VOLADOS
Con los anuncios económicos de anoche, el Gobierno volvió
a transparentar la obsesión repetida de recaudar más
y, sobre todo, muy rápido para la caja fiscal, tratando de
aliviar el déficit, como se lo reclaman los acreedores de
la deuda pública, preocupados con exclusividad en garantizar
que el Estado cumpla con sus obligaciones de pago. Lo demás
es un laberinto para especialistas en liquidación de impuestos,
aunque desde ya es previsible que algunos tributos no se compensarán
de ninguna manera. Por ejemplo, las empresas exentas del IVA serán
gravadas con el 16 por ciento por aportes patronales y los que usan
un transporte público único también pagarán
más por el boleto, lo mismo que los particulares que consumen
nafta y gasoil. Los módicos beneficios para salarios, dejados
a la libre voluntad de las partes, y las rebajas del peaje vial,
están lejos de reactivar la capacidad popular de consumo
para dotar al mercado interno de la energía necesaria para
compensar los efectos de la recesión trianual. Además,
la aplicación de la llamada nueva convertibilidad,
o sea el índice surgente de la canasta de dólar y
euro, para las actividades de exportaciónimportación,
provocará sin dudas recelos sobre la eventual modificación
futura del valor cambiario de 1 x 1, fijado por la vieja
convertibilidad, puesto que flotará en el índice cambiante
de la relación entre las dos monedas de referencia, lo que
puede inducir a, por lo menos, el prudente suspenso en nuevas inversiones
de riesgo. En todo caso, si el Gobierno apuesta su suerte y la de
todos a este paquete de medidas que, según los anuncios,
completan el plan de competitividad de Cavallo, hay motivos para
evocar el juego fatal de la ruleta rusa.
Porque no puede, no sabe o no quiere, la matriz que inspira a la
economía nacional desatiende la urgencia de la deuda social,
aunque en su intervención de anoche el presidente Fernando
de la Rúa advirtió que superar la exclusión
y la pobreza son las metas finales de su gestión. Nunca,
hasta ahora, las autoridades han explicado por qué resulta
imposible generar recursos, por las mismas vías que están
aplicando, que permitan financiar un subsidio general al desempleo,
aumentar el salario mínimo o las misérrimas prestaciones
previsionales. Es una cuestión de relaciones de poder, porque
si las AFJP se oponen de inmediato son descartados los planes de
disminuir la carga del aporte para los trabajadores, pero si hay
huelgas generales por aquellas demandas son repudiadas, con la misma
velocidad con que se complace a los fondos de inversión y
a los bancos, acusándolas de abusos y manipulaciones políticas.
O los piqueteros son señalados como materia prima de activistas
y agitadores profesionales, mientras se aumentan las atribuciones
policiales para actuar sobre cualquier ciudadano sin previa autorización
judicial. Ese criterio desequilibrado a favor de los mercados,
incluso en un tema tan sensible como el de Aerolíneas Argentinas
(AA), posterga casi siempre las prioridades de conservar las fuentes
de trabajo y los ingresos del personal.
El actual gobierno español en manos del partido conservador
(PP) está privatizando hasta donde puede las compañías
estatales que quedaron después de la prolongada gestión
de su rival socialdemócrata (PSOE), entre ellas Iberia, su
propia línea aérea de bandera. Es una decisión
política de Estado, explicó el ministro del
ramo a su par argentino, Carlos Bastos, por la cual les resulta
incongruente retener Aerolíneas Argentinas. Desde esa perspectiva,
el vaciamiento de AA, la acumulación de deudas hasta el punto
de quiebra y la rebaja de costos, en primer lugar los laborales,
a los mínimos indispensables, no son simples consecuencias
de la administración incompetente de la SEPI sino el resultado
directo de una estrategia de conveniencias diseñada con premeditación
como parte de una concepción global. Para realizar sus planes,
contaron con labenevolencia, cuando no la complicidad directa, de
las administraciones de Carlos Menem, que les entregó la
concesión en términos leoninos, y de Fernando de la
Rúa, que los dejó avanzar hasta el punto sin retorno.
El gobierno de la triple Alianza (con el Frepaso, con Cavallo y
con los mercados) recibió la herencia a libro
cerrado, y así la preservó, desechó las advertencias
de los sindicatos interesados, los consejos de los mejores expertos
y la acumulación de evidencias, mediante el método
del avestruz que oculta la cabeza y deja el resto a la intemperie.
Hasta hace cuatro días, cuando el clamor popular era más
fuerte que el de la Revolución de Mayo, pretendió
creer que el conflicto obedecía a una cuestión privada
entre una empresa, de la que el Estado nacional es socio minoritario
y que se identifica con la bandera argentina, y su personal. Al
fin, esta semana, después de dos meses de conflicto, decidió
entablar diálogo por encima de la SEPI, que obedecía
órdenes superiores, aunque se quedó en el rango ministerial
en vez de llegar a lo más alto posible. Ahí descubrió
el sexo de los ángeles: era una decisión política
del Estado español y no la caprichosa terquedad de uno o
varios sindicalistas ni la demagogia patriotera de unos cuantos
conjurados para debilitar al Gobierno.
