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La desconocida que hizo llorar a Caetano Veloso

Se llama Virginia Rodrigues, tiene 37 años y es bahiana. Su voz es parecida a la de Mercedes Sosa. Actúa hoy y mañana en el Sheraton.

Virginia Rodriguez es una
ahijada artística de Caetano Veloso.
Su estilo escapa a todos los clisés
de la Música Popular Brasileña.

Por Fernando D’Addario

Las arbitrariedades del mercado musical han llevado a que Virginia Rodrigues aparezca en los catálogos integrando el rubro world music. Lo cierto es que su voz de contralto con modulación de cantante lírica, su exquisito sincretismo de religiosidades afro y evangélica no encajan en el esquema sonoro que el mundo absorbió de la música popular brasileña. Tampoco su origen social: “Nací en un barrio pobre de Salvador. Trabajé de manicura, mucama y cocinera y aprendí a cantar en los coros de las iglesias”, cuenta, en la entrevista con Página/12. A los 37 años, su realidad actual, que contempla la realización de giras europeas, shows en el Carneggie Hall con David Byrne, críticas consagratorias para sus dos discos (Sol negro y Nos) y el padrinazgo artístico de Caetano Veloso (la escuchó cantar en latín, en los ensayos de una obra del grupo de teatro Olodum y se puso a llorar) la incorpora a un status diametralmente opuesto. En esa línea se inscriben los shows que brindará hoy y mañana en el Hotel Sheraton, en sus primeras actuaciones en Buenos Aires. Se le comenta que muchos la comparan con Mercedes Sosa y abre bien grandes sus ojos: “Es un gran halago para mí, porque de pequeña la vi por televisión en mi ciudad y siempre me impresionó la fuerza de su voz”. Su música parece venir de muy lejos en las coordenadas de tiempo y espacio. Virginia profesa la religión candomblé y su canto, no obstante, desborda los clisés de lo afro.
Su primer cd exhuma reliquias de la música popular brasileña, con participaciones de Djavan, Gilberto Gil y Milton Nascimento, entre otros, y dos canciones que llevan la firma de Caetano. “Siempre me preguntan cómo lo conocí. Y fue Caetano quien me conoció a mí. El no quería que hiciese temas suyos. Con la ayuda de Paula (pareja de Caetano) logramos convencerlo”.
–El segundo disco, Nos, es muy diferente. ¿En qué sentido influyeron las sugerencias de Caetano para hacerlo más “afro”?
–El quería ver cómo iban a quedar aquellas viejas canciones africanas de carnaval con un nuevo ropaje, con nuevos arreglos más cercanos al samba reggae. Yo tenía mucho miedo de que quedara mal. Pero me gustó cómo quedó. –¿Cómo lo tomó la gente de Salvador?
–No lo tomó de ninguna manera, porque no pudo escuchar el disco. Las radios brasileñas no pasan mi música.
–Entonces, en su propio país, es una artista de world music...
–A mí no me interesan las etiquetas. Pero es cierto que soy más conocida en Europa y en Nueva York que en mi propia ciudad. En San Pablo y en Río de Janeiro hay gente que me escucha, porque tuvo la oportunidad de acceder a mis discos. En Salvador eso no ocurre.
–¿Le molesta esa situación?
–No. Me dolería si me hubiesen escuchado y no les gustara cómo canto. Pero no tuvieron esa elección. En otra época hubiese sido distinto. Yo me crié escuchando la radio, que por entonces no pasaba solo música comercial. Así descubrí a Gilberto Gil, a Milton, a María Bethania, a Elis. Yo llamaba a las radios, pedía una canción y la pasaban. Eso no pasa ahora.
–Caetano es muy amado en Brasil, pero también muy resistido por un sector. ¿Usted recibió, por extensión, esos sentimientos?
–No es automático. Hay tantos que gustan de él y dicen “yo no se lo que le vio Caetano a esta mujer”. Otros me han escuchado sin saber que me ha descubierto él. A otros no les gustamos ninguno de los dos. No puedo hacer nada: no vinimos a esta vida para agradarle a todo el mundo.

 

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