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Un secuestro
con final de película
Un chico de 16 años, hijo de un empresario, fue raptado el viernes. Se pagó el rescate y
fue liberado. Y la banda fue desbaratada.

Por Pedro Lipcovich

Todo secuestro extorsivo es un ajedrez, siniestro. La última partida empezó el lunes pasado y, en la madrugada de ayer, terminó a los balazos. La víctima fue un joven de 16 años, hijo de un empresario gráfico, que había sido secuestrado el lunes: la familia avisó de inmediato a la policía; al día siguiente los investigadores ya habían detenido a dos sospechosos pero el resto de la banda seguía con el chico en su poder y exigía el rescate. Los investigadores esperaron a que el rescate fuese pagado y, cuando la víctima fue liberada, efectuaron varios allanamientos simultáneos. En uno de ellos fueron recibidos a tiros: un policía se salvó gracias al chaleco antibalas y un agente de la SIDE resultó levemente herido. Pero tan interesante como este final de partida estrepitoso y -como se leerá– un poco enigmático, es la serie de movidas que, el “medio juego” de este ajedrez, definieron el resultado; acerca de ellas, Página/12 dialogó con el conductor de la investigación. Trece sospechosos están detenidos y hay ocho prófugos.
Al chico lo secuestraron el lunes a las cinco de la tarde, cuando salía de la escuela. Esa misma noche se comunicaron con su familia, de apellido Parva, para pedir un rescate de 300 mil pesos. El padre hizo la denuncia policial. La investigación, bajo la dirección del juez federal Claudio Bonadío, fue conducida por el comisario Carlos Sablich, jefe de la División Delitos Complejos de la Policía Federal.
“Intervinimos el lunes mismo y el martes detuvimos a dos, que tenían una prueba fundamental”, dijo a este diario el comisario Sablich. Fundamental era la prueba porque se trataba de un grabador en cuya cinta había una “prueba de vida”, una grabación de la voz del secuestrado que los raptores iban a trasmitir a la familia para mostrar que lo tenían en su poder.
Pero, ¿cómo lograron los investigadores detener a esos dos? Sería muy fácil contarlo pero es imposible contarlo porque, en el ajedrez negro del secuestro, el periodismo no debe revelar gambitos que puedan servir en eventuales partidas futuras. Baste con recordar que el secuestrador tiene siempre un punto débil, ya que, para lograr su objetivo, necesariamente debe comunicarse con la familia extorsionada: en esa etapa, la más compleja de la partida, los secuestradores cedieron dos piezas, dos hombres que fueron detenidos en plena calle, entremedio de peatones y colectivos, cerca de algún teléfono público.
Para conseguirlo, los investigadores habían montado un operativo que incluyó 15 autos repartidos en las localidades de San Miguel, Moreno e Ituzaingó, al noroeste del conurbano bonaerense.
Aunque habían caído dos, el resto de la banda no aflojó. El martes a la noche la familia volvió a recibir un pedido de rescate. Negociaron. El miércoles a la mañana los raptores volvieron a llamar: aceptaban bajar a 80 mil y convinieron en que el rescate sería pagado esa noche.
A los detenidos, observa el comisario Sablich, “lo único que puedo preguntarles (según las normas en vigencia) es cómo se llaman y dónde viven”. Tal vez el comisario hubiera preferido preguntarles más cosas pero justamente su capacidad profesional hizo posible que, sin necesidad de que los presos “confesaran”, la investigación a partir de sus nombres, sus domicilios y pertenencias lograra identificar y localizar a los cómplices.
Sin embargo, los investigadores todavía no actuaron. “Ellos van y cobran. No nos metemos. Que la familia pague y que el chico vuelva.” Con sentencias breves de ese estilo habla Sablich.
El joven fue liberado en la noche del miércoles. Volvió a su casa sano y salvo en un remís. Una hora después, bajo supervisión del juez Bonadío, se desencadenaron los allanamientos. “Allané todos los lugares a la vez, para evitar escapes –cuenta el comisario–. Tres, cuatro, cinco lugares, todo normal. Pero, antes de allanar el último, me reciben a los tiros.”
Esta violencia tuvo lugar en la localidad de Billinghurst, partido de San Martín. “A 40 o 50 metros del domicilio, nos reciben a los tiros. Estaban arriba de los techos de dos casas y en dos esquinas, tirándonos.”Sablich dice no entender por qué sucedió esto: “Si ganó el ladrón, si ganaste, si cobraste el dinero, andate y chau. Gozá eso como un triunfo. No te quedes a recibirnos a tiros. Eso me molesta, y mucho”.
En la emboscada, un inspector de Delitos Complejos recibió un balazo en el pecho, bajo la tetilla izquierda, pero, gracias al chaleco antibalas, sólo sufrió un moretón. Un agente de la SIDE (Secretaría de Informaciones del Estado), rozado en el muslo por una bala, está fuera de peligro.
(¿Por qué había un hombre de la SIDE en el allanamiento? Una alta fuente policial contestó a Página/12 que “la SIDE colabora a menudo con nosotros: ellos tienen equipamientos con los que nosotros no contamos”. Tienen, por ejemplo, equipos para efectuar escuchas telefónicas por orden judicial, pero, legalmente, sus agentes no tendrían por qué participar en allanamientos.)
En el tiroteo de Billinghurst intervinieron refuerzos del Comando de Patrullas de San Martín, de comisarías cercanas, del GEOF (Grupo Especial Operativo Funcional de la Federal y del Subcomando 33 de Villa Lynch: 150 hombres apoyados por dos helicópteros que batían la zona con sus reflectores. Dos sospechosos fueron capturados y los demás huyeron en la oscuridad del barrio, precario y carente de alumbrado público. Según la policía, contaban con fusiles FAL y pistolas calibre 9 y 11.25.
El joven secuestrado no había estado en la vivienda de Billinghurst sino en otra de Villa Ballester. También se efectuaron allanamientos en José C. Paz y se secuestró la suma de 29.700 pesos, presumiblemente parte del rescate. Fueron detenidas 13 personas sospechosas, siete hombres y tres mujeres, y la policía busca a ocho más, en relación con el tiroteo.

 

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