El ministro Carlos Bastos fue el mensajero de semejante revelación
y, además, con su mejor esfuerzo logró
que, en vez de la quiebra inmediata, la SEPI convoque a los acreedores
y mientras tanto siga operando la empresa de bandera. Eso sí,
nadie del gobierno puede decir cómo será la continuidad,
con cuánto personal, con qué salarios y por cuáles
rutas, pero Bastos sabe, en cambio, que la SEPI aplicará
el ajuste del repudiado Plan Director y que en tanto
dure la convocatoria quedan suspendidos los convenios colectivos
de trabajo. El titular de la empresa española, Pedro Ferreras,
aclaró en Madrid que no entendía el optimismo argentino,
ya que AA, en lo que respecta a su administración, estaba
en la última etapa de la fase terminal. La resistencia gremial
ya tenía grietas antes de estos anuncios que ahora, en la
práctica, los pone contra la pared. Aquí, lo que suceda
en adelante será arbitrio del tribunal comercial que entienda
en la convocatoria de acreedores o del tironeo entre los concesionarios
españoles y los sindicatos, piensan en la Casa Rosada, con
esa repetida ilusión de que si delegan el asunto en otras
manos el problema dejará de existir. Ilusión tan vacua
como esa otra que pretende mejorar la circulación de la sangre
presidencial desprestigiando al ministro de Salud, Héctor
Lombardo, que hizo público el diagnóstico de arteriosclerosis.
Estoy regio, aclaró el Presidente con la cara
demacrada y los adjetivos anticuados. Sólo me duele
cuando me río, confesaba el apuñalado, según
el viejo cuento, cuando le preguntaban cómo se sentía.
¿De qué se va a reír el Gobierno? Tampoco tiene
motivos valederos la mayoría de la población, siempre
a la espera, cada día con menos expectativa, de la efectiva
reactivación económica, perdidos en una maraña
de maniobras impositivas que deja afuera, ajenos, a los que más
sufren. Los episódicos anuncios de Domingo Cavallo, cuyo
capítulo más reciente se conoció ayer, nunca
alcanzan para interrumpir esa interminable espera. La absoluta prioridad
oficial es la recaudación rápida de fondos para enjugar
el déficit fiscal, esa quimera instalada por los acreedores
de la deuda pública con el reiterado cuento (ya fue usado
hasta el hartazgo para privatizar de cualquier manera las empresas
del Estado como AA) de que allí se encuentra el código
secreto que abre las puertas a los tesoros de la pirámide.
Mientras tanto, las estadísticas sobre las quiebras y cierres
de fábricas y comercios, los cheques voladores y las cadenas
de pago trabadas, indican con claridad que lo único que aumenta
en el país es el número de perjudicados. En tanto
el Gobierno siga prisionero de sus propios temores, infiltrados
con malicia por la minoría que se beneficia del ajuste perpetuo,
por la posible reacción de los mercados y crea
que los estallidos sociales pueden ser controlados por el cuentagotas
asistencial o por la Gendarmería, la deuda social seguirá
impaga. No sólo teme a los poderes económicos, ahora
hasta teme por la dimensión que están alcanzado algunas
investigaciones judiciales por corrupción, como la que arrestó
al ex presidente Menem en una confortable prisión residencial.
El ministro Ramón Mestre, al que no le tembló el pulso
en sus años de gobernador en Córdoba para ordenar
la represión policial contra los trabajadores que salían
a la calle para protestar, fue el primero en declarar que el indulto
presidencial podría ser una vía de resolver la situación
de Menem. Aumentaron las presiones sobre la Cámara Federal
que alentó al juez Urso a profundizar la búsqueda
de jefe, organizadores y miembros de la asociación ilícita
que se quedó con el sesenta por ciento del precio de las
armas contrabandeadas a Croacia y Ecuador, desde algunas zonas del
oficialismo, por miedo a que el peronismo pudiera galvanizarse en
el argumento de la persecución política y lanzarse
a la oposición salvaje, entusiasmados por los posibles saldos
electorales en octubre próximo. Sólo falta que en
el oficialismo cunda el pánico porque Cecilia Bolocco quiere
hacer de Isabelita.
Si el conflicto en AA termina en una fiasco para los trabajadores
y para todos los ciudadanos que sienten su desaparición como
otro despojo, ya insoportable, y si el trámite judicial termina
en la condena de un par de perejiles, esas frustraciones
sumadas a la desazón por las expectativas postergadas en
una clara reactivación económica y en principios de
justicia social, el costo político para el gobierno de la
triple Alianza y para la democracia en su conjunto es inestimable
por el momento, ya que la ausencia de liderazgos políticos
alternativos deja al movimiento popular de protesta girando en el
vacío, sin que nadie acierte con las opciones que puedan
asumir los desesperados. Menem solía comparar a su gobierno
con un vuelo sin paracaídas, hasta que le fallaron las turbinas
a la hora de aspirar a un tercer mandato. Cuando el actual gobierno
levantó vuelo parecía que el impulso lo llevaría
hasta la luna, pero hasta el momento nunca dejó de carretear.
Lo único que vuela por el momento son las esperanzas populares.
|