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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

La devaluación inevitable

Finalmente, Domingo Cavallo se decidió por devaluar el peso, a través del desdoblamiento del mercado cambiario. En adelante habrá un dólar comercial, para operaciones de importación y exportación, y un dólar financiero, por ahora para todas las demás. Pero en otras épocas, anteriores a la convertibilidad, durante las cuales también regía un circuito desdoblado, el dólar financiero estaba siempre por encima del comercial. Ahora será al revés, lo que dará lugar a una consecuencia injustificable: quien necesite un dólar para importar mercancías, que pueden consistir en insumos para un proceso industrial, afrontará un tipo de cambio más caro que quien requiera ese dólar para girarlo al exterior para sacar utilidades del país o constituir un depósito en una off shore. Si las divisas son un factor crónicamente escaso en esta economía, castigar su uso comercial y premiar en relación su uso financiero es favorecer un empleo no prioritario. Si Cavallo se permite hacerlo es porque la economía está en deflación, y por tanto no le preocupa encarecer el dólar importación, a diferencia de lo que ocurría en tiempos inflacionarios. Pero favorecer las transferencias financieras, proveyéndoles dólares baratos, se parece mucho a una estrategia absurda.
Dado que ayer la paridad euro/dólar cerró a 1,16 por uno, la mitad de esa diferencia –eso a lo que el ministro denominó “factor de empalme” entre la vieja y la nueva convertibilidad– se situó en 0,08, o bien ocho centavos, y de este modo el dólar comercial, de haber regido, habría cotizado a 1,08 peso. La devaluación (restringida al ámbito del comercio exterior) habría sido del 7,4 por ciento. Pero así como la relación euro/dólar es fluctuante, también lo será la paridad del peso comercial, que deja por tanto de ser fijo. Si, como esperaba Cavallo al plantear su iniciativa de la convertibilidad ampliada (o cesta de dos monedas), el euro subiera hasta ponerse a la par con el dólar, la devaluación se iría licuando hasta esfumarse. En ese momento, desaparecería la vigencia del factor de empalme y regiría en su lugar la canasta, pero en el trayecto de hoy hasta entonces el peso se habría estado revaluando.
Más allá de las hipótesis, por ahora lo que cuenta es que Cavallo les vino a dar la razón a quienes sospecharon, desde el primer momento, que su idea de la cesta encubría la intención de devaluar el peso. Sus anuncios de ayer lo confirman. Sin embargo, es difícil que lo logre por fuera de la ley. El mecanismo previsto por la de convertibilidad ampliada sólo entrará a regir cuando el euro iguale al dólar. Mientras tanto, la vieja ley de convertibilidad, de 1991, permite a todos convertir un peso en un dólar. ¿Por qué aceptaría un importador pagar 1,08? ¿Qué pasará si se niega y lleva el caso a la Justicia?
De todas formas, suponiendo que Economía salve este escollo, le quedará la dura tarea de evitar que los importadores utilicen dólares financieros, que adquirirán a un peso sin tener que dar explicación alguna, para ahorrarse así el “factor de empalme”. Quienes no puedan contrabandear lisa y llanamente, tendrán al menos un aliciente para subfacturar las importaciones, pagándolas parcialmente mediante la transferencia de dólares más baratos. Los exportadores, al revés, tenderán a sobrefacturar, para poder así ganarse la diferencia con los dólares correspondientes al sobreprecio que simulen, o incluso a inventar exportaciones. Cavallo lo sabe por experiencia: le pasó con el oro. La pregunta clave es si el Banco Central y la Aduana estarán a la altura del trabajo de control que ahora les caerá encima.
La devaluación cambiaria comercial se tornó impostergable desde el momento en que los factores externos volvieron a alinearse en contra de la Argentina. Con un dólar que no afloja frente al euro, el real depreciándose día a día y los precios mundiales de los exportables estancados o en baja, la paridad fija del peso resultaba insostenible. Para colmo, las exportaciones venían desacelerándose, con un anémico ritmo de expansión de apenas 4 o 5 por ciento anual, entre otras razones porque los altos costos financieros terminaron por echar del ring a muchos exportadores.
Ahora puede presumirse que, a pesar de su mecanismo inestable, esta devaluación del peso vino para quedarse. Que si el euro llega a repuntar, licuando así la depreciación, ya inventará Cavallo otra fórmula para desvalorizar el peso, siendo también posible –como ocurrió en épocas pasadas– que nuevos conceptos vayan ampliando el ámbito del dólar comercial y angostando el del financiero para generalizar de a poco la devaluación.
Los anuncios fiscales reactivantes de ayer exigían además tocar el dólar comercial para prevenir un rápido estrangulamiento del balance de pagos, provocado por el aumento de las importaciones tan pronto como la economía retomase el crecimiento. Esto no significa, sin embargo, que una devaluación como la anunciada ayer, mediante un tipo de cambio flotante, resulte suficiente (considerando además los recortes en los reintegros). En cualquier caso, todo el paquete está dirigido a apuntalar a los sectores de bienes transables (que exportan o compiten con importaciones), pero dentro de dos serias restricciones. Una es la fiscal, que obliga a estimular la economía mientras se aplica un plan de ajuste. Otra es política: Cavallo evitó cuidadosamente afectar al establishment financiero, del que sigue sintiéndose rehén. Como comentaba ayer un economista, “le horroriza la sola idea de pisarle el callo a un banquero”. Como quiera que sea, el cordobés siente que cerrar el megacanje fue como haber dado vuelta una vez más el reloj de arena: el tiempo para recuperar el crecimiento empezó a escurrírsele. Ante esto, reaccionó con un paquete extremadamente creativo, lleno de instrumentos y de parches, cuyo mayor defecto es que agrega cada vez más confusión y complejidad a la política económica, convertida en un galimatías. En la cuestión impositiva, retocar las normas una y otra vez es una muy mala señal para quienes quieren tomar decisiones con un mínimo horizonte de previsibilidad, y es lo opuesto a lo que prometió el propio Cavallo al asumir.


 

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