Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


ESTRENOS DE LA SEMANA
ENTREVISTA A POLI NARDI, DIRECTOR DE “EL DESPERTAR DE L”
“Le debo este film a Juan Gelman”

En su ópera prima,
el documentalista sigue el periplo de una chica en busca
de su identidad, inspirada en un texto publicado en Página/12.

Nardi cuenta que la lectura de la carta de Gelman a su nieto/a lo conmocionó profundamente.

Por Ana Bianco

El film El despertar de L es la ópera prima del realizador y guionista Poli Nardi, de 59 años y con un camino recorrido en el género documental. La protagonista, Laura, es una joven de 22 años, criada por padres adoptivos, que a partir de la lectura de la Carta abierta a mi nieto o nieta de Juan Gelman, publicada por Página/12 el 12 de abril de 1995, inicia un recorrido doloroso en la búsqueda de su identidad. El film empezó siendo un cortometraje en 1998 y se presentó en el Festival de Gesell y Santa Fe, hasta finalmente convertirse en un largo producido por el mismo Nardi y Aleph Media S. A. En el elenco conviven alumnos de teatro de Cristina Banegas –quien también actúa– con militantes de H.I.J.O.S, Estela Carlotto (de Abuelas) y las actrices Catalina Speroni, Márgara Alonso y la voz en off de Jorge Valcárcel. En charla con este diario, Nardi se refiere a un “duro” proceso de filmación, y trata de abordar con respeto una temática que no lo afectó en forma directa pero evidentemente lo conmovió. La película se estrenó ayer en las salas Tita Merello y Atlas Recoleta.
La carta de Juan Gelman lo movilizó y se convirtió en el motivo de su film, que Nardi expresa así: “Cuando la leí en el diario me produjo una conmoción tremenda. Esa carta sobrevolaba sobre Buenos Aires. En ese momento estaba filmando mi primer corto argumental, La salida, y quería sacármela de la cabeza. Era una idea recurrente que volvía y volvía sobre mí. Ese texto adquirió en esos años un carácter emblemático, daba lugar a muchos interrogantes. El Teatro X la identidad cumple actualmente una función similar. La historia de la película sigue un poco los dictados de la carta. De algún modo, le debo este film a Juan Gelman.”
–¿Por qué la “L”?
–Pensé en ese título para darle un tono más misterioso y de alguna manera más general y abarcativo. La L puede abarcar a otras Lauras o nombres que empiezan con eles con igual problemática. Me ayudó mucho la investigación previa. Leí libros, reportajes y testimonios de hijos con padres desaparecidos. De ahí que resultan creíbles los diálogos como el monólogo de Pablo –su padre en la vida real está desaparecido– al referirse a los duelos. Logré involucrar en esta problemática a jóvenes actores que tenían un conocimiento limitado sobre estos temas.
–¿Cómo fue el abordaje de un tema tan delicado?
–El hecho de provenir del género documental me permitió entrar y salir de la ficción con cierta naturalidad. Pero estar ante la tumba de Marcelo Gelman, un hecho concreto, me confrontó con esa realidad. Me sacudió ver el signo de interrogación en el día de su muerte y sólo aparece el dato cierto de septiembre de 1976 como fecha de su deceso. Me pregunté si tengo derecho de escarbar en los dolores de los otros. Cuando pasé la película en la sede de Abuelas, la madre de Marcelo, Bertha, llegó tarde e insistió en verla. Las abuelas le sugirieron que no era conveniente, para evitarle el sufrimiento. Bertha me confesó que era la primera vez que veía la tumba de su hijo, que jamás había concurrido al cementerio, porque nunca aceptó la posibilidad de que su hijo estuviera allí.
–En la película no sólo se alude a la carta de Gelman, sino también a un poema...
–El papá de Pablo de la Fuente (Damián) era amigo del marido de Cristina Banegas. Pablo llegó de Córdoba y empezó a estudiar teatro con Cristina. Cuando en Página/12 publicaron el poema de Daniel Omar Favero, poeta desaparecido –que aparece en la película–, lo leí y lo guardé. Ya había escrito el guión. Quería usarlo, que apareciese con naturalidad, como ocurrió con Damián que, cada vez que lo necesita, aunque estrujado recurre a él. En ese poema está todo. Las escenas en que Pablo regresa a su casa lo movilizaron tanto que sintió la necesidad de ir tras los pasos de su casa familiar en La Plata. Allí empezó a relacionarse con sus primosy conoció a su mujer actual, con la que tiene dos hijos. Ella a su vez es hija de un padre desaparecido. Cuando vio la película se conmocionó con el poema de Favero, su padre había recopilado su obra...
En un tramo de la carta, Gelman dice: “Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos, que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen.” En la ficción, Nardi relata así lo sucedido: “Laura va a la casa de las Abuelas y la recibe Estela Carlotto. En ese primer encuentro le sugerí a Laura que trate de hablar de su vida con absoluta normalidad y le cuente su historia. A pesar de que repetimos la misma escena, a Estela siempre se le iluminaron los ojos en esa charla. La verosimilitud de Laura, el personaje, que no tiene ningún punto de contacto personal que la acerque con la historia real, resultó algo desgarrador.”

