Democratizar
la riqueza
Por José Pablo Feinmann
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Hay, en este país, 14
millones de pobres. Hay, entonces, algo que no funciona bien. Ni para
los pobres ni para los ricos. Supongo que resulta innecesario aclarar
por qué el sistema no funciona para los pobres. Hablemos de los
ricos. Sólo una fenomenal miopía histórica y política
les hace creer que esto los favorece. Sucede que siempre quieren ser más
ricos y sin duda lo serán según funcionan las
cosas. Pero hay una dialéctica tenebrosa, ya que en tanto ellos
se enriquecen los demás se empobrecen y son tantos ya los pobres
que pronto serán ingobernables. Hay nuevos, oscuros temores en
el interior de los countries de, pongamos, Pilar, Escobar, Tortuguitas.
La invasión de los miserables no pertenece al terreno de la ciencia
ficción. Es un fenómeno mundial, ¿qué podría
frenarlo aquí? Los países ricos reciben los desechos del
mundo pobre. Los reciben de mala gana. De tan mala gana que ya están
los niños malos, los nuevos nazis que queman a los africanos y
a los turcos. El neonazismo no es un detalle incómodo
de los países ricos: pertenece a la lógica de los nuevos
tiempos, a la lógica del capitalismo milenio. El neonazismo es
un aparato parapolicial que los países ricos han engendrado para
librarse de la basura inmigratoria. Los invaden, entonces
ellos responden y los asesinan, los ahorcan o los queman vivos. A ver
si aprenden y se quedan en el basural donde nacieron y al que pertenecen.
¿Qué harán los ricos de la Argentina?
En principio, la situación de inseguridad que viven es real. ¿A
quién le gusta vivir en un country, tener una casa fenomenal, un
Mercedes para papá, un BMW para mamá y un par de Harley
Davison para los niños y, a la vez, saber que está rodeado
de miserables, de hambrientos, de pobres de pobreza extrema que miran
con rencor, codicia y creciente odio la riqueza en el predio ajeno? ¿Buscarán
la salvación en Biondini? ¿Se armarán hasta los dientes?
¿Duplicarán los agentes de seguridad?
Guillermo ODonnell, notable politólogo argentino, enriqueció
el esquema incluidos-excluidos. Según sus análisis sería
posible extraer las siguientes conclusiones. Estarían los incluidos-incluidos:
Estamos los que estamos dentro de la ley, los que si no cumplimos
vamos al juzgado, los que hacemos colas, algunos en los consulados, otros
para los trámites, para los juzgados, para las entradas. Para nosotros,
entre nosotros esta legalidad siempre existe salvo cuando nos chocamos
con un policía coimero (Página/12, 11/6/01). Luego
están los excluidos-excluidos: Son los que están afuera
de la ley. Esta gente se encuentra con el Estado, pero se encuentra con
el Estado represor, un Estado que sale a reprimir, que no les reconoce
derechos y que de vez en cuando les tira algunos pesos de la manera más
despectiva e insultante. Y luego (o en primer término, arriba,
muy arriba) están los incluidos que usan su poder para excluirse:
Son los que están arriba de la ley, los que casi no pagan
impuestos, tienen policía privada, colegios privados, si tienen
algún problema con el Estado ni lo ven porque se lo arreglan directamente
o si necesitan hacer un trámite pasan derecho a la oficina del
jefe. Sienten que no tienen que pagar impuestos porque realmente han privatizado
sus recursos de una manera fenomenal. Esa es la gente que nunca hace colas.
No será necesario forzar demasiado nuestra imaginación para
ver en los incluidos-incluidos a la sufrida, castigada clase media. El
Estado (lo que queda de él), ante la imposibilidad de recaudar
fondos tomándolos de manos de los ricos, expolia a la clase media,
para la cual su inclusión tiene el costo del despojo impositivo.
De este modo, los incluidos-incluidos se deslizan hacia la exclusión.
Los excluidos-excluidos son los 14 millones de pobres. Los expulsaron.
Para el Estado son basura y eterno foco de conflictos que sólo
la represión de una policía militarizada lograrásofocar.
Los incluidos-excluidos son los ricos. Se incluyen porque gozan de los
derechos de los ciudadanos, pero se excluyen de las responsabilidades
sociales. De los impuestos. De toda molesta contaminación con la
sociedad: están por arriba de todo. Sin embargo, cada
vez les resulta más difícil mantener esta asepsia. La barbarie
acecha; los hambrientos se acercan; los miserables irrumpirán en
los countries como Charles Manson y sus fanáticos irrumpieron en
la mansión de Polanski en busca del sacrificio ritual de su mujer.
