Por
Octavi Martí
Desde París
Un
día u otro tenía que suceder: el cine iba a encontrarse
expuesto en un museo de arte contemporáneo, a ser tratado en pie
de igualdad con las demás artes, ya sea la pintura, la escultura,
la música o la literatura. La exposición titulada Hitchcock
y el arte: coincidencias fatales, abierta en el Centro Pompidou de París
hasta el 24 de setiembre, tiene como idea central demostrar hasta qué
punto el mago del suspenso era también alguien que trabajaba en
la misma dirección que una buena parte de los artistas de finales
del siglo XIX y de todo el siglo XX.
Ya no se trata del museo de cinéfilos, especializado, duplicación
culta de la kermesse de barrio, ni de acoger el cine con condescendencia,
para ilustrar un discurso que encuentra su nobleza en otras áreas.
Se trata nada más ni nada menos que de aceptarlo como uno más:
pensar, en definitiva, que Alfred Hitchcock tiene tanto derecho a las
salas del Pompidou como Dalí, Rossetti, Spilliaert, Max Ernst,
Beardsley, Magritte, De Chirico, Hopper, Klee, Rodin, Valloton, Edgar
Poe, Munch, Man Ray y tantos otros convocados para la oportunidad.
En la exposición se presenta a Hitchcock como alguien que se inspiraba
e inspiraba el arte del que era contemporáneo. No en vano el propio
cineasta era un buen coleccionista, aunque tuviera entre las telas colgadas
en las paredes de su residencia de Los Angeles un Picasso falso. El peso
de la iconografía romántica y victoriana es evidente en
películas como Rebeca o en la concepción de la mansión
de Psicosis, eso no es ningún descubrimiento. Pero sí lo
es poner en relación a la mujer pintada por Dante Gabriel Rossetti
en su obra Bocca Baciata con las distintas heroínas
hitchcockianas,
esas rubias glaciales que fueron en sus manos Eve Marie Saint, Grace Kelly,
Kim Novak y Tippi Hedren, los cuatro símbolos de un deseo cuya
consumación conduce a la muerte.
En la exposición se privilegian los dos movimientos que más
influyeron en la formación estética de Hitchcock, el simbolismo
y el surrealismo. Y todo se articula alrededor de cinco grandes temas:
la mujer, el deseo y el doble, los lugares generadores de inquietud, el
terror y el espectáculo. Sobre ellas ya queda dicho hasta qué
punto el director buscaba un modelo estimado inaccesible y mortífero,
su melena recogida en un moño en espiral que deja bien visible
la nuca. Cary Grant, James Stewart, Anthony Perkins o Sean Connery alargaran
sus brazos para acariciar o estrangular esos cuellos. Truffaut decía
de Hitchcock que filmaba los besos como si fuesen asesinatos y los asesinatos
como abrazos amorosos. La exposición confirma esa tesis.
Sobre esos besos también puede decirse que, a veces, incluyen la
mirada del espectador, creando un insólito triángulo gracias
a que la película hace sentir la presencia y la mirada de la cámara,
de nuestra mirada. Le baiser, de Auguste Rodin, preside la
sala en la que tres monitores muestran esas efusiones entre hombres y
mujeres. Los lugares que crean inquietud son, en Hitchcock pero también
en Munch o Spilliaert, lugares cotidianos, cocinas o dormitorios. La luz,
de corte expresionista muchas veces el director británico
comprendió lo que podía dar de sí el cine al conocer
a Murnau es fundamental a la hora de revelar el aspecto inquietante
de las cosas. Magritte o Max Ernst, los dos amantes de las mujerespájaro,
son fuente de inspiración para Los pájaros y la manera de
presentar a Tippi Hedren. Una estructura metálica con cuervos embalsamados
sitúa al visitante.
El dormitorio de Janet Leigh en Psicosis, la maquinita de afeitar de Con
la muerte en los talones, la cabeza disecada de la madre de Norman Bates,
el talón con ojos creado por Salvador Dalí para Recuerda,
el collar de Vértigo, las tijeras de Crimen perfecto o el teleobjetivo
de James Stewart en La ventana indiscreta están en París
para ayudar a comprender mejor elvalor artístico de uno de los
grandes creadores de miedos contemporáneos y un cineasta fetichista,
capaz de dotar de vida a los objetos, sean los citados o la cuerda con
las que se estrangula en La soga o con la que se ahoga un trapecista de
su período británico. Y queda también la relación
exhaustiva de todas las apariciones del propio Hitchcock en sus películas,
una costumbre que arranca de una estricta necesidad de figuración,
que se convierte luego en firma del cineasta y más tarde en gag
obligado, como lo prueba que llegara a incluir su silueta en un anuncio
de productos adelgazantes incluido en un periódico que hojea un
actor.
|