 


 

“NUESTROS AÑOS DORADOS”: HENRY JAMES SEGUN J. IVORY
Perverso juego de máscaras

Por Horacio Bernades

El re-encantamiento cinematográfico por la obra de Henry James derivó, durante el último lustro, en versiones de Retrato de una dama, Washington Square y Las alas de la paloma. Como queriendo ratificar su condición de legítimos herederos del más anglófilo de los escritores estadounidenses, el equipo creativo de James Ivory, su productor Ismail Merchant y la guionista Ruth Prawer Jhabvala vuelve por sus fueros, recogiendo el guante. Luego de Los europeos (1979) y Los bostonianos (1984), aquí está The golden bowl, novela que James consideraba su obra maestra, y que ahora se conoce en Argentina, con el engañoso título de Nuestros años dorados. Como siempre en James, todo atisbo de romanticismo se ve conjurado por un intrincado juego de intereses y maquinación, y si algo no puede ponerse en duda frente a un Ivory es que será todo lo fiel al original que le sea cinematográficamente posible.
Ya sea adaptando a James como a E. M. Forster (en Un amor en Florencia y La mansión Howard) o Kazuo Ishiguro (Lo que queda del día), el período favorito de Ivory y los suyos es el de la Inglaterra eduardiana de principios de siglo, y aquí vuelven a pisar ese preciado territorio. El comienzo puede resultar algo desconcertante, con una sangrienta escena de celos, infidelidad y muerte en la Roma renacentista. Relato dentro del relato, el episodio familiar que el príncipe Américo (Jeremy Northam) narra a su amante Charlotte (Uma Thurman) en la escena introductoria de Nuestros años dorados impregnará, de allí en más, la conciencia de los amantes, como si se tratara de una profecía destinada a cumplirse. Que a la larga ese final anunciado deje lugar a una forma de derrota por soterrada más amarga, ratifica que en The golden bowl todo sendero está llamado a torcerse.
Heredero de un linaje que se remonta hasta Vespucio, el príncipe Américo prepara su boda con la aniñada y algo desabrida Maggie (Kate Beckinsale, que completa un doblete semanal con Pearl Harbor), que es la mejor amiga de Charlotte e hija del magnate estadounidense Adam Verver (Nick Nolte), empresario carbonífero a quien se define como “primer multimillonario del mundo”. Obsesivo acopiador de objetos de arte, capaz de exhibir con orgullo sus originales de Raphael, Verver acaricia un proyecto cuya desmesura sólo puede ser igualada por su patrimonio. Viudo desde hace tiempo, Adam Verver invierte días y noches en imaginar la erección de un museo con los tesoros adquiridos en sus viajes, cuestión de donarle a su bárbaro país una pizca de civilización europea.
El casamiento obedece al puro interés, ya que el príncipe se halla en bancarrota. Si Américo está dispuesto a sacrificar la pasión que siente por Charlotte, ésta no está tan de acuerdo. Cuando la bella acepte casarse a su vez con Verver, compartiendo techo de allí en más con Américo y Maggie, es como si una bomba de tiempo se activara. Cuando estalle, lo hará alla James. Esto es, por implosión, en el más larvado silencio. Emblematizados por ese baile de máscaras que se celebra hacia la mitad del metraje, estos secretos de a cuatro exudan el inconfundible perfume de laperversión. No sólo porque los viejos amantes reavivarán fuegos más temprano que tarde, sino porque Verver y Maggie se profesan un amor que parece exceder el de padre e hija. James y Ivory son lo suficientemente delicados como mantener las cosas en el terreno de la sugerencia. En un mundo hecho de simetrías, que Américo y Charlotte se muestren en público como pareja, al tiempo que Adam y Maggie se quedan solos en casa, no hace más que incrementar la irrisión.
En este juego de a cuatro, las máscaras cambian, de modo callado pero incesante. Resulta fascinante el modo en que padre e hija, al principio poco más que niños crecidos, van ganando en malicia. Nolte y Beckinsale lo hacen con sutileza, preparando un remate en el que la aparente ingenuidad dará paso a la más sórdida forma de posesión. Lo de Thurman y Northam resulta menos admirable, al punto de poner en riesgo tanto esmerado andamiaje. A la rubia se le hace muy cuesta arriba alcanzar la tortura interior de Charlotte, el único personaje que se mantiene irreductiblemente fiel a la pasión. En cuanto a Northam, no es fácil entender qué es lo que movió a Ivory a elegir un actor inglés para remedar un príncipe italiano.

PUNTOS

 

PRINCIPAL