La devaluación inevitable
Finalmente, Domingo Cavallo se decidió por devaluar el peso,
a través del desdoblamiento del mercado cambiario. En adelante
habrá un dólar comercial, para operaciones de importación
y exportación, y un dólar financiero, por ahora para
todas las demás. Pero en otras épocas, anteriores
a la convertibilidad, durante las cuales también regía
un circuito desdoblado, el dólar financiero estaba siempre
por encima del comercial. Ahora será al revés, lo
que dará lugar a una consecuencia injustificable: quien necesite
un dólar para importar mercancías, que pueden consistir
en insumos para un proceso industrial, afrontará un tipo
de cambio más caro que quien requiera ese dólar para
girarlo al exterior para sacar utilidades del país o constituir
un depósito en una off shore. Si las divisas son un factor
crónicamente escaso en esta economía, castigar su
uso comercial y premiar en relación su uso financiero es
favorecer un empleo no prioritario. Si Cavallo se permite hacerlo
es porque la economía está en deflación, y
por tanto no le preocupa encarecer el dólar importación,
a diferencia de lo que ocurría en tiempos inflacionarios.
Pero favorecer las transferencias financieras, proveyéndoles
dólares baratos, se parece mucho a una estrategia absurda.
Dado que ayer la paridad euro/dólar cerró a 1,16 por
uno, la mitad de esa diferencia eso a lo que el ministro denominó
factor de empalme entre la vieja y la nueva convertibilidad
se situó en 0,08, o bien ocho centavos, y de este modo el
dólar comercial, de haber regido, habría cotizado
a 1,08 peso. La devaluación (restringida al ámbito
del comercio exterior) habría sido del 7,4 por ciento. Pero
así como la relación euro/dólar es fluctuante,
también lo será la paridad del peso comercial, que
deja por tanto de ser fijo. Si, como esperaba Cavallo al plantear
su iniciativa de la convertibilidad ampliada (o cesta de dos monedas),
el euro subiera hasta ponerse a la par con el dólar, la devaluación
se iría licuando hasta esfumarse. En ese momento, desaparecería
la vigencia del factor de empalme y regiría en su lugar la
canasta, pero en el trayecto de hoy hasta entonces el peso se habría
estado revaluando.
Más allá de las hipótesis, por ahora lo que
cuenta es que Cavallo les vino a dar la razón a quienes sospecharon,
desde el primer momento, que su idea de la cesta encubría
la intención de devaluar el peso. Sus anuncios de ayer lo
confirman. Sin embargo, es difícil que lo logre por fuera
de la ley. El mecanismo previsto por la de convertibilidad ampliada
sólo entrará a regir cuando el euro iguale al dólar.
Mientras tanto, la vieja ley de convertibilidad, de 1991, permite
a todos convertir un peso en un dólar. ¿Por qué
aceptaría un importador pagar 1,08? ¿Qué pasará
si se niega y lleva el caso a la Justicia?
De todas formas, suponiendo que Economía salve este escollo,
le quedará la dura tarea de evitar que los importadores utilicen
dólares financieros, que adquirirán a un peso sin
tener que dar explicación alguna, para ahorrarse así
el factor de empalme. Quienes no puedan contrabandear
lisa y llanamente, tendrán al menos un aliciente para subfacturar
las importaciones, pagándolas parcialmente mediante la transferencia
de dólares más baratos. Los exportadores, al revés,
tenderán a sobrefacturar, para poder así ganarse la
diferencia con los dólares correspondientes al sobreprecio
que simulen, o incluso a inventar exportaciones. Cavallo lo sabe
por experiencia: le pasó con el oro. La pregunta clave es
si el Banco Central y la Aduana estarán a la altura del trabajo
de control que ahora les caerá encima.
La devaluación cambiaria comercial se tornó impostergable
desde el momento en que los factores externos volvieron a alinearse
en contra de la Argentina. Con un dólar que no afloja frente
al euro, el real depreciándose día a día y
los precios mundiales de los exportables estancados o en baja, la
paridad fija del peso resultaba insostenible. Para colmo, las exportaciones
venían desacelerándose, con un anémico ritmo
de expansión de apenas 4 o 5 por ciento anual, entre otras
razones porque los altos costos financieros terminaron por echar
del ring a muchos exportadores.
Ahora puede presumirse que, a pesar de su mecanismo inestable, esta
devaluación del peso vino para quedarse. Que si el euro llega
a repuntar, licuando así la depreciación, ya inventará
Cavallo otra fórmula para desvalorizar el peso, siendo también
posible como ocurrió en épocas pasadas
que nuevos conceptos vayan ampliando el ámbito del dólar
comercial y angostando el del financiero para generalizar de a poco
la devaluación.
Los anuncios fiscales reactivantes de ayer exigían además
tocar el dólar comercial para prevenir un rápido estrangulamiento
del balance de pagos, provocado por el aumento de las importaciones
tan pronto como la economía retomase el crecimiento. Esto
no significa, sin embargo, que una devaluación como la anunciada
ayer, mediante un tipo de cambio flotante, resulte suficiente (considerando
además los recortes en los reintegros). En cualquier caso,
todo el paquete está dirigido a apuntalar a los sectores
de bienes transables (que exportan o compiten con importaciones),
pero dentro de dos serias restricciones. Una es la fiscal, que obliga
a estimular la economía mientras se aplica un plan de ajuste.
Otra es política: Cavallo evitó cuidadosamente afectar
al establishment financiero, del que sigue sintiéndose rehén.
Como comentaba ayer un economista, le horroriza la sola idea
de pisarle el callo a un banquero. Como quiera que sea, el
cordobés siente que cerrar el megacanje fue como haber dado
vuelta una vez más el reloj de arena: el tiempo para recuperar
el crecimiento empezó a escurrírsele. Ante esto, reaccionó
con un paquete extremadamente creativo, lleno de instrumentos y
de parches, cuyo mayor defecto es que agrega cada vez más
confusión y complejidad a la política económica,
convertida en un galimatías. En la cuestión impositiva,
retocar las normas una y otra vez es una muy mala señal para
quienes quieren tomar decisiones con un mínimo horizonte
de previsibilidad, y es lo opuesto a lo que prometió el propio
Cavallo al asumir.
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