Estas pesadillas acechan a los ricos.
Lamentablemente el panorama es sombrío. Es tal la necedad de los
ricos (los referentes del capitalismo nacional aliado al capital
financiero que gobierna el mundo) que siguen buscando la solución
en lo que llaman seguridad. Es decir, los custodios, las rejas,
la exasperación de lo privado. Un sistema que encuentra su última
ratio en la militarización de la policía, en la creciente
ampliación de sus poderes.
La democracia política va hacia su más trágico fracaso
si no encara la democratización de la economía. Un país
que no democratiza su riqueza no puede mantener su democracia, ya que
la no democratización de la riqueza lleva a la injusticia extrema,
a la polarización y a la represión del Estado. Que reposará
en las manos del único estamento que el pensamiento liberal necesita
mantener en pie: la policía, destinada a jugar el papel que antes
jugaran los ejércitos sanguinarios de la seguridad nacional.
Pero es absurdo esperar estas soluciones de la lucidez de los ricos.
Ya no existen los burgueses lúcidos. Los conservadores
inteligentes. Los capitalistas nacionales que piensan
en el mercado interno, que necesitan un país consumidor para desarrollar
sus industrias. Sólo existe una clase rapiñosa que no desea
sino aumentar sus riquezas y llamar a la policía para que la proteja,
en tanto se refugia en los lujosos socavones que lujosos arquitectos le
han construido. También es absurdo esperarlas de la clase
política, por el momento al menos. Pues nuestra clase política
ha desmantelado el aparato estatal, remató el país y lo
puso a los pies del capital financiero. Al hacerlo, además, creó
otro Estado, el Estado mafioso, que es una empresa de inagotables recursos
para la ambición impaciente, inmediatista, de los nuevos burgueses
conquistadores. ¿De dónde entonces vendrá alguna
luz?
Hay dos caminos. Hay dos tareas urgentes. Hay que rescatar a los excluidos-excluidos
de la barbarie extrema, del ataque salvaje, irracional. Hay que darles
orientación, ideas, confluencias, solidaridades a esos hambrientos
rabiosos. Entre el clan Manson y los piqueteros hay un abismo moral y
político. Mañana una multitud de desesperados podría
invadir los countries opulentos y ofensivos que la rodean, que rodean
su hambre cotidiana, su humillación social, y esa invasión
de nada serviría. Iría en busca de su propia destrucción,
de la matanza extrema, del terrorismo estatal. Hay que llevar a los excluidos-excluidos
a la inclusión de la política, de las alianzas, de la búsqueda
de los otros que padecen los destinos de la incertidumbre, de la vejación
desesperada. Escuché decir a un piquetero: Yo salgo de mi
casa y me junto con los compañeros, con los que hacen el piquete,
porque en mi casa soy un desgraciado, un pobre tipo sin trabajo, solo,
mordido por la desesperación. Con los compañeros, en cambio,
con los piqueteros tengo otra vez una casa, un lugar, estoy con ellos
y siento que otra vez sirvo para algo. Y, aquí, surge la
tarea de los incluidos-incluidos. También ellos pueden hacer algo.
Colaborar con los excluidos-excluidos o plantarse frente a la voracidad
del Estado recaudador y decirle una antigua, hermosa frase de Arturo Jauretche:
Es para todos el invierno o es para todos la cobija. Que no
sólo la gilada pague los impuestos, haga las colas, aguante la
soberbia de los jefes, los tratos ásperos de todo tipo que tiene
alguna jerarquía en algún podrido lugar. Que también
ellos, losricos, se incluyan en la sociedad, paguen los impuestos,
hagan las colas, esperen si hay que esperar. Y, por último, resta
el desmantelamiento del Estado mafioso. Que será paralela al fortalecimiento
de la independencia de la Justicia, tarea que ya dio su primer fruto y
que es la prisión de ese personaje que se muestra en esa quinta
de un amigo suyo con sobrepeso, que pasea para que lo fotografíen
y lleva en su diestra un libro sobre Napoleón. Con lo que nos dice:
Soy como Napoleón en Santa Elena, tanta es mi grandeza.
Difícil saber si tanta es su grandeza, pero no hay quien ignore
que todo tipo que se siente Napoléon necesita, urgentemente, un
psiquiatra.
REP
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