborismo de Tony Blair en las elecciones británicas
del 7 estuvo exento de la euforia de su precedente de hace cuatro
años, aunque el nuevo desenlace revalidara su incontestable
mayoría en relación de fuerzas parlamentarias, y marcara
la primera vez en la historia que el laborismo británico
ganaba dos mandatos consecutivos. Tampoco entusiasmó que
esta reválida pulverizara al Partido Conservador del neothatcherista
William Hague hacia una crisis de identidad, de difícil salida.
Ni nadie llegó a hablar de un renacer de esa Tercera
Vía entre neoliberalismo y socialdemocracia que el
triunfo de Blair en 1997 había parecido anunciar, para luego
con sus derrotas en EE.UU. e Italia, y sus decepcionantes
resultados en Alemania y en la propia Gran Bretaña
apagarse en el desencanto.
El enigma empieza a aclararse si se parte del hecho de que las elecciones
dejaron a la política británica más o menos
limpiamente repartida en tres: un centrismo conciliador y moderado
(Blair), con un 40 y pico por ciento de los votos; un conservadurismo
anacrónico, con poco más del 30 por ciento, y una
nueva izquierda (los liberal-demócratas de Charles Kennedy,
proimpuestos y pro Welfare State), que trepó al 18,6 por
ciento. Vale decir: Blair repitió su viejo truco de encarnar
la derecha de la izquierda y la izquierda de la derecha y nuevamente
volvió a ganar, sólo que cuatro años atrás
su triunfo había estado envuelto en la euforia derivada del
final de 18 años de régimen conservador, mientras
ahora fue sólo el apoyo a la continuidad de una gestión
medianamente exitosa contra unos tories sin causa más
convocante que la preservación de la libra contra el euro.
The Times, Financial Times y The Economist, todos medios conservadores,
apoyaron a Blair, identificándolo con un informal conservadurismo
razonable, contra otro oficial, excluyente, xenofóbico
y piantavotos.
La torpeza de la oposición no fue todo: Blair, al fin de
su mandato, pudo exhibir una baja del desempleo y una reactivación.
Sin embargo, su ortodoxia fiscalista le vetó cumplir sus
promesas en servicios públicos. La mezcla de todo esto una
buena economía, unas promesas incumplidas, y unos tories
en desintegración hizo posible la emergencia de los
Lib-Dems de Kennedy, más próximos a la socialdemocracia
clásica de Lionel Jospin en Francia que a los congéneres
terceristas de Blair en Alemania o Italia. Y que son
un emergente progresista a observar.
|