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EMPEZO EL JUICIO CONTRA LOS APROPIADORES DE CLAUDIA POBLETE
Los represores no miran a los ojos

El militar Ceferino Landa y su mujer Mercedes Beatriz Moreira empezaron a ser juzgados ayer por el secuestro y sustitución de identidad de Claudia Poblete. Se retiraron de la sala donde los observaban las Abuelas y los familiares.

Un familiar sostuvo la pancarta con los rostros de los padres de Claudia: José y Gertrudis Hlaczik.

Por Victoria Ginzberg

El teniente coronel retirado Ceferino Landa y su mujer, Mercedes Beatriz Moreira, soportaron por poco tiempo las miradas de la familia Poblete y de las Abuelas de Plaza de Mayo. En la primera audiencia del juicio oral y público por la apropiación de Claudia Victoria Poblete Hlaczik los acusados estuvieron el mínimo posible dentro de la sala. Se negaron a declarar y luego pidieron retirarse.
Landa, de cara cuadrada, anteojos grandes, pelo muy corto y prolijamente peinado al costado, se sentó en la silla que le había sido asignada. De un lado estaba su abogado, Jorge Appiani; del otro, su mujer, que no se sacó los anteojos negros ni se despegó de su cartera y su rosario durante el tiempo que permaneció en la sala. Enfrente estaba el secretario del tribunal, Martín Schwab, el equipo de la fiscalía encabezado por Raúl Perotti y la abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, Alcira Ríos.
Como Landa se negó a declarar ante los jueces Guillermo Federico Madueño, Guillermo Andrés Gordo y Luis Rafael Di Renzi, se leyó el testimonio que brindó ante el juez federal Gabriel Cavallo, en febrero del año pasado. En esa oportunidad Moreira no quiso testimoniar.
El militar, que perteneció al Batallón 601, reconoció haberse apropiado ilegalmente de la hija de José Poblete y Gertrudis Hlaczik. Landa admitió que su mujer no podía tener hijos y que Claudia le fue entregada a través del médico militar Julio César Cáceres Monié, que le dijo que la niña era “abandonada”. “Con la llegada de la democracia pensamos si era bueno averiguar el origen biológico de la beba pero los hechos nos superaron. Estoy contento de que se sepa la verdad ahora”, aseguró el hombre ante Cavallo. Sin embargo, cuando Claudia tenía diez años, la Justicia indagó sobre la posibilidad de que fuera hija de una pareja de desaparecidos (el análisis no coincidió) y el matrimonio Landa siguió mintiendo hasta que el año pasado se supo la verdadera identidad de la joven.
La pequeña sala del tribunal estaba colmada con representantes de Abuelas de Plaza de Mayo, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), familiares biológicos de Claudia Poblete y periodistas que tuvieron que escuchar durante toda la mañana, de música de fondo, el ensayo de una banda militar que llegaba desde la ventana.
Los primeros testigos del proceso fueron Abel Jaraz Obeiras, médico forense y la directora del Banco Nacional de Datos Genéticos, Ana María Di Lonardo y tres de sus colaboradores. Jaraz Obeiras analizó la historia clínica de Moreira y concluyó que por sus antecedentes y la edad en la que supuestamente había tenido a Claudia, 49 años, era muy poco probable que la mujer hubiera estado embarazada. Di Lonardo explicó el sistema de identificación genética que aportó la certeza de que la joven que crió el matrimonio Landa era la hija de José Poblete y Gertrudis Hlaczik. Muy segura, afirmó que este método “es la matriz más perfecta para identificar una persona” y que este caso concluyó con un “resultado extraordinario para la reconstrucción de un vínculo”.
La estrategia de la defensa apunta a disimular la responsabilidad de Moreira. Aunque Appiani reconoció a Página/12 que “el acusado ya confesó. Acá se trata sólo de la calificación del hecho”. Para el abogado el caso se reduce a si se tiene en cuenta un criterio antiguo, o el nuevo, que incluye la Convención de Desaparición Forzada de Personas e implica una condena mayor. Este último fue el razonamiento que siguió Cavallo cuando procesó a los acusados. El magistrado luego declaró en esta causa la inconstitucionalidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
Durante un cuarto intermedio, a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela Carlotto, le preguntaron sobre la política de derechos humanos del Gobierno. La mujer respondió que “es un desastre” y reclamó la renuncia del cuestionado jefe del Ejército, Ricardo Brinzoni.
El juicio seguirá hoy, con las declaraciones de los abuelos de Claudia y de sobrevivientes del centro clandestino de detención El Olimpo, dondeestuvo secuestrada la niña junto con sus padres, que militaron en la Unión Socio Económica del Lisiado y continúan desaparecidos. La semana que viene, a pedido de la defensa, tendrá que testimoniar Claudia.

 

OPINION
Por Delia Barrera y Ferrando

¿Un campo de concentración?

El ex comisario Patti dijo anoche: “Menem está muy triste. Se siente como en un campo de concentración”.
Los sobrevivientes de los campos de concentración instaurados a lo largo y a lo ancho de nuestro país durante la última dictadura militar queremos recordarle al ex comisario Patti –devenido a intendente– que, como él bien sabe, en los campos de concentración no teníamos piletas de natación. No podíamos hacer largos, ni nadar pecho ni crawl, sólo sumergían nuestras cabezas en tachos o piletas llenas de agua inmunda, eso que –el ex comisario recordará– se conocía con el nombre de submarino.
No teníamos cancha de tenis, ni de golf, ni campo de deportes, nuestros cuerpos se entumecían por el dolor, el sufrimiento, el hacinamiento, nuestro único ejercicio era caminar dos, una, cien veces dentro de las celdas.
No teníamos grandes habitaciones, ni camas mullidas, nuestros cuartos no superaban los 2 metros cuadrados, con duras cuchetas de material en el mejor de los casos cubiertas por escuálidos colchones de gomaespuma, en los que se podía percibir el olor, el sudor y el dolor de otros cuerpos torturados que trataron de descansar sobre ellos.
No comíamos asados ni empanadas, nuestra comida –cuando la teníamos– eran caldos grasientos, polentas crudas; no teníamos visitas de amigos ni de familiares, nuestro único contacto era con los compañeros que igual que nosotros resistían; no teníamos luz natural; ni un rayo de sol nos calentaba ni una brisa de aire puro llegaba a nuestros rostros; no podíamos leer un libro debajo de ningún árbol.
No es precisamente a Patti, con su pasado policial y su presente de impunidad, a quien tenemos que recordarle cómo eran los centros clandestinos de detención; por eso no le permitimos que compare la quinta del Gostanian con los campos que la dictadura instaló en la Argentina, por los que pasaron –pasamos– decenas de miles de compañeros, 30.000 de los cuales, por si se le olvidó, hoy siguen desaparecidos.
Tampoco es necesario marcar otra diferencia: ni nuestros secuestros ni la prisión posterior se debieron a que fuéramos corruptos, coimeros, contrabandistas, traficantes de armas o lavadores de dinero, nuestra desaparición y la de los 30.000 fue por luchar por los derechos del pueblo y en contra de una feroz dictadura, porque teníamos ideales, porque queríamos un mundo mejor.
Quizás sí sea bueno reafirmar que somos muchos los que seguimos abrazando los mismos ideales y empeñados en esa lucha por una sociedad más justa y que también somos muchos los ex detenidos-desaparecidos que pensamos que nuestra mejor contribución a ese objetivo es luchar contra la impunidad de los asesinos, por la Justicia y por la reivindicación de nuestros queridos compañeros desaparecidos.

* Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos.

 

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