Por
Hilda Cabrera
Llevan
una amistad de más de una década, pero el primer trabajo
en conjunto fue ¡Pará, fanático!,
cuando promediaban los años 90. El impacto de esa obra se
mantuvo hasta hoy, animándolos a proyectar otro trabajo, Doctor
Peuser, que se estrenó el sábado en Actors Studio
(Av. Corrientes 3565, a las 23). Como en aquel primer encuentro artístico,
Carlos Belloso es autor e intérprete, y Enrique Federman, director
y puestista. En una entrevista con Página/12, estos artistas se
explayan sobre una labor que inicialmente era poco más que un enjambre
de ideas. Necesitaba a alguien que me ordenara el caos que tenía
adentro, cuenta el actor, señalando a Federman. Los
unipersonales me permiten volcar todas mis obsesiones, lo que para mí
significa jugar con aquello que siento en profundidad. Enrique es muy
prolijo. Hizo mucho para que mi texto fuera entendido. El es un buen intermediario
entre el intérprete y el público. No tiene las manías
de exhibicionismo de algunos directores.
En tanto actores (en el caso de Federman, especializado en clown y magia),
muy raramente coincidieron en un espectáculo. Recuerdan un homenaje
a Firulete, hace años, en Castelar. Belloso no escatima su peculiar
histrionismo y se multiplica haciendo teatro, televisión y cine.
Ultimamente compuso a Calibán en La tempestad, de Shakespeare,
que dirigió el catalán Lluís Pasqual en el San Martín,
donde en octubre integrará el elenco de Intimidades. Se lo vio
en la película Felicidades, de Lucho Bender, y, en televisión,
en el rol del popular Vasquito (de Campeones), un personaje
que quiero como al hipoacúsico que voy a hacer ahora en el unitario
Culpables. Todos me permiten crecer. Tengo horas de vuelo.
Con Los Melli (el dueto que formó junto a Damián Dreizik)
estuve diez años sobre el escenario. Federman, por su lado,
con una trayectoria internacional en el clown, el teatro e incursiones
en la TV (Todo x 2$ y Cara y Ceca, con Gonzalo
Bonadeo), conduce un espectáculo del mago Adrián Guerra,
Palabras mágicas, e integra un proyecto de dramaturgia con otros
tres autores. Está armando además su nuevo unipersonal,
Clowntrofobia, que incluye algo de suspenso. Si bien Peuser remite a la
consabida guía, uno y otro dicen ser desconfiados, porque este
doctor de ficción puede manipularte y llevarte adonde él
quiera, según apuntan. Es además un determinista,
un lombrosiano, como otro personaje, un carcelero de Sierra Chica.
¿Cuál es aquí el aporte del clown y de la magia?
Enrique Federman: Sé de la capacidad expresiva de Carlos,
de lo que puedo pedirle, y aporto mecánicas especiales. Puedo ligar
el clown al humor, el que, creo, tengo intuitivamente, y el del propio
de Carlos. En este espectáculo, la magia aparece en las transformaciones,
en la sorpresa que provoca en el público. Trato de que ante cada
escena o personaje se pregunte qué pasó, cómo se
produjeron los cambios. Y esto sin trucos.
¿Quiere decir inadvertidos para el espectador?
E.F.: Es que no hay trucos sino una técnica. Porque Carlos
tiene el berretín de que no haya apagones, que sí utilizo
en mis unipersonales, donde uso gags auditivos para no cortar la acción.
Carlos Belloso: Mi berretín viene desde que era chico. Siempre
tuve la impresión de que al subir al escenario tenía que
hacer todo, y no abandonarlo hasta terminar. Pensaba que si me iba, lo
ocuparía otro: alguien del público que tuviera ganas de
contar su propio chiste. Por eso, cuando me instalo, no quiero ningún
apagón, ni que me molesten. En el escenario piso fuerte. Es mi
lugar sagrado.
E.F.: Mi trabajo es todo lo contrario: estoy acostumbrado a compartirlo
con el público. La negativa de Carlos es un desafío a mis
conocimientos de magia. En ¡Pará, fanático!, la gente
aplaudía cuando lo veía saliendo imprevistamente de un bolso,
convertido en otro personaje.
C.B.: Esto, porque enviamos la atención adonde queremos que
esté. Evitamos los telones, y yo puedo pasar de un personaje a
otro sin que el público se dé cuenta.
E.F.: Claro que no lo puede hacer cualquiera. No es cuestión
de ponerse o quitarse el sombrero. Hay que tener suficientes recursos
gestuales, vocales y corporales. A Carlos le puedo pedir que emita un
sonido intergaláctico a modo de enlace mientras está preparándose
para instalar un nuevo personaje en escena.
¿Cómo surgió este doctor Peuser?
C.B.: De una serie de discursos, algunos científicos y otros
no, que me impresionaron. Entre los temas recurrentes estaba el de la
pena de muerte, en la que incluyo, entre otras, las muertes por gatillo
fácil y las que se producen por desidia y carencia en los hospitales
públicos. De los discursos científicos, tomé el principio
de incertidumbre de la física cuántica. Me gustaba escribir
sobre esto, porque pienso que el teatro es incertidumbre. Ese principio
dice que no se puede medir al mismo tiempo la velocidad y la posición
de una partícula. Me dije que estaba bien que la incertidumbre
tuviera un principio físico, y que bien podía tenerlo la
melancolía. Así nació mi personaje Hawkins (por el
científico). Otros se relacionan con la iglesia electrónica,
la entomología forense... En definitiva, con la política.
¿De qué manera?
C.B.: Este cuento mío es muy simple. Es una conferencia sobre
el genoma humano en una cárcel de máxima seguridad. Un hecho
que dispara millones de cosas: enfermedades, manipulación, clonación...
Porque el doctor Peuser hace uso y abuso. La simbología de este
espectáculo me hace pensar también en la probabilidad de
que el profesor Hawkins, que padece una esclerosis lateral amiotrófica,
sea argentino. Me pregunto, entonces, qué hubiera sido de él.
Y pienso en René Favaloro y su suicidio, un fin sólo posible
en la Argentina.
¿Les interesa opinar a través del teatro?
C.B.: En la teatralización hay siempre una opinión,
pero aquí no está explicitada.
E.F.: Tenemos una posición, y la manifestamos, pero no de
manera obvia. El público es quien cierra el espectáculo.
Hay mucha dualidad en este unipersonal: las víctimas son también
victimarios.
C.B.: En realidad, los personajes se pasan la pelota todo el tiempo.
No avanzan, giran sobre su propio eje. Con eso, insistimos en la dualidad
y tratamos de evitar los protagonismos, aunque el doctor Peuser sea el
que maquina todo.
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